Ravyn siguió boquiabierto en la puerta, totalmente alucinado al ver que Cael estaba en la cama con una apolita. Lo habían pillado in fraganti.
—Ese culo peludo era lo último que me apetecía ver esta noche —dijo mientras se daba la vuelta—. Joder, creo que acabo de quedarme ciego.
Susan jadeó mientras que Otto y Leo se echaban a reír, y regresó al pasillo para no ver a la pareja desnuda.
Cael soltó un taco bastante fuerte.
—¿Qué cojones hacéis aquí? —exigió saber con un fuerte acento que delataba sus orígenes escoceses e irlandeses.
Todavía de espaldas, oyó que la pareja se removía en la cama, sin duda intentando cubrirse.
—Por cierto, yo no soy el del culo peludo. Ese eres tú. ¿Es que no sabéis llamar a la puerta?
—Suelo hacerlo —contestó con voz desdeñosa—. Pero pensé que te estaban atacando.
—Y me estaban atacando… de un modo estupendo. Deberías probarlo alguna vez, Rave. A lo mejor así te relajas un poco y dejas de ser tan cabrón.
El insulto hizo que pusiera los ojos en blanco.
—No sé yo… Con lo obsesionado que pareces con mi culo peludo… no me fío mucho de tus consejos.
Un zapato se estrelló contra la pared, cerca de su cabeza.
—Te falla la puntería, Cael.
—No ha sido Cael —señaló una voz femenina con deje ponzoñoso que parecía bastante agitada—. Y que sepas que la próxima vez no pienso fallar.
Antes de que pudiera decir algo, Cael carraspeó.
—Nos estamos desviando del tema. ¿Qué haces aquí, Catboy?
—Catman para ti. Necesito hablar contigo.
Su amigo soltó un suspiro exasperado.
—Espera fuera mientras Amaranda y yo nos vestimos.
Echó un vistazo por encima del hombro y vio que Cael y la tal Amaranda estaban envueltos con una sábana, tras lo cual salió al pasillo con los demás y cerró la puerta.
—Creo que voy a subir al bar —dijo Leo al tiempo que echaba a andar por las escaleras—. Llámame si necesitas ayuda para separar parejas en pleno revolcón.
—Cierra el pico, Leo —masculló—. No me haces tanta falta como para pasar por alto tus impertinencias.
—Claro, claro… —replicó el escudero, que desapareció tras la puerta de la cocina.
—Bueno, eso ha sido muy bochornoso —dijo Susan con un deje sarcástico en la voz. Mientras lo miraba con esos claros ojos azules, cruzó los brazos por delante del pecho—. Ahora que he presenciado de cerca y en persona el ritual de apareamiento de los Cazadores Oscuros, ¿no conoces ningún otro lugar divertido al que llevarme esta noche? No sé… creo que no he pasado tanta vergüenza desde que se me rompió el elástico de los pantalones de deporte en plena clase de gimnasia en el instituto y descubrí de la peor forma posible que tenía un agujero en las bragas.
Por algún motivo para el que no encontraba explicación, la idea de verle el culo por un agujerito en las bragas lo excitó… Iba de mal en peor.
Antes de que pudiera replicarle como se merecía, se abrió la puerta y apareció Cael, que solo llevaba un kilt rojo y negro en torno a las caderas. Se pasó los dedos por el pelo ondulado para apartárselo de la cara y los miró echando chispas por los ojos, tras lo cual cruzó los brazos por delante del pecho… donde tenía un montón de arañazos enrojecidos.
—¿A qué debo el dudoso placer de esta interrupción? Si queréis seguir con vida, será mejor que la respuesta sea: «al Apocalipsis».
Susan intentó no mirar con la boca abierta al nuevo Cazador, pero fue incapaz. Al igual que Ravyn, ese hombre tenía el cuerpo de un gimnasta… tableta de chocolate incluida. Además, también tenía el tatuaje del arco doble y la flecha, pero lo llevaba en la cadera izquierda. En uno de los brazos lucía un corazón atravesado por un puñal. Desde el corazón surgía una enredadera que le cubría el hombro y bajaba hasta el pectoral derecho. Llevaba el pelo hasta los hombros y lo tenía negro y ondulado. Era la viva imagen de la masculinidad. Tenía una barba de al menos un día y sus pestañas eran tan largas que deberían ser declaradas ilegales.
Ravyn lo estaba observando con un tic en el mentón.
—No vas desencaminado. He venido a decirte que los apolitas van a intentar matarte.
Su amigo esbozó una sonrisa siniestra.
—Llegas tarde. Amaranda lleva intentándolo todo el día, pero yo no me doy por vencido —replicó, meneando las cejas.
El doble sentido de la frase la hizo encogerse un poco.
Vio que Ravyn resoplaba por la nariz mientras clavaba una mirada asesina en la puerta del dormitorio.
—Esto no es una broma, Cael. Estoy hablando en serio. No me puedo creer que te estés tirando al enemigo. ¿En qué coño estás pensando?
El rostro de Cael perdió todo rastro de humor y sus brazos se tensaron.
—Cuidado, braither. Más respeto cuando hables de ella, ¿queda claro?
La puerta del dormitorio se abrió y apareció Amaranda. Alta y preciosa de un modo casi etéreo, era el tipo de mujer que se había pasado toda la vida envidiando. No había ni un gramo de grasa en su cuerpo, un hecho que saltaba a la vista, ya que llevaba unos vaqueros ceñidos de cinturilla baja que apenas cubrían su zona púbica y un top rojo pegadísimo que dejaba al aire gran parte de su torso. Llevaba un brazalete dorado en forma de serpiente en torno a su delgado brazo izquierdo que hacía juego con los pendientes, y del piercing que adornaba su ombligo colgaba un rubí en forma de media luna. Cuando se giró para mirarla, vio que también tenía un pequeño rubí rojo en la parte derecha de la nariz.
Estaba a punto de decir que hacía un poco de frío fuera para ir con tan poca ropa, pero se mordió la lengua. A lo mejor se resfriaba y ganaba un poco de peso. O al menos cubría ese magnífico cuerpo con más ropa y así ella no se sentía tan insignificante.
Nota personal: Mañana mismo me pongo a dieta, pensó.
