Ravyn corrió escaleras arriba con Susan pisándole los talones y se detuvo al llegar al último peldaño. Una vez allí, le indicó con un brazo que se detuviera tras él mientras echaba un vistazo a través de la rendija de la puerta. Alcanzó a ver a tres policías de uniforme y una rubia alta y muy guapa vestida de negro con porte de guerrera. Parecía ser la jefa del grupo. De no ser porque no tenía colmillos y porque sus sentidos de Cazador Oscuro no detectaban nada, la habría tomado por una daimon o una apolita.
—¿A qué viene esto? —preguntó Dorian mientras observaba un papel. Tras él estaban Fénix y su padre.
La mujer miró a su hermano con los ojos entrecerrados.
—Una orden de registro para el local. Tenemos razones para creer que están escondiendo a un par de fugitivos en busca y captura.
Las palabras de la mujer lo dejaron tan espantado como parecía estar Dorian. Se habían obsesionado tanto con evitar que los daimons dieran con ellos que ni siquiera habían pensado en lo que podían hacer los humanos. No podían hacer nada contra una orden de registro. Las reglas obligaban a los santuarios a atenerse a las leyes humanas.
Arrestarían a Dorian, a Susan, a él…
—Aquí no hay nadie —replicó su padre con voz furiosa—. Eso son tonterías.
—Avisa a los demás y tened cuidado mientras lo registráis todo —le dijo la mujer al agente que tenía a la derecha, haciendo oídos sordos al exabrupto de su padre—. Recordad que los dos son sospechosos de asesinato y podrían ir armados. Si alguien os pone pegas, detenedlo.
Dorian alzó la mano y el gesto le indicó que estaba intentando manipular los pensamientos de la mujer.
—No hace falta que registren el local. Aquí no van a encontrar nada.
La mujer lo miró con gesto malhumorado.
—Eso está por verse, ¿no le parece?
Joder… su mente era demasiado fuerte como para poder manipularla. La cosa pintaba mal.
Su padre se giró y clavó la mirada en la puerta tras la que ellos estaban, como si supiera exactamente que se ocultaban detrás. Entretanto, Fénix le dijo en arcadio que deberían entregarlos.
Vio que el agente de policía caminaba hacia la puerta que conducía al exterior y la abría. Allí plantada tras la puerta había una persona, en absoluto humana, que hacía siglos que no veía. Literalmente hablando.
Susan lo apartó de un empujón para echar un vistazo a través de la rendija. Al ver a la mujer plantada frente a Dorian le dio un vuelco el corazón.
—Estaba en el Sírvete Tú Mismo.
Vio que Ravyn la miraba con expresión extrañada.
—¿Qué?
Bajó la voz para que solo él pudiera oírla.
—Estaba con el grupo de daimons que te lanzó el dardo tranquilizante.
—¿Estás segura?
—Segurísima.
Y tanto que lo estaba. No podía olvidar a la mujer que superaba la belleza y el estilo de la esposa de Cael. Sin embargo, se vio obligada a apartar la mirada de ella porque el hombre que acababa de entrar en la estancia se convirtió al instante en el centro de atención de todos los presentes como si su presencia fuera un imán. Sus ademanes dejaban bien claro que estaba furioso. Saltaba a la vista que había ido en busca de sangre y no hacía el menor intento por disimularlo. Llevaba un traje de neopreno negro con franjas azules que se adhería a un cuerpo atlético, musculoso y empapado de agua. Sus facciones eran angulosas y su expresión, decidida. Era muy guapo. Su mentón estaba cubierto por una barba de dos días y tenía una melena castaño oscuro que le llegaba hasta los hombros.
—Tú —le dijo al policía que la mujer tenía a la izquierda—, sal y cómete un donut con tus colegas.
La mujer lo miró con el ceño fruncido por la irritación. Su expresión desdeñosa puso de manifiesto que le tenía la misma consideración que a un chicle pegado en la suela de un zapato.
—¿Quién te crees que eres?
Los labios del recién llegado esbozaron una sonrisa burlona.
—¡Uf, nena! No me lo preguntes. Sé muy bien quién soy, lo que soy… y lo más importante: de lo que soy capaz. —Antes de hablar de nuevo se limpió una gota de agua de la mejilla—. ¿Cómo te atreves a entrar en uno de mis locales con este marrón? —preguntó en voz baja con un deje siniestro, gélido y furioso—. Tienes suerte de seguir con vida.
La mujer lo miró alucinada.
—Haré que te arresten.
