12

Susan se despertó justo después del ocaso… o al menos esa fue su impresión. Dado que no había ventanas ni un reloj en la habitación, no tenía ni idea de la hora que era; su única pista fue la música que sonaba en el bar, señal de que ya se había puesto el sol, pero a juzgar por la tranquilidad reinante no podía ser muy tarde.

Ravyn, acostado tras ella, se movió como si se hubiera dado cuenta de que estaba despierta y la besó en la espalda. La ardiente caricia de sus labios le provocó un escalofrío.

—Buenos días —dijo Ravyn mientras se desperezaba.

Se dio la vuelta y lo miró embelesada. La débil luz resaltaba la perfección de su cuerpo. Sus músculos estaban tensos…

Al igual que otra parte de su anatomía que no le pasó desapercibida.

—Querrás decir buenas noches, ¿no?

Lo vio bostezar sin responderle y cuando arqueó la espalda se quedó absorta contemplando sus abdominales. Sí… menuda tableta de chocolate. Le encantaría comérselo a bocaditos.

—¿Has dormido bien? —le preguntó él al tiempo que se apartaba el pelo de la cara.

—Como un tronco. ¿Y tú?

Lo vio colocarse de costado y sonreírle con malicia.

—Sí, por una vez he dormido bien.

Antes de que pudiera hacerle otra pregunta, comenzó a sonar «In the Hall of the Mountain King» de Grieg. Tardó un momento en darse cuenta de que era el móvil de Ravyn, que se dio la vuelta con un gruñido para sacarlo de sus pantalones y contestar.

—¿Sí? —Extendió el brazo para juguetear con su mano mientras escuchaba a su interlocutor.

Le encantaba el roce áspero de esos dedos sobre la piel, aunque le gustaría mucho más si la estuviera acariciando en otro sitio…

—Vale, ahora nos vemos —lo oyó decir antes de colgar.

—¿Qué pasa?

Ravyn se llevó su mano a los labios para mordisquearle los nudillos antes de responder:

—Esta noche hay reunión de todos los Cazadores Oscuros aquí.

Eso la sorprendió.

—No sabía que pudierais estar juntos sin debilitaros los unos a los otros.

—Y no podemos, así que imagínate si será urgente para los escuderos. Normalmente es Aquerón quien organiza este tipo de reuniones. —Se inclinó hacia ella para besarla, y cuando sus labios se rozaron, sintió que su cuerpo cobraba vida. No terminaba de creerse que ese hombre pudiera inspirarle semejantes sentimientos cuando ni siquiera deberían estar juntos.

Se derritió bajo su asalto, pero Ravyn se apartó de golpe.

—Tenemos media hora —dijo en voz baja—. Hay que darse prisa.

Gimió al escucharlo.

—Ojalá pudiéramos usar esa media hora en la cama, pero creo que te refieres a que tenemos media hora para vestirnos.

La miró con sorna.

—Media hora no sería suficiente para hacerte el amor, que lo sepas. Imposible, vamos.

Se mordió el labio y le acarició los testículos.

—Como sigas diciendo esas cosas, no saldremos de esta habitación en mucho tiempo.

Ravyn le mordisqueó el cuello y le dio un lametón.

—Lo sé, pero entonces bajarían a buscarnos, yo tendría que matar a alguien y eso no sería muy buena idea. Ash suele molestarse cuando matamos a algún escudero.

Se colocó encima de ella para deleitarse con el tacto de su piel, pero se apartó enseguida con un gemido contrariado.

Susan dejó que la ayudara a ponerse en pie y acto seguido se vistieron a toda prisa y corrieron escaleras arriba. Una parte de ella quería seguir en el sótano, revisando los archivos… entre otras cosas como, por ejemplo, comprobar la resistencia de Ravyn, pero la curiosidad pudo con ella.

¿Qué era tan importante como para convocar una reunión cuando saltaba a la vista que los Cazadores Oscuros necesitaban de toda su fuerza para luchar contra los daimons que querían matarlos?

Titubeó al llegar arriba.

—¿Crees que puede ser una trampa?

—¿A qué te refieres?

—Bueno, si fuera una daimon y supiera que os debilitáis al estar juntos, ¿no crees que me encantaría organizar algo así para aprovecharme?

—Sí, pero los daimons no tienen nuestros números.

Cierto.

Ravyn abrió la puerta. Encontraron a Terra en el pasillo, cerca de la cocina.

—Están en el despacho trasero —les dijo al tiempo que les tendía una bolsa de papel y un refresco.

—¿Y esto? —preguntó ella.

—Vuestro desayuno. Supuse que os entraría hambre durante la reunión.

—Gracias —dijo Ravyn.

—No hay de qué. —Terra los guió por otro pasillo que partía de la cocina en dirección a un enorme despacho con un escritorio pegado a la pared y una larga mesa de conferencias en el centro.

Leo y Kyl ya estaban allí, al igual que Erika y Jack. Miró a su alrededor en busca de Jessica, pero no había ni rastro de ella.

—¿Qué pasa? —le preguntó a Leo cuando Terra los dejó a solas.

—Nos va a caer la del pulpo.

—Genial —replicó ella al tiempo que dejaba la bolsa de papel en la mesa—. Habrá que sacar las botas de agua.

Kyl resopló sin apartar la vista de su portátil.

Cuando Ravyn y ella se sentaron, la puerta se abrió y aparecieron Otto y Nick. El rostro de Otto no reflejaba nada, pero Nick estaba furioso, como si no le gustara un pelo esa reunión. Se sentó enfrente de ella y cruzó los brazos por delante del pecho como un niño enfurruñado.

Kyl enarcó una ceja cuando levantó la vista de la pantalla.

—¿Qué pasa? ¿No te sienta bien ser un Cazador Oscuro?

Nick torció el gesto.

—Cierra la boca, gilipollas.

—¿¡Gilipollas!? —Kyl estaba indignado—. ¿Qué coño te ha pasado, tío? Creí que éramos amigos. Que éramos buenos amigos.