Amaranda se apartó un mechón rubio platino del hombro y les echó un vistazo a todos antes de mirar a Cael. El profundo amor y la adoración que irradiaban sus ojos fueron inconfundibles. Como también lo fueron en los ojos de Cael, que la miró con una sonrisa antes de decirle algo en un idioma que no reconoció.
Amaranda le respondió en el mismo idioma. Al igual que el Cazador, también mostraba levemente sus colmillos al hablar.
Ravyn torció el gesto cuando la apolita se apartó de ellos.
—¿También hablas su lengua?
Cael ladeó la cabeza y se pasó un dedo corazón por la ceja.
—Genial —masculló Ravyn—. Déjame que te cuente lo que ha pasado mientras tú te lo pasabas en grande con tu amiguita.
La expresión de Cael se tornó agraviada.
—Acababa de amanecer cuando me capturaron un grupo de apolitas que me llevaron a un refugio animal donde estuvieron a punto de matarme. Después de salvarme por los pelos, enviaron a un grupo de humanos acompañados de un medio apolita para matarme durante el día. A esas alturas ya habían matado a un Cazador Oscuro, aunque todavía no sabemos de quién se trata, y esta misma noche han atacado a los Addams en su base. Patricia está a las puertas de la muerte.
Con cada palabra que Ravyn pronunciaba, la expresión de Cael se hacía más seria.
—¿¡Qué!?
—Es cierto —afirmó ella en defensa de Ravyn—. La policía y los apolitas se han confabulado con los daimons para mataros a todos. —Sus palabras le parecían ridículas incluso mientras las pronunciaba. Cómo deseaba que lo fueran…
—Sí —añadió Otto—. Enviamos a un escudero para avisarte hace tres horas, antes de que se produjera el ataque a los Addams.
Cael frunció el ceño al escucharlo.
—Aquí no ha venido ningún escudero. Kerri me lo habría dicho.
—¿Kerri? —repitió Ravyn, intrigado.
Cael titubeó mientras miraba de reojo hacia la escalera de acceso al bar. Su expresión puso de manifiesto que el tema sobre el que dudaba era de extrema importancia. Cuando por fin contestó, parecía incomodísimo.
—Mi cuñada.
Las palabras lo atravesaron como un cuchillo al rojo y le cortaron la respiración. ¿En qué cojones estaba pensando?
—¿¡Tu qué!?
El rostro de Cael se tensó.
—Amaranda es mi mujer.
La ira y la incredulidad se mezclaron en su interior, conformando un cóctel explosivo.
—¿¡Es que has perdido la puta cabeza!?
Cael estuvo a punto de darle un empujón, pero se lo pensó mejor. Al fin y al cabo, todo lo que un Cazador Oscuro le hiciera a otro acababa sintiéndolo en sus propias carnes multiplicado por diez. El más leve empujón le sería devuelto como si fuera un puñetazo demoledor.
—Sé muy bien lo que hago.
Sí, claro… Liarse de ese modo con una apolita era como alimentarse con veneno de serpiente. Tarde o temprano, alguna acabaría revolviéndose para atacar. Porque esa era su naturaleza.
—¿¡Eres gilipollas o qué!? ¿Te has parado a pensar…?
—Por supuesto que me he parado a pensar, Rave —lo interrumpió. Hablaba entre dientes—. Ni se te ocurra pensar que esto ha sido fácil para alguno de los dos. Porque no lo ha sido. Somos muy conscientes de las dificultades y los inconvenientes de nuestra relación. —El dolor que asomaba a sus ojos era inmenso y sincero.
En parte sentía lástima de él. Aunque por otra parte ansiaba darle un par de hostias para que recuperara el sentido común. Lo que tenían entre manos no era un juego. Estaban inmersos en una guerra. ¿Cómo iba a luchar un hombre cuando tenía en casa al enemigo que habían jurado matar?
—¿Cuántos años tiene? —escuchó a Susan preguntar en voz baja.
El dolor que brillaba en los ojos de Cael se intensificó.
—Cumplirá veintiséis dentro de un par de semanas.
—Joder, Cael —le dijo con un hilo de voz.
Quería discutir con él, pero ¿para qué? Ya estaban casados. Aunque aquello debía de ser el error más tonto del que había oído hablar en la vida, Cael no era un niño. Era muy consciente de lo que se estaba jugando y tendría que vivir con las consecuencias que acarreara su decisión. Después de haber fastidiado su vida por culpa de una mujer, no sería él quien le diera una lección a otro sobre el tema.
—Bueno, por lo menos ahora sé por qué los apolitas te permiten vivir aquí. ¿Cuánto lleváis casados?
—Cuatro años.
Intercambió una mirada incrédula con Otto y soltó un resoplido. Era sorprendente que hubiera logrado mantenerlo oculto tanto tiempo. Claro que los Cazadores Oscuros no tenían por costumbre visitarse los unos a los otros, y su amigo jamás había solicitado un escudero. Ya antes de mudarse al edificio de los apolitas diez años antes estaba solo, así que mantener en secreto el matrimonio había sido relativamente fácil.
Además, teniendo en cuenta que todos tenían prohibido mantener relaciones duraderas de carácter romántico, no era un tema que saliera en las conversaciones ni tampoco algo que soliera preguntarse.
No obstante, eso suscitaba una pregunta.
—¿Lo sabe Ash?
Cael se encogió de hombros.
—Si lo sabe, no ha dicho nada.
Se vio obligado a reconocer el mérito de su amigo. Era la leche a la hora de eludir preguntas.
—¿Se lo has dicho?
—No —admitió—, pero tampoco lo he mantenido en secreto. No me avergüenzo ni de mi mujer ni de mi matrimonio. Pero decidí que mientras no me preguntaran, no diría nada.
—¿Qué pasa con su familia? —preguntó Otto—. Debe de tener más de una hermana, según la costumbre apolita. ¿Qué vas a hacer cuando se conviertan en daimons?
Cael se puso a la defensiva al instante.
—¿Quién dice que se han convertido en daimons?
Tanto Otto como él le lanzaron una mirada desconfiada.
—¿Quieres decir que todos han muerto? —quiso saber Otto.
Cael volvió a cruzar los brazos por delante del pecho y su expresión se tornó un poco tímida.
—No exactamente. Algunos de ellos han desaparecido.
—Desaparecido… —repitió él con deje burlón—. Quieres decir que son daimons.
El rostro de Cael era una máscara.
