CAPÍTULO 5: LA TIERRA DE ALFHEIM

En los aires el dragón negro en el que se había convertido Glad por aquel entonces volaba con Run, Hakon y el Gran Krig en su escamoso lomo, y con Ventisca entre sus garras. En esos momentos Glad estaba atravesando las nubes a tan alta velocidad que los pasajeros que iban en él tenían grandes dificultades para agarrarse y no caer desde lo alto. Sobretodo Ventisca. La yegua de Run sufría un verdadero ataque de pánico al estar con sus cascos sin tocar tierra. No paraba de relinchar mostrándose muy nerviosa entre las garras del dragón.

La dueña de Ventisca tampoco se sentía muy bien. De vez en cuando Run miraba para abajo con una expresión de gran malestar.

—¿Alguna vez has visto a un vampiro vomitar? Pues como siga haciendo esas piruetas lo veras —dijo Run dirigiéndose a Hakon.

Run era una muchacha muy hermosa con una frondosa melena rubia que llevaba peinada en una trenza. Dicha trenza le caía a un lado de su cuello y le llegaba hasta la altura de su estómago.

La forma de su rostro era ovalada. Run tenía los ojos grandes con forma almendrada como su madre, pero en cambio, tenía los ojos verdes como su padre. Su mirada era fría y despiadada, aunque ni de lejos sus ojos conseguían transmitir el mismo terror que transmitía su padre con una simple mirada. Otros rasgos del rostro de la adolescente eran una nariz pequeña con forma aguileña, una boca de labios de tamaño mediano, y un mentón alargado.

Con referencia a su cuerpo, Run era delgada, pero fibrosa. Tenía unos hombros estrechos, unos pechos pequeños, y un vientre plano como una tabla. En relación a su vestimenta, la princesa del reino de Rus de Kiev, iba vestida de cintura para arriba, con una coraza hecha en cuero, en la cual se divisaba la silueta de un fénix con sus alas abiertas como emblema central. Por dentro de la coraza, vestía una camisa de manga corta que dejaba ver unos brazos finos donde vestía unas muñequeras de cuero. Unida a tan magna coraza a través de unos broches con forma de fénix, Run llevaba una capa de color azul, hecha de seda, que le llegaba hasta la altura de su trasero.

De cintura para abajo, iba vestida con una falda, la cual estaba hecha a partir de la camisa que llevaba por dentro de la coraza y que entallaba con un cinturón de cuero. Por último, de rodillas para abajo, llevaba los tobillos cubiertos por unos calentadores de lana, y en los pies unos zapatos hechos de una única pieza de cuero atados alrededor del tobillo con un cordón enrollado.

Las armas que poseía eran dos. Un arco nórdico y una espada de nombre bailarina la cual había roto su filo en su enfrentamiento con la hechicera Minrha.

El niño que acompañaba a Run y que se abrazaba con fuerza a ella para no caer, era Hakon, su discípulo. Él era un niño de piel bronceada, cabello castaño oscuro y de cuerpo enclenque. Sus cabellos eran una maraña de pelos. Estaban repletos de desigualdades en el corte de sus mechones. Sus ojos eran marrones, y de mirada amable, y su rostro pese a ser de cuerpo delgado, tenía unos grandes mofletes.

Con respecto a sus ropas, él iba vestido como un aldeano nórdico. Llevaba una camisa larga, un pantalón largo de algodón y unas botas.

En lo alto del dragón negro junto a Hakon se pegaba su mascota, el Gran Krig. El Gran Krig era un perro joven de raza Husky.

Llegado a cierto punto del trayecto por los aires, el dragón negro realizó un viraje lanzándose en picado para descender. Abajo le esperaba una frondosa cortina de árboles por la cual Glad acabó introduciéndose. Con la entrada del dragón por aquel sendero de ramas y hojas, un torbellino de hojas voló hacia los pasajeros que iban montados en el dragón negro golpeándoles en la cara de forma repetitiva. Por suerte para ellos, aquella situación fue un visto y no visto ya que apenas impactar contra los árboles, el dragón negro apareció surcando un nuevo cielo de un reino distinto. El reino del Alfheim.