—Kyl —dijo Otto al sentarse al lado de Nick—, pasa del tema.

El aludido levantó las manos a modo de rendición.

—Lo que tú digas.

La puerta volvió a abrirse y cuando miró para ver quién entraba, se quedó pasmada con el sándwich de pavo suspendido en el aire. Tenía delante a un hombre al que llevaba unos veinte años sin ver… y no había cambiado nada. Pero nada de nada. Ni una arruga, ni una cana. ¡Estaba igualito! Para comérselo, vamos. Medía más de metro ochenta y ese pelo negro resaltaba sus rasgos asiáticos a la perfección.

Dejó el sándwich en la mesa.

—¿Sensei?

Vio que el recién llegado la miraba y se quedaba boquiabierto, de modo que se percató de los colmillos que de alguna manera había pasado por alto durante los dos años que estuvo entrenando con él.

—¿Susan?

Ravyn los miró con creciente curiosidad. Tal vez incluso con celos, aunque a lo mejor era una tontería pensarlo siquiera.

—¿Conoces a Dragón?

Asintió con la cabeza y su respuesta no pareció hacerle mucha gracia.

—¿Hasta qué punto lo conoces?

—Fue alumna del dojo —contestó Dragón al tiempo que le sonreía—. Y una de las mejores, por cierto.

Siguió mirando sin dar crédito a su antiguo profesor.

—¡Joder! No me puedo creer que estés aquí. Claro que esto explica muchas cosas.

Ravyn se relajó un poco al escucharla y soltó una carcajada.

—A ver si lo adivino: no había clases durante el día y surgían un montón de emergencias familiares que lo hacían salir corriendo en los momentos más inoportunos, ¿verdad?

Cierto. Dragón era un profesor maravilloso, pero tenía dos ayudantes que bromeaban con la idea de que salía pitando como Superman a la caza de los criminales. ¿Quién iba a pensar que casi habían dado en el clavo?

Meneó la cabeza.

—Joder… Estáis por todas partes, ¿no?

—Sí —contestó Dragón—. Y eso explica mi presencia aquí, pero no la tuya.

—Es una nueva escudera —explicó Leo, que se sentó en la cabecera de la mesa.

Dragón se acercó a ella y le tendió la mano.

—Bienvenida a nuestro mundo. Me alegro de volver a verte.

Le estrechó la mano y sonrió.

—Lo mismo digo.

Ravyn carraspeó cuando Dragón hizo ademán de sentarse a su lado.

Su antiguo profesor enarcó una ceja y se quedó un momento sin saber qué hacer con la mano apoyada en el respaldo de la silla. Se dio cuenta de que no sabía si sentarse para molestar a Ravyn o no. Tras guiñarle un ojo, acabó claudicando y se sentó al otro lado de Ravyn.

—¿Cuánto hace que conoces a Ravyn, Susan? —preguntó Dragón.

—Acabamos de conocernos…

—Mmm…

—Ya vale, Dragón —le advirtió Ravyn mientras le quitaba las rodajas de tomate a su sándwich.

El aludido se metió las manos en los bolsillos de su anorak negro y los miró con sorna.

Sintió que se ponía colorada antes de que Dragón comenzara a hablar con Leo sobre el último artículo del Inquisitor, en el que se hablaba de un bebé alienígena que habían encontrado en Groenlandia.

Mientras hablaban, se fijó en la mano de Nick. Al igual que Leo y los demás, tenía el tatuaje con forma de telaraña en la mano. ¡Qué interesante…!

El siguiente Cazador Oscuro que apareció era un antiguo sacerdote nubio llamado Menkaura. Era alto, delgado, de piel oscura, y pelo negro que llevaba peinado con multitud de trenzas recogidas en la nuca. Iba vestido con unos vaqueros negros y un chaleco del mismo color que dejaba a la vista el detalle más sorprendente de su persona: un tatuaje del ojo de Horus en su bíceps derecho bajo el cual se distinguía una hilera de diminutos jeroglíficos.

—Necesito saber lo que dice —le soltó al tiempo que señalaba el tatuaje.

El Cazador Oscuro lo miró antes de hablar.

—«La muerte es una puerta. Piénsatelo bien antes de llamar.»

—Muy profundo.

Menkaura inclinó la cabeza hacia ella mientras Jack resoplaba.

—Joder, y yo que siempre creí que sería algo como «Muere, escoria, muere». Menudo chasco.

La expresión contrariada del Cazador puso de manifiesto que no le hacía ni pizca de gracia el comentario. A diferencia de Dragón y de Ravyn, Menkaura era muy reservado y hablaba poquísimo. Tenía algo que le recordaba a una cobra agazapada a la espera de que apareciera su siguiente víctima.

Recorrió con la vista a los hombres que la rodeaban…

—Ahora que lo pienso, parece que estoy en un certamen de modelos. ¿Son imaginaciones mías o hay alguna regla no escrita por la que todos los Cazadores Oscuros tienen que estar así de buenos?

Erika resopló.

—Vamos, Susan, piénsalo. Si fueras una diosa inmortal que está reuniendo a un ejército de guerreros para luchar contra los no-muertos, ¿reclutarías a los tíos más feos que te encontraras o a los más macizos? Tal vez sea un poco superficial… Vale, soy muy superficial, pero en ese punto aplaudo a Artemisa.

—Tienes razón —reconoció al tiempo que miraba a los cuatro Cazadores Oscuros presentes. Luego miró a Leo—. Mmmm, sería un titular estupendo, ¿no crees? «Diosa griega lidera ejército de macizorros.»

Leo la mandó a tomar por culo antes de concentrarse de nuevo en su carpeta.

—¡Uf! —exclamó como si se sintiera herida—. Creo que el Señor de la Sordidez acaba de insultarme.

Menkaura acababa de sentarse cuando la puerta se abrió de golpe.

