CAPÍTULO 1: RETIRADA

Sonaba una tormenta de cascos pisando sobre la hierba.

—Kotoclock Kotoclock Kotoclock Kotoclock Kotoclock Kotoclock Kotoclock.

En medio de un camino del bosque aparecieron de repente en retirada un conjunto de caballeros montados a caballo. En la cabeza de aquel grupo Sir Dylan cabalgaba liderando a los nobles de la Northumbria y a otros caballeros cristianos. Dentro del yelmo metálico de Sir Dylan, le corrían unas gotas de sudor que bañaban su rostro. La sensación que sentía era de un gran agobio. Casi no podía respirar.

En el caballo que montaba Sir Dylan, él no iba solo. Por detrás de su silla se hallaba tendido un Sir Loryan en estado de inconsciencia. El capitán de la Northumbria por aquel entonces, tenía los ojos cerrados siendo ignorante del resultado de la batalla en la pradera. Dicha batalla había sido un auténtico fracaso. La inventiva del rey Aella de utilizar a simples aldeanos como soldados contra los vikingos, había significado la derrota para el bando cristiano. Por suerte para aquellos nobles habían podido salvar sus vidas antes de ser aniquilados por las líneas del ejército vikingo.

Llegado a un punto de la retirada de aquellos caballeros, empezaron a visualizar desde la lejanía los muros de la ciudad de York.

Tres meses después…

En la sala real del castillo de York, por aquel entonces, el rey Aella se hallaba sentado en su trono. Él ya se había recuperado de su herida en el trasero producida por la flecha de la vikinga Run Ljungberg y de la existencia de aquel falso escanciador que había estado jugando con su mente.

El rey Aella era un hombre de cincuenta y siete años de edad, de cara alargada, barba gris y ojos azules. Tenía una nariz grande y ganchuda con la que parecía oler todo. Con respecto a su cabellera, a cada lado de la cabeza le caían los mechones de una melena del mismo color gris. Aella llevaba el cabello largo en los lados, pero en la zona central de su cabeza estaba calvo. Dicha calvicie quedaba oculta gracias a la corona real que vestía su cabeza. La corona real del reino de la Northumbria, era una pieza de oro muy ostentosa con joyas engarzadas, y con forma de puntas en la parte superior. Uno de los aspectos más destacables del rostro del rey Aella, era la profundidad de sus ojos, pero sobre todo era la verruga peluda que existía en su mejilla derecha. En cuanto a las ropas que vestía el rey, él iba vestido con una larga túnica de colores rojizos y brillantes que le llegaba por los pies. Por dentro de dicha túnica llevaba otra de seda blanca mucho más simple, pero también más cómoda. En sus pies llevaba unos zapatos con la punta larga y de color oro.

A un lado de donde se hallaba el rey Aella, estaban en pie los nobles de las diferentes casas de la Northumbria, y enfrente de ellos una guardia de veinte caballeros revestidos con armaduras de metal. Entre dientes el noble Frank Smith comentó a uno de sus aliados:

—Es una vergüenza que el capitán no se haya presentado para ver como su discípulo es ascendido.

En aquellos momentos el joven caballero de la Casa de Elmet era el receptor de todas las miradas. Sir Dylan era un chico de dieciocho años, de cabellos castaños y rostro ausente de barba. Él era bien parecido, tenía una expresión dulce y amable en su rostro. Estando inclinado Sir Dylan sobre la alfombra roja de la sala real, el rey Aella se irguió de su trono y con gesto solemne situó una espada sobre el hombro del joven caballero.

—Por la gracia de Dios, yo, Aella I rey de la Northumbria te proclamo a ti Sir Dylan Smith de la Casa Elmet como nuevo teniente del ejército de la Northumbria —dijo el Rey Aella mientras sostenía su espada.

Al fin de las palabras del rey, todos los ocupantes de la sala aplaudieron con alegría, siendo Sir Frank Smith, padre de Sir Dylan el más vehemente.

Fuera del castillo de York, en aquellos momentos del día, la tarde, Sir Loryan se encontraba en el cementerio visitando una de las tumbas. Cómo era norma en él vestía su indumentaria de caballero a pesar de que no estaba combatiendo. En consecuencia de la brisa que soplaba en el cementerio, su melena plateada y su larga capa blanca que mostraba la actual bandera de Inglaterra ondeaban hacia el lado que soplaba el viento.

Últimamente el caballero de la melena de plata se había vuelto muy habitual del cementerio. En una soledad absoluta salvo por la compañía de sus pensamientos, Sir Loryan de Graves permanecía de pie mirando a una cruz de roca sobre la cual se erguía el nombre de Ann. Su esposa fallecida.

