Susan se despertó sobresaltada. Al principio no supo qué la había molestado, pero al recordar dónde estaba, se dio cuenta de que Ravyn se estaba moviendo mucho mientras dormía. Intentó volver a conciliar el sueño, pero algo en su forma de moverse le indicó que estaba sufriendo una pesadilla de la que no podía despertarse.
—¿Ravyn? —dijo mientras lo zarandeaba con suavidad.
En un abrir y cerrar de ojos la agarró con fuerza por la muñeca y tiró de ella hasta dejarla de espaldas en el colchón con él encima. Respiraba de forma entrecortada y en un momento dado soltó un gruñido tan feroz que temió que le hiciera polvo el cuello de un mordisco.
—¡Ravyn! —gritó, temerosa de que le hiciera daño antes de despertarse del todo.
El grito hizo que se tensara un instante tras el cual comenzó a tocarla con más suavidad. Inclinó la cabeza e inspiró hondo como si estuviera aspirando el olor de su pelo.
—¿Susan?
—Sí.
Se apartó un poco para pasarle las manos por encima, como si quisiera asegurarse de que no le había roto nada.
—No te he hecho daño, ¿verdad?
—No —susurró al tiempo que intentaba pasar por alto lo mucho que le gustaba el roce de esas manos que se movían sobre su cuerpo—. ¿Estás bien?
—Sí —contestó él antes de levantarse del colchón y acercarse a la puerta.
No pudo verlo hasta que abrió y la luz del pasillo iluminó su musculoso cuerpo. Se había quitado la camisa y solo llevaba los vaqueros negros. Lo vio caminar hacia el cuarto de baño.
Esperó su regreso sin apenas moverse. Cuando volvió, tenía el pelo húmedo como si se hubiera lavado la cara y después se hubiera pasado las manos mojadas por él. Antes de cerrar la puerta lo vio pasarse el dorso de una mano por la cara.
Regresó a la cama y se acostó de espaldas a ella como si no hubiera pasado nada. Sin embargo, su malestar era evidente. Lo rodeaba un aura de profunda tristeza y algo más que se le escapaba. Sus acciones le recordaban a las de un niño encallecido por la vida que contemplaba el mundo a través del enfado. Un niño que solo ansiaba ternura y que cada vez que alguien se la ofrecía, la rechazaba por temor a que volvieran a hacerle daño.
Sumidos en la oscuridad, el sufrimiento de Ravyn llegaba hasta ella y ansiaba consolarlo.
—¿Quieres hablar del tema?
Las imágenes de la pesadilla seguían frescas en su mente. Odiaba dormir. Era el único momento de su vida en el que se encontraba totalmente indefenso. Porque despierto podía controlar sus pensamientos y sus emociones. Sin embargo, en cuanto se quedaba dormido, las cosas que quería olvidar regresaban a su mente con una claridad espantosa. Si pudiera, se libraría de todos los recuerdos.
No obstante, tanto los recuerdos como los sentimientos eran suyos y no le gustaba compartirlos con nadie más.
—La verdad es que no.
Percibió la decepción de Susan. Sin embargo, la ternura que le ofrecía lo confundía porque le resultaba totalmente desconocida. No comprendía por qué era tan importante para ella intentar consolarlo.
Notó que se daba la vuelta en el colchón y se ponía de costado para mirarlo. Él le estaba dando la espalda. Cuando habló, lo hizo en voz baja y reconfortante.
—Cuando era pequeña, solía tener unas pesadillas terribles sobre… —titubeó como si estuviera decidiendo si debía o no continuar. Al final acabó confesando su pesadilla con una suave carcajada—. La cosa es que veía a las muñecas de mi madre cobrar vida en mis sueños. Era un poco tonto, pero me moría de miedo.
—No estoy soñando con muñecas, Susan —le aseguró con un suspiro cansado, aunque apreciaba lo que estaba intentando hacer.
—Lo sé. Pero cada vez que me despertaba después de una de mis pesadillas, mi madre me obligaba a contárselo todo, por tonto que me pareciera. Decía que al hablar sobre ello, me lo sacaba de la cabeza y así quedaba sitio para los sueños bonitos.
—No quiero hablar del tema.
En ese momento sintió que le acariciaba el pelo con una mano.
—Vale.
Cerró los ojos mientras lo inundaba una extraña emoción. No recordaba cuándo fue la última vez que alguien le ofreció consuelo. La última vez que una mujer lo tocó de esa forma. La mano que lo consolaba descendió por su hombro y de allí pasó a su brazo, donde comenzó a frotarle el bíceps. Sus caricias… No, su ternura lo ponía a cien.
Susan no dijo ni una sola palabra mientras le acariciaba la espalda. Se limitó a consolarlo mediante el roce de su mano. Se limitó a recordarle que no estaba solo en la oscuridad. A recordarle que no pasaba nada por ser humano. No lo estaba juzgando. No lo creía débil ni inútil.