—¡Joder, Belle! —protestó Leo al tiempo que saltaba de la silla—. No hagas eso.

Se las vio y se las deseó para contener una carcajada.

—Siéntate, Leo —dijo Belle con un marcado acento tejano antes de cerrar de un portazo con el pie. Era alta y rubia, y también iba vestida de negro con una camisa y unos vaqueros. Parecía un ángel… un ángel que mascaba chicle con la misma elegancia que un vaquero mascando tabaco. Se acercó a la mesa, donde dejó dos botellas de tequila—. Bueno, chicos y chicas, que empiece la fiesta.

—Muy bien, Annie Oakley —dijo Ravyn con sorna—. La última vez que diste una fiesta medio Chicago salió ardiendo.

Belle lo miró con fingida indignación.

—No fue culpa mía.

Ravyn se echó hacia atrás en la silla y le lanzó una mirada incrédula.

—Mmmm… Al menos podrías haber reconocido la culpa y no habérsela echado a la vaca de la señora O’Leary.

—Bueno, es que a la pobre Bessie no la iban a colgar por haber provocado el incendio —replicó mientras se colocaba a su lado, cruzaba los brazos por delante del pecho y separaba un poco los pies. La postura le recordó a la de un pistolero a punto de desenfundar—. Eres nueva. ¿Quién coño eres?

Echó un vistazo a su alrededor con nerviosismo, pero nadie parecía preocupado por su hostilidad.

—Susan.

—Vale —replicó Belle, dejando claro que no estaba impresionada.

—Es una escudera —añadió Leo.

—Vale. —Belle la examinó de arriba abajo una vez más—. ¿Sabes disparar?

Frunció el ceño por la extraña pregunta.

—Sí.

—¿Y eres capaz de acertar cuando aprietas el gatillo?

—Casi siempre.

—Genial. —Le tendió la mano—. Bienvenida a nuestro grupillo.

Estrechó la mano de la Cazadora, cuya postura se relajó de forma evidente.

—Gracias.

Menkaura se removió en su silla.

—Belle formaba parte de un espectáculo del Salvaje Oeste.

—Sí —dijo la aludida después de abrir una botella de tequila con los dientes—, y le di una paliza a Annie Oakley en mi última actuación —afirmó al tiempo que se sacaba un vasito de un bolsillo y lo llenaba de tequila—, pero ¿alguien se acuerda de mencionarlo alguna vez? No. A mí me dieron por saco y Annie se llevó la gloria. La vida es muy injusta, sí.

Kyl abrió la otra botella y llenó el vaso de plástico que tenía delante. Alzó el vaso en dirección a Belle antes de mirarla a ella a los ojos.

—Belle disparó al periodista que se olvidó de decir que ella había ganado. —Acto seguido, se bebió el tequila de un trago.

—Sí, pero él me disparó primero. —Belle echó la cabeza hacia atrás e imitó a Kyl antes de servirse otro—. Yo no tengo la culpa de que fallara. Me limité a demostrarle que yo era la mejor tiradora… —Frunció el ceño al dejar la botella en la mesa—. Pero creo que no debí matarlo. Podría haber enmendado el artículo.

Leo la miró con sorna.

—Y tú no te habrías convertido en una proscrita.

—Cierra la boca, Leo —soltó al tiempo que cogía una silla, le daba la vuelta y se sentaba a horcajadas.

En ese momento entró una mujer guapísima.

Tan guapa que le costó la misma vida no mirarla con la boca abierta. Era muy alta… de metro noventa, por lo menos, y de pelo cobrizo recogido en una larga trenza que le llegaba hasta los muslos. Al igual que los demás, iba vestida de negro. Tal vez lo consideraran su uniforme. Sin embargo, la recién llegada llevaba pantalones de cuero, corsé de brocado y botas de tacón de aguja de más de diez centímetros, detalle que en parte explicaba su increíble altura. Sostenía un enorme vaso de Starbucks en la mano. Se detuvo junto a Nick y lo miró de arriba abajo.

—¿Gautier?

El aludido ni se molestó en levantar la vista mientras se servía un trago de tequila.

—Hola, Zoe.

La tal Zoe entrecerró los ojos, extendió la mano y lo obligó a levantar la cabeza para verle bien la marca que se extendía por su cuello y parte de su rostro.

—Joder, chaval, ¿qué ha pasado? ¿La zorra de Artemisa te dio un tortazo?

Nick la cogió por la muñeca y la fulminó con la mirada.

Zoe se zafó de él mientras meneaba la cabeza.

—Kirian pensaba que te habías pasado al lado oscuro… pero no me lo creí.

Nick se bebió el tequila de un trago.

—Bueno, supongo que no es tan imbécil como parece.

El veneno que destilaba su voz pareció sorprender a la Cazadora, pero se limitó a beber un sorbo de café mientras clavaba la mirada en ella.

—¿Quién es la nueva? —preguntó, señalándola con la cabeza.

—¿Y quién es la vieja? —preguntó ella a su vez con la vista clavada en Leo.

—¡Uf! —exclamó Zoe con una carcajada maliciosa—, un poco chula, sí. —A pesar de esas palabras, había respeto en su mirada—. ¿Puedes demostrar lo que vales?

Dragón soltó una carcajada.

—Sí que puede. Yo la entrené.

—Vale, una listilla que sabe defenderse. No puedo pedir nada mejor. Como sé que no es de los nuestros, supongo que es una escudera…

—Sí —confirmó Leo.

Entretanto, ella dejó el sándwich en la bolsa y miró a Ravyn, que la observaba con una expresión seductora.

—¿Me busco una camiseta que ponga «Nueva escudera» o algo?

—No —respondió Kyl—, mejor que ponga: «Escudero, el esclavo moderno».

Los escuderos y también Ravyn se echaron a reír. Pero al resto no pareció hacerle mucha gracia el eslogan.

Tras darle otro sorbo al café, la mirada de Zoe la recorrió de forma muy explícita y sexual.