—Quiero decir que han desaparecido.
El disgusto que sentía Otto era evidente en su cara, según notó Susan. Había tanta tensión en el aire que le erizó el vello de los brazos. En cualquier momento cualquiera de los tres hombres se abalanzaría sobre otro, pero tenía que reconocerles el mérito de que, de momento, todos se refrenaran.
—No preguntes y no te enterarás. Es eso, ¿no?
—Son mi familia, Otto —le recordó Cael entre dientes—. No voy tras ellos cuando se largan. Hay suficientes Cazadores Oscuros sin contar conmigo para perseguirlos si alguno de ellos se pasa al lado oscuro.
Otto soltó un suspiro largo y hastiado.
—¿Que son tu familia? ¿Estás seguro de que el sentimiento es mutuo? Anda, dime qué vas a hacer cuando te despiertes con la cabeza separada del cuerpo porque tu supuesta familia se ha puesto nerviosa… No te engañes, Cael. Sois enemigos. Siempre lo seréis. Tarde o temprano, alguno te echará a los leones.
—Creo que tiene un problema mucho peor —terció Ravyn, desviando la atención de los demás hacia él—. ¿Qué vas a hacer cuando Amaranda cumpla los veintisiete?
La agonía que asoló esos ojos oscuros antes de apartar la mirada logró que se le encogiera el corazón.
—No hablamos de eso.
—¿Por qué? —preguntó Otto—. ¿Vas a cogerla de la manita mientras se alimenta de los humanos?
La pregunta consiguió poner fin a la tregua. Cael agarró a Otto y lo estampó contra la pared con tanta fuerza que le sorprendió que no se agrietara. Al ver que el Cazador estaba enseñando los colmillos, temió que le destrozara el cuello.
—Eso no es de tu incumbencia, humano.
Ravyn los separó y se interpuso entre ambos.
—Nos incumbe a todos, Cael. A todos.
Cael hizo una mueca feroz.
—Bien mirado… Bien mirado esto puede servirnos de ayuda —los interrumpió ella, distrayéndolos de momento—. Cael puede preguntarles qué está pasando, ¿no?
Vio que el aludido meneaba la cabeza y que Ravyn la miraba con curiosidad.
—No —dijo Cael—. No les pido ese tipo de favores. Ellos no me preguntan sobre los Cazadores Oscuros y nuestros planes, y yo no les pregunto por los apolitas ni por los daimons.
—Increíble.
—No me vengas con esos aires de superioridad, capullo —le dijo a Ravyn con desdén—. Por lo menos yo no tengo ni gota de sangre apolita. ¿Cómo eres capaz de dar caza a tus congéneres?
Logró agarrar a Ravyn justo cuando se lanzaba a por Cael.
—Ya está bien, chicos.
—Tiene razón —añadió Otto, apoyándola—. Además, a estas alturas vuestros poderes deberían comenzar a debilitarse.
—Ya lo están haciendo —replicaron ambos al unísono.
En ese momento se abrió la puerta del final del pasillo y Amaranda regresó con una bolsa que por el olor parecía contener comida. Cuando pasó junto a ellos, se percató de que la apolita llevaba el tatuaje del arco doble y la fecha entrelazado con una rosa en la parte baja de la espalda.
Amaranda le lanzó una mirada elocuente a Ravyn, que de algún modo logró mantener una expresión impasible.
—Cael tiene que recuperar fuerzas. Y vosotros tenéis que iros.
La mirada de Ravyn se posó en las lágrimas que llevaba tatuadas Amaranda en la mano que descansaba en el brazo de Cael.
—¿Es una spati?
El rostro de Cael volvió a tensarse.
—No es daimon.
—Pero posee el entrenamiento necesario para luchar contra nosotros.
Amaranda alzó la barbilla, dispuesta a plantarles cara a las críticas de Ravyn.
—Poseo el entrenamiento necesario para protegerme y proteger a mis seres queridos.
—¿De qué? —replicó Otto con sorna.
La mujer le lanzó una mirada asesina.
—De lo que haga falta.
La ira y la hostilidad flotaban de nuevo en el aire. La tensión era tan palpable que tuvo la impresión de que una mano helada le recorría la espalda, provocándole un escalofrío que le puso los nervios de punta.
Solo se rompió cuando Cael miró a su esposa y su furia pareció desvanecerse al instante, dando paso a otra emoción mucho más tierna.
—Nena, ¿ha venido algún escudero esta tarde preguntando por mí?
—No —respondió Amaranda con sinceridad.
—¿Estás segura? —insistió Otto.
La mujer asintió con la cabeza.
—Kerri me lo habría dicho. No se habría callado algo así.
Otto se quedó blanco.
—No volvió y no llegó aquí. Debieron de interceptarlo por el camino. Joder. ¿Dónde habrán dejado el cuerpo?
Ravyn soltó un sentido suspiro. El cansancio y la tristeza que irradiaba llegaron hasta ella. Quería colocarle una mano en el brazo para reconfortarlo, pero decidió que no sería prudente. A diferencia de Cael y Amaranda, no eran una pareja. Y no lo conocía lo suficiente como para saber si apreciaría su consuelo o lo rechazaría.
—Por lo menos sabemos que Cael está bien, así que por esa parte tenemos una preocupación menos —dijo Ravyn, observando a su amigo con los ojos entrecerrados—. Mantente en contacto y recuerda lo que te he dicho. Tarde o temprano, esta batalla llegará hasta tu puerta.
Amaranda miró a su marido con el ceño fruncido por la preocupación.
—¿Qué batalla?
Él le cogió una mano y la sostuvo entre las suyas.
—Ninguna, nena. Es que están un poco paranoicos.
—El engreimiento mata.
—Vamos —dijo Ravyn al tiempo que empujaba a Otto hacia la escalera—. Tenemos que ir a otros sitios para seguir molestando a más gente.
Otto se zafó de su mano mientras comenzaba a caminar por el pasillo, alejándose de Cael y Amaranda. Ravyn fue tras él.
Ella los siguió, pero cuando llegó a la escalera se giró y vio que Amaranda había soltado la bolsa con comida en el suelo porque Cael le había cogido la cara con esas dos enormes manos para besarla con pasión.
No había ni rastro de su aspereza. En cambio, sus ademanes delataban la ternura de un hombre enamorado de su esposa hasta la médula de los huesos.
