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Ravyn no sabía si alegrarse o no por el rescate. Sin embargo, tenía una cosa muy clara: estaría muchísimo más agradecido si su salvadora no lo hubiera dejado a pleno sol en el asiento trasero de su coche. Para evitar el doloroso contacto de la luz se había visto obligado a encogerse en un rincón y eso no le hacía ni pizca de gracia.

Olfateó el aire. Joder. ¿Olía a pelo quemado? Desde luego… ¿En qué cabeza cabía que el sol no lo estuviera chamuscando?

No había nada peor que tener un agudizado sentido del olfato cuando a uno mismo se le chamuscaba el pelo. Bueno, tal vez sí que lo hubiera: estallar en llamas y convertirse en un montón de ceniza, tal como le habría sucedido si estuviera en forma humana.

Vale… pensándolo mejor, su situación actual era preferible. Pero aunque pudiera tolerar la luz del sol en su forma felina, dolía a rabiar. Tal vez no acabara estallando en llamas, pero si no lo apartaba pronto del sol, acabaría sufriendo unas buenas quemaduras.

—¿A qué huele?

Apretó los dientes al escuchar la pregunta de Susan.

¡Soy yo, genio!, pensó. Le encantaría proyectar la respuesta hasta la mente de la chica, pero al hacerlo sufriría una descarga y ya había tenido bastantes por un día. En ese momento la luz del sol le rozó las almohadillas de una pata y siseó a causa del dolor de la quemadura. Apartó la pata al punto y la protegió bajo su cuerpo.

Comenzaba a sufrir un palpitante dolor de cabeza y, la verdad sea dicha, no sabía cuánto tiempo más podría seguir manteniendo la forma animal y controlando sus poderes mágicos. Se le agotaba el tiempo.

—¿Eres tú, Gato con botas?

Susan detuvo el coche en un semáforo en rojo y entretanto él la fulminó con la mirada. Obviando la irritación que sentía en esos momentos, debía admitir que era muy mona. No era despampanante ni mucho menos, pero sí muy guapa. Con ese cabello rubio oscuro y sus brillantes ojos azules parecía recién salida de una granja… con una docena de niños detrás. Tenía algo que le recordaba a una práctica amish. No llevaba maquillaje e iba peinada con una sencilla coleta. Si se soltara el pelo, le llegaría justo por debajo de los hombros… exactamente como a él.

—¡Uf! ¿Qué has comido, Gato con botas? —la escuchó preguntar al tiempo que bajaba las ventanillas—. Creo que no debería haberme tomado el antihistamínico. Habría sido mejor tener la nariz atascada en este infierno apestoso. Que alguien se compadezca de mí y me pegue un tiro, por favor.

¡Ojalá pudiera hablar!, pensó. Quítame del sol, guapa, y nos harás un puñetero favor a los dos.

Intentó tragar saliva y se dio cuenta de que el collar le oprimía la garganta por completo. Su cuerpo comenzaba a aumentar de tamaño a pesar de los inhibidores iónicos que lo mantenían en esa forma felina tan reducida. Puesto que esa no era su forma natural y dado que era de día, su cuerpo ansiaba recuperar la forma humana y lo quisiera o no, acabaría transformándose al cabo de poco tiempo.

Si la transformación se producía antes de que se quitara el collar, moriría.

Más rápido.

Susan dio un respingo al escuchar lo que le pareció una voz masculina en su cabeza, al tiempo que el gato siseaba en el asiento trasero.

—Genial —murmuró entre dientes—. Ahora se me está yendo la olla. Antes de que me dé cuenta, estaré viendo uno de los vampiros de Jimmy o, mejor aún, se me habrá contagiado la psicosis de Leo. —Meneó la cabeza—. Espabila, Sue. La cordura es lo único que te queda y, por poco que valga, no puedes permitirte perderla.