—¿A quién sirve?

—A nadie —respondió Erika—. Es una doria.

—¿En serio? —El interés con el que la observaba era imposible de pasar por alto.

Ravyn carraspeó de forma intencionada.

—Ya tienes a un escudero, Zoe.

—Sí, pero no lo soporto… es más femenino que yo. Sería agradable tener a una mujer como escudera para variar.

Dragón resopló.

—Esto no va así, Zoe, y lo sabes muy bien. No puedes tener a un escudero que te atraiga sexualmente.

La Cazadora dejó escapar un suspiro exasperado.

—Me revienta esa regla —masculló al tiempo que se sentaba junto a Belle, momento en el que apareció Cael.

El recién llegado los saludó antes de sentarse junto a Leo. A diferencia de los demás, no iba vestido de negro. Llevaba unos vaqueros anchos y un jersey de pico que no parecía acorde con su pelo… todo alborotado. El pobre tenía pinta de haber salido de la cama a toda prisa y de haberse puesto lo primero que había pillado.

Frunció el ceño mientras lo observaba. Parecía muy callado, como si algo lo tuviera muy preocupado. Y eso intrigó a la periodista que llevaba dentro.

Dragón miró su reloj.

—No quiero ser maleducado ni nada parecido, pero mis poderes empiezan a debilitarse. ¿Cuánto falta para que empiece la reunión?

—Estamos esperando a… —Leo dejó la frase en el aire cuando la puerta se abrió y apareció un tío bajo y rechoncho.

Saltaba a la vista que no era un Cazador Oscuro. Su edad rondaría los treinta y cinco e iba ataviado con una camisa de franela y unos vaqueros. Otro escudero, seguro. Los miró a todos con expresión agónica.

—¿Qué haces aquí, Dave? —preguntó Leo—. ¿Dónde está Troy?

La pregunta provocó un tic nervioso en la mandíbula del escudero, que tragó saliva antes de contestar con voz apenada:

—Muerto.

La simple palabra pareció llevarse todo el aire de la habitación. El silencio fue tal durante un minuto que solo alcanzó a escuchar un zumbido en sus oídos. Nadie se movió.

A pesar de no conocer a ese Cazador Oscuro, sintió su pérdida. Y sabía que su muerte afectaba profundamente a los demás, sobre todo al que había sido su escudero.

Fue Ravyn quien rompió el silencio.

—¿Cómo?

Dave intentó mantener el control, pero se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Anoche se topó con un grupo de daimons en La Última Cena y salió bastante mal parado. Me llamó desde el callejón y me dijo que estaba sangrando mucho. Que no podía conducir de vuelta ni podía volver al club sin que los humanos se dieran cuenta. Le dije que me esperase detrás del club y que estaría allí enseguida. Antes de que pudiera meterlo en mi coche apareció la policía y nos arrestó. Estaba demasiado débil para luchar… aunque de todas formas no lo habría hecho. Nunca le habría hecho daño a un humano.

Ravyn parecía tan descompuesto como ella se sentía.

—Estás de coña, ¿verdad?

Dave meneó la cabeza.

—No nos dejaron llamar por teléfono ni nada parecido. Nos llevaron a una celda situada en el ala este… sin persianas ni nada que cubriera las ventanas. Me pasé la mitad de la noche gritando para que nos trasladaran a otra celda, pero se limitaron a reírse y a hacer bromas sobre tostadas extracrujientes y pollo churruscado. No pudimos hacer nada, salvo esperar. —Meneó la cabeza y su rostro adquirió un tinte verdoso, como si estuviera a punto de vomitar en el suelo. Cuando volvió a hablar, lo hizo con un hilo de voz—: Mientras yo intentaba tapar la ventana, Troy fue moviéndose para apartarse de la luz, pero a las nueve se acabó todo. —Dio un respingo por el doloroso recuerdo. Miró a los Cazadores Oscuros sentados a la mesa—. Rezad a vuestros dioses para que os libren de una muerte semejante. Olvidaos de Apolo y de lo que le hizo a los apolitas… esto es muchísimo peor. La muerte no es inmediata. Es lenta y dolorosa. El cuerpo empieza a arder y se va consumiendo poco a poco hasta que no queda nada. Ni siquiera cenizas. —Se tapó los ojos con las manos como si intentara borrar las imágenes que lo atormentaban—. Fue consciente todo el tiempo, hasta el final. No paró de rezar entre alaridos de dolor. —Soltó un sollozo—. Ni siquiera me dieron un hacha para acabar con su sufrimiento.

Sintió que se le subía la bilis a la garganta y se tapó la boca con una mano. Miró a los Cazadores Oscuros y comprendió que todos sentían el dolor de lo que Dave había descrito. Todos. Estaba escrito en sus rostros. Sin embargo, su mirada se posó en Ravyn. Y se lo imaginó en esa situación.

Era más de lo que podía soportar.

—¿Cómo saliste de la cárcel? —preguntó Otto.

Por el rostro del escudero pasaron un sinfín de emociones. Furia. Dolor. Incluso cierto cinismo. Sin embargo, fue el odio el que más se demoró. Un odio cegador.

—Lo vieron todo. Después de que Troy muriera, fueron a la celda y abrieron la puerta… «Bueno, parece que contigo hemos cometido un error. Pero deberías elegir con más cuidado a tus amistades», me dijeron y se apartaron para dejarme salir.

—¡Podemos denunciarlos por asesinato! —exclamó Erika, furiosa.

Leo negó con la cabeza.

—¿Cómo? Seguro que han borrado las cintas de seguridad. Y aunque no lo hubieran hecho, ¿quién se lo tragaría? Los seres humanos no se desintegran en la vida real, eso solo pasa en las películas.

—Y no hay cuerpo —añadió Otto—. Sin cuerpo, no hay delito. Lo único que podemos demostrar es que arrestaron a un hombre a quien soltaron horas más tarde. Una equivocación sin mayores consecuencias. Son intocables.