—Tienes que comer algo —le dijo Amaranda cuando el beso llegó a su fin.
Vio que Cael le sonreía con picardía.
—Pues sí y voy a hacerlo ahora mismo… pero la comida puede esperar.
Amaranda soltó una carcajada cuando la cogió en brazos y la metió en el dormitorio.
Verlos de ese modo le provocó un dolor agridulce. Dios, ¿qué se sentiría al estar así de enamorada? Ni siquiera podía imaginárselo. Lo más cerca que había estado de compartir la experiencia fue con Alex, cuando trabajaba como periodista de investigación. Él lo hacía para un periódico de la competencia y habían estado saliendo tres años… incluso habían hablado de matrimonio.
Hasta que cayó en desgracia. A partir de ese momento Alex salió de su vida con tal rapidez que fue visto y no visto.
«No puedo seguir contigo, Sue. ¿Te imaginas los cotilleos? Nadie volverá a confiar en mí jamás. Has arruinado tu carrera. No voy a permitir que arruines la mía.»
Lo más triste de todo era que lo comprendía y, la verdad sea dicha, prefería que se hubiera ido si no la quería lo suficiente como para seguir a su lado.
Sin embargo, comprender sus motivos no evitaba el sufrimiento, aun después de todo el tiempo que había pasado. ¡Cómo envidiaba a Cael y Amaranda por ser capaces de amarse pese a la censura de los demás! Pero la envidia se enfriaba un poco al pensar en lo que le pasaría a Cael el año próximo cuando la vida de su esposa llegara a su fin…
Con el corazón en un puño por ellos, corrió escaleras arriba para alcanzar a Otto y Ravyn, que ya habían localizado a Leo. La música seguía machacando el bar mientras los universitarios y los apolitas se mezclaban y bailaban. Pasó junto a un grupo de tíos rubios muy altos cuyos ojos negros los observaron con palpable malicia. Se sentía como un pececito en un tanque de tiburones. Había algo muy desconcertante en el modo en el que esos tíos los miraban y la periodista que llevaba en su interior se puso en alerta.
—Ravyn… —dijo, haciendo que se detuviera—. Tengo un mal presentimiento.
—¿Sobre qué?
—No lo sé. Algo va mal. No puedo explicarlo…
Un brillo burlón iluminó esos ojos negros.
—No te preocupes, mis poderes extrasensoriales también me están avisando de algo. Creo que lo mejor será salir de aquí lo antes posible.
Asintió mientras seguían a Leo y a Otto hasta la calle.
Ravyn no podía zafarse del mal presentimiento que Susan había mencionado. Por su parte no había sido una broma. Había un olor en el aire que era incapaz de identificar. No era ni daimon ni apolita. Tampoco humano. Era algo distinto. Algo siniestro y poderoso, y eso le preocupaba. Tenía que poner a los humanos a salvo antes de que apareciera ante ellos.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Leo tan pronto como estuvieron fuera del bar.
—¿Se les ha informado al resto de los Cazadores de lo que está pasando? —preguntó.
Leo asintió con la cabeza.
—En ese caso… —se interrumpió al sentir un pinchazo en el hombro. El dolor le corrió por el brazo, donde comenzó a sentir una intensa quemazón—. ¿Qué ha sido eso?
Vio que Otto fruncía el ceño.
—¿El qué? —preguntó Leo.
De repente, descubrió que no podía hablar. Tenía la sensación de que se le había hinchado tanto la lengua que era incapaz de moverla. La cabeza comenzó a palpitarle. Empezó a ver borroso y todo se oscureció.
—¡Le han dado! —gritó Otto al tiempo que le daba las llaves del Jaguar a Susan antes de pasarle un brazo a Ravyn por la cintura para llevarlo hasta el coche—. Sácanos de aquí. Ahora mismo. Leo, coge el coche de Ravyn y sal pitando.
Nada más oírlo, ella metió la mano en el bolsillo donde Ravyn guardaba las llaves y se las arrojó a Leo, que obedeció sus órdenes sin rechistar.
Apenas tuvo tiempo de recobrarse del susto cuando de repente un grupo de cinco daimons salió del callejón situado a su izquierda. Cuatro hombres y una mujer que caminaban con paso decidido en una formación letal mientras el fuerte viento de Seattle hacía ondear sus largos abrigos. Todos llevaban enormes gafas de sol y lucían expresiones asesinas en sus rostros. Estaban sedientos de sangre.
De su sangre.
Con el corazón desbocado, se metió en el coche y puso la llave en el contacto al mismo tiempo que Otto metía a Ravyn en el asiento de atrás. En ese momento algo golpeó el capó del vehículo.
Sobresaltada, miró hacia arriba y vio a uno de los daimons de pie sobre el capó, mostrándole los colmillos. Estaba a punto de sacar una pistola con la intención de dispararles a través del parabrisas.
—Vete a tomar por culo, gilipollas —masculló mientras metía la marcha atrás y giraba el volante a pesar de que Otto no había cerrado la puerta.
El daimon salió volando cuando el coche giró bruscamente hacia un lado. Pisó el freno con todas sus fuerzas para que la puerta se cerrara y escuchó que Otto soltaba un taco en el asiento trasero.
—Ponte el cinturón y agárrate bien —le advirtió al tiempo que cambiaba de marcha. Pisó el acelerador y fue directa hacia los daimons, que no tardaron en apartarse de su camino—. Joder, ni los he rozado…
—¿Dónde has aprendido a conducir así? —le preguntó Otto.
—Era periodista. ¿Nunca te has fijado en que los periodistas son tan populares como los abogados y los políticos? Hay mucha gente pululando por ahí a la que le encantaría hacernos daño. En cuando conseguí mi primer empleo nada más salir de la universidad, Jimmy me convenció para que tomara clases de conducción y de artes marciales. Soy capaz de hacer giros y derrapes como el mejor. —Miró por el espejo retrovisor y vio que Ravyn intentaba mantenerse consciente—. ¿Qué le ha pasado? ¿Está bien?
Vio que Otto le quitaba un pequeño dardo del hombro y olía la punta.
—Parece que lo han sedado.
—¿Pueden hacerlo?
El escudero sostuvo su mirada a través del retrovisor.