—Y yo me comeré tu culito para desayunar, guapa —se burló—. Yo no soy Stryker. Mi corazón no alberga ni un rayito de amor fraternal por ti. De hecho, no lo hace ni por ti ni por nadie. —Se apartó el pelo húmedo de los ojos, que también eran castaños—. Vamos al grano. Acabo de enviar a los chicos que te esperaban en el callejón a Bainbridge Island. No están muy seguros de cómo han llegado hasta allí y, por suerte para ti, no recuerdan haberte visto nunca. Por tu bien, y por el del capullo de tu hermanastro, vamos a dejarlo así. Monta un circo como este de nuevo y estás muerta, independientemente de a quién sirvas o de los contactos que creas tener. ¿Me has entendido?
La amenaza pareció achantarla un poco.
—¿Cómo sabes lo de Stryker?
El tipo la miró con sorna.
—Lo sé todo sobre todo el mundo y antes de que me seque del todo, cosa que me repatea, será mejor que salgas de aquí, que recojas a Trates y que os larguéis cagando leches antes de que pierda la poca paciencia que tengo. —El aire que lo rodeaba pareció crepitar con la intensidad de la poderosa energía que emanaba de él—. Te atendrás a las reglas que he establecido para los santuarios o utilizaré tus entrañas como flotadores. ¿Lo has entendido bien? No te atrevas jamás a volver a poner en peligro a los arcadios y katagarios.
Vio que la mujer enderezaba la espalda, furiosa de nuevo.
—Si es cierto que lo sabes todo, tal como has dicho, sabrás que no puedes detenerme.
El hombre se echó a reír.
—Sí, claro… La próxima vez que vayas a ver a tu tita, la saludas de parte de Savitar y ya verás cómo esa zorra te cruza la cara por haberte atrevido a mencionarla en mi presencia.
—¿Cómo sabes…?
La interrumpió al acercarse tanto a ella que la mujer tuvo que retroceder un paso y echar la cabeza hacia atrás para seguir mirándolo a la cara.
—Ya te lo he dicho, Satara, lo sé todo de todo el mundo. Incluso de esa diosa que tanto miedo te da. Y bien que haces en temerla. En serio. La Destructora se ganó su apodo por méritos propios, no por cuentos de viejas. Es posible que al final puedas ganar esta batallita que intentas librar, pero deberías preguntarte si el coste merece la pena.
—No sé de lo que estás hablando.
—Sí que lo sabes —la corrigió el tal Savitar después de soltar una malévola carcajada—. Dentro de unos segundos, cuando vuelvas a estar en Kalosis con un alucinado Trates y un cabreadísimo Stryker, recuerda que te estoy vigilando y que los arcadios y los katagarios están al margen de toda esta cuestión. Si quieres joder a Artemisa, jódela todo lo que quieras. Si quieres joderme a mí… ve haciendo testamento.
La mujer desapareció al instante.
Vio que Savitar miraba la puerta tras la cual ellos estaban escondidos sin dirigirles la palabra a Dorian, Fénix y Gareth.
—Ya podéis salir. Se han ido.
Ella fue la primera en salir, pero a medida que se acercaba a Savitar se le erizó el vello de la nuca. Tenía un aura tan poderosa y escalofriante que le dieron ganas de salir corriendo hacia la puerta. Una extraña energía crepitaba en el aire. Era como estar al lado de un reactor nuclear que podía estallar en cualquier momento, borrando del mapa toda la ciudad en el proceso.
—Savitar —lo saludó Ravyn con simpatía, ofreciéndole la mano para darle un apretón—. Ha pasado mucho tiempo.
—Sí. —Aceptó la mano de Ravyn, tras lo cual se giró para hablar con el resto de los presentes—. Dorian, sin ánimo de ofender… ¡qué cojones! Me da igual que te ofendas, me importa una mierda, la verdad. —Volvió a mirar a Ravyn—. Echo de menos los viejos tiempos, antes de que te pasaras al lado oscuro. Cuando tenías un sitio en el Omegrion, Rave. Eras un tío cachondo. Dorian, en cambio, es un muermo.
—Me alegra saber que servía para algo.
Un brillo extraño iluminó los ojos de Savitar.
—Sirves para mucho más de lo que te imaginas.
Se percató de que Ravyn se tensaba.
—¿Qué quieres decir?
—Dorian y los demás… os podéis tomar un descanso. —Savitar ladeó la cabeza y antes de que pudieran rechistar, todos desaparecieron.
Ver que ese hombre era capaz de hacer cualquier cosa que se le antojara con la gente sin importarle su opinión la dejó boquiabierta.