La entrada por la que el dragón apareció en aquel nuevo cielo, era un gigantesco fresno del tamaño de una torre de cien pisos. Aquel fresno no era en realidad un fresno en sí sino que solo se trataba de una rama de Yggdrasil que crecía en la tierra del Alfheim, pero que debido a su tamaño tan enorme parecía ser un árbol entero.

Regresando al vuelo del dragón negro, por aquel entonces, seguía avanzando por los cielos del reino del Alfheim. Desde lo alto del lomo del dragón negro, Hakon miraba boca unos prados casi infinitos que se extendía enfrente de él.

—Uauu, así que esto es Alfheim —dijo Run con una sonrisa en los labios.

—Es increíble. Sabía que debíamos venir —suspiró Hakon.

El Gran Krig, asintiendo lo dicho por su amo, ladró dos veces mostrándose de acuerdo.

El reino del Alfheim era un mundo inmenso. Su tamaño multiplicaba por seis el tamaño del reino de los humanos. Desde lo largo hasta lo ancho del reino de Alfheim, la vegetación estaba presente. Aquel reino era el hogar de los seres de la luz y demás seres mágicos que contenían algún tipo de bondad. El Alfheim era como la contraposición del Svartalfheim.

En aquella tierra la noche solo duraba una hora del total de las setenta y cuatro horas de las que estaba compuesto un día. Aquel fenómeno horario era debido a la existencia de dos soles llamados Hoyd e Hit, los cuales se rotaban perpetuando en Alfheim un clima primaveral.

Poseer de una mayoría de horas de luz era básico para los habitantes del Alfheim ya que muchas especies de allí, su existencia dependía de la propia luz solar. Ése era el caso de las hadas, los bosques parlantes y de los duendes blancos.

En Alfheim su población se dividía en cuatro grandes regiones: Middelgreen, el hogar de los medianos, Rivershine, el hogar de las hadas, Nogtree, el hogar de los duendes y gnomo y por último, Windfield, capital del reino y hogar de los elfos.

En el sur del reino se encontraba la región ocupado por los medianos, Middelgreen. Aquel territorio se caracterizaba por sus verdes praderas, sus campos de cosechas y sus pequeñas casitas de madera.

Los medianos eran unos seres antropomorfos emparentados con los hombres y que se caracterizaban por su baja estatura, la abundante vellosidad que les crecía en el empeine de los pies, las orejas algo puntiagudas y una figura normalmente rolliza.

Los medianos junto a los gnomos eran parte de los seres mortales del Alfheim. Se sabía sobre ellos que un mediano podía vivir entre los dos y tres siglos de vida, un periodo de tiempo más que considerable al fin y al cabo. En la región de Middelgreen convivían en paz y en armonía un conjunto de ochenta aldeas pertenecientes a la raza mediana. Cada una de aquellas aldeas tenía sus propias costumbres y leyendas pero todas seguían el mismo sistema de gobierno. Un sistema comunitario basado en cuatro pilares, la agricultura, la ganadería, la pesca y la minería.

Pegando con los campos de Middelgreen era el lugar donde se hallaba la ciudad de Rivershine, el hogar de las hadas. Las hadas eran unos seres de diminuto tamaño y con apariencia humana que poseían unas alas de mariposa en sus espaldas. En su diminuta ciudad era el punto donde nacía el manantial de las aguas de los ríos de la luz cuyo afluente servía para regar los campos de los medianos y los verdes valles de Popum donde se encontraba el bosque de Alguejob.

El bosque de Alguejob era el lugar donde los altos olmos narraban poesía milenaria a través de sus hojas frescas y los ciervos reinaban con sus cornamentas. En uno de los rincones de aquel bosque estaba situado un conjunto de árboles que recibía el nombre de Nogtree, la tierra de los gnomos.