Antes de darse cuenta de lo que hacía, comenzó a hablarle de la pesadilla.
—Es siempre el mismo recuerdo —susurró—. Estoy con Isabeau en el lago donde la vi por primera vez. Era la hija de un mercader del pueblo cercano a nuestra aldea. Sus amigas y ella habían salido a almorzar al campo y mis hermanos y yo las vimos al pasar junto al lago. En cuanto nos saludaron, Dorian se acercó a ellas.
Recordaba hasta el más insignificante detalle de aquel momento. Hacía un precioso día de primavera. Los tres habían ido al pueblo en busca de aprovisionamientos y regresaban a casa. Dorian y él iban a caballo, y Fénix conducía la carreta.
Las mujeres reían a carcajadas. Estaba claro que habían bebido más vino de la cuenta. Antes de que ellos llegaran se habían dado un baño en el lago y después se habían tendido en la orilla, bajo el sol. Al verlos pasar les silbaron, un poco mareadas y medio desnudas porque tenían las camisolas empapadas y los tirantes medio caídos sobre los brazos de modo que dejaban casi a la vista sus más preciados encantos.
Sin embargo, pasó esos detalles por alto mientras le contaba la historia a Susan.
—Como Fénix estaba emparejado, siguió adelante mientras Dorian y yo nos acercábamos a ellas. Nos ofrecieron comida y vino. —Y otras cosas que era mejor dejar al margen—. No sé por qué, pero me sentí atraído por Isabeau desde el primer momento. Había algo en ella que le otorgaba un aire más vital que a las demás.
Las palabras de Ravyn lograron que la asaltaran unos celos inexplicables. No le gustaba imaginárselo tonteando con otra mujer. Sin embargo, guardó silencio mientras seguía hablando.
—Cuando la tarde estaba a punto de llegar a su fin, recogieron las cosas para marcharse a casa. Así que Isabeau y yo hicimos planes para volver a vernos en un par de días. A solas.
—Ibas a por ella.
—Pues sí. Isabeau no era virgen —reconoció con una risotada amarga—. Era una mujer con un apetito saludable y a mí no me importaba convertirme en su plato principal.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no darle un tirón del pelo al escucharlo decir eso. Cabrón, pensó.
No obstante, pagó muy caro el revolcón con esa furcia. Lo que él había sufrido no se lo desearía ni a su peor enemigo.
Antes de continuar, lo escuchó respirar hondo.
—Una cosa llevó a la otra y antes de darme cuenta, nos estábamos viendo de forma regular.
Sus palabras le hicieron fruncir el ceño.
—¿No te asustaba la posibilidad de dejarla embarazada?
—No. No podemos tener hijos salvo con nuestra pareja. Así que como no estábamos emparejados, era imposible que eso sucediera.
En ese caso comprendía su despreocupación, pero el embarazo no era el único tema por el que preocuparse en esas circunstancias.
—Sin ánimo de ofender, pero ¿y las enfermedades de transmisión sexual? Teniendo en cuenta lo rápido que se lanzó a tus brazos, ¿no te preocupaba la posibilidad de que te dejara un regalito de por vida?
—No —respondió él con un resoplido—. Esas enfermedades no nos afectan y la magia nos hace inmunes a todas las demás. Las únicas enfermedades que compartimos con los humanos son el cáncer y el resfriado común.
Qué suerte para vosotros, pensó y tuvo que morderse la lengua para no decirlo en voz alta. No quería que se alejara de ella después de haber conseguido que empezara a abrirse.
—¿Cuánto tiempo os estuvisteis viendo de esa forma?
—Unos cuatro meses. No tardé mucho en enamorarme. Ella insistía en que nos casáramos y yo no dejaba de darle largas.
—¿Porque no era tu pareja?
—Exacto. No tenía sentido introducirla en mi mundo cuando en realidad no podía formar parte del mismo. Además, no quería lazos con una mujer que no fuera mi pareja. Solía tener la absurda idea de que algún día la encontraría y después tendríamos hijos y viviríamos felices para siempre.
El dolor implícito en esas palabras hizo que le diera un vuelco el corazón.
—No es absurdo, Ravyn. Hay mucha gente que también lo piensa, ¿sabes?
—Ya… —respondió. Su tono de voz dejó bien claro que consideraba idiotas a esas personas—. De todas formas, cuando por fin apareció la marca en nuestras manos, no me lo podía creer. Era demasiado bueno para ser cierto. Isabeau llevaba meses diciéndome que me quería. Yo no estaba seguro de amarla de verdad, pero me gustaba estar con ella y le propuse matrimonio en cuanto vi la marca. Evidentemente, ella se asustó mucho. Creía que era la marca del diablo y se fue corriendo antes de que pudiera explicárselo para que dejara de preocuparse.