—No te preocupes —escuchó que le decía, como si le hubiera leído el pensamiento—. No te lo haré sin avisarte. Quédate donde estás y sigue contemplando mi magnífica belleza. Es una garantía de seguridad a mi lado.
Sí, claro…
—¿Puedo preg…?
—No estás lista para la respuesta —contestó, interrumpiéndola—. La única persona que necesita saber lo que soy ya lo sabe. Y estoy hablando de mí mismo. Me gusta mantener al resto del mundo con la mosca detrás de la oreja.
Pensándolo bien, en cierto modo le caía bien ese tío tan extraño, aunque su ego fuera gigantesco y sus poderes, aterradores.
—Pero, siguiendo con Ravyn… —Le pasó al susodicho un brazo cubierto de tatuajes por los hombros. Un gesto fraternal y cariñoso—. Vas a hacerme un favor.
—¿Ah, sí?
—Sí. —Se apartó de él y le dio una palmada en la espalda—. Necesito que me ayudes con un asuntillo.
—¿¡Necesitas que yo te ayude!?
—Alucinante, ¿verdad?
—Ya te digo.
Ravyn la miró con expresión extrañada mientras ella se preguntaba qué querría Savitar de él.
—¿Qué favor quieres que te haga?
—Tengo un amigo que tiene un amigo que necesita entrenamiento.
—Entrenamiento… ¿para qué?
—Para ser un Cazador Oscuro.
La respuesta lo dejó pasmado e hizo que se cuestionara por primera vez la cordura de Savitar.
—No puedo entrenar a otro Cazador. Nuestros poderes se debilitarían.
—Eso sería lo normal, pero este Cazador Oscuro en concreto es un poco distinto a los demás.
Eso sí que lo puso nervioso. Ser distinto no tenía por qué ser bueno, mucho menos en su mundo.
—¿En qué sentido es distinto?
—En muchos. Me lo confiaron a mí, pero he descubierto que entrenar a otra persona para la lucha no es mi fuerte. —Hizo una mueca—. En realidad, esto ha servido para que me dé cuenta de que yo no lucho con nadie. Si algo me molesta, lo mato y punto. Además, el muchacho está limitando mis movimientos… cosa que me cabrea muchísimo. Y si lo mato, abriré la caja de Pandora y no tengo ganas de lidiar con las consecuencias. Además, no para de quejarse todos los días porque quiere comenzar el entrenamiento y blablablá… —suspiró—. Paso de perder el tiempo con eso. Hay muchas olas que surfear… ¿me entiendes?
No mucho, la verdad, pensó.
—Ajá, ¿y quién es ese muchacho?
Savitar chasqueó los dedos.
Susan se quedó de piedra cuando un tío muy guapo que aparentaba veintipocos años apareció a su lado. Su altura superaba el metro noventa y tenía el pelo castaño oscuro y los ojos negros. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue el tatuaje del arco doble y la flecha, que en su caso le cubría el cuello y parte de la cara, que en esos momentos lucía una expresión disgustada.
—¿Qué coño haces, Savitar? —exigió saber.
—Querías que te entrenara, pues voy a presentarte a tu entrenador. Ravyn Kontis. Ravyn, este es Nick Gautier.
Vio que Ravyn se quedaba pasmado al escuchar un nombre que para ella no significaba nada.
—¿Nick Gautier? ¿El escudero que desapareció en Nueva Orleans?
Savitar lo miró con sorna.
—Salta a la vista que no ha desaparecido. Abre los ojos, colega. Lo tienes delante.
—Sin ánimo de ofender, Savitar —replicó Ravyn con el ceño fruncido—, este no es el mejor momento. Ahora mismo tengo un ligero problemilla.
—Sí, lo sé. Para abreviar, estás en un buen marrón. Pero Nick puede ayudarte con todo este asunto. Además, habéis tenido una baja. Él puede reemplazar al Cazador Oscuro muerto.
—¿Puedo hacer una pregunta?
Savitar soltó un suspiro pesaroso.
—Te conozco, Ravyn. Desde hace siglos. Nick es una parte muy especial de este mundo. No se lo confiaría a nadie más.
Quería protestar, pero sabía que a Savitar no le gustaba que cuestionasen sus decisiones. Tal como había dicho, tenía por costumbre matar a cualquiera que lo molestara, y las preguntas le molestaban muchísimo.
—Has sido una compañía entretenida, Nick —dijo Savitar, acercándose al muchacho—. Al menos la mayor parte del tiempo. Y eres cojonudo jugando al billar. Pero antes de irme, quiero que tengas dos cosas muy presentes. Una, aléjate de los demonios carontes. No son buenos para tu salud.
El consejo no pareció hacerle a Nick ni pizca de gracia.