En el interior del Nogtree vivían los gnomos, unos seres apariencia humana muy pequeñitos pero en cambio con un gran corazón. Los gnomos eran del Alfheim de los pocos seres mortales. Ellos podían morir de vejez, pero para su favor contaban con un largo periodo de vida que rondaba entre los cinco y los siete siglos, según fuese barón o hembra.

El interior de los troncos del Nogtree rebosaba la vida. Dentro de la corteza existían pequeñas sociedades sometidas a una estructura feudal en la que gobernaba un rey por cada árbol. Cada árbol era como un país en comparación con las naciones del Midgard. En el conjunto de árboles que formaban la región Nogtree, el cual no tenía mayores proporciones de la que pudiera tener una pista de baloncesto, habitaban hasta cuarenta millones de gnomos, lo que convertía a la raza de los gnomos como la raza más abundante del Alfheim.

De esos cuarenta millones, pocos eran los que se alejaban de sus queridos árboles. Los gnomos eran los seres muy hogareños. Encontrarte con uno de ellos lejos de sus robles, era algo realmente raro, muy al contrario de lo que ocurría con los duendes quienes ni siquiera tenían su propia ciudad.

Los duendes eran unos seres un poco más altos que los gnomos, pero aparte de eso nada más les asemejaba. Los duendes tenían las orejas puntiagudas y según su especie podían tener la nariz grande o pequeña. Su cabello solía ser pelirrojo pero también eso dependía de su especie ya que había cientos de razas secundarías dentro de dicha raza.

Los duendes eran los únicos seres mágicos del reino Alfheim que permanecía sin una ciudad propia. Aquello venía de hacía mucho tiempo atrás. Los orígenes de los duendes estaban situados en el reino del Svartalfheim. Ellos tuvieron que huír cuando los trols estuvieron a punto de comérselos a todos. A razón de que los duendes formaban parte de la raza elemental feérica que compartían junto con sus homólogos elfos, trols y hadas, la confederación de la luz, un estamento político compuesto por los diferentes líderes del Alfheim, determinó que los duendes debían de ser admitidos a permanecer en el Alfheim ya que tampoco resultaban una amenaza.

En su momento, la confederación de la luz fue indulgente con los duendes, pero no lo había sido jamás con respecto a los hombres ni con los enanos. Para ellos, la calamitosa actitud que el hombre había estado llevando a lo largo de los siglos, concedió al rey de los elfos la potestad suficiente para que éste les ocultase conocer su hermoso reino.

Una vez que el dragón negro finalizó su trayecto llegó a la ciudad élfica de Windfield donde redujo su velocidad y poco a poco aterrizó en medio de una carretera de piedra por la que transcurrían varios de los habitantes.

La macro ciudad élfica tenía un aspecto espectacular. Era una ciudad al más puro estilo barroco situada cerca de la costa en el norte del reino de Alfheim. Por toda la ciudad se extendía una multitud de carreteras de tochos de piedras por los cuales paseaban toda clase de razas férricas. Alrededor de aquellas carreteras y caminos se alzaban palacios con fachadas escalonadas que mostraban esculturas de héroes elfos, y también torres acabadas con tejados en punta. Aquel tipo de vivienda pertenecía a los elfos. Sin embargo, también existan otros tipos de casas más humildes, las cuales pertenecían a otras razas como duendes o medianos.

La macro ciudad élfica seguía una estructura política feudal donde el Rey Weinfel y la reina Olawen gobernaban con mano amable y generosa sobre todo el pueblo élfico y los demás visitantes mágicos que habían decidido convivir con la raza élfica. El hogar de la nobleza élfica estaba situado en el castillo de Xadtaris, un inmenso castillo de cristal cuyas torres rozaban las nubes.

Estando el dragón en tierra, Run y sus amigos desmontaron siendo observados por una multitud de curiosos. Sin duda el más feliz de que se produjera el aterrizaje en tierra firme fue Ventisca, la cual tan pronto puso sus cascos sobre el asfalto cambió su actitud mostrándose mucho más calmada.

