Pasados unos minutos de que se produjera la llegada del elfo oscuro y su séquito al palacio de Greyflow, ellos se encontraban siguiendo a la hada blanca por los pasillos del palacio mientras que iban conversando animadamente. En especial Glad y la hada blanca, quienes andaban por delante de Run, Hakon y el Gran Krig.
—Hacía muchísimo tiempo que no nos veíamos. ¿Cuánto hace de eso? ¿Tres mil años? —preguntó la hada blanca dirigiéndose a Glad.
—Creo que más. No lo sé… —respondió Glad mostrándose distante.
En consecuencia de la respuesta del elfo oscuro, la hada blanca sonrió.
—Has cambiado —dijo la hada blanca.
—¿Qué? —preguntó Glad.
—Has cambiado —repitió la hada blanca.
—Antes no eras así. Antes eras más huraño y gruñón —añadió la hada blanca mientras pulsaba la mejilla del elfo oscuro de forma juguetona.
—¿Es por esa vampira que te sigue? ¿Te gusta? —preguntó la hada blanca con una sonrisa malévola.
—Deja de molestarme —se quejó Glad con gesto avergonzado.
Por detrás del elfo oscuro y la hada blanca, la vikinga y su discípulo caminaban observándoles desde la distancia. Por aquel entonces, Hakon bebía agua de una botella.
—¿Estás contento ahora? —preguntó Run dirigiéndose a su discípulo.
—Sí, tenía mucha sed —asintió Hakon con una botella de agua entre sus manos.
—¿De qué estarán hablando? —preguntó Run mostrándose celosa.
—No lo sé —respondió Hakon mostrándose tan despreocupado como siempre.
—¿Cuándo volveremos a Copenhague? —preguntó Hakon.
—…
Pese a la pregunta realizada por el niño, su maestra se mantuvo en silencio observando con su mirada fija en el elfo oscuro.
Después de que el grupo anduviera por los pasillos del palacio, se detuvieron en una terraza desde la cual se divisaba toda la ciudad. Desde allí alto se podía ver el rio de las aguas de la luz y alrededor de él las doce esculturas de los hermosos varones.
—¿Quiénes son? —preguntó Run, intrigada, dirigiéndose a la hada blanca.
—Son los doce varones. En Rivershine se le rinde culto a la belleza masculina ya que en nuestra especie existe un único género. Todas somos hembras.
—¿Y cómo lo hacéis para quedar embarazadas? —preguntó Run, intrigada.
—¿Ves aquel capullo? —preguntó la hada blanca a Run mientras señalaba con su dedo.
El capullo al que se refería la hada blanca estaba situado en las paredes exteriores del palacio de Greyflow entre flores y plantas trepadoras. No había uno solo sino que había una docena de ellos colgados por el exterior de toda la cascada. Al poco tiempo de que la hada blanca señalara aquel capullo, éste empezó a abrirse lentamente dejando aparecer un hada. La hada recién nacida al surgir de su capullo, bostezó y a continuación estiró los brazos con alivio para luego acabar volando por la ciudad de Rivershine. Mientras la hada se iba alejando por los aires, Run sonrió con gesto fascinado.
—Oh, que hermoso —farfulló Run con gesto emocionado.
—Y que lo digas —asintió Hakon observando a la hada con la boca abierta.
Mientras la hada volaba alejándose de la cascada, de repente, Hakon empezó a pestañear y a bostezar mostrándose muy cansado.
—¿Cuándo voy a poder dormir? —preguntó Hakon dirigiéndose a Run.
Ante la pregunta del niño a la vikinga, la hada blanca sonrió con ganas de ayudarle.
—Podéis marchar hasta los aposentos para descansar —dijo la hada blanca.
Con el ofrecimiento de la hada blanca, un grupo de hadas acompañaron a Run, Hakon y el Gran Krig hacia el interior del palacio. En su recorrido por el palacio la vikinga y su discípulo acabaron en una sala espaciosa que contenía un par de camas y unos ventanales en las paredes.