—¿Y la segunda?
El humor abandonó el rostro de Savitar y la estancia fue inundaba por una súbita energía.
—¿Merece la pena arriesgar la vida que podrías crear en un futuro matando a quien quieres matar?
Nick frunció el ceño.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Ya lo descubrirás. —Mientras le daba una palmada en la espalda al antiguo escudero, a sus ojos asomó algo parecido al arrepentimiento—. Nick, recuerda que en el universo solo hay dos personas a las que aprecio… y tú no eres ninguna de ellas.
—Joder —terció Ravyn con voz jocosa—, Savitar, te has pasado tres pueblos.
—Siempre lo hago o eso me dicen —replicó el aludido—. Con motivo, debo añadir.
Asintió con la cabeza porque llevaba razón. Le echó un vistazo a Susan que parecía totalmente subyugada por la presencia de Savitar.
—¿Puedo hacerte una última pregunta antes de que te vayas?
—Pregunta.
—¿Sabes dónde está Aquerón?
—Sí —respondió Savitar sin titubear.
Esperó a que siguiera hablando, pero al ver que no lo hacía, insistió:
—¿Y dónde está?
—En este momento está atado.
—¿Cómo que atado?
—Sí, a una cama, aunque eso no es de tu incumbencia. Ese muchacho siempre ha sido demasiado confiado. Cualquiera diría que a estas alturas habría aprendido la lección. Pero no. Sigue siendo un imbécil. En su lugar, yo ataría a esa zorra, le pondría un bocado en la boca y la montaría con espuelas por toda la habitación, pero ¿me han pedido opinión? No. ¿Qué sabré yo? Solo soy omnisciente…
¿De qué estaba hablando? Sin embargo, desapareció antes de que pudiera hacerle otra pregunta.
Nick estaba de pie entre Susan y él. El aire que lo rodeaba estaba cargado de tensión. Saltaba a la vista que estaba enfadado y que le gustaría encontrarse en cualquier otro sitio.
—Esto es un poco incómodo —dijo él con un suspiro.
—Sí —confesó Nick—. Me estoy cansando de que me vayan pasando de mano en mano, sobre todo con gente que no conozco.
Lógico.
—¿Por qué no te entrena Ash?
Vio que el cajun hacía una mueca de asco al tiempo que el odio relampagueaba en su mirada.
—Tendrás que preguntárselo al muy cabrón para enterarte. Parece que no tiene lo que hay que tener para enfrentarse a mí después de haberme jodido la vida.
La respuesta le hizo aspirar el aire entre los dientes. Solo conocía a Nick de oídas y a través de los foros de los Cazadores Oscuros que el muchacho administraba en sus días de escudero. En aquel entonces parecía un tío simpático, aunque un poco mordaz en ocasiones. Hasta que una noche dos años antes desapareció. Nadie sabía lo que le había pasado.
Hasta ese preciso momento.
Vio que Susan lo miraba con una sonrisa compasiva.
—Veo que Aquerón y tú no os lleváis muy bien.
—¿En serio? —replicó Nick mientras le echaba un vistazo a la estancia como si estuviera intentando ubicarse—. ¿Dónde estamos?
Antes de contestar, intercambió una mirada incómoda con Susan.
—En Seattle.
—¿Quién es ella? —volvió a preguntar, mirándola directamente.
Hubo algo en esa mirada que la inquietó.
—En fin, no sé si te has dado cuenta de que estoy aquí mismo, no fuera, y de que puedo contestar tu pregunta. Soy una escudera.
—Peor para ti —le soltó en plan borde y con una mueca de asco—. ¿Qué día es?
Ravyn no tenía muchas ganas de contestarle. Gracias a su pasado como miembro del Omegrion, sabía que la residencia de Savitar, una isla flotante, existía al margen del tiempo. Era muy probable que Nick no supiera cuánto tiempo había estado con él ni, lo más importante, lo que había sucedido en Nueva Orleans durante los últimos meses.
—Tres de junio de 2006.
—He perdido casi dos años de mi vida… —dijo Nick, que se había quedado con la boca abierta.
—No —lo corrigió él en voz baja—. Has perdido dos años de tu muerte.
El recordatorio le cerró la boca.
—Voy en busca de Dorian —dijo Susan con una mirada compasiva en esos ojos azules y eso que Nick era un desconocido para ella—. Estoy segura de que tendrá un lugar donde acomodarte.
Sin embargo, antes de que pudiera moverse, la puerta trasera se abrió y apareció Otto con una caja enorme en los brazos. En cuanto vio a Nick se quedó petrificado.