En cuanto a Run y a Hakon, alrededor de ellos se acumularon un gran número de curiosos. Los elfos parecían estar más extrañados por ver a ambos dos que por ver a un gigantesco dragón cortando la calle.

—Mira como nos miran. ¿Te sigue pareciendo buena idea? —preguntó Run a su discípulo.

—¿Por qué nos miran así? Me da vergüenza —dijo Hakon dirigiéndose a Glad.

En aquel instante, Glad recuperó su forma habitual. Físicamente, Glad era un elfo de cuerpo enjuto que tenía una larga cabellera negra que le llegaba más allá de los hombros, y una piel tan blanquecina como la de un muerto.

Su rostro tenía una forma ovalada. En él se veía una frente estrecha, unos ojos de color violeta, una nariz larga y puntiaguda, una boca grande con grandes colmillos, y un mentón alargado y angosto. En ambos lados de su cabeza le sobresalían de su cabellera, unas orejas puntiagudas y alargadas.

En cuanto a su vestimenta, vestía el negro desde los pies hasta la cabeza. De cintura para arriba, vestía un jubón de color negro. Aquella prenda estaba unida a una capa negra, decorada en las hombreras con las grandes uñas de un dragón. De cintura para abajo, vestía un pantalón largo y unas botas. Ambas prendas de color negro.

En el cinturón que sujetaba sus pantalones no llevaba espada alguna. Su arma la sujetaba en su mano derecha, y se trataba de un cayado que tenía en uno de sus extremos, la cabeza de un dragón negro con la mandíbula cerrada.

En toda la ciudad de Windfield no había un brujo más poderoso que Glad. Por dicha razón, todos lo respetaban por el miedo que le tenían.

—No están acostumbrados a ver un humano y mucho menos a ver una vampiresa —respondió Glad con gesto frío.

Habiendo respondido el elfo oscuro a Hakon, un niño elfo cruzó cerca de los recién llegados tirando una piedra contra un pie de la vikinga.

Aquella acción provocó que Hakon frunciera el ceño mostrándose molesto.

—¿Pero lo has visto que maleducado? —se quejó Hakon.

El niño elfo tras tirar la piedra salió corriendo para esconderse detrás de su madre.

—Olvídalo —dijo Run entre risas, mientras acariciaba a su joven discípulo en la cabeza.

Con las palabras de la vikinga, el elfo oscuro sonrió y a continuación dio un paso hacia delante iniciando la marcha por las calles de Windfield.

—¿Me seguís? Hay cerca de aquí una armería bastante buena. Hemos venido aquí a sustituir tu espada rota, ¿no? —dijo Glad incitando a sus amigos a seguirle.

—Sí, vamos —respondió Run con gesto avergonzado.

Al marchar para seguir a Glad, Hakon miró a un duende fijamente y luego se dirigió a su maestra.

—¿Eso era un duende?

—No lo sé. Solo anda y calla —respondió Run.

De camino hacia la mencionada armería, Run y sus amigos se encontraron con una horda de elfos montados en unicornios circulando por en medio de la carretera. Después se toparon con un grupo de duendes que se estaban emborrachando en una taberna. Y más adelante con una fila de gnomos que marchaban por detrás de otra fila de patos.

Pasados unos minutos de que Run y sus amigos llegaran a la ciudad, los cuatro, ya que Ventisca tuvo que quedarse fuera atada a un poste, entraron en una armería élfica donde había toda clase de artefactos extraños. Allí un duende los recibió con una sonrisa fingida. El nombre de aquel duende era Vextudius. Vextudius se caracterizaba por tener en su tienda los más grandes tesoros que nadie pudiera imaginar.

—Oh, su ilustrísima alteza, ¿qué hacéis en mi humilde tienda? —dijo Vextudius dirigiéndose a Glad.

—Veo que venís con compañía. ¿No estaba prohibido que un demonio entre en un mundo de la oscuridad? ¿Qué hace ella aquí?

El elfo oscuro al escuchar las palabras del duende, sonrió levemente y luego tomó la palabra.

—Ella está aquí bajo mi responsabilidad. Yo asumiré la culpa si ella crea algún problema.