—¿Fuiste tras ella?
—No —contestó, sorprendiéndola—. Mis instintos me dijeron que la dejara sola… Estaba histérica cuando se marchó. Así que regresé a casa. Esa noche mi madre vio la marca de mi mano y me preguntó. Le conté la verdad e intenté explicarle lo alterada que había visto a Isabeau. Ella me aseguró que su nerviosismo se debía a la sorpresa y que estaba obligado, tanto por ella como por mí mismo, a explicarle mi verdadera naturaleza y la de mi gente. Mi madre estaba segura de que la mujer que me amara aceptaría la verdad y no dudaría en formar parte de nuestro mundo.
En ese momento se dio la vuelta y se quedó tumbado de espaldas en el colchón con la vista clavada en el techo. En su corazón sentía la culpa y la furia que guardaba en su interior.
—No sabes cómo me gustaría retroceder en el tiempo y cambiar todo lo que sucedió aquella noche. Seguramente por eso Artemisa me arrebató la habilidad de viajar en el tiempo. Te juro que no paro de darle vueltas a lo mismo y estoy seguro de que si pudiera, volvería y cometería alguna estupidez.
Le frotó el brazo para consolarlo.
—¿Estabas soñando con eso?
Él giró la cabeza para mirarla a los ojos.
—En parte. Siempre veo a mi madre mientras me animaba a que fuera a por Isabeau y la llevara a la aldea, y después el sueño cambia a la noche que me convertí en Cazador Oscuro. No paro de ver la expresión aterrada de Isabeau y de escuchar sus chillidos mientras me veía matar a su padre encogida de miedo en un rincón.
Titubeó antes de hacerle la siguiente pregunta, pero quería conocer la respuesta.
—¿La mataste también a ella?
—Sí.
Se apartó de él al instante con el corazón desbocado. Había visto a Ravyn en acción, pero ni siquiera en esos momentos había pensado que pudiera llegar a ser tan implacable.
Lo notó estremecerse, como si todavía pudiera ver el pasado.
—Mientras su padre moría, ella hizo acopio de valor. Cogió una espada corta de la pared y se abalanzó sobre mí. Como no iba armado, intenté eludirla, pero me alcanzó en el brazo. El instinto me hizo apartarla de un golpe antes de agarrarme el brazo. La vi trastabillar hacia atrás hasta llegar a la chimenea, donde soltó la espada al mismo tiempo que la cola de su vestido comenzaba a arder. Fui a por ella para ayudarla, pero en lugar de permitírmelo, me mordió y salió corriendo mientras las llamas se extendían por la espalda del vestido. Corrí tras ella, pero me detuvieron los hombres que intentaban atacarme. Cuando los maté a todos, ya era demasiado tarde para Isabeau. La encontré en el suelo, no lejos de su casa. Cuando le di la vuelta, comprendí que seguía viva. Me miró con un odio atroz y me escupió en la cara antes de morir en mis brazos. No puedo borrar de mi memoria la imagen de su rostro quemado. El odio con el que me miró mientras me escupía. No dejo de pensar que debería haber previsto cómo iba a acabar ese asunto. Que debería haber hecho algo para salvarlos a todos.
—Tú no tienes la culpa de que Isabeau fuera idiota.
—No —reconoció mientras sus ojos oscuros la atravesaban—. Solo era una mujer de su época, convencida de que yo era el diablo que había ido a robar su alma. No debí tocarla nunca.
—Pero si no lo hubieras hecho, no habrías encontrado a tu pareja.
—¿Y de qué me sirvió encontrarla?
Eso no podía discutírselo. Suspiró hondo y le dio un apretón en una mano.
—Lo siento, Ravyn. Todo el mundo merece tener a alguien que lo quiera.
Su expresión puso de manifiesto que no estaba de acuerdo con ella. En lugar de odiar a Isabeau por su ignorancia y su insensatez, era obvio que se odiaba a sí mismo por haber sido el causante de todo. Ojalá pudiera ayudarlo a liberarse de la culpa. Sin embargo, no podía hacer nada. Algún día tendría que descubrir el modo de perdonarse a sí mismo.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Has estado enamorada de alguien alguna vez?
Se mordió el labio, atormentada por los remordimientos y la tristeza.
—No. La verdad es que no. —Y no porque no lo hubiera intentado. Al parecer, era incapaz de encontrar a alguien que estuviera en la misma onda que ella. Alguien que la hiciera reír. Alguien a cuyo lado quisiera envejecer—. Al menos no como en los libros o en las películas. Siempre me he preguntado qué sentiría si de repente me enamorara de un desconocido muy sexy. Si llegara esa persona sin la cual no podría vivir y me hiciera suya. —Soltó un sentido suspiro mientras se imaginaba cómo sucedería. ¡Ay, lo que daría por experimentar ese sentimiento aunque solo fuera una vez en la vida!