El tiempo se detuvo mientras los dos se miraban con idéntica estupefacción. Era obvio que no habían esperado volver a verse jamás.
Nick fue el primero en recuperarse.
—¿Otto? ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Yo? ¡Creía que estabas muerto! —Dejó la caja en el suelo y se acercó a su amigo como si estuviera viendo a un fantasma. Le tendió la mano y cuando Nick la aceptó, tiró de él para darle un fuerte abrazo.
Cuando se separaron, la mirada de Otto se clavó en el tatuaje que le cubría parte de la cara.
—Joder, es verdad. Eres un Cazador Oscuro.
El semblante de Nick se crispó, como si aborreciera ese detalle.
—¿Por qué estás en Seattle?
—Es que… bueno… me han trasladado.
—¿Por qué?
Un velo cayó sobre la expresión de Otto. El chaval tenía mérito, reconoció. En la vida había visto a nadie poner mejor cara de póquer. Otto, al igual que el resto de los escuderos residentes en Nueva Orleans, había sido evacuado justo antes de que el Katrina llegara a la ciudad. Desde entonces habían ido regresando poco a poco a Luisiana y los únicos que faltaban por marcharse eran Otto, Tad y Kyl. Sus órdenes eran esperar en Seattle hasta que el Consejo de Nueva Orleans se reorganizara. Además de que los daimons no estaban dando muchos problemas en su ciudad desde el huracán.
—Órdenes del Consejo —contestó con un deje neutral.
Nick asintió como si lo entendiera.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Otto con el ceño fruncido, observando a su amigo como si fuera un fallido experimento científico.
—Se supone que debo entrenarlo —contestó él.
La cara de póquer se esfumó, porque su respuesta había dejado al escudero boquiabierto.
—¿¡Tú!?
—Eso parece.
—¿Y Ash, qué?
Nick soltó un taco.
—Se ha lavado las manos.
Era tal la tensión que había en el aire que casi se podía tocar.
—Tenemos que buscarle a Nick un sitio para dormir —los interrumpió Susan, en un intento por rebajar la hostilidad.
Otto recogió la caja del suelo.
—Puede quedarse en mi habitación —le ofreció—. De todas formas, no voy a dormir. —Echó a andar hacia las escaleras dejando atrás a Nick, que lo siguió en breve.
Sin embargo, Otto regresó poco después. Se acercó a ellos y les dijo en voz baja:
—No le mencionéis el Katrina. No creo que le haga falta saber lo que le ha pasado a Nueva Orleans ahora mismo. Es mejor que se acostumbre a estar de vuelta primero. Además, nació en el Distrito Noveno…
—Tranquilo —dijo Ravyn—. No tengo pensado decirle nada.
Otto asintió y se marchó.
—¿Estás bien? —le preguntó Susan.
Se encogió de hombros.
—Si te digo la verdad, no lo sé. Y tampoco sé por qué Savitar me ha endosado a Nick. ¿Cómo voy a entrenarlo con todo el follón que tenemos entre manos?
—Ha dicho que confía en ti.
Sí, pero no sabía por qué. Los acontecimientos de ese día no tenían ningún sentido. Cansado y confundido, le tendió la mano para invitarla a bajar al sótano.
—Vamos. Tenemos muchas cosas que hacer.
Ash soltó un gruñido mientras intentaba zafarse de la cuerda que le ataba el brazo al poste de la cama de Artemisa. En esos momentos la odiaba.
No… en realidad la odiaba en cualquier momento del día, pero en ese en particular le encantaría arrancarle la cabeza de cuajo para jugar al béisbol con ella. Clavó la mirada en el reloj de arena dorado que descansaba en una estantería situada frente a la cama y observó cómo caían los últimos granitos de arena negra.
Debería haber sabido que las cosas con Artemisa nunca eran tan fáciles como pintaban. Cuando hizo el trato con ella, se le olvidó exigirle que el trato incluyera su presencia en el dormitorio durante toda la hora. En cambio, en cuanto tuvo el quinto orgasmo desapareció de la cama antes de que pudiera cumplir su parte del trato.
Eso sí, no antes de haberlo atado para evitar que la siguiera. Frustrado, apretó los dientes y apoyó la cabeza en el colchón. Sí, podía usar sus poderes para liberarse, pero cada vez que lo hacía Artemisa se ponía de los nervios porque los restantes dioses del Olimpo podían percibirlo. Se suponía que no debían saber de su presencia…
Sí, claro. Hacía siglos que sabían que se quedaba con ella en su templo, pero todos fingían ignorarlo para evitar los berrinches de la diosa. Ojalá él también pudiera evitarlos…
La susodicha apareció junto a la cama, ataviada con un vaporoso vestido blanco. Miró el reloj y fingió estar sorprendida al ver que la hora había pasado.