—Que feo es —murmuró Hakon a su maestra en referencia al aspecto del duende.

—Bastante, sí —asintió Run.

Aquel comentario de parte de la vikinga hizo que el duende gruñera molesto.

—¿Y qué desea ella de mi tienda? —preguntó el duende mientras se adentraba por su tienda.

—Busco una espada. Mi espada se rompió —dijo Run.

—¿Y para qué quiere una espada? —preguntó Vextudius.

—¿Es que no le valen sus colmillos y sus garras? —añadió.

La pregunta del duende provocó un gruñido en Run y una risilla en Glad.

—No seas pesado y enséñanos las mejores espadas que tengas —dijo Glad con una sonrisa divertida.

Habiendo marchado el duende, Run y Hakon estuvieron observando cada pieza realmente fascinados.

—¿Qué te parece esto? —preguntó Hakon a su maestra, refiriéndose a una varita.

Run al ver la varita trató de cogerla, pero entonces fue apartada por un calambre.

—Au… —se quejó Run.

—Es una varita para brujas blancas. Has tenido suerte de no haber caído hecha cenizas —dijo Glad con una sonrisa divertida.

El elfo oscuro, tras decir aquel comentario, se adentró por la tienda siendo seguido por la vikinga. En aquel momento en que Glad y Run estuvieron más apartados, Hakon se quedó de pie junto a su perro, observando la misma varita que su maestra había tocado. Incapaz de controlarse, Hakon tocó con sus dedos la varita con la desgracia de que al hacerlo fue convertido en un perro.

Al quedar convertido en un perro, el Gran Krig se le acercó sorprendido a él para olerle. Mientras Hakon y el Gran Krig deambulaban por la tienda, el duende se reunió con Run y Glad sosteniendo un montón de espadas entre los brazos. La primera espada que mostró era una espada mediana con una hoja roja y un borde serrado.

—Esta espada se llama «Lengua de fuego» es una espada élfica fabricada a imitación de la espada «Fuego Flagelante» del demonio Surtur. Aunque su poder no es tan elevado como la original tiene el poder de quemar a sus adversarios que ataca —dijo Vextudius.

La vikinga al ver aquella espada sobre la mesa no dudó en ponerle mala cara.

—Es una espada que escupe fuego. Eso es justo lo que tengo que evitar siendo una vampiresa. Lo siento, pero búscame otra —respondió Run.

La segunda espada que Vextudius mostró, era una espada larga con una hoja azulada y estrecha.

—Esta espada se llama «Lagrima de hielo». Tiene el poder de convertir lo que corta en hielo.

—Es muy larga y yo llevo mi espada en el finto que llevo en la cintura. La iría arrastrando por el suelo —se quejó Run.

Glad al escuchar la respuesta de la vikinga, echó un vistazo a su cintura y acto seguido volvió la mirada para el Vextudius.

—¿Qué más tienes? —preguntó Glad al duende.

—La siguiente espada es «Viento cortante», Es una espada que crea una onda cortante con cada movimiento que realiza quien la maneja.

La nueva espada mostrada por el duende era una espada con un filo curvado y unas alas en el mango.

—No me convence. Es una espada muy potente, pero también muy peligrosa. Podría herir a alguien inocente sin quererlo–dijo Run mostrando una expresión de descontento.

En vísperas de una nueva negativa por parte de la vikinga, Glad cogió una lanza de entre las armas de la estantería.

—¿Qué te parece una lanza? —preguntó Glad.

Glad entregó la lanza a la vikinga, quien la miró con una cara poco convencida.

—Sé usarla pero no creo que me pueda acostumbrar después de tanto tiempo con espada —dijo Run al mismo tiempo que movía la lanza con gran maestría y técnica.

—¿Qué más tiene? —preguntó Run, refiriéndose al duende.

Con la pregunta de la vikinga, el duende frunció el ceño disgustado.

—Veo que la clienta es muy exigente —dijo Vextudius.