—Sí. Es una gilipollez.
—No —lo contradijo con seriedad—. Existe. Lo vi con Jimmy y Angie. Estaban tan enamorados que a veces tenía que largarme un rato y perderlos de vista para apaciguar los celos que sentía. No es que estuviera resentida con ellos por verlos tan felices, es que me resultaba muy duro ver esa felicidad cuando yo no tenía ninguna. —Sonrió con tristeza—. Recuerdo que mi madre me llevó a ver Cowboy de ciudad cuando era pequeña. ¿Te acuerdas de la escena del final, cuando John Travolta le da un puñetazo al malo por hacerle daño a Debra Winger y luego se la lleva en brazos? Siempre me he preguntado qué se sentiría.
Los encallecidos dedos de Ravyn siguieron jugueteando con los suyos.
—Bueno, teniendo en cuenta que no se la lleva en brazos al final de la película, sería difícil que se sintiera algo.
Sus palabras la sobresaltaron.
—¿Cómo dices?
—Que es Richard Gere quien se la lleva en brazos al final de Oficial y Caballero, no de Cowboy de ciudad. En esta última Bud y Sissy salen del brazo.
—¡Vaya! —exclamó con el ceño fruncido. Ravyn tenía razón y le sorprendía que supiera algo así. Se giró para mirarlo con expresión enfurruñada—. Es alucinante que sepas algo así.
Ravyn sonrió con malicia mientras se llevaba su mano al pecho sin dejar de acariciarle la palma con el pulgar, provocándole una miríada de placenteros escalofríos.
—No tanto. Recuerda que vivo con una chica que acaba de dejar atrás la adolescencia. Erika no para de ver todas esas películas y luego llora como una Magdalena durante horas porque esos hombres no existen y porque los que sí existimos somos todos unos cerdos insensibles a los que deberían castrarnos.
Eso le arrancó una carcajada. No era difícil imaginarse a Erika echándole un sermón a Ravyn, que seguramente no sabría de dónde le llovían las tortas.
—No sé… A veces esa chica es muy lista.
—Gracias.
Le dio un golpe juguetón con la cadera.
—Era una broma.
—Sí, claro. Admítelo. Estás de acuerdo con ella.
—Depende del día —bromeó—. Al fin y al cabo, los tíos sois un poco egoístas en ocasiones.
—Sí, como si fuéramos los únicos…
Guardó silencio al percatarse de lo a gusto que estaba con él. Hacía mucho tiempo que no bromeaba con alguien de ese modo. Y era genial. Se humedeció los labios mientras clavaba la vista en sus manos unidas y se preguntaba si Ravyn sería consciente de lo que estaba haciendo.
Ravyn contuvo el aliento al ver la tierna expresión de Susan. Sabía que ella no lo veía bien en la oscuridad, pero él veía su cara perfectamente. Era preciosa. Tenía unas profundas ojeras que no disminuían en absoluto la belleza de esos rasgos angelicales. No había visto una mujer más sexy en la vida, a pesar de lo enredado que tenía el pelo.
En ese momento comprendió que debía levantarse e irse a dormir a otro sitio, pero no quería alejarse de ella. Había estado en lo cierto, ya que hablar sobre su pesadilla lo había ayudado a sentirse mejor. Mucho mejor. Las agobiantes imágenes habían desaparecido, reemplazadas por esa sonrisa insegura y el tono jocoso de su voz.
En el fondo de su mente se descubrió preguntándose cómo habría sido su vida si Isabeau se hubiera parecido a Susan.
Sin pensar en lo que hacía, le colocó una mano en la mejilla y la observó cerrar los ojos para disfrutar más de la caricia. La suavidad de su piel lo hechizaba. Antes de darse cuenta de lo que hacía, inclinó la cabeza y la besó en los labios. Su sabor lo recorrió por entero, invadiendo hasta el último rincón de su cuerpo. Esa piel tan suave y delicada lograba alejar los demonios del pasado que acechaban en la oscuridad y el dolor que tanto tiempo llevaba albergando en su interior.
Susan suspiró mientras disfrutaba del beso. La barba le irritaba la piel y también los labios, pero no estaba dispuesta a separarse de su boca. Había algo en él que ansiaba poseer. Algo tan adictivo que jamás lo habría creído posible.
El corazón comenzó a latirle con fuerza cuando sus labios la abandonaron y descendieron hasta el cuello. Sintió un millar de escalofríos. Notó el contacto de sus colmillos en la piel, muy sensibilizada por el roce de la barba. En ese momento lo abrazó, encantada de sentir el movimiento de sus músculos bajo las manos. Era estupendo no estar sola en la oscuridad. Era estupendo abrazar a alguien, pero sobre todo era estupendo abrazar a ese hombre que la había protegido y consolado.