—¡Ay, no! ¿Ya ha pasado la hora?
—Como si no lo supieras…
—En ese caso —replicó después de chasquear la lengua—, tendremos que empezar de nuevo, ¿no crees?
—Artie…
—No me hables en ese tono, Aquerón —lo interrumpió con voz malhumorada—. Estuviste de acuerdo con los términos de tu liberación. —Le quitó la cuerda del brazo y frotó el moratón que le había ocasionado en la muñeca—. Vamos, cariño, no te pongas tontorrón.
Adoptó el semblante impasible que siempre lucía cuando estaba con ella. De acuerdo. Puesto que ya sabía las reglas, podría volverlas en su contra. Se levantó de la cama y se acercó al reloj para darle la vuelta.
Artemisa lo observó con curiosidad.
Cuando regresó a su lado, le quitó el broche que sujetaba el vestido y la prenda cayó al suelo, arrugándose en torno a sus pies.
—¿Por dónde íbamos?
Susan se dio cuenta de estaba dando cabezazos. Parpadeó y contuvo un bostezo. Ravyn alargó un brazo y le apartó la mano del teclado.
—Ya está bien por hoy.
—Pero…
—Susan, has sido un buen soldado, pero ya ha amanecido y pareces estar a punto de caerte por el agotamiento. No puedes seguir así. En tu estado actual podrías pasar algo por alto sin darte cuenta.
Por mucho que le fastidiara admitirlo, tenía razón. Había leído el último párrafo por lo menos diez veces y todavía no estaba segura de lo que decía. Le dolía la cabeza y le estaba costando la misma vida seguir con los ojos abiertos.
—Supongo que tienes razón.
En esa ocasión no se molestó en contener el bostezo mientras Ravyn apagaba el portátil.
—¿Has encontrado algo? —le preguntó él.
—Todavía no. Hay unas cuantas anotaciones sobre algunos estudiantes desaparecidos cuyos padres llamaron para dar el aviso. Según Jimmy, le comunicó los avisos al jefe, pero este le dijo que no se preocupara por los universitarios fugados. Que se centrara en sus restantes casos. Eso es raro, ¿verdad? Me refiero a que si está encubriendo a los daimons, tiene sentido. Pero si no, ¿por qué iba a evitar que investigara sobre su paradero?
—No tengo ni idea. Nunca he tratado con la policía, la verdad, así que no tengo experiencia. Intento evitarlos siempre que puedo.
Se frotó los ojos antes de ayudar a Ravyn a recoger los informes que él había estado ojeando.
—¿Y tú, has encontrado algo?
—No mucho. Solo algunas notas sobre los casos. Algunos mencionan a una pareja de testigos que se retractaron de su primera declaración en una investigación que Jimmy llevaba a cabo sobre una mujer a la que estaba vigilando. Pero no hay nombres ni información concreta. Es todo tan impreciso que ni siquiera estoy seguro de a qué se refiere.
—Vamos, Jimmy —susurró, mientras soltaba los archivadores—. Cuéntame algo importante que nos ayude a resolver esto.
En ese momento, Ravyn tiró de ella y la abrazó contra su musculoso pecho. Era lo más reconfortante que había experimentado en la vida. Si cerraba los ojos, incluso podía fingir que eran algo más que simples desconocidos. Pero eso era absurdo. Y sabía que sería un error.
—Vale ya, Susan. Necesitas dormir.
—Lo sé —afirmó, echándole un vistazo al desagradable colchón.
Ravyn se puso en pie y echó a andar hacia la puerta.
—¿Adónde vas? —le preguntó, extrañada.
—A decirle a Dorian que te prepare una habitación arriba, donde puedas descansar en condiciones.
—¿Por qué?
La miró como si no la entendiera.
—No eres alérgica al sol. Así que no hace falta que te quedes conmigo en este agujero asqueroso. ¡Por lo menos que uno de los dos pueda dormir bien!
Su consideración la enterneció. Lo agarró por una mano y tiró de él para que volviera a su lado.
—No pasa nada. Prefiero estar aquí contigo.
—Susan…
—Chitón —le dijo, poniéndole un dedo en los labios—. No discutas. Además, estoy demasiado cansada como para volver a subir una vez más esa escalera, y supongo que tú también. —Una vez que lo tuvo de vuelta en la habitación, cerró la puerta—. Podemos enfrentarnos a esta situación como un par de adultos.