Pasadas unas horas de que Run y sus amigos fueran a descansar, la vikinga se acercó a su discípulo haciéndole abrir los ojos tras su largo descanso. Cuando Hakon despertó tenía a su lado el Gran Krig, el cual descansaba en los pies de su cama.
—Has estado durmiendo ocho horas. Ya es momento de despertar —dijo Run acariciando el rostro de su discípulo.
—Pero si todavía es de noche —se quejó Hakon al mirar por los ventanales.
En el cielo los dos del reino del Alfheim habían desaparecido dejando la noche y un manto de estrellas.
—Qué bonita —dijo Hakon observando la noche desde uno de los ventanales.
—Levanta, Glad nos está esperando fuera —dijo Run mostrando una sonrisa.
Las palabras de la vikinga hicieron que su discípulo saltara de la cama y saliera a la terraza de su habitación donde se encontró con el dragón negro aleteando para mantenerse en los aires.
—¿A dónde vamos? —preguntó Hakon dirigiéndose a Run.
—No lo sé. Glad ha dicho que es una sorpresa —respondió Run saltando encima del dragón.
Estando la vikinga sobre el lomo de la bestia alada, ayudó a su discípulo a subir. Acto seguido de que Run y Hakon estuvieran sobre el dragón negro, éste último aleteó fuertemente marchando lejos del palacio de Greyflow. Cuando el dragón negro se hubo alejado lo suficiente de la ciudad de Rivershine, el dragón y todos sus pasajeros recuperaron su tamaño natural. A medida que iban sobrevolando la noche de Alfheim, el dragón negro tomó rumbo hacia la gigantesca rama de Yggdrasil que sobresalía por el bosque de Alguejob. Desde la lejanía pudieron ver como una multitud de luces volaban por el alrededor de la rama.
—¿Qué es eso que brilla a lo lejos? —preguntó Hakon a su maestra.
—No lo sé pero es muy bonito —respondió Run mostrándose confusa.
Una vez que el dragón negro aterrizó en el bosque de Alguejob, Run y sus amigos se desmontaron de la bestia, observando como el elfo oscuro recuperaba su verdadera forma. Allí, Glad y sus amigos anduvieron por un bosque encantado hasta llegar al pie de un grandioso fresno. Alrededor de aquella rama del Yggdrasil, las hadas volaban en pleno éxtasis. Entre ellas estaba la mismísima hada blanca, quien estaba situada en el centro del tronco.
Las hadas como seres de naturaleza amorosa que eran, cuando estaban cerca de una pareja sufrían una transformación que las hacía brillar intensamente y volar de lado a lado en grupo. Cuando el grupo de la vikinga estaba todavía a unos veinte metros de distancia del pie de la rama del Yggdrasil, el elfo oscuro se dirigió a ellos para que se detuvieran.
—Deteneos aquí, observad —dijo Glad dirigiéndose a sus acompañantes.
—¿Quiénes son? —preguntó Hakon mostrándose intrigado.
Enfrente de la rama del Yggdrasil una fila de parejas aguardaba su oportunidad de ser juzgados por las hadas. La primera pareja se trataba de un elfo y una elfa, la siguiente pareja eran dos duendes, varón y hembra, la siguiente pareja eran un mediano y una elfa, la siguiente pareja eran un duende y una mediana, y la última pareja era un mediano con una oveja.
—Se trata de parejas que vienen a probar su amor. Cuando en una pareja existe el amor verdadero, las hadas vuelan y brillan. Si eso no es así, su vuelo se relentece y su brillo disminuye —dijo Glad.
—¿Por qué nos has traído hasta aquí? —preguntó Run dirigiéndose a Glad, con una expresión de sonrojo.
—Éste es un lugar emblemático del reino del Alfheim —respondió Glad.
—No pienses mal —añadió.
La respuesta del elfo oscuro hizo que Run lo mirara con gesto intrigado. A medida que las parejas del Alfheim iban presentándose ante la rama del Yggdrasil, las hadas iban reaccionando de diferente forma. Si la reacción de las hadas era negativa las parejas terminaban discutiendo mientras que si la decisión era positiva se alegraban muchísimo y lo festejaban con un beso. Cuando las parejas dejaron el pie del fresno, el elfo oscuro sonrió a sus amigos y a continuación les preguntó con una sonrisa.