El deseo se apoderó de ella en ese instante. Sin embargo, Ravyn se movió y su pelo le cayó en la cara. En cuanto la rozó, se le congestionó la nariz y comenzaron a llorarle los ojos hasta que acabó estornudando.
Lo escuchó soltar un suspiro irritado mientras se apartaba de ella.
—Lo de la alergia iba en serio, ¿verdad?
Sorbió por la nariz de forma poco delicada.
—Es tu pelo.
—Muy bien. Me raparé la cabeza.
—Ni se te ocurra… —Se interrumpió al escuchar la vehemencia con la que había hablado—. Quiero decir que…
Esos ojos oscuros la miraban con un brillo burlón.
—Sé lo que quieres decir.
Ladeó la cabeza al ver que se apartaba el pelo de la cara y se lo recogía en una coleta sin necesidad de utilizar las manos.
—¿Cómo lo has hecho? —quiso saber, alucinada.
—Magia —respondió al tiempo que le guiñaba el ojo de forma picarona.
Antes de que pudiera decir nada más, volvió a besarla hasta robarle el sentido. Las llamas comenzaron a devorarla cuando le alzó la camisa para dejarle el abdomen al aire, tras lo cual inclinó la cabeza y comenzó a acariciarla con los colmillos. El ardiente roce de sus labios sobre su piel, bastante más fría, le provocó un estremecimiento y le arrancó un gemido. En la vida había experimentado nada tan placentero.
Ravyn gruñó mientras disfrutaba con el sabor de esa piel tan delicada. Deseaba impregnarse de su olor hasta que todo su cuerpo quedara bañado por él. De repente, Susan le colocó la mano en la entrepierna y la caricia le hizo sentirse en el cielo.
Ascendió por su cuerpo para volver a conquistar sus labios mientras ella le desabrochaba los pantalones muy despacio. Incapaz de soportarlo, cerró los ojos y utilizó la magia para desnudarse y desnudarla a ella.
El gesto le arrancó a Susan una suave carcajada.
—En fin, este truquito en concreto podría hacer que te arrestaran en algunos estados.
—Si te apetece esposarme… no opondría la menor resistencia.
El comentario la hizo reír de nuevo mientras lo rodeaba con las piernas y lo hacía girar sobre el colchón para colocarse sobre él. Con los ojos oscurecidos y entrecerrados por el deseo, se colocó a horcajadas sobre su estómago y fue bajando el cuerpo poco a poco hasta sentarse encima de él. Su vello púbico le hizo cosquillas y la humedad de su entrepierna lo torturó con la promesa que llevaba implícita. Se le desbocó el corazón mientras alzaba las manos para cubrirle los pechos al tiempo que ella se inclinaba hacia delante para recorrerle el mentón con la lengua.
Susan estaba encantada con la aspereza de la piel de Ravyn. Parte de sí misma estaba horrorizada por lo que estaba haciendo con un tío al que apenas conocía, aunque tenía la impresión de conocerlo desde hacía una eternidad. Había algo en él que la atraía sin remisión. Había algo en su interior que la instaba a estar con él y solo con él… al menos en ese momento concreto. No, eso era mentira. Sentía un vínculo con él. Aquello no era solo un revolcón para aliviar el calentón del momento. Era mucho más.
No sabía por qué le parecía tan importante hacerlo con él, pero había algo que la impulsaba a dar ese paso.
Ravyn le pasó las manos por la espalda antes de alzarla un poco para acariciarla entre los muslos. El roce de sus dedos le arrancó un gemido. Hacía tanto tiempo desde la última vez que un hombre la tocó así que casi se le había olvidado lo placentero que era.
Desesperada por seguir saboreándolo, desplazó los labios desde el mentón hasta su pecho para poder lamerle un pezón. Lo sintió estremecerse y se echó a reír.
Ravyn era incapaz de pensar mientras Susan lo lamía por todo el cuerpo. Esa boca tan dulce estaba obrando una magia muy poderosa en él al tiempo que su propia magia se intensificaba. El sexo revigorizaba a los miembros de su especie. La observó con atención mientras se arrodillaba entre sus muslos. Extendió un brazo para apartarle el pelo de la cara, pero ella le cogió la mano y se la llevó a la boca.
Su cuerpo estalló en llamas mientras le chupaba los dedos. Cuando le soltó la mano estuvo a punto de gemir en protesta, pero antes de que pudiera hacer nada la vio inclinarse para meterse la punta de su miembro en la boca. Arqueó la espalda y le enterró las manos en el pelo mientras ella se lo metía en la boca por completo. La imagen hizo añicos algo en su interior. Su naturaleza nunca le había permitido dejar que alguien se le acercara tanto. Sin embargo, se descubrió ablandándose con ella. Porque era el tipo de mujer por el que cualquier hombre lucharía. El tipo de mujer que cualquier hombre mantendría a su lado pasara lo que pasase.