—La respuesta debería ser negativa. Lo normal es que los Cazadores Oscuros sean inmunes a cualquier tipo de droga, pero como Ravyn tiene una parte animal, parece que es un poco distinto en ese aspecto, y sea cual sea el tranquilizante que han usado, ha funcionado.
Echó un vistazo hacia atrás para asegurarse de que los daimons no los seguían y aminoró la velocidad para no llamar la atención de la policía. El tráfico parecía normal, pero ¿qué sabía ella de normalidad? Todas sus convicciones se habían hecho añicos en cuanto Ravyn apareció en su vida.
—¿Adónde quieres que vaya? —le preguntó a Otto.
Lo escuchó suspirar.
—Buena pregunta. Ojalá supiera la respuesta. Estoy seguro de que tanto tu casa como la de Ravyn están vigiladas por la policía y por los daimons.
Por no mencionar que su casa era la escena de un crimen…
No podían volver a casa de los Addams. La de Leo estaba demasiado lejos…
—¿Dónde vives?
—En Nueva Orleans.
La respuesta la tomó totalmente por sorpresa.
—Eso no me sirve de mucho.
—Lo sé.
—¿Dónde te alojas en Seattle?
—Con los Addams.
La cosa empeoraba por momentos. Muy bien, pensó. Solo conocía un lugar donde podían estar a salvo. Miró a Otto y a Ravyn por el retrovisor. El escudero observaba el tráfico incluso con más atención que ella y con la mano oculta bajo la chaqueta a la altura del pecho. No paraba de moverla.
—¿Tienes una erupción o algo?
—¿Cómo? —le preguntó él, extrañado.
—Si no dejas de rascarte de esa forma, la gente va a pensar que estás pirado o algo así.
—Quiero tener la pistola a mano… —confesó con un resoplido—. Por si acaso.
Eso debería haberle puesto los pelos como escarpias, pero en cambio logró tranquilizarla un poco. Miró a Ravyn, que estaba derrengado sobre la otra puerta. La larga melena oscura le ocultaba la cara, pero los moratones del cuello provocados por el collar que había estado a punto de matarlo estaban a la vista. Si alguien llevaba un día peor que el suyo, era Ravyn. Y todavía no lo había escuchado quejarse ni una sola vez. Eso le resultaba sorprendente. Nunca había conocido a nadie tan fuerte y valiente como él, y eso la llevó a preguntarse cómo era posible que su familia le hubiera dado la espalda.
Tal vez el hecho de estar sola fuera la causa de que valorara tanto los lazos familiares. Pero una cosa era cierta, si alguna vez conseguía encontrar a alguien como él con quien compartir la vida, lucharía con uñas y dientes para mantenerlo a su lado sin importar a lo que tuviera que enfrentarse.
—¿Cómo lo lleva nuestro Gato con botas? —preguntó.
—Sigue inconsciente.
Soltó un suspiro cansado. Los acontecimientos del día comenzaban a pasarle factura y lo único que quería era un minuto para sentarse y disfrutar de un poco de tranquilidad. Un momento para recobrar el aliento antes de que surgiera otra cosa. Su vida llevaba girando sin control desde la hora del almuerzo.
¿Eso era lo que podía esperar de su futuro como escudera? De ser así, Leo iba listo. Sí, como periodista le encantaba la emoción de las persecuciones, pero aquello era totalmente distinto. Prefería un asesino humano normal y corriente a uno capaz de aparecer por arte de magia sin previo aviso y desvanecerse tal cual había llegado.
Si eso era lo normal, no era de extrañar que Leo soliera estar de un humor de perros en el trabajo casi todos los días.
—Dime, ¿así son vuestras vidas? ¿Una sucesión de desastres?
Otto soltó una risotada.
—No. De verdad que no. Normalmente las cosas están tranquilas. Tiene que haber alguien en Seattle que ha provocado este follón con algún propósito.
Eso la tranquilizó un poco… o más bien nada. Estaba hecha polvo.
—¿Alguna idea de la identidad de ese alguien?
—Apolitas —contestó con brusquedad—. Apolitas enormes con unos cuantos daimons para amenizar la reunión.
—¡Ja, ja! Qué gracioso eres, Otto. —Agarró con más fuerza el volante mientras recordaba la expresión de Jimmy en el refugio de animales—. Mi amigo Jimmy me dijo esta mañana que había policías compinchados con los vampiros. En ese momento pensé que estaba como un cencerro, pero ya no estoy tan segura.
—De todas formas no tiene sentido. Entiendo que la generación que ha crecido con el mito de Hollywood se lo trague, pero ¿la poli? Normalmente tienen más sentido común.
—A menos que un pez gordo les dé órdenes. Piénsalo. He visto vuestras listas. Tenéis a gente en todas las instituciones gubernamentales. ¿Por qué no iban a hacer ellos lo mismo?
—Por ejemplo, porque no tienen a mucha gente que pueda sobrevivir bajo la luz del sol.
—Sí, pero hay muchos policías con turno de noche. ¿Cómo sabes que no son apolitas los que encubren los asesinatos de los suyos?
—Eso no es nuevo. Muchos lo hacen. Pero lo que se cuece aquí es mucho más gordo. No son ataques coordinados por daimons y apolitas a la antigua usanza. También tienen humanos colaborando con ellos.
—Lo que viene a corroborar lo que Jimmy me contó. Me dijo que esto llega hasta lo más alto. Tiene que haber un humano dirigiéndolo.
Otto se acarició la barbilla con gesto pensativo.
—¿Qué era lo que sabía Jimmy exactamente?
Respiró hondo mientras intentaba recordarlo todo.
—Según él, todo comenzó hace un par de años. Le llegaban casos aislados de universitarios que desaparecían o que se fugaban de casa. En alguna ocasión llegaron a encontrar sus cuerpos. Los casos se solucionaban tarde o temprano, pero él jamás llegó a ver los informes. Al principio no le dio importancia. Pero hace unos meses, comenzaron a llegar con más frecuencia y ahí empezaron sus sospechas.
—¿Has investigado el asunto?
La pregunta le provocó un ramalazo de dolor.
—No. No puedo presentarme en el ayuntamiento. Se reirían en mi cara antes de empezar a investigar siquiera.
Se encontró con la mirada compasiva de Otto a través del retrovisor, pero el escudero no hizo ningún comentario al respecto.
—¿Las desapariciones se producían en una zona concreta?