Dave miró a Leo.

—Y por eso dimito. Lo dejo.

Kyl se levantó y extendió un brazo.

—¡No me toques! —gritó Dave al tiempo que se apartaba.

La expresión de Kyl se crispó.

—Tienes que controlarte, tío.

—¡Y una mierda! —Dave tenía el rostro lívido—. Soy un escudero de sexta generación por parte de padre, Kyl. Y de octava por parte de madre. Crecí en la misma casa que Troy y nunca dudé sobre mi cometido en la vida. —Gesticuló con las manos para enfatizar sus palabras—. Estamos aquí para proteger la identidad de los Cazadores Oscuros. Somos su tabla de salvación cuando están heridos y somos los únicos en quienes pueden confiar. Joder, le he fallado. Y ahora el hombre a quien siempre consideré un hermano se va a pasar la eternidad vagando como una Sombra porque intentó protegernos. ¿Qué sentido tiene? —Se giró hacia Leo—. Me da igual si me matáis. Se acabó. No puedo volver a pasar por esto.

—Tiene razón —intervino Nick con voz ronca. Apretó el vaso de tequila con tanta fuerza que se le quedaron los nudillos blancos—. Es igual que en Nueva Orleans. Los daimons están jugando con nosotros y se lo están pasando en grande. No sabemos lo que han podido tramar… todavía. —Los miró a todos con tanta frialdad que sus ojos podrían haber congelado el infierno, porque a ella la dejaron helada—. Por lo que sabemos, cualquiera de vosotros podría ser un daimon que ya ha matado a un Cazador Oscuro y que está utilizando su cuerpo para espiarnos. —Su mirada se detuvo en Cael—. Tú incluso vives con ellos.

Cael se quedó de piedra.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Cuando una vaca vive con el carnicero, tarde o temprano acaba muerta… a menos que busque a otras vacas que llevar al matadero.

—¡Eso es una gilipollez! —gritó Cael al tiempo que se ponía en pie.

Nick siguió en sus trece. Se limitó a quedarse sentado con la vista clavada en Cael como si intentara averiguar si era de verdad el Cazador Oscuro u otra cosa.

—¿Cómo sabemos que Stryker o uno de sus hombres no te ha poseído?

Otto miró a su antiguo amigo con el ceño fruncido.

—Nick, ¿de qué hablas, tío?

El aludido miró a Otto con expresión letal.

—No te acuerdas de nada de lo que pasó la noche que murió mi madre, ¿verdad?

—Nos atacaron.

—Eso es quedarse corto —replicó con sarcasmo—. No se limitaron a atacarnos, Otto. Nos pasaron por encima como una apisonadora. ¿No te acuerdas de lo que pasó con los teléfonos ni de cómo los daimons jugaron con nosotros? Yo recibí una llamada tuya, solo que no eras tú… ¡Se lo pasaron en grande!

Se le erizó el vello de la nuca al escuchar a Nick y miró a Ravyn.

—Nadie hizo nada con los teléfonos, Nick —protestó Otto.

—Yo tampoco lo recuerdo —añadió Kyl.

—¿Cómo consiguieron vuestros números? —preguntó Ravyn.

Nick resopló.

—¿Tengo pinta de daimon? ¿Y yo qué coño sé? Pero lo hicieron. Noche tras noche nos tuvieron dando vueltas por las calles mientras nos mataban y liquidaban a cualquier pobre desgraciado que se cruzara en su camino. —Miró a Otto—. ¿No te acuerdas de la noche que estuvieron a punto de matar a Ash?

La expresión de Otto dejó bien claro que no tenía ni idea de lo que estaba hablando Nick.

—No.

Nick soltó un gruñido ronco.

—A ver si lo adivino, cuando todo terminó, Aquerón fue a veros uno a uno y os borró la memoria, ¿verdad?

Kyl negó con la cabeza.

—Ash nunca haría algo así.

—Pero mira que eres idiota. ¡Claro que lo haría! No tenéis ni zorra idea de lo que es capaz de hacer. Pero yo sí. —Se pasó las manos por el pelo mientras el odio relampagueaba en sus ojos—. Si intentáis recordar lo que pasó, ¿es todo confuso? ¿Hay cosas que están claras y otras muy vagas?

—Eso pasa con todos los recuerdos —afirmó Otto.

—Sí, pero ¿recuerdas cuando intentábamos ponernos en contacto con Ash y nadie sabía dónde estaba?

—Sí.

Kyl frunció el ceño.

—Ash dijo que su teléfono se había estropeado.

—El teléfono estaba muy bien, en serio. Sabía lo que estaba pasando, pero se quedó al margen y nos dejó solos para que nos las apañáramos con los daimons, sabiendo que no teníamos la menor posibilidad de ganar sin él. Y los daimons salieron de su escondrijo y se hicieron con toda la ciudad. Mientras nosotros intentábamos mantenerlos a raya, su líder, Desiderio, poseyó a Ulrich y mató a la hermana de Amanda y a mi madre. Como había poseído a un Cazador Oscuro, pudo entrar en casa de Kirian sin invitación. Le cortó la cabeza a Kassim y luego mató a Amanda y a Kirian.

Kyl puso los ojos en blanco.

—El idiota eres tú, Nick. No están muertos.

—Pero lo estuvieron. Créeme. Artemisa ya me había dejado en el Hades cuando Kirian apareció. Estaba muerto y loco de preocupación porque Amanda no estaba con él. Como ella es cristiana y él no, ella había ido a su Cielo mientras que él iba de camino a los Campos Elíseos. Nos quedamos a las orillas del río Aquerón, empapados con nuestra propia sangre, a la espera de que Caronte nos llevara al otro lado. Mientras esperábamos Kirian me contó todo lo que había pasado y cómo había muerto.

—Kirian no está muerto —insistió Kyl.