Sin embargo, seguía sintiendo esa especie de hormigueo en la nuca, una sensación similar a un escalofrío. Muy molesta. Porque tenía la impresión de que alguien la estaba observando, pero cuando echó un vistazo a los coches que circulaban a su lado no vio a nadie que le estuviera prestando atención. El nerviosismo hizo que subiera las ventanillas y de repente deseó haber cogido la pistola esa mañana.

Cuando por fin llegó a su calle, estaba segura de que algo extraño estaba a punto de suceder. No sabía muy bien qué podría ser. Tal vez su Toyota comenzara a hablar como el coche fantástico (cosa que la llevó a preguntarse si lo haría con acento japonés…) o tal vez lo hiciera su recién adoptado gato o incluso podría estar esperándola alguno de los vampiros de Jimmy en su casa.

—Debería escribir historias paranormales —murmuró mientras sacaba el transportín con el gato del asiento trasero, tras lo cual cerró la puerta con fuerza—. ¿Quién iba a imaginar que tenía una imaginación tan portentosa?

Bueno, eso era pasarse. Porque en realidad no tenía ni pizca de creatividad. Siempre había tenido los pies bien plantados en el suelo y sus únicas incursiones en el mundo de la fantasía habían sido las películas de La guerra de las galaxias.

Estaba intentando meter la llave en la cerradura de la puerta principal cuando se dio cuenta de que el gato comenzaba a removerse en el transportín como si algo le hiciera daño.

—Tranquilo, gatito, o acabarás en el suelo.

El animal se tranquilizó como si la hubiera entendido. Entre estornudos y un increíble malestar físico, abrió la puerta y dejó el transportín en el suelo, a su derecha, antes de cerrar y echar el pestillo. Fue de cabeza a por un paquete de pañuelos de papel con la intención de dejar al gato donde estaba hasta que Angie fuera a recogerlo, pero cuando le echó un vistazo mientras se sonaba la nariz lo vio salir del transportín.

¿¡Cómo se había abierto la puerta!?

—¡Oye! —exclamó—. ¡Vuelve ahí dentro!

El gato pasó de ella.

Acababa de dar un paso hacia el animal cuando se percató de que estaba actuando de un modo extraño. Apenas podía andar y parecía estar asfixiándose. De repente, se dejó caer hacia un lado y se quedó inmóvil en el suelo.

Le dio un vuelco el corazón.

—Ni hablar. ¡No te atrevas a morirte! Angie me matará. Nunca creerá que yo no he tenido nada que ver con tu muerte.

Se sonó la nariz y atravesó la estancia con cautela hasta llegar junto a la bola de pelo. Respiraba con dificultad, como si estuviera consumido por el dolor.

¿Qué narices le pasaba?

En ese momento comprendió que el collar que llevaba en torno al cuello estaba demasiado apretado. El pobre gatito debía estar asfixiándose.

—Vale —dijo con voz tranquila—. Vamos a quitarte esto. —Rodeó el collar en busca del cierre, pero se percató de que no tenía hebilla alguna.

Frunció el ceño.

¿Qué leches era aquello?

Tira. Con fuerza.

Era la misma voz masculina y grave que había escuchado en el coche y que en esa ocasión también coincidió con el siseo del gato, que comenzó a removerse como si el dolor hubiera aumentado.

—Tranquilo —le dijo para calmarlo mientras agarraba el collar y tiraba de él. ¿Qué perdía con intentarlo? Tal vez esa extraña voz supiera algo que ella desconocía.

Al principio el collar pareció tensarse aún más hasta el punto de que el gato comenzó a resollar al borde de la asfixia, de modo que tiró con todas sus fuerzas. Estaba convencida de que no iba a lograr nada cuando el objeto se partió por la mitad, liberando una descarga eléctrica tan poderosa que la tiró de espaldas al suelo.

Se puso en pie soltando un taco y se quedó de piedra cuando vio que el gato comenzaba a aumentar de tamaño. En un abrir y cerrar de ojos pasó de ser un pequeño gatito a convertirse en un leopardo.

Todo ello entre espasmos de dolor.

¡Corre!