—En Ravenna. Cerca del Sírvete Tú Mismo.
—Eso tiene sentido, ¿no te parece?
Asintió con la cabeza.
—Creo que Jimmy tenía razón. Alguien con un cargo importante está interfiriendo y ayudando a los daimons. Alguien como… el alcalde, por ejemplo.
Otto mostró su desacuerdo con una especie de gruñido.
—Su cargo es demasiado importante para eso. Le sería imposible manipular a tantos miembros del departamento de policía sin levantar sospechas.
—Sí, además, todo comenzó antes de que él ocupara la alcaldía. —Se mordió el labio mientras pensaba en otros posibles culpables—. ¿Y el comisario?
—Tiene más posibilidades, sí. ¿Un detective, quizá?
—No, según Jimmy la cosa venía de arriba.
Otto asintió de nuevo con la cabeza.
—Seguro que sabía quién era.
Se le encogió el corazón al recordar que Jimmy ya no podría contarle nada. ¡Joder, ojalá tuviera alguna pista!
—Tiene que haber una razón detrás de todo esto. ¿Estás seguro de que nunca ha sucedido nada parecido?
—Segurísimo. Además, no se me ocurre ninguna razón por la que un poli ayudaría a un vampiro a matar humanos, mucho menos si ese poli tiene un puesto de responsabilidad.
—Pero eso es justo lo que está pasando.
—Sin embargo —replicó el escudero, asintiendo con la cabeza—, sea lo que sea creo que debemos buscarle un reemplazo a Cael, porque está distraído y salta a la vista que no está prestando atención a lo que se traen entre manos los daimons y los humanos.
No le extrañaba que Otto hubiera llegado a esa conclusión.
—¿Es normal que un Cazador Oscuro se líe con una apolita?
—No, ni de coña. En la vida he oído de ningún otro que lo haya hecho. La única vez que pasó algo parecido fue con Wulf y técnicamente no era un Cazador Oscuro. Era un simple humano atrapado en este mundo por culpa de un dios nórdico. A los Cazadores Oscuros no se les permite mantener relaciones afectivas. Y tienen totalmente prohibido el matrimonio.
Eso debía de ser duro. Su mente ni siquiera llegaba a asimilar la idea.
—¿Viven toda la eternidad y tiene prohibido tener seres queridos?
—Ese es el trato.
—Pues es una mierda.
—Cierto —admitió Otto—. Lo es, pero como diría Ash, si juegas con fuego, acabarás quemándote.
—¿Ash?
—El líder de los Cazadores Oscuros, Aquerón.
Recordó haber leído algo sobre él. Pero no había muchos datos, salvo que era un tío excéntrico y que a los escuderos les costaba la misma vida ponerse en contacto con él.
—¿Cuántos años tiene?
—Once mil y pico.
La respuesta la dejó boquiabierta mientras se imaginaba a un viejecito decrépito que se parecía al mago Merlín.
—Muchos años para llevar vagando por ahí.
—Tú lo has dicho —replicó Otto entre carcajadas.
El silencio reinó en el coche mientras reflexionaba acerca de la información que tenía en la cabeza, aunque reconoció que se encontraba saturada.
Aminoró la velocidad cuando llegaron al Serengeti.
Otto soltó un taco cuando se dio cuenta de su destino.
—No puedes volver a meterlo ahí, Susan.
Aparcó en la acera, cerca de la puerta trasera.
—¿Se te ocurre algo mejor?
Aunque esperaba una discusión, vio que Otto alzaba una mano para indicarle que esperara mientras sacaba el móvil y apretaba una tecla.
—Oye, ¿dónde estás? —La miró mientras escuchaba la respuesta—. Estamos en la parte trasera del Serengeti con Ravyn. Lo han noqueado. ¿Te importaría salir para ayudarme a meterlo en el bar? —Lo vio apartarse el teléfono de la oreja e incluso ella escuchó los gritos al otro lado de la línea antes de que volviera a acercárselo—. Lo sé, pero ¿dónde quieres que lo llevemos? —Guardó silencio—. Ajá, hasta ahora.
—¿Era Kyl? —le preguntó, inclinándose por encima del asiento.
—Sí, y para que lo sepas, él también cree que estás loca.
—Vaya por Dios. Bueno, como yo creo que él está pirado, estamos en paz.
Un brillo travieso iluminó los ojos de Otto.
—No lo creas. Lo está. Pero eso es una gran ventaja en mitad de una pelea. Vamos, acabemos con esto.
Antes de salir del coche echó un vistazo por la calle, que estaba sumida en la oscuridad. La puerta trasera del bar se abrió y Kyl salió. Cuando estuvo junto al coche, ella abrió la puerta y dejó que los dos hombres sacaran a Ravyn. Las pasaron canutas para sostenerlo y no lo hicieron precisamente con delicadeza. De hecho, acabaron estampándole la cabeza contra la parte superior del coche. El golpe fue tan fuerte que ella misma se encogió.
—Eso va a dejarle un moratón que no tengo intención de explicarle —les dijo.
Otto se limitó a refunfuñar algo mirándola con cara de pocos amigos. En ese momento llegó Leo, que aparcó detrás del Jaguar y corrió a abrir la puerta del Serengeti.
—¿Qué le ha pasado? —preguntó Kyl mientras caminaba a trompicones. Ravyn iba entre Otto y él.
—No lo sabemos —respondió ella al tiempo que cerraba la puerta del coche—. Los daimons lo sedaron con algún tranquilizante.
Kyl se detuvo por la sorpresa hasta que Otto le dio un tirón a Ravyn para continuar.
—No sabía que los tranquilizantes afectaran a los Cazadores Oscuros.
—Todos los días se aprende algo nuevo —soltó Otto, que miró con sorna al otro escudero.
Al llegar a la puerta, los dejó pasar primero. Apenas habían puesto un pie en el edificio cuando el padre de Ravyn les cortó el paso.
—¿Qué coño significa esto? —masculló con voz airada.
Fue Otto quien contestó.
—Han herido a Ravyn.
—Pues dejadlo en la calle con el resto de la basura.
—Gareth —dijo Otto con un suspiro antes de hacer una mueca por el esfuerzo de aguantar el peso de Ravyn—, no podemos hacer eso y lo sabes.