—Ya no lo está —puntualizó al tiempo que el odio se hacía más intenso—. Aquerón lo trajo de vuelta.

—Ash no tiene ese poder —rebatió Kyl.

—Peor para ti si no me crees. —Se inclinó hacia delante y enfatizó cada una de sus palabras con un puñetazo en la mesa—. Tengo noticias para vosotros, chicos. Ash es un dios.

Leo y Otto se echaron a reír.

—Nick, ¿te has metido algo? —preguntó Zoe.

Miró a la Cazadora con la misma intensidad que un demonio a la caza de su víctima.

—No. Podéis negarlo cuanto queráis, pero yo sé la verdad. Tal vez sea el Cazador Oscuro más joven, pero llevo en este mundo bastante tiempo y sé muy bien de lo que hablo. Solo sois peones en un juego del que os mantienen al margen. Los spati a los que os enfrentáis no son tontos. Hasta que Desiderio fue a por Kirian la primera vez, nadie sabía que los daimons pudieran vivir cientos de años, mucho menos miles… o, para ser más exactos, once mil años. Pero Ash lo sabía y no dijo nada, ni siquiera cuando le pregunté por ellos. ¿Por qué?

Dragón miró a Nick con los ojos entrecerrados.

—Seguro que no lo sabía, porque si no, lo habría dicho.

—Ash es el rey del secretismo. Todos lo sabéis. No sé qué parentesco le une a los daimons, pero sé que hay alguna relación.

Belle se echó a reír.

—¿Qué estás diciendo? ¿Estás insinuando que Ash es un daimon?

—No. Es un dios, pero está relacionado con ellos de alguna manera. —Los miró a los ojos—. Estos chicos no se parecen a los daimons con los que estáis acostumbrados a lidiar. Son mucho peores y ahora encima tienen la ayuda de los humanos.

Menkaura frunció el ceño.

—¿Qué quieren de nosotros?

—Quieren bañarse con vuestra sangre, y acabarán haciéndolo, de verdad.

Erika resopló con desdén.

—Vaya con don Optimista…

Nick giró la cabeza muy despacio para mirarla con tal expresión que pareció calcadito a uno de los malos de una película de serie B.

—¿Quién es esta niñata y qué hace en esta reunión? —preguntó mirando a Erika como si fuera un rey dirigiéndose a un súbdito que se había atrevido a poner los ojos en él.

Erika señaló a Ravyn.

—Su escudera sustituta, y no tengo ni idea, pero al menos no estoy acojonando al personal con cuentos de viejas.

La expresión de Nick siguió igual de ofendida, pero en ese momento pareció que el súbdito le hubiera mojado los zapatos… y no precisamente con agua.

—¿Escudera sustituta? ¿Qué cojones es eso?

Erika le lanzó una mirada que reservaba para los que consideraba un pelín lentos.

—Una persona que no quiere ser escudera, pero a quien la han metido en este lío porque el señor Kontis es incapaz de soportar a alguien en su casa durante más de veinticuatro horas. Creo que mi padre ha durado más que nadie porque está medio sordo y no escucha los comentarios sarcásticos de Ravyn. Cosa que yo tolero muy bien porque llevo haciéndolo desde que nací.

A Nick no le impresionó su discursito.

—Pues como escudera deberías saber que tienes que mantener la boca cerrada.

La indignación dejó a Erika boquiabierta.

—¿Qué sabes tú de ser escudero?

—Era el administrador de la web de los Cazadores —respondió Leo entre dientes.

—¿Y eso lo convierte en un experto? —replicó Erika, que miró a Leo de mala leche.

Kyl se encogió de hombros.

—Fue él quien colgó el manual de los Escuderos en internet.

—¡Hala! Sabe programar en hmtl, ¿y qué? Mi abuela también sabría hacerlo si siguiera viva.

—Erika… —la amonestó Leo.

—Cierra el pico, Leo —cortó ella.

—No le hables así a un Theti —masculló Nick.

—¿Por qué no?

El semblante de Nick habría espantado a cualquiera con media neurona. Sin embargo, Erika parecía tener afectada la parte del cerebro donde se localizaba el instinto de supervivencia.

—Tienes que aprender a respetar a tus mayores —gruñó Nick.

—¿Ah, sí? —soltó ella—. ¿Igual que hacías tú?

—Siempre seguí las órdenes cuando era escudero.

Erika ladeó la cabeza y cruzó los brazos por delante del pecho mientras lo fulminaba con la mirada.

—Claro, lo que tú digas. Si seguías tan bien las órdenes, ¿cómo es que has acabado siendo Cazador Oscuro? Vamos, dímelo. Porque que yo sepa, eso no debe pasar, ¿o sí?

—¡Erika!

—¿¡Qué!? —le gritó a Leo.

—Tenemos cosas más importantes que tratar y se nos está acabando el tiempo —le advirtió con seriedad.

—Vale —claudicó Erika, alzando las manos—. Discutid todo lo que queráis. Yo voy a por un sándwich. Como si nos fuera a servir de algo tanta palabrería —murmuró entre dientes de camino a la puerta—. Este tío no sabe una mierda. Ni siquiera movió un dedo por Nueva Orleans y eso que vivía allí.

Las palabras reverberaron en la habitación y todos se quedaron callados de golpe.

Erika intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada a cal y canto.

Nick se puso en pie de un salto con el rostro desencajado por la furia.

—¿Qué has dicho?

Erika pasó de él mientras intentaba abrir la puerta.

—¿Por qué no se abre?

—¿¡Qué coño has dicho!?

—Déjala tranquila, Nick —intervino Otto, que también se levantó.

Nick levantó la mano y estampó a Otto contra la pared que tenían más lejos.

—¿¡Qué ha pasado en Nueva Orleans!? —le preguntó Nick a Erika.

Erika por fin activó su instinto de supervivencia. Se dio la vuelta con los ojos desorbitados cuando Nick echó a andar hacia ella. Acto seguido, tragó saliva y se pegó contra la puerta mientras soltaba un chillido.