Él no estaba tan seguro. Lo único que veía eran esos labios que le pedían a gritos que los besara. Le bastaba mirar su cuerpo para que el suyo respondiera al instante. Y, además, sus sentidos animales estaban embriagados por su aroma.
Sí, podía enfrentarse a esa situación como todo un adulto…
En cuanto apagó la luz, la dejó que lo llevara hasta el colchón. Se acostó y agarró la manta, que extendió sobre ambos. Después se dio la vuelta con la esperanza de que eso lo ayudara a resistir la tentación.
La escuchó estornudar.
—¿Ravyn?
—¿Qué?
—¿Te importaría darte la vuelta?
La pregunta hizo que le diera un vuelco el corazón.
—¿Por qué?
—Soy alérgica a tu pelo y tengo que dormir del lado izquierdo. No sé por qué, pero solo me quedo dormida en esa postura.
Esa no era la respuesta que estaba esperando, ni mucho menos. En realidad le habría encantado que le dijera que quería que se colocara de espaldas para meterle mano…
Por desgracia, no tenía tanta suerte.
—¿Estás hablando en serio?
La escuchó estornudar de nuevo.
—Sí. Muy en serio.
Genial, simplemente genial. Era alérgica a su pelo. En fin, eso sí que era una novedad. Soltó un suspiro y en cuanto se dio la vuelta comprendió que había cometido un tremendo error. Porque en esa postura podía aspirar el suave perfume de su piel. Además de que una de sus manos quedaba peligrosamente cerca de un pecho que ansiaba explorar.
La vio abrir los ojos y su mirada puso de manifiesto que ella era igual de inmune a su cercanía… o lo que era lo mismo, nada inmune. Por regla general, esa invitación le habría bastado para entrar a saco; pero era una escudera. Una fruta prohibida. Como si no tuviera bastante, lo único que le hacía falta era tener relaciones sexuales con una humana por la que sentía algo. Aunque no estaba seguro de la índole de esos sentimientos, sabía que Susan no sería un rollo de una noche. No podía acostarse con ella y largarse después. Estaba mal, y a ninguno de los dos le hacía falta esa complicación en sus vidas.
Lo que significaba que tenía que dejar las manos quietecitas. Frustrado a más no poder, se puso de pie y se cambió al otro lado del colchón para acostarse de espaldas a ella.
—¿Así está bien?
—Fenomenal —le contestó con una voz tan adormilada que le arrancó una sonrisa. No sabía si seguía despierta.
—Buenas noches, Susan —dijo.
—Buenas noches, guapetón.
Ni siquiera había acabado de hablar cuando notó que estaba profundamente dormida.
Ojalá a él le resultara tan fácil, pero tenía tal erección que era casi imposible pasarla por alto sin tomar cartas en el asunto…
Cerró los ojos y se imaginó a Susan entre sus brazos, desnuda y pegada a él mientras se hundía hasta el fondo en ella. O mejor aún… con ella encima, moviéndose despacio hasta que los llevaba a los dos al paraíso.
La imagen lo consoló y lo atormentó en la misma medida mientras el sueño lo vencía poco a poco.
—¿Quién es exactamente Savitar? —le preguntó Satara a un furioso Stryker en el salón de Kalosis.
La oscura estancia estaba vacía salvo por ellos dos. Su hermano ocupaba su trono y acariciaba los reposabrazos tallados mientras sus ojos la observaban con malicia.
—Esa es la pregunta del millón, hermanita. En resumen, es la única criatura que consigue que a los seres más abyectos les tiemblen las rodillas. Todavía no he conocido a ningún dios que no se encoja en su presencia, y eso incluye al cabrón que donó su esperma para crearnos. Savitar los aterroriza tanto que jamás pronuncian su nombre por temor a llamar su atención. Por irónico que parezca, el único que no le tiene miedo es Aquerón. No sé por qué.
Esas noticias no eran buenas para sus planes, pensó. Como doncella de Artemisa, jamás había oído hablar del tal Savitar, pero dado lo que su hermano acababa de decir, no era de extrañar. A Artemisa no le gustaba llamar la atención…
—¿Cómo podemos enfrentarnos a él?
—De ninguna manera. Ya te lo he dicho, lo dejamos tranquilo.
El miedo y la testarudez de su hermano la hicieron desear poder estrangularlo. Despreciaba la debilidad por encima de todas las cosas.
—Entonces ¿cómo entramos en el Serengeti para sacar a Ravyn?