Y eso lo asustó. Era un Cazador Oscuro. Las mujeres solo eran un pasatiempo sin importancia. La forma de aliviar una necesidad biológica. Sin embargo, mientras la observaba comprendió que no quería dejarla marchar. Ansiaba pasar muchos más días con ella así… bueno, dejando a un lado a la gente que quería matarlos, claro. Pero sobre todo, quería saberlo todo sobre ella.
Susan se detuvo al ver que Ravyn la miraba con los ojos entrecerrados. Había algo tan tierno en su expresión que la dejó sin aliento. Estaba para comérselo ahí tendido en el colchón mientras le ofrecía su cuerpo para que disfrutara de él. Se apartó un poco y pasó por alto el picor que sentía en la nariz para lamérsela desde la base hasta la punta, encantada con el sabor salado de su piel. Ardía de deseo por él. En ese momento, Ravyn tiró de ella para poder besarla.
Recorrió esos fuertes brazos con las manos, explorando los contornos de sus músculos. Incapaz de aguantar más, se movió hasta que notó que su erección presionaba en el lugar exacto. Se apartó de sus labios y siguió moviéndose hacia abajo hasta que la penetró por completo. La plenitud de la invasión la hizo apretar los dientes. Alzó un poco las caderas y volvió a descender hasta tenerlo dentro por entero sin dejar de mirarlo a los ojos.
Ravyn gruñó mientras el placer se adueñaba de él. Alzó las caderas para hundirse más en ella mientras Susan comenzaba a moverse con un ritmo frenético. Le cubrió los pechos con las manos, abrasado por la pasión.
Susan colocó las manos sobre las de Ravyn y notó que el placer se incrementaba. En la vida se había sentido tan bien con un hombre en su interior. Aumentó el ritmo de sus movimientos, ansiosa por sentirlo aún más adentro. Y entonces ocurrió… ese momento mágico en el que el mundo estallaba en candentes pedacitos de puro deleite.
Ravyn gimió cuando la notó llegar al orgasmo. Sus poderes mágicos aumentaron y a medida que ganaban intensidad, el placer se fue intensificando hasta que también alcanzó el clímax. Echó la cabeza hacia atrás y soltó un gruñido mientras Susan se desplomaba sobre él. En silencio, intentaron recobrar el aliento.
La abrazó con fuerza. Estaba empapado de sudor y tenía el corazón desbocado. Sus poderes mágicos estaban al máximo. La respiración de Susan le hacía cosquillas y de nuevo volvió a sorprenderle la ternura que despertaba en él.
—Ha sido increíble —le dijo en voz baja.
—No sabes cuánto —añadió ella mientras sus dedos le acariciaban el pezón derecho.
—Yo creo que sí —se burló, y comenzó a darle besos hasta alcanzar de nuevo sus labios.
La ternura que sentía por ella le resultaba maravillosa y a la vez aterradora. Se suponía que no debía sentirse así y mucho menos con una escudera. A pesar de que tenía prohibido tocarla, era incapaz de resistirse.
Susan abrió los ojos de par en par cuando notó que tenía otra erección. Se apartó para mirar y vio que no eran imaginaciones suyas.
Sorprendida, lo miró y vio que él la observaba con una sonrisa maliciosa.
—Bienvenida al mundo de los arcadios, nena. En esto no nos parecemos a los humanos.
—Y que lo digas. —Antes de que pudiera moverse, Ravyn se sentó con ella en su regazo.
—Voy a enseñarte cómo le hace un gato el amor a una mujer.
El comentario hizo que se tensara al instante.
—El bestialismo no me va.
—Genial, a mí tampoco.
La colocó de cara a la pared y le alzó las manos para que se apoyara en ella al tiempo que le separaba los muslos con las piernas. Giró la cabeza para mirarlo por encima del hombro, pero en ese momento Ravyn le apartó el pelo del cuello y comenzó a mordisqueárselo, provocándole un escalofrío. ¿Qué tenía ese hombre que la hacía desearlo de esa manera?
Se pegó a ella y en ese instante notó que el semen de su anterior orgasmo le resbalaba por el muslo. Sin embargo, en cuanto la rodeó con un brazo y comenzó a acariciarla entre las piernas olvidó todo lo demás. Sus dedos separaron los pliegues de su sexo y gritó en cuanto sus músculos respondieron a sus abrasadoras caricias. Notó que le mordía suavemente con los colmillos y en ese mismo momento se hundió en ella sin más preliminares.
La envolvió una oleada de placer inimaginable que le hizo apretar los puños contra la pared. Jamás había pensado que pudiera sentirlo tan dentro. Siguió acariciándola con los dedos al compás de los movimientos de sus caderas. Notaba la ardiente caricia de su aliento en el cuello.
