CAPÍTULO 15: LA FRÍA ESTEPA

Pasados unos minutos de que iniciaran su marcha, Run y su discípulo dejaron el bosque atrás para cabalgar sobre una estepa helada. En el avance de Ventisca y el Gran Krig sobre la nieve, ambos animales iban dejando marcadas las huellas de sus patas sobre la nieve.

—Aquí hace mucho frío —se quejó Hakon.

—Perdona, no me doy cuenta cuando hace frío —se disculpó Run.

—Resguárdate con mi capa —añadió Run rodeando a su discípulo con la seda azul de su capa.

Por aquella zona por la que por entonces la vikinga y su discípulo iban avanzando, no había apenas vegetación salvo algunos matorrales secos. Por lo contrario sí que había alguna que otra cabaña de madera con su hoguera y su ganado pastando.

A los pocos minutos de avanzar por la estepa, Run y Hakon no tardaron en poder visualizar desde la lejanía el castillo de Rus de Kiev debido a que la topografía del terreno era bastante plana. En la lejanía se veía fácilmente como sobresalían las torres de un castillo y debajo de ellas una gran fortaleza hecha de una roca negra.

—¿Hemos llegado? —preguntó Hakon mostrándose intrigado.

—Sí, eso de allí es el castillo de Rus de Kiev, mi hogar —respondió Run adoptando por su rostro una feliz sonrisa.

Mientras Run y su discípulo se acercaban a caballo hacia el castillo, dentro de él el populacho de Rus de Kiev se agolpaba en el patio. En aquellos momentos, todos tenían sus miradas fijas en cinco montículos de madera a la vez que escuchaban el himno de Rus de Kiev tocado por varios músicos y una coral.

“En una tierra más helada que Jotunheim.

Se alza el gran Rus de Kiev…

Reyes y reinas cayeron al verla nacer.

Tú lo harás también…

De hidromiel y acero está hecha nuestra piel.

Nos da risa el dolor…

Damas y putas se corren al vernos pasar.

No conocemos el terror.

¡Rus, uuuuuuuuuuuhh!

Rus de Kiev…

Fuerte y fiel.

Sobre ti hay un fénix dorado.

Llevando a lo más alto al gran imperio de Rus

¡Rus, uh uh!

¡Rus, uh uh!”.

En la línea más avanzada y cercana a las hogueras estaban los supervivientes de la familia Ljungberg. De aquel grupo el que más destacaba era Karl Ljungberg. El chico de trece años estaba vestido de una forma distinta a la que solía vestir normalmente. En su cabeza portaba la corona de Rus de Kiev y sobre los hombros vestía una capa de oso que le ocultaba medio cuerpo. Dentro de dicha capa, iba vestido con un jubón dorado que tenía un fénix en el pecho de color negro.

Si hacía unas semanas Ivar Lodbrok había nombrado a Karl como nuevo jefe vikingo de la Casa Rúrika, al volver de su viaje, Karl fue coronado como nuevo rey de Rus de Kiev en consecuencia de la ausencia de Run y la falta de veracidad que había sobre su muerte.

Para Karl estar presente en la primera línea de los Ljungberg era su primera tarea como rey. Junto a él le acompañaban su hermana mayor Ingibjorg de dieciséis años junto a su esposo Horl, su hermana pequeña Joras de nueve años, y la viuda de Sineo Ljungberg, Victoria Jensen. Ella sostenía a su bebe en brazos.

De la rama del fallecido Truvor Ljungberg estaban su esposa Elif Koldrup con sus dos hijas. Dos mellizas de cabellos rubios llamadas Lutas y Helga.

En cuanto terminó el himno de Rus de Kiev, el vikingo Eluf, uno de los vikingos que había luchado con Rúrik en la Britania, se acercó a los montículos de madera llevando en su mano una antorcha.

—Hoy estamos aquí reunidos para rendir homenaje a nuestro fallecido rey, a nuestra fallecida princesa y a nuestros duques. Ellos han muerto en la guerra de la Britania en busca de mayor gloria para nuestro pueblo —proclamó Eluf de voz en grito.

—Arrodillaos y agradecedles de la mejor forma el sacrificio que han realizado —ordenó Eluf.

En respuesta a las palabras del vikingo Eluf, el populacho se arrodilló para plegar por las almas de sus héroes caídos. Estando el populacho en aquella postura, Eluf se paseó por delante de cada uno de los montículos con su antorcha para iniciar la primera llama. Las llamas que el populacho y los miembros de la familia Ljungberg observaron al quedar prendidas las hogueras, no estaban quemando los cadáveres de los fallecidos Rúrik, Einar, Truvor y Sineo. Sin embargo, les provocaron el mismo sentimiento.

Rotas por el dolor, las gemelas de Truvor Ljungberg se terminaron abrazando a su madre para tratar de calmar sus llantos. Lo mismo hizo Ingibjorg quien se abrazó a su marido para buscar consuelo. El único de los miembros de la familia Ljungberg que era capaz de controlar sus lágrimas era Karl Ljungberg. El nuevo rey se había vuelto mucho más fuerte tras su paso por la Britania. Miraba el fuego con una expresión impasible.

En aquellos instantes en que las hogueras se levantaban en cinco fuegos sagrados, Run y su discípulo cruzaron la fortaleza de Rus de Kiev montados en Ventisca y seguidos por el Gran Krig. En cuanto estuvieron dentro del castillo, la vikinga de la trenza dorada alzó su mirada con gesto de sorpresa.

—¿Qué es esa humareda que se ve? —se preguntó Run a sí misma.

Deseosa por saber que estaba ocurriendo en el patio, la vikinga descabalgó de su yegua para realizarle una pregunta a uno de los numerosos aldeanos que se habían acercado hasta el castillo para asistir al entierro.