Nick estaba a dos pasos de ella cuando salió volando por la habitación y acabó tirado cerca de Otto.

—Yo también puedo jugar, chaval —dijo Ravyn con un gruñido feroz al tiempo que se levantaba—. Y tengo mucha más práctica con mis poderes que tú. Ni se te ocurra volver a amenazarla.

La puerta se abrió una rendija.

—Erika —dijo Ravyn con voz extrañamente tranquila—, ve a por tu sándwich.

La chica salió a toda prisa de la habitación mientras Nick se ponía en pie.

El antiguo escudero fulminó a Kyl y a Otto con la mirada.

—Quiero que me digáis lo que ha pasado en Nueva Orleans.

Fue Otto quien contestó al tiempo que se arreglaba la ropa:

—Nueva Orleans fue arrasada por un huracán de categoría tres hace nueve meses.

Susan se quedó sin aliento al ver el horror que asomaba al rostro de Nick.

—¿Qué pasó? —preguntó él con un hilo de voz.

Otto suspiró antes de continuar:

—Los diques se rompieron y el agua inundó la ciudad. Anegó por completo el Distrito Noveno.

Nick se apoyó en la pared, visiblemente horrorizado.

—Tu casa sigue en pie —le aseguró Kyl con suavidad—. Sufrió daños por el viento, pero ya la han arreglado. Kirian se encargó de todo.

—¡A la mierda con mi casa! ¿Qué pasó con la gente?

Otto y Kyl se miraron con tristeza.

—Fue espantoso. Pero nosotros…

—¿Por qué estáis aquí? —quiso saber Nick—. ¿Por qué no estáis ayudando a la gente?

La ira relampagueó en los ojos de Otto.

—Nos evacuaron antes de que llegara el huracán.

—¿Os fuisteis de la ciudad sin más?

—Hicimos lo que nos ordenaron, Nick. Somos escuderos, ¿o ya no te acuerdas?

Nick puso cara de asco.

—¡Cabrones! —Fulminó a Kyl con una mirada llena de odio—. De Otto no me extraña nada, pero tú y yo nacimos allí. ¿Cómo has podido darles la espalda a tu ciudad y a nuestra gente?

—No tienes ni idea de lo que estás hablando, Nick —replicó el aludido entre dientes—. ¡Vete a la mierda! ¿Cómo te atreves a hablarme así? Yo perdí a mi familia, tío. ¿Quién estaba sentado en una playita con Savitar, aprendiendo a surfear? Nosotros no, porque estábamos en el meollo. Yo sí me quedé durante el huracán con Kirian, Valerio, Talon y los demás. Participé en los equipos de búsqueda y rescate hasta que me caía de cansancio y al día siguiente volvía a empezar. Todos los días. Me trasladaron aquí hace tres meses. Así que no te atrevas a juzgarme.

Leo silbó.

—¡Ya vale! Todos los escuderos, fuera de aquí. Ahora mismo.

Susan tuvo la sensación de que la hubieran alcanzado con metralla. Se le pasó por la cabeza decir que ella no había hecho nada, pero Leo no parecía dispuesto a discutir con nadie.

Ravyn le dio un apretón en la mano para tranquilizarla y le indicó con un gesto que se levantara, Nick dio dos pasos hacia la puerta antes de recordar que ya no era un escudero. Era un Cazador Oscuro.

La intensa agonía de su mirada la dejó sin aliento cuando lo vio regresar a su silla. Con el corazón en un puño por Nick y por Dave, siguió a los demás fuera de la habitación.

Se detuvo para mirar a Ravyn, que esbozó una leve sonrisa. Una sonrisa que la reconfortó y le dio fuerzas para cerrar la puerta y volver al sótano donde retomó la búsqueda.

—Muy bien —dijo Leo en cuanto se quedó a solas con los Cazadores Oscuros—. Tenemos un problema muy gordo entre manos. No solo tenemos que evitar a los daimons, sino también a la policía. ¿Alguna sugerencia?

—Ve despidiéndote de tu culo —sugirió Nick.

Los presentes pasaron por alto la práctica propuesta.

—¿No tenemos a policías en nómina? —preguntó Zoe.

Leo negó con la cabeza.

—En Seattle no. Tenemos alguno en Asuntos Internos y también en la oficina del fiscal, pero no en el cuerpo.

Belle resopló con desdén.

—¿Por qué no?

—El último se ha jubilado —respondió Leo, irritado—. El otro murió hace un año de un ataque al corazón. No hemos tenido la oportunidad de reemplazar a ninguno de los dos.

—Pues menuda putada. —Belle cogió la botella de tequila y le dio un buen trago sin molestarse en llenar el vaso—. Sin ánimo de ofender, no quiero acabar churruscada.

Zoe la miró con seriedad.

—Nadie quiere acabar así.

—¿Alguien ha podido hablar con Ash? —preguntó Dragón.

Todos negaron con la cabeza.

Salvo Nick.

—No tendréis noticias suyas hasta que sea demasiado tarde. Cada vez que desaparece, los daimons montan una fiesta. Ya os lo he dicho, están relacionados de alguna manera.

Leo carraspeó.

—Eso no nos ayuda en nada, Nick.

—Y tampoco nos ayuda estar juntos —añadió Ravyn—. Llevamos demasiado tiempo aquí. Necesitamos un descanso.

—Sí —convino Menkaura.

Belle dejó la botella medio vacía en la mesa.

—¡Ojalá supiéramos lo que están tramando!

—No hace falta ser un genio para eso —soltó Nick con sorna mientras los miraba como si fueran retrasados.

Esa actitud estaba comenzando a hartarlo. Y Savitar quería que lo entrenara… Joder, sería un milagro si no lo mataba.

—¿Por qué no iluminas a este pobre rebaño? —sugirió Zoe.

—Casi todos sois guerreros antiguos. ¿No os dais cuenta? Pensadlo. ¿Cómo han caído las grandes civilizaciones de la Historia?