—Pero a pesar de eso tengo algo que incluso a ella le convencerá…

En ese momento, el duende se agachó para coger una espada que guardaba con llave en uno de los armarios de su tienda. Una vez que el duende abrió aquel deposito, extrajo de su interior una espada oculta por una tela negra, la cual empezó a brillar tan pronto estuvo cerca de la vikinga. Aquella espada era una espada corta de una largura de unos treinta y cinco centímetros. En esta ocasión Run reaccionó de manera distinta. Aquella espada era muy parecida a su vieja espada así que sonrió satisfecha.

—La legendaria espada del mediano —dijo el duende observando la luz de la espada fijamente.

—¿Del mediano? —preguntó Run, intrigada.

—Hace ya unos años, un valeroso mediano salvó el reino de Alfheim de los demonios que lo atacaban. Aquel mediano luchaba con esta espada. Posee el poder de brillar cuando seres malvados están cerca —respondió Vextudius.

—La quiero —sentenció Run con voz seca.

Ante la mirada atónita del duende, la vikinga se acercó hasta él para coger la espada del mediano con su mano derecho. Al producirse aquel hecho, de repente la espada empezó a brillar con mayor fuerza.

—Prometo que esta espada sólo dañara a los malvados —dijo Run, sosteniendo la espada.

—Conocí a ese mediano hace tiempo. Él estaría orgulloso de que alguien como tu fuera su nuevo dueño —dijo Glad observando a Run con la espada en la mano.

Pasados unos minutos, Run y sus amigos regresaron a las calles de Windfield con la nueva espada en el cinto de la vikinga. Ellos volvieron sin Glad ya que él todavía permanecía en el interior de la tienda realizando el pago de la compra.

A espera de que Glad volviera con ellos, todo parecía en paz, pero de repente, Run, Hakon y el Gran Krig fueron abordados por un grupo de elfos uniformados como caballeros, Ellos al acercarse a Run, blandieron sus espadas para retenerla. La vikinga y sus amigos debido a la inesperada actuación de los caballeros elfos se quedaron muy sorprendidos y asustados. Sobretodo el Gran Krig, quien empezó a ladrar de inmediato.

—Alto vampira. No des ni un paso —dijo uno de los elfos.

—Rápido quitadle las armas. Antes de que intente nada —dijo otro de los elfos.

Mientras los elfos arrebataban a la vikinga sus armas, ella permaneció inmóvil con sus brazos levantados.

—¿Qué ocurre?… —preguntó Run.

—No he hecho nada malo. Lo juro. Soy inocente —añadió.

—¿Inocente un vampiro? Vamos, dime ¿cómo has sido capaz de entrar en nuestro mundo? —dijo uno de los elfos.

—Apartad los filos de vuestras espadas de ella si queréis seguir manteniendo vuestras vidas. La he traído yo… —dijo Glad desde la entrada de la tienda.

En aquel momento, el elfo oscuro acabó de salir de la tienda donde su presencia creó un gran respeto entre los caballeros elfos. Inmediatamente todos ellos se separaron de Run para realizar una reverencia al brujo.

—Su alteza… —dijeron los elfos caballeros estando con sus rodillas en tierra.

—Perdonadnos, no sabíamos que había viajado con vos. Como es una vampiresa pensábamos que se había escapado de los reinos de la oscuridad para venir y atacarnos —dijo el elfo jefe del grupo.

La disculpa por parte de aquel elfo hizo sonreír a Glad.

—Su alteza, me alegro de veros. Precisamente le andábamos buscando tras recibir la gran noticia de su liberación del reino del Svartalfheim. El rey Frey desea veros de inmediato en su palacio de Vanaheim. Él os está esperando —dijo el elfo jefe.

—¿Esperándome? —preguntó Glad, intrigado.

—¿Qué querrá? —se preguntó Glad a sí mismo.

El elfo oscuro, habiendo recibido dicha información de parte de aquel caballero elfo, se volvió hacia sus amigos para dirigirse a ellos.

—¿Os importaría acompañarme en mi viaje? —preguntó Glad.