—¿Qué son estas cinco hogueras? ¿Qué ocurre? —preguntó Run a uno de los aldeanos de Rus de Kiev.

—El rey Rúrik ha muerto…

—¿Qué? ¿Qué has dicho? —preguntó Run reaccionando sobresaltada.

—Un momento, ¿Quién eres tú? —preguntó el aldeano a Run con gran intriga.

—Pese a la pregunta realizada por el aldeano, Run le ignoró para hacerle la misma pregunta a otro aldeano.

—¿Qué son estas cinco hogueras? ¿Qué ocurre? —preguntó Run a otro aldeano.

—El rey Rúrik ha muerto… —contestó el otro aldeano.

—El rey Rúrik ha muerto… —contestó otro aldeano.

—El rey Rúrik ha muerto… —contestó otro aldeano.

La vikinga de la trenza dorada al oír de forma repetitiva la misma noticia referente a su padre anduvo desorientada por el patio sorteando a los aldeanos. Los aldeanos que se iban cruzando por el camino de Run cuando la veían pasar, decían sobre ella todo tipo de comentarios.

—Oye, mira por dónde vas —se quejó un aldeano.

—¿Es la princesa Run? —preguntó otro de los aldeanos mostrándose muy intrigado.

—Sí, se parece a ella. No cabe duda de que es ella —asintió otro aldeano.

—¿Pero no estaba muerta? ¿Estáis seguros que es ella?… —preguntó otro aldeano.

—Sí, fijaos bien. Lleva bordado en su coraza el emblema de la Casa Rúrika, debe de ser ella —respondió otro aldeano.

Debido a la serie de voces que se escucharon sobre la presencia de Run Ljungberg en el entierro honorifico, Karl Ljungberg y toda su familia se volvieron para mirar hacia el lado de donde procedían aquellos comentarios. A pesar de que existía una mínima posibilidad de que aquello fuera cierto, Karl y el resto de los Ljungberg se abrieron paso hacia el lugar por donde había pasado la vikinga de la trenza dorada. Lamentablemente para ellos llegaron tarde. Cuando aparecieron por aquella zona del patio, Run ya había desaparecido.

Mientras los Ljungberg buscaban a la vikinga por el patio, ella hacía ya unos segundos que se hallaba en una de las almena del castillo. En apenas un par de segundos, a Run le había dado tiempo para escapar del patio, agarrar a Hakon y al Gran Krig, y a trepar con ellos hasta lo alto del castillo.

Para su desgracia se había visto obligada a dejar a su yegua en tierra, la cual sí fue encontrada por su primo.

—Ventisca… —farfulló Karl mirando a la yegua con incredulidad.

Volviendo a la almena, allí, Run cayó de rodillas sobre el suelo en un llanto roto. De repente, sus mejillas se tiñeron del rojo de su sangre vampírica. Hakon al ver a su maestra de aquel modo se acercó a ella tratando de consolarla abrazándose a ella. Lo mismo hizo el Gran Krig, el cual empezó a lamer el brazo de la vikinga.

—Mi padre ha muerto… —farfulló Run.

—Mi padre ha muerto… —repitió Run mostrándose incrédula.

—Lo siento mucho por ti, Run… —farfulló Hakon, estando abrazado a su maestra.

Durante unos largos segundos, Run y Hakon se mantuvieron pegados el uno al otro.

—¿Por qué no te descubres ante ellos? ¿Acaso no eres tú la princesa de Rus de Kiev? —preguntó Hakon a su maestra en un débil hilo de voz.

—Que tonta soy… —farfulló Run con las mejillas llenas de lágrimas y su mirada clavada en el suelo.

—¿Por qué dices que eres tonta? Tú no eres nada de tonta —preguntó Hakon mirando a su maestra con su ceño fruncido.

—Será mejor que me marche —sentenció Run poniéndose de pie y apartándose del abrazo de su discípulo.

—¿Por qué? —preguntó Hakon reaccionando irritado.

—Si tu padre ha muerto tú deberías de ser la reina y no tu primo. Tienes que decir que estás viva —protestó Hakon.

—¿Pero te has parado a pensar que si llego a convertirme en reina, sería la reina eternamente? —dijo Run con su mirada fija en las hogueras.

—¿Y qué? —preguntó Hakon sin dar demasiada importancia a la pregunta de su maestra.

—Ninguna persona puede gobernar por toda la eternidad. Yo soy una vampiresa y como tal, debe de ser otro quien ocupe mi lugar —dijo Run con voz seca y mirada fría.

—Por lo que veo mi padre no ha sido el único noble que ha caído. No veo por ninguna parte a mis tíos ni a mi primo Einar. Lo siento muchísimo por ellos —farfulló Run con voz rota.

Decidida a marchar del castillo de Rus de Kiev, Run dio media vuelta para mirar hacia la estepa helada que rodeaba el castillo, y entonces le preguntó a su discípulo.

—¿Vendrás conmigo? Sí quieres puedes quedarte en Rus de Kiev. Si te doy algún objeto que demuestre que vienes de mi parte, mi primo te ayudará…

—¿Qué? —preguntó Hakon.

—Iré contigo —gruñó Hakon mostrándose molesto porque su maestra hubiera planteado la mera posibilidad de que ambos separaran sus caminos.

—¿Vendrás conmigo? —preguntó Run a su discípulo, con una feliz sonrisa en su rostro a pesar de sus lágrimas.

—¿A dónde iremos? —preguntó Hakon con gesto desconcertado.

—No lo sé…

—A donde los dioses nos guíen… —sentenció Run con su mirada fija en el horizonte blanco que se extendía por delante de Rus de Kiev.