—Por la guerra —contestó Cael.

—No —susurró Zoe. Los miró a todos—. Por el mismo motivo que nos hizo llamar a Artemisa.

Ravyn asintió con la cabeza al entender lo que estaban diciendo.

—Traición. Sabotaje. A ninguno de nosotros nos mataron de frente. Nos mató uno de los nuestros. Un traidor al que no vimos acercarse por la espalda.

—Eso es. —La mirada de Nick se clavó en Cael—. Y siempre es quien menos te esperas. No nos destruirán los daimons. Nos destruirá uno de los nuestros.

Ravyn se tensó al escuchar unas palabras que reconocía como ciertas. Ese era el motivo por el que no dejaba que nadie se le acercara, tal como Erika había señalado. Se le habían quitado las ganas de confiar en la gente. ¡Por los dioses, si lo había matado su propio hermano! Un hermano a quien le había salvado la vida un año antes de que lo atravesara con su cuchillo.

Zoe se levantó.

—Y con ese pensamiento tan reconfortante, me voy a patrullar.

Menkaura la siguió.

—¡Tened cuidado! —les gritó Leo.

Zoe se detuvo al llegar a la puerta.

—No te preocupes. Soy una experta.

—Y cuidado con los móviles —insistió Nick—. No sé cómo lo hacen los daimons, pero manipulan hasta el identificador de llamadas.

Zoe resopló.

—Muchas gracias.

Dragón y Belle fueron los siguientes en marcharse, dejando a Cael, Ravyn, Nick y Leo en la habitación.

Cael miró a Ravyn a los ojos.

—Catorce de agosto de 2007.

—¿De qué estás hablando?

—Del día que necesito que me ayudes a hacer lo correcto —contestó con un hilo de voz.

Ese debía de ser el día del cumpleaños de Amaranda, comprendió con el corazón en un puño. Eso, por encima de cualquier otra cosa, le indicó que Nick se equivocaba con respecto a Cael. Era la única persona en quien confiaba.

—Allí estaré.

Cael asintió con la cabeza y echó a andar hacia la puerta mientras le lanzaba una mirada hostil a Nick.

En cuanto la puerta se cerró, soltó el aire y miró al antiguo escudero.

—Desde luego tienes un don para hacer amigos y congraciarte con la gente. No me extraña que Savitar te soltara como una patata caliente.

—No empieces, katagario. Tú mejor que nadie sabes que digo la verdad.

Ojalá pudiera negar esas palabras, pero lo cierto era que lo presentía. Sus sentidos animales estaban en alerta y no se equivocaban nunca. Había algo que olía muy mal en ese asunto.

—Para que lo sepas, soy arcadio, no katagario. Joder, has pasado demasiado tiempo con Talon.

Nick torció el gesto.

—Para que lo sepas, me importa una mierda.

Apartó la vista del furioso Nick y miró a Leo.

—Vale, ¿qué hacemos ahora?

—Tienes que seguir escondido —contestó el escudero al tiempo que le daba la carpeta que había estado ojeando.

—¿Qué es esto?

—Información que he estado recopilando. Hace cosa de un año me llamó una mujer histérica diciendo que había visto cómo su vecina volvía a casa con la ropa ensangrentada. Una vecina con colmillos. Investigué un poco y descubrí que la mujer se metía pastillas de todos los colores, así que lo taché de mi lista.

—Vale, ¿y qué hago yo con esto?

—Abre la carpeta.

Cuando lo hizo, sus ojos se clavaron en el tercer párrafo, donde Leo había subrayado una frase. «Esposa del jefe de policía.»

—Esa era su vecina.

Entrecerró los ojos mientras asimilaba esas palabras.

—Dáselo a Susan. Si alguien puede descubrir la verdad, es ella, aunque tenga a los polis pisándole los talones. —Leo le dio una palmadita en el brazo y se marchó.

A solas con Nick, cerró la carpeta.

—Para que lo sepas, Cael nunca nos traicionaría.

—Claro, y hace dos años yo creí que Ash era mi amigo. ¿Sabes lo que me reportó su amistad? Una bala en la cabeza.

—No sé cómo moriste, pero sé que Ash no te mató.

Nick soltó una carcajada amarga.

—Ojalá pudiera tener fe ciega como tú. Por desgracia, a mí me la quitaron la noche que morí.

Se compadeció de él. Su actitud era muy normal en los nuevos Cazadores Oscuros. El sentimiento de traición y de haber sido víctima de una injusticia. La necesidad de desahogarse con cualquiera que estuviera a tiro. Joder, él incluso había atacado a Ash cuando el atlante apareció para entrenarlo. Pero no había necesitado entrenamiento, claro. A diferencia de los guerreros humanos, estaba acostumbrado a utilizar sus poderes y a luchar con seres sobrenaturales.

—¿Cuándo quieres comenzar con tu entrenamiento?

—No necesito entrenamiento —le aseguró Nick—. Era un escudero Theti y sé cómo clavarle una estaca a un daimon.

Como antiguo escudero también conocía las normas básicas de supervivencia de un Cazador Oscuro.

—Vale. Supongo que por primera vez en la historia, Savitar se ha equivocado.

—No se ha equivocado. Solo buscaba una excusa para sacarme de su isla. Y ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer.

No quería ni imaginarse qué cosas serían. Guardó silencio mientras Nick salía de la estancia. Ese hombre tenía un montón de problemas. Pero hasta que estuviera dispuesto a olvidarse de su amargura, ni él ni nadie podrían hacer nada para ayudarlo.

Echó a andar hacia la puerta y de repente se quedó helado. Había algo raro en el aire… una especie de murmullo.

Cerró los ojos y utilizó sus poderes de percepción para tratar de identificarlo, pero le fue imposible por más que lo intentó. Tenía un mal presentimiento. Algo malo estaba a punto de pasar, pero no sabía qué era.