CAPITULO 12: REGRESO TRIUNFAL

Unas semanas después…

Por las almenas del castillo de Copenhague Sigurd Lodbrok y su hermano Björn estaban paseando tranquilamente mientras conversaban. Sigurd Lodbrok era un chico de dieciséis años de edad, de cabello pelirrojo y piel blanquecina. El flequillo de su melena pelirroja le cubría las cejas y a los lados sus cabellos se retorcían al llegar a la altura de sus orejas, lo que hacía que su peinado tuviera el aspecto de una fregona.

A diferencia de sus cuatro hermanos, Sigurd podía considerarse medianamente atractivo. Tenía una cara con forma triangular libre de barba, los ojos redondos y de color verde, la nariz ancha, y la boca grande. En su rostro había un detalle por el que se le podía diferenciar fácilmente de cualquier otra persona. En su pupila derecha tenía una marca de nacimiento con forma de uroboro. En cuanto a su cuerpo, se trataba de un chico delgado y de estatura común. Con respecto a Björn Lodbrok, él era un hombre de unos veinte cuatro años. Era alto y enjuto con el cabello pelirrojo y corto. En relación a su rostro era poco agraciado. Por su rostro destacaban unos ojos azules y una perilla con bigote.

Björn había estado viviendo desde hacía ya casi medio año lejos de la Selandia. Su nuevo hogar estaba situado en el viejo castillo del fallecido duque Hearreauor de Suecia desde que con sus hermanos y su madre recuperaran Suecia para Dinamarca.

En aquellos momentos en que ambos hijos del difunto Ragnar Lodbrok iban paseando por las almenas, vestían con jubones de distintos colores. Sigurd iba vestido con el rojo de la Casa Ynglings mientras que Björn vestía con un amarillo de Suecia.

—Habladme hermano, Espero que el hecho de mi presencia en la Selandia sea a causa de un tema de gran importancia. Tengo que decir que últimamente me he acostumbrado a vivir en la vieja Suecia —dijo Björn con una sonrisa en la boca.

—¿Cómo no? Dicen que por aquellas tierras las mujeres son tan bellas que eclipsan a cualquier otras —asintió Sigurd soltando una risilla.

—¿Y bien de qué se trata? —preguntó Björn mostrándose intrigado.

—Quería hablaros sobre el futuro de la nueva Dinamarca —dijo Sigurd.

—¿Nueva Dinamarca? ¿A qué os referís? —preguntó Björn, intrigado.

Tras la pregunta realizada por su hermano mayor, Sigurd sonrió abiertamente mirando el cielo con una mirada astuta.

—Me refiero a la nueva Dinamarca que crearé. Ahora que parte de la Britania ha pasado a formar parte del reino, no veo justo que sea Ivar quien se quede con la Selandia por el simple hecho de ser el hijo mayor.

—Pero él es el heredero —contestó Björn.

—Te equivocas —le contradijo Sigurd mostrando una sonrisa.

A continuación, Sigurd le entregó un pergamino que llevaba en su mano derecha.

—Mira esto. Es una copia del testamento de nuestro padre —dijo Sigurd mientras le entregaba el pergamino a su hermano.

Björn al tener el pergamino en su mano, lo desenrolló, leyendo en él la entrega del territorio de la Selandia para su hermano Sigurd.

—Pero esto es una locura. Nunca jamás se ha saltado en linaje en la historia de ningún reino. Padre debía de estar ebrio cuando escribió tal cosa. Esto te traerá la guerra con Ivar —sentenció Björn mostrándose preocupado.

—Padre jamás estuvo más sereno que cuando escribió esta carta. Yo soy su primer heredero —respondió Sigurd con una sonrisa en los labios.

—Y para que veáis que no me importa arrebatarle el trono a Ivar. Antes ya le he arrebatado otra cosa que era suyo —murmuró Sigurd con una sonrisa maliciosa.

—Lady Nicoleta… —dijo Sigurd alzando la voz para reclamar la atención de la joven princesa.