La voz masculina la asustó. En lugar de huir como una cobarde, se acercó al animal… hasta que estalló el infierno. De repente surgió del techo una poderosa descarga eléctrica, una especie de relámpago, que rebotó por todas las paredes de la estancia, destrozando cuadros y bombillas a su paso. Se le puso el vello de punta como si el aire estuviera cargado de electricidad estática, cosa que sin duda era cierta ya que lo escuchaba crepitar.

El leopardo soltó un fiero gruñido al tiempo que clavaba las uñas en su alfombra.

Sin saber muy bien qué hacer e incapaz de coger su pistola ya que el animal se interponía entre ella y la escalera, se refugió tras el sofá mientras los rayos seguían cayendo y los cristales de las ventanas vibraban de tal forma que no entendía cómo seguían de una pieza. Gritó con fuerza cuando uno de los rayos cayó a su lado e hizo que se le encrespara el pelo. Debía de estar preciosa… seguro.

Justo cuando pensaba que su casa iba a estallar en llamas a causa de la descarga eléctrica, todo volvió a la normalidad. El repentino silencio le resultó sobrecogedor mientras se sentaba en el suelo con las manos en las orejas. Lo único que escuchaba eran los latidos de su corazón. Y sus propios jadeos.

Estaba casi segura de que todo volvería a comenzar en cualquier momento.

Sin embargo, tras un minuto de espera en completa calma, se atrevió a echar un vistazo por encima del respaldo del sofá y descubrió algo mucho más impactante que lo que acababa de presenciar…

El leopardo había desaparecido y en su lugar había un hombre desnudo.

Debo de estar soñando…, se dijo.

Sin embargo, si eso fuera un sueño, ¿no estaría en una casa mucho mejor que la suya?

Desterró ese pensamiento y entrecerró los ojos. El hombre yacía inmóvil en su alfombra verde oscuro. Desde su posición solo alcanzaba a ver una espalda musculosa. En el omóplato izquierdo tenía un extraño tatuaje, un arco doble con una flecha. El pelo, largo, negro y ondulado, se le pegaba al cuerpo, húmedo por el sudor. Estaba segurísima de que el culo que tenía frente a sus ojos era el mejor que había visto en la vida.

Desde luego que estaba como un tren ahí desnudo en su alfombra, pero ¿quién le decía que no era un psicópata asesino, eh?

Agarró lo primero que encontró a modo de arma defensiva (la lamparita de la mesa auxiliar que se había caído al suelo) y se agazapó en espera de que el hombre se moviera.

No lo hizo.

Siguió inmóvil. Tanto que temió que estuviera muerto.

Le quitó la tulipa a la lámpara con el corazón en la garganta y se acercó a él a gatas.

—¡Eh, tú! —exclamó con brusquedad—. ¿Estás vivo?

No obtuvo respuesta.

Lista para salir pitando en caso de que estuviera fingiendo, le dio un golpecito con el pie de la lámpara.

Vale, ya he visto esta película, se dijo. La tonta del culo se acerca al tío inconsciente para buscarle el pulso y el malo abre los ojos y la atrapa de repente.

No iba a cometer ese error. De modo que decidió rodearlo para colocarse frente a él.

Sin embargo, siguió inmóvil.

—Oye… —volvió a decir, dándole de nuevo con el pie de la lámpara.

Nada.

Nada salvo un cuerpo tan increíble que le dieron ganas de darle un bocadito para ver si estaba tan bueno como le decían sus ojos.

¡Ya vale, Sue!, se reprendió. Tenía cosas mucho más importantes en las que pensar aparte de en lo bueno que estaba desnudo.

Entrecerró los ojos y se sentó sobre los talones. Era difícil no pensar en lo obvio cuando tenía delante de las narices a un tío alto y atlético, de cuerpo musculoso y apenas salpicado de vello oscuro, que cuando estuviera de pie debía de ser imponente. Parecía sobrepasar con creces el metro ochenta y no había nada en él, a pesar de estar inconsciente, que insinuara debilidad.