—¿Nos acercamos? —preguntó Glad dirigiéndose a sus dos amigos.
—¿Estás seguro? —preguntó Run dirigiéndose a Glad, con un ceño fruncido.
—Sí, claro ¿por qué no? —gritó Hakon empujando de repente a su maestra hacia delante.
La inesperada acción realizada por el niño de cabellos castaños hizo que la vikinga de la trenza dorada pusiera una cara de terror a medida que se iba acercando al fresno.
—No, no quiero saber quién será el amor de mi vida por voz de unas hadas —pensó Run mientras observaba con terror las hadas sobre el fresno.
—Vamos, Run no pasa nada —dijo Hakon mientras iba empujando a su maestra con una sonrisa divertida.
—¡Hakon, para! No he dicho que quiera acercarme —se quejó Run dirigiéndose a su discípulo.
—Estúpida, tú eres mucho más fuerte que él. No dejes que te arrastre —pensó Run.
Tras aquel pensamiento en la vikinga, ella realizó un gran salto con el cual logró situarse de nuevo a cierta distancia del fresno amoroso. Alejada del pie del fresno, Run cayó de rodillas mostrándose agotada por la terrible situación de la que se había librado.
—Uff, ha ido por poco —dijo Run para sí misma.
Mientras la vikinga trataba de recuperar el aliento, el elfo oscuro se fue acercando hacia el pie del gigantesco fresno.
—¡Glad! —exclamó Hakon, sorprendido por ver el acercamiento del brujo hasta el fresno.
—¿A dónde va éste? —preguntó Run con gesto confuso.
Cuando el brujo se detuvo enfrente del fresno, las hadas empezaron a volar más rápidamente y a brillar más intensamente.
—¿Qué? ¿Acaso Glad es el amor de Hakon? —preguntó Run con una expresión de incredulidad.
—Esto no tiene ningún sentido —añadió.
De repente, del fresno bajó una luz brillante, la cual se acabó situando encarada a la nariz afilada del elfo oscuro. El brujo al estar mirando la pequeña luz, pudo descubrir que se trataba de la hada blanca, quién por aquel entonces, mostraba una radiante sonrisa.
—Al final el poderoso elfo oscuro se ha atrevido a pasar ante el fresno de Yggdrasil —dijo la hada blanca.
—Querías compartir ese momento con ella, pero no ha sido así. Sin embargo, la hadas están volando y brillando con gran intensidad. ¿Sabes qué significa eso? —preguntó la hada blanca mostrando una sonrisa juguetona.
—Si… —respondió Glad observando a la hada con una expresión de sorpresa.
De repente y sin previo aviso, de la hada blanca surgió una magia que la convirtió a un tamaño normal.
—Uauu —farfulló Hakon observando a la hada blanca con un gesto incrédulo.
—Glad está destinado a la hada blanca —farfulló Run mostrándose dolida por la noticia.
La hada, habiendo sido convertida al tamaño normal, se acercó al elfo oscuro para besarlo, quien pese a no estar seguro de lo que hacía, finalmente, terminó dando el último paso para unir su boca a la de la hada. En aquel instante en que la hada y el brujo unieron sus labios, la vikinga se dio media vuelta para marchar de aquella zona del bosque encantado.
—¿Si estoy enamorada de Thor por qué me siento así? —se preguntó Run con gesto cabizbajo.
—No sé qué me pasa —se lamentó Run.
La vikinga de la trenza dorada al ver como la vikinga se adentraba en soledad por el bosque, Hakon y el Gran Krig salieron corriendo detrás ella.
—Espera Run. Voy contigo —gritó Hakon detrás de la vikinga.
Mientras la vikinga de la trenza dorada se alejaba por el bosque, por encima de las copas de los árboles, las luces que se desprendían de las hadas fueron aumentando hasta llegar a componer un hermoso espectáculo de luces.