La princesa, esposa de Ivar, al escuchar la voz de Sigurd apareció por detrás de unas columnas para reunirse con los dos hermanos de la familia Lodbrok. Nicoleta era una muchacha joven y hermosa, de larga melena rubia y rizada, piel blanquecina y cuerpo esbelto y delicado. Su cara tenía una forma triangular. Nicoleta tenía la frente amplia, las mejillas llenas de pecas, los ojos azules y ascendentes, una nariz delgada y respingona, y un mentón prominente. En aquel momento, llevaba un vestido largo de color blanco y detalles azules.

Björn tras verla aparecer se sorprendió muchísimo. No podía creer lo que estaba viendo.

—¡Un momento, ésa es la esposa de nuestro hermano! —exclamó Björn mostrándose indignado por ver la presencia de Lady Nicoleta.

—Me alegro de veros, Lord Björn —dijo Lady Nicoleta haciendo una reverencia ante el noble de Suecia.

—Lo mismo digo, Lady Nicoleta… —farfulló Björn.

—¿Qué hacéis aquí? Si me permitís esa pregunta —preguntó Björn a Lady Nicoleta, mostrándose todavía incrédulo.

Antes de que la princesa tuviera tiempo a dar una respuesta, Sigurd se puso por detrás de ella situando su boca cerca de su cuello y agarrándola por los senos.

—Ahora ella me pertenece. Ivar ya sabe que su mujer está siendo tomada por otro hombre. Madre se encargó de que así lo supiera enviando un mensajero hasta la Britania —dijo Sigurd a su hermano Björn, con una sonrisa maliciosa.

—¿Qué? —preguntó Björn, trastornado por la noticia.

—Estáis loco. Ivar te decapitará y clavara tu cabeza en una pica en cuanto llegue. No le importará que seas su hermano —dijo Björn con una expresión de temor.

—Tranquilo, él no sabe que soy yo. En cuanto a ella, sabrá como engatusarle para hacerle creer que tal noticia es falsa —dijo Sigurd.

—Cuando Ivar regrese también lo hará todo su ejército. Tarde o temprano, Ivar navegará de nuevo a la Britania para volver a saquearla pero esta vez la gran mayoría de sus soldados no se moverán de la Selandia y entonces será cuando aparezca mi oportunidad de apoderarme del control de su ejército y plantarle cara —añadió.

—¿Tanto deseas el trono? —preguntó Björn a su hermano Sigurd, mirándole con una expresión de incredulidad.

—Deseo lo que me pertoca legalmente —respondió Sigurd mientras seguía agarrando a Lady Nicoleta entre sus manos.

Al día siguiente de que Sigurd y Björn mantuvieran tal conversación, el cuerno de la ciudad sonó con fuerza.

—BOOOOOOOOOOOOOOOOOUUUUUUUU.

—BOOOOOOOOOOOOOOOOOUUUUUUUU.

Por la costa se acercaba una gran flota vikinga en la que ondeaban los emblemas de la Casa Ynglings, dos leones a los lados de un castillo sobre fondo rojo. La noticia del retorno de las tropas no tardó en propagarse por todos los rincones de la ciudad y en cuestión de minutos, la gente se desplazó desde sus casas hasta el puerto donde centenares de familias iban amontonándose para recibir a los padres, maridos, hijos y hermanos que habían dejado Dinamarca por el fin de hallar gloria y oro.

Entre la multitud congregada en el puerto, también estaban la reina Tara, Sigurd, Björn, Lady Nicoleta y Lady Kalea. La reina Tara era una mujer de sesenta años. Su melena era blanquecina y la llevaba recogida en un moño sobre la que portaba una diadema de oro. La forma del rostro de la reina Tara era redondo y tenía un color rosado. En ella tenía una frente estrecha, unos ojos pequeños y verdes, una nariz pequeña y puntiaguda, y una boca también pequeña. En la parte inferior de su rostro tenía un mentón escondido por una papada cetrina, que unía su cabeza con su cuello. En relación a su cuerpo, la reina era robusta y poseía una estatura considerable para ser una mujer. Tenía el pecho pequeño, las espaldas anchas y fuertes, los brazos gordos y rollizos, y las caderas tan anchas que a veces le costaba pasar por las puertas sin rozarse.