Salidos de la nada aparecieron otros dos tipos que se colocaron detrás de Gareth.
—Tiene prohibida la entrada en el Serengeti. De forma permanente.
Esas palabras activaron algo en su interior. ¿Cómo podían ser tan insensibles? A ella le habían arrebatado a su familia, y si pudiera volver a tener a uno solo de ellos de vuelta aunque solo fuera un minuto, lo aceptaría sin rechistar. ¿Cómo era Gareth capaz de darle la espalda a su propio hijo, sobre todo cuando estaba herido? Eso le recordó a su padre y la puso hecha una furia. De modo que concentró toda esa ira reprimida en el hombre que les cortaba el paso.
—Vamos a ver una cosa —dijo—. Esto es un santuario, ¿no?
Gareth la miró echando chispas por los ojos.
—¿Y? Explícate, humana.
Cruzó los brazos por delante del pecho y le contestó con la misma actitud.
—Que no te está permitido elegir quién entra y quién no. He leído en mi manual que es difícil conseguir el permiso para que un lugar se convierta en un… limoni.
—Limani —la corrigió Otto.
—Eso. Y una vez que se consigue ese estatus, estás obligado a darle la bienvenida a cualquiera que necesite ayuda. ¡A cualquiera! Humanos. Apolitas. Daimons… o Cazadores.
Al mirar a Otto a la cara, atisbó el respeto que sentía por ella mientras le dedicaba a Gareth una sonrisa ufana.
—Tiene razón.
En el mentón del padre de Ravyn apareció un tic nervioso.
—Violó nuestras leyes.
—Las reglas no decían que hubiera excepciones. Según el manual, tienes que darle cobijo a menos que un tal Savitar lo haya expulsado. ¿Savitar lo ha expulsado de aquí?
La mirada furiosa de Gareth la recorrió de arriba abajo.
—¿Eres una puta abogada o qué?
—Peor. Soy periodista.
Gareth soltó un gruñido feroz.
—¡Fénix!
El hermano de Ravyn apareció al instante. Frunció el ceño extrañada cuando vio que la mitad de su rostro quedaba cubierta por un extraño tatuaje color borgoña que desapareció al instante.
—¿Me has llamado, padre?
—Lleva a esta gente a un dormitorio de la segunda planta.
Otto torció el gesto.
—No podrá estar ahí arriba durante el día y lo sabes muy bien.
Si las miradas matasen, a esas alturas ya estarían todos tiesos.
—De acuerdo. Tíralo en el sótano. En la sala de aislamiento.
Bueno, qué acogedor sonaba…
—Visto lo visto, supongo que tuve suerte de no tener padre, porque si es así como se comportan…
Nadie abrió el pico mientras Fénix cumplía las órdenes de su padre y los guiaba hasta una escalera situada tras una puerta emplazada a la derecha. Conforme bajaba los escalones, reconoció que seguía temiendo que esos animales se lanzaran sobre ellos antes de llegar a la habitación.
Una habitación diminuta. Apenas tenía espacio para el colchón que había en el suelo. Las paredes estaban pintadas de un horrible tono gris y olía a humedad. Preciosa. Parecía un trozo de pan mohoso.
—¿A quién encierran aquí? —preguntó en cuanto Otto y Kyl dejaron a Ravyn en el colchón.
—A los clientes problemáticos —respondió Otto mientras estiraba un brazo como si quisiera arrancárselo—. Si alguien, o algo, se pasa de la raya, lo encierran aquí hasta que consiguen el decreto del consejo para liquidarlo.
Eso no sonaba agradable.
—¿Un decreto de quién? ¿Del Consejo de Escuderos?
Kyl negó con la cabeza.
—No. Del Omegrion. Es el órgano regulador de los arcadios y katagarios.
—Por cierto —dijo Otto mirando a Fénix—, muchas gracias por habernos ayudado a bajarlo por la escalera…
—¡Vete a la mierda, puto humano! —Y con eso se esfumó como por arte de magia.
—¡Madre mía! —exclamó con fingida alegría al tiempo que aplaudía como una maestra de guardería delante de toda su clase—. Niños, niñas, hay que ver lo amables que son aquí, ¿verdad? Martha Stewart estaría orgullosa.
Otto se echó a reír mientras Kyl meneaba la cabeza. Hasta Leo resopló.
—Los arcadios y los katagarios pueden parecer peluches —dijo Kyl—, pero no son nada tiernos.
Una lástima, la verdad.
Miró al pobre Ravyn, que yacía en una postura incomodísima en el colchón.
—¿Podríais buscarle una almohada y una manta por lo menos?
Otto asintió con la cabeza.
—Ahora vuelvo.
La dejaron sola con él, aunque no tenía muy claro cómo había acabado convirtiéndose en su responsabilidad. En fin… ya se estaba acostumbrando a cuidarlo.
Se sentó a su lado y mientras intentaba colocarlo en una posición más cómoda, se dio cuenta de que no estaba inconsciente del todo.
—¿Ravyn?
Lo vio hacer una especie de guiño con un ojo, pero no respondió. Estaba tan indefenso como un niño, y eso la asustaba. De haber estado solo cuando le dispararon el dardo, no habría tenido la menor oportunidad frente a sus enemigos.
Era una putada tener semejante talón de Aquiles. Y bien que lo sabía el enemigo…
Le apartó el pelo de la cara con un nudo en el estómago a causa del miedo. Aunque tuviera los ojos entrecerrados, seguían siendo arrebatadores e inquietantes, y conseguían derretir una parte de sí misma que le resultaba extraña. Jamás había sido de las que perdían la cabeza por un tío bueno. Pero había algo en él que la atraía sin remedio.
Era difícil creer que apenas habían pasado veinticuatro horas desde que lo conoció.
—¿Cómo está? —preguntó Otto cuando volvió con una almohada y una manta.
—No tengo ni idea.
Lo escuchó suspirar.
—He intentado que uno de los médicos bajara para examinarlo. Pero ¡sorpresa! Se han negado.
Apretó los dientes por la furia mientras le colocaba la almohada bajo la cabeza con cuidado.
—¿Por qué lo odian tanto?
—Porque los maté a todos.
Frunció el ceño al escuchar las palabras de Ravyn, que apenas habían sido un susurro.
—¿Qué?