Ravyn cerró los ojos al tiempo que aumentaba el ritmo de sus embestidas. Esa era la postura que la mayoría de sus congéneres reservaba para el ritual de emparejamiento y era la primera vez que él lo hacía de ese modo. Ni siquiera estaba seguro del porqué, salvo por el deseo de experimentar lo que se sentía haciéndole el amor a una mujer así.
Y no se le ocurría nadie mejor que ella para experimentar.
Susan apartó las manos de la pared y se inclinó hacia atrás mientras Ravyn seguía penetrándola. Era increíble sentirlo así. Se apoyó en él para poder alzar los brazos y acariciarle ese pelo tan sedoso, aunque el simple contacto le provocó un repentino picor. Mientras ella le acariciaba la cabeza, sus labios se apoderaron del lóbulo de su oreja y se estremeció por entero. Jamás se había sentido tan bien con ningún hombre. Y la cosa mejoraba por momentos, porque la pasión parecía estar a punto de consumirla.
Le aferró un mechón de pelo con fuerza al tiempo que gritaba en las garras del éxtasis. Sin embargo, él no se apartó, sino que siguió acariciándola con los dedos, haciendo que se retorciera de placer hasta el punto de que se vio obligada a suplicarle que parara. Cuando lo hizo, la agarró por las caderas y comenzó a moverse con más rapidez hasta que alcanzó el orgasmo. Aunque no se apartó de ella, sino que siguió enterrado en su interior, mordiéndole y lamiéndole la espalda. Todavía la asaltaban estremecimientos de placer cuando se dejó caer sobre el colchón con ella en brazos y sin separar sus cuerpos.
—¿Sabes? —le preguntó mientras recuperaba poco a poco el control—. Aparte de la alergia, creo que podría acostumbrarme enseguida a que seas un gato.
Escuchó su risa junto a la oreja al tiempo que movía las caderas, frotándose de nuevo contra su interior. La sensación le arrancó un gemido.
De repente, notó que la manta los tapaba.
—¿Ravyn?
—¿Qué?
—¿Crees que nuestras vidas volverán a la normalidad?
Guardó silencio mientras pensaba la respuesta. Su concepto de normalidad le resultaba hilarante, pero sabía que Susan no se refería a eso.
Lo que quería saber era si las cosas saldrían bien.
—Estoy seguro de que recuperarás tu vida.
El único problema era que él también volvería a ser un Cazador Oscuro; pero después de haber pasado ese día con ella, su vida jamás podría volver a ser la misma. ¿Cómo iba a serlo?
Había compartido cosas con ella que no había compartido con ningún otro ser vivo. Aunque más que nada, había despertado una parte de sí mismo que ni siquiera sabía que seguía viva. Aunque también era consciente de que al final tendría que alejarse de ella. No podía hacer otra cosa. Él era un Cazador Oscuro y ella, una humana.
La realidad hizo añicos el corazón que creía muerto desde hacía trescientos años.
Cael se despertó sobresaltado y aterrorizado por un mal presentimiento. Amaranda se dio la vuelta en la cama para mirarlo con el ceño fruncido por la preocupación.
—¿Estás bien, cariño?
Fue incapaz de contestarle mientras intentaba recuperar el sueño del subconsciente. Uno de sus poderes como Cazador Oscuro eran las visiones del futuro. Sin embargo, esa en concreto lo eludía. Salvo por un detalle que se le había quedado grabado a fuego.
La muerte de Amaranda.
La abrazó con fuerza mientras el dolor lo atravesaba. No podía perderla. No podía.
—¿Cael? Me estás asustando.
Seguía sin poder hablar. No podía hablar mientras la recordaba muerta a sus pies. Y, al igual que en el pasado, la idea de su muerte mermó sus poderes. Podía sentirlos desaparecer, por mucho que intentara sacar fuerzas de su cercanía.
—¿Cael?
—No pasa nada, Amaranda —dijo por fin.
Aunque era mentira. Ya había perdido todo lo que era importante en una ocasión y no quería volver a experimentar semejante sufrimiento de nuevo.
Sin embargo, ¿qué remedio le quedaba?
Amaranda iba a morir. Su tiempo juntos era tan efímero que ni siquiera podía pensar en ello.
La estrechó entre sus brazos y le dio un beso en la mejilla.
—Duérmete otra vez, amor mío.
Se apartó de ella a regañadientes.
—¿Adónde vas? —le preguntó, extrañada.
—Al cuarto de baño.
Se enrolló el kilt en torno a las caderas antes de abrir la puerta y salir al pasillo, que enfiló en dirección al cuarto de baño.