En relación a Lady Kalea, ella era la esposa de Halfdan Lodbrok. Lady Kalea era una mujer de raza negra y cabello negro que antiguamente había sido una esclava del vikingo.

En el puerto, todos los miembros de la familia real se habían vestido con sus mejores galas para recibir el regreso de los hijos del fallecido Ragnar Lodbrok. Cuando los navíos hubieron atracado definitivamente en el puerto, de uno de ellos descendió Ivar Lodbrok seguido por una treintena de sus soldados cargados con cofres llenos de monedas de oro. Nada más aparecer el jefe vikingo ante la vista de sus parientes, su esposa salió corriendo hacia él para abrazarle y darle un apasionado beso.

Por detrás de su esposa, su madre y hermanos fueron los siguientes en abrazarlo. Primero, fue su madre, y a continuación le siguieron sus dos hermanos y su cuñada.

—Me alegro de verte, hermano —dijo Ivar a su hermano Björn, mostrándose muy feliz.

—Yo también. No nos veíamos desde que recuperamos Suecia de las manos del duque —asintió Björn con una sonrisa.

—¿Y dónde están mis otros dos hermanos? —preguntó Björn, intrigado.

—Se han quedado en Jórvik por orden mía. La zona danesa que hemos conseguido debe de estar controlada por un hijo de la familia Lodbrok, no vale cualquier vikingo de la Casa Ynglings —respondió Ivar.

—¿Halfdan estará cualificado? —preguntó la reina Tara con escepticismo.

—Hubbe… —respondió Ivar.

—¿Hubbe? Pero sí él es un borracho. Perderá todas las tierras conseguidas en cuestión de unos días. Debéis de enviar de inmediato a Sigurd para que las defienda o en su caso a Hrarfnkell. Yo estoy dispuesta a ir también —dijo la reina Tara mostrándose en contra de la elección tomada por Ivar.

En reacción por las palabras dichas por la reina Tara, su hijo Ivar frunció el ceño mostrándose muy en desacuerdo.

—Pocos conocen realmente a Hubbe. Los comentarios que se dicen sobre él son sucias mentiras. Yo no conozco un hombre que tenga mejor corazón que él y que esté más cuerdo. Os lo aseguro. Hubbe tiene toda mi confianza y además se ha ganado sus méritos en batalla —respondió Ivar adoptando por su rostro un ceño fruncido.

La respuesta de Ivar en defensa de su hermano Hubbe hizo que por el rostro de Sigurd apareciera una sonrisa divertida.

—Madre, no discutáis la opinión de mi hermano. Pues él sabe qué es lo mejor para el poder de nuestra familia —dijo Sigurd dirigiéndose a su madre.

Pese a la intención de Sigurd por alabar a Ivar, él frunció su ceño aún más. Habiendo terminado de hablar el joven príncipe de la Casa Ynglings, Ivar destensó su ceño fruncido para dirigirse a toda su familia a la vez.

—Cambiando de tema. Por Odín, estoy hambriento de tanto viaje. Apresurémonos para nuestro regreso al castillo. Ansío devorar un buen jabalí —dijo Ivar.

Debido a las palabras del jefe vikingo, su madre soltó una carcajada.

—Mi amado Ivar —dijo la reina Tara entre risas mientras acariciaba la espalda de su horondo hijo.

—Preparad los caballos. Ivar debe de ser recibido con los honores que se merece —ordenó la reina Tara a los soldados que estaban en el puerto.

Siguiendo las órdenes de la reina, un grupo de soldados empezaron a hacer descender una decena de caballos que habían viajado con ellos en los diferentes navíos. Finalmente, cuando estuvo todo listo, la familia real marchó hacia el castillo, montados en un carruaje, salvo Ivar que cabalgaba por delante de todo su ejército. El populacho de Copenhague a medida que Ivar y su ejército iban avanzando por la ciudad, los iban vitoreando mostrándose eufóricos por su llegada.

Al mismo tiempo que se desarrollaba el desfile militar, en el carruaje donde viajaba el resto de la familia real, Björn hizo un comentario dirigido a todos ellos.

—El pueblo sin duda lo ama —dijo Björn al ver la reacción de felicidad en la gente.