—Otra respuesta negativa. No entramos en el Serengeti. —Se puso en pie y bajó del estrado donde se emplazaba su trono. Caminó hacia ella sin que sus pasos hicieran el menor ruido hasta que se colocó a su lado—. Mi plan inicial para Seattle se ha venido abajo. Ahora que los Cazadores Oscuros están al tanto de nuestras intenciones, no hay razón para seguir adelante. El juego ha acabado.
—No tan rápido —lo contradijo mientras repasaba mentalmente todo lo que había salido mal—. ¿Cuál era tu plan original?
—¿A qué te refieres?
—Antes de que Seattle te abriera sus puertas, ¿qué tenías pensado hacer?
Stryker no contestó, pero de todas formas ella lo sabía.
—Ir tras Aquerón. Quieres verlo sufrir. —Se acercó para seguir hablando en voz baja, de modo que la diosa que gobernaba ese reino no la escuchara—. Y sobre todo quieres ir tras Apolimia por todo el sufrimiento que ella y Aquerón te han ocasionado.
Su hermano no reaccionó, pero sabía que guardaba una agonía atroz en su interior. Para demostrarle su lealtad a la diosa había degollado a su propio hijo y lo había convertido en un enemigo acérrimo.
Urian había sido lo único que Stryker había amado en su vida. Ella incluida. Toleraba su presencia porque no quería quedarse completamente solo, pero en realidad no se dejaba engañar y sabía muy bien en quién depositaba su afecto. Si muriera en ese mismo momento, su hermano se encogería de hombros y seguiría con su vida como si tal cosa.
Urian, en cambio, era una herida infectada que lo mortificaba a todas horas.
—¿Adónde quieres llegar? —le preguntó Stryker entre dientes.
Asintió mientras se le ocurría una nueva idea.
—Hay otras formas de hacerle daño a Aquerón, aquí y ahora.
—¿Como por ejemplo?
—¡Vamos, Stryker! —exclamó con voz compasiva—. De entre todos los hombres, tú deberías saber muy bien cómo mutilar a un enemigo. ¿Hay algo peor que ver cómo te traiciona alguien en quien confías por encima de todas las cosas?
Vio que el rostro de su hermano se crispaba y comprendió que estaba recordando el día que descubrió que Urian le había mentido al proteger a la familia que él había jurado matar.
—Sí… —le susurró al oído—. Ahora imagínate que conseguimos convencer a uno de los hombres de Aquerón de que se una a nuestro bando sin que él lo sepa… Podemos hacer exactamente lo mismo que él te hizo a ti.
—¿Cómo? —preguntó él. La sospecha había ensombrecido su mirada.
Soltó una carcajada malévola.
—¿Cuál ha sido siempre la perdición de los hombres, hermano mío?
Stryker no dudó a la hora de responder.
—El orgullo.
—Ni hablar. —Alzó la mano hasta su rostro y sopló entre los dedos antes de lanzarle una mirada malévola—. El amor, hermano, el amor. Es lo único por lo que los hombres son capaces de matar. Lo único que los obliga a hacer cosas que jamás habrían hecho de otro modo. Cosas que nunca habrían imaginado. Y será lo único que postre de rodillas a Aquerón de una vez por todas. Sus Cazadores Oscuros son su única debilidad. Podemos utilizarlos. Todavía no hemos perdido Seattle. Todavía hay formas de hacerse con la ciudad y de atravesar el corazón de Aquerón con una lanza.
—¿Y si te equivocas?
—No tenemos nada que perder, ¿verdad? —Se puso de puntillas hasta que sus ojos estuvieron a la misma altura y le ofreció el asomo de una sonrisa esperanzadora, aunque el semblante de su hermano seguía siendo hosco e implacable—. ¿Y si tengo razón?
Stryker parpadeó y apartó la mirada como si estuviera sopesando sus palabras. Cuando volvió a mirarla, sus ojos estaban iluminados por el intenso y voraz deseo de ganar esa guerra que lo enfrentaba a Aquerón y a Apolimia.
—Si tienes razón, te entregaré al atlante en una bandeja de plata y te daré la daga que necesitas para arrancarle el corazón del pecho.
—Eso no es lo que quiero, Stryker. Ese es tu sueño.
—De acuerdo —concedió por fin, con un brillo expectante y avaricioso en la mirada—. Si lo consigues, te diré el secreto para matar a Artemisa y liberarte por fin de sus órdenes.
Cerró los ojos mientras intentaba imaginárselo. Ojalá no volviera a ver a esa zorra en la vida.
Ser libre…
Era demasiado bueno para ser verdad. Le ofreció una mano a su hermano con el corazón desbocado por la idea.
—¿Trato hecho, hermano?
Stryker aceptó su mano y se la colocó sobre el corazón.
—Trato hecho.