Ni siquiera había dado un paso cuando sintió un escalofrío sobrenatural en la espalda. Se giró justo cuando se abría una puerta a su derecha por la que salió un hombre casi tan alto como él. Aunque tenía el pelo negro, su olor y su aura lo delataban. Era un daimon.
Sin embargo y al contrario que cualquier otro daimon, sus ojos eran turbulentos y plateados. Unos ojos que solo había visto en otra persona.
En Aquerón Partenopaeo.
—¿Quién eres?
El tipo sonrió, dejando a la vista sus colmillos.
—Stryker.
—Aquí no pintas nada.
—En mi opinión —replicó el daimon, que había enarcado una ceja—, al ser un daimon tengo más derecho que un Cazador Oscuro a estar aquí. Dime, ¿qué hace el enemigo conviviendo con una familia apolita?
—Eso no es asunto tuyo.
—¿Tú crees?
Hizo ademán de abalanzarse sobre él, pero el daimon se esfumó. En un abrir y cerrar de ojos apareció tras él.
—No soy tu enemigo, Cael.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Sé muchas cosas sobre ti, incluyendo tu matrimonio con Amaranda. Y lo más importante… sé cuál es tu mayor temor.
—No sabes ni una puta mierda sobre mí —masculló, haciendo una mueca de asco.
—Ahí te equivocas. Pero ¿sabes una cosa? Si te dijera que hay un modo de salvarla… ¿me creerías?
El corazón le dio un vuelco al escucharlo.
—No permitiré que se convierta en una daimon.
—¿Y si hubiera otro modo de salvarla?
¿Sería cierto?
—¿Qué otro modo?
Stryker se acercó hasta colocarse delante de él. Estaba tan cerca que podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo.
—Únete a mi ejército, Cael, y te contaré el secreto que necesitas para que Amaranda siga viviendo como una apolita después de su vigésimo séptimo cumpleaños.
—¿Qué ejército? —preguntó, mirando al daimon con recelo.
—Los Illuminati. Servimos a la diosa Apolimia, enemiga mortal de Artemisa y Aquerón.
Se tensó al escucharlo, ya que le estaba pidiendo que traicionara a las dos personas a las que había jurado lealtad.
—Le hice un juramento a Artemisa. No lo traicionaré jamás.
Stryker chasqueó la lengua.
—Qué lástima… Espero que el juramento te haga compañía cuando tu preciosa mujer se desintegre en tus brazos.
Aspiró el aire entre dientes al recordar con claridad el sueño que acababa de tener. Sus poderes volvieron a debilitarse.
Stryker le ofreció un pequeño medallón.
—Piénsatelo, Cazador Oscuro, y si cambias de opinión…
—No lo haré.
—Como iba diciendo —replicó el daimon con una sonrisa malévola—, si cambias de opinión, utiliza el medallón para invocarme.
Siguió donde estaba mientras Stryker abría una madriguera y desaparecía en su interior. Le echó un vistazo al medallón que tenía en la mano. Era dorado y mostraba la silueta de un dragón recortada contra el sol. El símbolo universal de los antiguos spati.
¿Estaría hablando en serio? ¿Habría realmente un modo de salvar la vida de Amaranda?
Te está mintiendo, se reprendió. No seas tonto.
Pero ¿y si le había dicho la verdad?
Apretó el medallón en la mano y fue al cuarto de baño antes de volver al dormitorio. Se detuvo al llegar a la cama para contemplar a Amaranda que había vuelto a quedarse dormida. Dormía de costado, desnuda y con el pelo extendido a su alrededor.
Alargó un brazo para acariciarla. Amaranda lo era todo para él. Antes de conocerla solo era un cascarón vacío incapaz de sentir nada. Ella le había enseñado de nuevo a reír. A respirar. Le debía todo lo que era y la idea de vivir un solo minuto sin ella lo dejaba baldado por el dolor.
Dejó el medallón en la cómoda y después de quitarse el kilt se reunió con ella en la cama. Si estuviera despierta, se cabrearía mucho solo por el hecho de que pensara en traicionar su juramento.
«Vamos a disfrutar de lo que tenemos y a dar las gracias. No desees un futuro distinto al que nos han concedido las Moiras.»
Su compasión y su fuerza eran una parte del motivo por el que la amaba con locura.
Y por eso no quería perderla.
Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta y la atrajo hacia él.
Cuando cerró los ojos creyó escuchar la voz de Stryker en la cabeza.
«Una palabra, Cael, y jamás la perderás. Solo una palabra.»
Rezó en voz baja, suplicando fuerza y valor. Sin embargo, su poder de ver el futuro le había ofrecido una imagen que lo aterraba. Porque en el fondo sabía lo que iba a suceder.
Haría cualquier cosa, cualquier cosa, por mantener a esa mujer a su lado. Lo único que le quedaba por saber era lo que le pediría Stryker a cambio de la vida de su esposa.