No era normal encontrarse con semejante cuerpo masculino así como así. En más de un sentido… Estaba moreno de los pies a la cabeza. Sin embargo, lo que más llamó su atención fueron sus manos. Tenía unas manos preciosas de dedos largos y fuertes. Pero parecía tener una quemadura en la palma derecha.

Qué cosa más rara. Aunque eso era lo de menos. Lo importante era que estaba en su casa.

Preparada para darle un buen golpe si se movía, lo empujó con el pie de la lámpara hasta dejarlo tendido de espaldas. Cosa nada fácil, dado que parecía pesar una tonelada, aunque acabó lográndolo. La larga melena le ocultó el rostro, pero no había nada que cubriera el resto de su persona.

Algo más tranquila ya que no había hecho el menor intento por agarrarla, se acercó hasta poder tocar esa deliciosa piel. Observó perpleja que tenía el cuello amoratado… exactamente como lo habría tenido el gato después de haber sufrido a causa del collar.

No sabía si sentirse reconfortada o asustada por la idea. Bajó el pie de la lámpara y extendió el brazo para tocarle la zona amoratada en busca del pulso. Dios, tenía un cuello increíblemente sexy. A cualquier mujer le encantaría darle unos cuantos mordiscos…

¡Concéntrate, Susan, concéntrate! Nada de sexo. ¡Tienes a un desconocido en casa!

Un desconocido que quería fuera de su casa lo antes posible. Gracias a Dios, comprobó que tenía el pulso estable.

Sin embargo y a pesar de estar tocándolo, no hizo ningún intento por agarrarla.

Tal vez no estuviera fingiendo.

—Vale… —susurró.

Tenía a un hombre vivo e inconsciente en su casa. ¿Qué podía hacer?

Suspiró mientras observaba los moratones de su cuello. No podía ser el gato, ¿verdad?

—¡No seas idiota! Esto no puede estar pasando. Es imposible. Mucho menos a mí.

No obstante, lo tenía frente a sus narices. No podía negar el hecho de que estaba viendo a un tío buenísimo y desnudo en su alfombra mientras que el gato se había esfumado sin dejar rastro.

No… tenía que haber algún truco. Como los trucos de magia de David Copperfield, capaz de llevar a cabo increíbles hazañas delante de millones de espectadores. Sin embargo, nunca había creído en esas gilipolleces y no iba a cambiar de opinión a esas alturas. Solo creía en lo que podía ver y sentir.

Y ahora mismo puedes sentirlo, le dijo una vocecilla. Nadie se enterará si…

—¡Atrás, Satanás!

Aunque en su defensa debía decir que había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo tan cerca de un tío desnudo y que en la vida lo había estado de uno tan bueno como ese. Cosa por otra parte lógica. Los tíos buenos no iban en serio. Lo suyo era ir de flor en flor con tantas prisas por largarse que dejaban las huellas de sus resbalones en el suelo de los dormitorios y en los corazones de las mujeres.

Era lo único que le hacía falta, vamos.

Se concentró de nuevo en el dilema que se le había presentado y echó un vistazo hacia el sofá tras el cual se había refugiado cuando comenzaron los rayos. Supuso que se trataba de un truco relativamente fácil. Podrían haberle hecho algo a los enchufes del salón para crear todas esas descargas eléctricas. Tal vez hubiera sido eso lo que la lanzara de espaldas al suelo cuando partió el collar. Algún tipo de control remoto. Y después, mientras estaba distraída con los fuegos artificiales, ese tío había ocupado el lugar del gato.

Sí, eso era. Tenía sentido.

Y en esos momentos estaba fingiendo estar inconsciente. Tenía que estarlo.

Alzó la mirada hacia el techo.

—Si estáis grabando esto, que sepáis que no me hace gracia. Hace falta mucho más que esto para que me trague que el gato se ha convertido en un tío bueno.

No hubo respuesta. Estupendo, pensó. Podían reírse todo lo que quisieran. Por su parte, pensaba darse un atracón visual.

Se humedeció los labios con la punta de lengua mientras lo observaba con atención. Parecía estar sumido en una especie de coma, pero si era un actor, eso tampoco le resultaría difícil. En contra de su sentido común, alargó el brazo y le apartó el pelo de la cara para poder vérsela.