—La gente es estúpida. Se conforman con pequeños logros. Si yo tuviera bajo mi mando un ejército como el de mi hermano hubiera conquistado toda la Britania y no solo una parte —respondió Björn con su ceño fruncido.

Una vez que la familia real hubo regresado al castillo de Copenhague, celebró un gran banquete en una de las salas del castillo. En aquella sala una decena de criadas iban trayendo todo tipo de manjares sobre la mesa de los miembros de la familia Lodbrok.

Ocupando la posición destina al cabeza de familia, estaba sentado Ivar. A la izquierda del jefe vikingo estaba sentada su esposa Lady Nicoleta. Y a su derecha su madre, la reina Tara. El resto, Björn, Sigurd y Lady Kalea, estaban sentados correlativamente.

En aquellos momentos se respiraba cierta tensión en la mesa. Sigurd y Lady Nicoleta se cruzaban alguna que otra mirada mientras Ivar devorada su plato. Aquellas miradas entre los dos jóvenes hacía que en la reina Tara y en su hijo Björn hubiera un ceño fruncido. Tratando de cortar con aquellas inapropiadas miradas, Björn se puso en pie con su copa de hidromiel dirigiéndose a todo el grupo.

—Quiero brindar por la venganza de nuestro padre. Y en especial por Ivar por haberla llevado a cabo —dijo Björn.

En respuesta del brindis los miembros de la familia Ynglings que se sentaban en aquella mesa, se pusieron en pie para brindar juntos.

—Agradecidos te estaremos siempre —dijo Sigurd dirigiéndose a su hermano Ivar con una sonrisa amistosa.

Las agradables palabras de Sigurd a su hermano no tuvieron ninguna respuesta positiva en él. Simplemente, Ivar volvió a sentarse para seguir comiendo. Mientras Ivar seguía comiendo, Sigurd tomó la palabra de nuevo para dirigirse a él.

—Hermano, tengo miles de preguntas por haceros. Desde que el malvado Aella mató a nuestro padre, siempre me he preguntado cómo era su rostro. ¿Podéis sacadme de esta intriga? —preguntó Sigurd a su hermano Ivar.

Pese a la pregunta realizada por Sigurd, Ivar siguió comiendo ignorándole por completo. La actuación que Ivar estuvo teniendo con su hermano pequeño hizo que éste segundo frunciera el ceño mostrándose altamente enrabietado. Enfurecido, Sigurd dio un golpe en la mesa y entonces, acto seguido volvió a realizar una pregunta a su hermano Ivar.

—¿Cómo era Aella? ¿Cómo era su jodido rostro? —le preguntó Sigurd en voz en grito, gritándole a escasos centímetros.

De nuevo Ivar siguió ignorándole para mayor enfado del joven príncipe. Sigurd estando furioso con su hermano se mantuvo cerca de él gruñendo ante la mirada atónita de toda la sala. Finalmente, Ivar soltó el pedazo de carne que sostenía con su mano derecha y a continuación, con esa misma mano agarró el cuello de su hermano estrangulándole con gran fuerza. Cuando Ivar agarró a su hermano, el resto de sus familiares se pusieron en pie mostrándose muy sorprendidos por su acción.

—Deteneos —suplicó la reina Tara a su hijo Ivar.

—Jamás vuelvas a gritarme… —dijo Ivar dirigiéndose a su hermano Sigurd con un ceño fruncido.

—¿Me has oído? —añadió.

Sin apenas poder respirar por culpa de la gigantesca mano que apretaba su cuello, Sigurd asintió con la cabeza.

Acto seguido, Ivar abrió su mano permitiendo que Sigurd cayera en el suelo entre tosidos de asfixia. En el suelo su madre fue socorrerlo de inmediato.

—¿Estáis bien, hijo mío? —preguntó la reina Tara a su hijo Sigurd.

—No debisteis hablarle así —dijo la reina Tara.

Mientras que la reina atendía a su hijo menor, su hijo mayor continuó comiendo en la mesa sin preocuparse lo más mínimo de la salud de su hermano. En aquel momento, Björn miró fijamente a su hermano Ivar dándose cuenta de que algo terrible iba suceder en el seno de la familia Lodbrok.