—Maté a mi familia —repitió en voz baja. Le costaba trabajo pronunciar bien las palabras—. Isabeau mintió. Se lo contó a los demás y vinieron a por nosotros…
—¿Quién es Isabeau?
Sin embargo, no obtuvo respuesta porque Ravyn volvió a cerrar los ojos y se sumió de nuevo en la inconsciencia.
Otto se encogió de hombros.
—No sé de qué está hablando. Y tampoco sé por qué lo odian. Estoy seguro de que tiene algo que ver con la razón de que se convirtiera en un Cazador Oscuro, pero cualquier cosa que te dijera serían suposiciones mías.
Lo tapó con la manta. Sentía mucha lástima por él.
—¿Quieres que te traiga algo de comer? —le preguntó el escudero—. Suponiendo que quieras quedarte a cuidarlo, claro.
¿Adónde iba a ir? Además, se había puesto enferma en bastantes ocasiones desde que era una adulta como para saber lo mal que se pasaba estando solo. No había nada peor que tener que cuidar de uno mismo cuando se estaba hecho polvo.
—Sí, me quedaré con él. En cuanto a la comida, me da igual lo que me traigas con tal de que no me muerda.
Otto asintió antes de marcharse.
Acababa de irse cuando Ravyn se puso de costado e intentó sentarse.
Se lo impidió y lo instó a tumbarse de nuevo.
—Necesitas seguir acostado.
—No me grites —le pidió él, encogiéndose de dolor.
¡Vaya por Dios! Le habían inyectado quetamina. ¿Qué iban a utilizar si no, sabiendo que en parte era animal? Debería haberlo supuesto. Durante su época universitaria compartió habitación con una chica a la que le encantaba experimentar con todo tipo de drogas. Su preferida era la quetamina, un tranquilizante de uso veterinario. Si mal no recordaba, después de consumirla su compañera era muy sensible a la luz, al sonido y al tacto.
Dispuesta a comprobar la teoría, alargó la mano para acariciarle el pelo y lo vio arquear la espalda como un gato mientras se ponía… ¡a ronronear! La actitud era tan ajena a su carácter que la llevó a preguntarse qué diría si se viera en esos momentos.
Lo vio alzar una mano que le colocó en la mejilla.
—Eres tan suave… —murmuró e hizo una mueca de dolor—. No me siento bien.
Echó un vistazo a su alrededor y localizó una pequeña papelera cerca de la puerta. Se apartó de él para cogerla y regresó a su lado justo a tiempo, antes de que comenzara a vomitar, aunque llegó por los pelos.
Pobrecillo. Debían de haberle dado una dosis muy alta. Su compañera de habitación solía padecer náuseas después de consumir la droga, pero no recordaba haberla visto vomitar nunca. Solo se ponía muy cariñosa y bastante tonta.
Cuando hubo vaciado el contenido de su estómago, Ravyn volvió a tenderse en el colchón entre jadeos y gemidos.
—Un final perfecto para un día perfecto… —dijo ella mientras se preguntaba qué hacer con la papelera.
Stryker estaba en un callejón cercano al Serengeti, acompañado por Satara y tres de sus hombres. Fulminó con la mirada a Trates, a quien se le había escapado Ravyn de nuevo.
La expresión contrita de su lugarteniente le dejó claro que sabía lo disgustado que estaba con él.
—Por lo menos sabemos que el tranquilizante funciona y que actúa tan rápido como Theo nos prometió.
Menudo consuelo…
—¿Y dónde está ahora mismo el bueno del veterinario? —preguntó después de relamerse los colmillos de forma muy elocuente.
Trates retrocedió con el rostro lívido.
—Échale huevos, Stryker —le dijo Satara con un deje irritado en la voz al tiempo que lanzaba una mirada furiosa hacia el club—. Entra en ese lugar y cárgatelo ahora mismo.
—No es cuestión de huevos, sino de cerebro, hermanita. Si violas las leyes del santuario, abrirás la caja de Pandora y ni tú te salvarás.
—¿Por qué?
Se acercó a ella hasta acorralarla contra la pared con actitud amenazadora antes de contestarle:
—Sé que gracias a tu papel de doncella de Artemisa te crees inmune a todo. Qué suerte para ti. Pero los demás no podemos decir lo mismo. Si entras ahí a por Ravyn, harás que la ira de Savitar recaiga sobre nuestras cabezas. Y sobre las de los spati. Se abrirá la veda. Que no se te olvide que nosotros también utilizamos los santuarios, al igual que lo hacen los arcadios y los katagarios.
Satara lo apartó de un empujón mientras resoplaba por la nariz.
—Entonces ¿qué quieres que hagamos? ¿Abandonar los planes de hacernos con Seattle?
—No —masculló—. Hemos avanzado mucho y hasta ahora los humanos han demostrado sernos muy útiles. Los esperaremos hasta que salgan y los mataremos.
Su hermana resopló, asqueada.
—¿Sabes cuál es tu problema, Stryker? Que piensas como un hombre de once mil años.
—¿Y eso qué significa?
—Que estás apolillado. Dame un grupo de hombres y yo los dirigiré.
Sí, claro. Como si se fiara de ella… Por regla general actuaba sin pensar.
—¿Estás loca?
—No, pero al contrario que tú, veo las cosas desde otro punto de vista. —Hizo un gesto hacia los edificios que los rodeaban—. ¿Quieres Seattle? Yo puedo dártela.
Meditó la oferta antes de darle una respuesta. Satara se había mantenido ocupada con sus asuntos durante siglos y solo había ido a verlo cuando Artemisa prescindía de sus servicios. Aunque eso había cambiado en los dos últimos años, durante los cuales se había convertido en una visitante asidua de Kalosis. Cada vez que aparecía, estaba más nerviosa. Había sucedido algo en el Olimpo que la había enfurecido, pero se negaba a hablar del tema.
Aunque tal vez tuviera razón. Estaba viejo y cansado. Y apolillado, sí. Tal vez se le ocurriera algo que ni Aquerón ni los Cazadores Oscuros fueran capaces de prever.
—De acuerdo. —Echó un vistazo por encima del hombro—. Trates, ve con ella. Si hace algo que viole alguna regla, mátala.
Satara hizo un mohín desdeñoso.
—Yo también te quiero, hermano. —Se sacó la daga de la bota—. Pero no te preocupes, las cosas van a comenzar a salirnos a pedir de boca.