Se quedó sin aliento. Tenía unas facciones perfectas, como si se las hubieran esculpido. Las cejas se arqueaban con delicadeza y sus pómulos eran afilados. Una oscura barba de dos días le cubría el mentón. Su aspecto le otorgaba cierto aire de chico malo y resentido. Era una imagen abrasadora y básica. Magnética. Una cualidad que despertaba en las mujeres esa atracción sexual intensa y precavida en cuanto un tío como ese aparecía en escena.

Y esos labios tan sensuales le pedían a gritos que los besara. Sí… era difícil estar tan cerca y no aprovecharse de las circunstancias. La verdad fuera dicha, era el tío más guapo que había visto en carne y hueso.

De repente, estalló en carcajadas hasta el punto de acabar doblada de la risa. No podía evitarlo. ¡Por el amor de Dios!, pensó. Aquello era la leche.

No paraba de escuchar la voz de Leo en la cabeza, recitando un titular:

GATO SE TRANSFORMA EN TÍO BUENO DESNUDO EN CASA DE JOVEN SOLTERA… GRUPOS DE MUJERES ASALTAN REFUGIOS ANIMALES EN LA CIUDAD. MANTENGAN SUS GATOS ENCERRADOS A CAL Y CANTO.

Acabó preguntándose si debía llamar a un médico o a un… veterinario.

Sin embargo, esa idea la llevó a otra que la dejó petrificada.

—Angie…

Eso era. Angie tenía que estar enterada de todo aquello. Con razón había insistido en que se llevara el gato a casa pese a la alergia. Por fin lo comprendía todo. La locura de Jimmy, la insistencia de Leo en que comprobara la historia del hombre gato. La patética interpretación de Angie en el refugio… ¡Nadie podía actuar tan mal!

Además, ya no estornudaba.

Sí, le estaban gastando una broma. Estaba segurísima. A la mierda con todos. Como si no tuviera cosas mejores que hacer con su vida…

Pues la verdad es que no, le dijo una vocecilla. Entrecerró los ojos y desoyó la voz de su conciencia.

Se la habían colado por un segundo.

Muy bien, ella también sabía jugar a ese juego y mucho mejor que todos ellos juntos.

Asqueada consigo misma por haberse dejado engañar aunque fuera un segundo, se sacó el móvil del bolsillo y marcó el número de Angie.

No obtuvo respuesta.

—Vamos, guapa, cógelo. —Volvió a marcar, pero saltó el buzón de voz. En ese momento decidió seguirles la corriente y comenzó a hablar con voz asustada—: Oye, Angie, soy yo. Llámame, ¿vale? Necesito preguntarte un par de cosas sobre el gato que me has dado. Ha pasado una cosa rarísima. Llámame en cuanto oigas este mensaje. Hasta luego.

Volvió a guardarse el móvil en el bolsillo y le echó un vistazo al bombón inconsciente al tiempo que se le ocurría otra posibilidad.

Estoy segura de que el capullo de Catman ha encontrado a una tía con la que pasarse todo el día en la cama… Pero, joder, ¿no podía haber llamado para avisarme?, se preguntó.

Ese sería su segundo movimiento. La chica, Dark Angel, y su blog. Seguro que Leo la había involucrado en la bromita. Claro que también cabía la posibilidad de que el propio Leo fuera Dark Angel… al fin y al cabo, cualquiera con conexión a internet podía crear un blog.

Y era imposible que hubiera más de un Catman en Seattle.

A ver, puntualizó para sus adentros, ¿qué probabilidades había de que hubiera uno solo? Era impensable que existiera toda una horda de hombres gato.

Así que ya era hora de enfrentarse a esa parte de la broma. Tras echarle por encima la manta rosa del sofá a la inesperada visita que seguía inconsciente en el suelo, cogió el portátil y lo abrió. No tardó mucho en conectarlo y en encontrar de nuevo el blog. Un rápido vistazo bastó para localizar el correo electrónico de Dark Angel. Pinchó en el enlace y durante un minuto se limitó a mirar la pantalla en blanco.

¿Cómo podía empezar?

Mejor ser directa. A decir verdad, no conocía otro modo de enfrentarse ni a la vida ni a su profesión de periodista.

Estimada Dark Angel:

He encontrado al hombre gato que dices haber perdido en un refugio de animales de la ciudad. Ahora mismo está inconsciente en el suelo de mi salón. Te agradecería que me respondieras rápido para ver qué quieres que haga con él, porque tengo una alergia terrible a los gatos y no puedo perder tiempo sacándolo a hacer sus necesidades.

Gracias,

SUSAN

Vale, cualquiera que lo leyera creería que le faltaba un tornillo. Pero ¿qué más daba? Si aquello era real, seguramente acabaría cayéndosele alguno…

Releyó la parte en la que Dark Angel narraba la desaparición de su jefe la noche anterior. Con una sonrisilla traviesa, miró de reojo al tío desnudo.

—Bueno, si yo perdiera algo así, estaría deseando recuperarlo.

Muy bien, pensó mientras enviaba el correo. Ya solo le quedaba ver cómo podía inmovilizar al Catman de Seattle hasta que tuviera noticias de Dark Angel o de Angie. Mmmm… en ocasiones como esa era cuando venía de perlas ser una escaladora o una asesina en serie. O tener algún pasatiempo que incluyera varios metros de cuerda. Pero no lo tenía.

Mientras inspeccionaba el salón en busca de algo que le fuera de utilidad, se encontró con el collar que le había quitado al gato. Frunció el ceño mientras se agachaba para recogerlo. Era la cosa más rara que había visto en la vida. El material parecía ser una mezcla de metal y tejido. Rarísimo. Y, por desgracia, demasiado pequeño como para que le fuera de utilidad.

Tienes unos cuantos metros de goma elástica en el armario…, recordó de repente.

¿Serviría?

No perdía nada si probaba.

Iba hacia el armario cuando escuchó el aviso que anunciaba la llegada de un nuevo correo electrónico. Olvidó la goma y corrió hacia el portátil. Era de Dark Angel.

Incapaz de esperar a leer lo que la chica tenía que decirle, lo abrió.

Estimada y trastornada Susan:

Necesitas ayuda. En serio. Esto no es un juego, pero digamos que te sigo el rollo para no fastidiarte la broma y que por una extrañísima casualidad de la vida no estás mintiendo y lo has encontrado. En tu caso, yo me pondría a rezar de rodillas. Porque cuando se despierte, va a arrancarte el corazón entre carcajadas antes de beberse tu sangre y cuando acabe, arrojará tu cuerpo a una cuneta. Los seres capaces de cambiar de forma carecen de sentido del humor y no soportan que los encierren. Por tanto, no me preocupa que me lo devuelvas. Ya vendrá él solito cuando quiera.

D.A.

Dejó la mirada clavada en el correo mientras la furia se apoderaba de ella. ¿A qué venían esas gilipolleces?

Estaban tomándole el pelo. Seguro.

Y pensar que por un instante había estado a punto de tragárselo todo…

Y los rayos ¿qué?, le recordó su mente.

Efectos especiales. Porque a ver… ¿qué probabilidad había de que en todo Seattle fuera ella, precisamente ella, quien encontrara al gato desaparecido que Leo le había ordenado investigar?

Muchas, sí… Leo y Angie se pasaban la vida diciéndole que tenía que relajarse. ¿Qué mejor forma que pagándole a un tío bueno para que le gastara una broma?

—Hasta aquí hemos llegado, gatito —dijo, cabreada con todos ellos—. Es hora de que te largues de aquí.

Cerró el portátil y se acercó al hombre. Estaba a medio metro de él cuando un largo y musculoso brazo la atrapó por las piernas y la tiró al suelo.

Cuando abrió los ojos, estaba inmovilizada en el suelo y sobre ella estaban los ojos más negros que había visto en la vida.