Sir Loryan no podía poner las manos en forma de plegaria ya que su brazo derecho estaba inmovilizado por un cabestrillo. Al mismo tiempo que el caballero de la melena miraba la cruz de plata de la tumba de su esposa, recordaba cada momento vivido de gran importancia en los últimos tiempos. Por su mente pasó en primer lugar el recuerdo de la emboscada que realizó junto con su mano derecha, Sir Dylan de Elmet. En segundo lugar recordó su lucha en la pradera arrastrando el dolor de su herida y cómo finalmente terminó cayendo inconsciente. A partir de ahí sus recuerdos eran terribles. La imagen que vio cuando despertó de su inconciencia y fue a buscar a su esposa Ann, le había producido el mayor dolor que jamás había sentido antes. Ver a su esposa sin vida y en silencio junto a los médicos y las criadas, y darse cuenta que no podía hacer nada por ella pese a toda su fuerza, se había llevado el único rastro de la felicidad que había vivido en él. Ahora todo había acabado. En el futuro ya no tenía una excusa por la que vivir salvo su espada. Nada más. En aire quedaba a cuantos hombres mataría y quien sería el hombre que acabase con su vida. Lo demás ya no le importaba ni un pimiento.

Sin embargo, el día en que Sir Loryan conoció a su esposa seguía siendo un sueño en su cabeza. Mientras la brisa despeinaba sus cabellos, Sir Loryan cerró los ojos reviviendo en su cabeza aquel día pasado en el que todavía era llamado como Styrmir Hardrade.

Era una mañana soleada en la ciudad de norteña de Elmet. En el aire flotaba un olor a mierda tan típico de la región de la Northumbria. En medio de la tierra arenosa, allí estaba Styrmir participando como muchos otros guerreros en un torneo de caballería. Por aquel entonces, su cabellera lucía todavía dorada y su rostro era mucho más joven y atractivo. Además, él iba vestido con otro tipo de atuendo. Como el vikingo que era, estaba vestido con una coraza de cuero y cargaba sobre los hombros con pieles salvajes.

El guerrero que tenía enfrente se llamaba Gregor McCollin. Él era el favorito de todo el público por sus constantes victorias en torneos de caballería. Físicamente, era un hombre de gran corpulencia. Medía poco más de dos metros y tenía una barba negra muy frondosa.

Cuando Sir Frank Smith dio la voz desde la grada para que diera inicio el combate, los dos guerreros empezaron a luchar para deleite del populacho que se había congregado para visualizar los juegos.

En los primeros lances del combate, el afamado caballero lanzó una serie de estocadas contra Styrmir, quien se defendió con duros esfuerzos. En la grada que observaba el combate entre ambos guerreros, el propio Dylan Smith, quien por aquel entonces tenía solo 7 años, abucheaba a su futuro maestro de espada. Sólo una joven muchacha de melena castaña y rostro angelical, era la única que estaba a favor del guerrero forastero. Ella era Ann.

La joven cerraba los ojos cada vez que el afamado caballero lanzaba uno de sus ataques contra Styrmir.

—Eres un gusano, rubito —dijo Gregor McCollin mostrando una sonrisa burlona mientras iba lanzando tajos.

Pese a las provocaciones, Styrmir continuó repeliendo los ataques de su adversario sin decir palabra alguna. En uno de los ataques realizados por el afamado caballero, Styrmir antepuso su espada consiguiendo desviar la espada de su enemigo. En las partículas de segundo que Gregor McCollin estuvo sin mantener una postura de defensa, el vikingo lo aprovechó para asestarle un veloz tajo que marchó de abajo a arriba.

Acto seguido de la realización de aquel ataque, un chorro de sangre surgió del cuerpo de Gregor McCollin salpicando a parte de los espectadores congregados en la plaza. Entre ellos estaba Ann, quien se quedó mirando al vikingo con una expresión de amor.

—No has vencido todavía… —farfulló Gregor McCollin mientras trataba de recuperar el pie.

En respuesta de las palabras del afamado caballero, Styrmir salió corriendo hacia él y de un tajo horizontal lo decapitó. Habiendo conseguido la victoria en el combate, el público de la grada se quedó en silencio observando la sangre y finalmente se puso en pie para aplaudir al guerrero extranjero.

Finalizados los festejos, Styrmir se dirigió a una tienda del torneo para cobrar la recompensa. En aquel momento en que esperaba para recibir su premio detrás de una fila compuesta por vencedores, fue abordado por Ann. La jovial muchacha al entrar por la tienda se tropezó con su vestido siendo recogida para su sorpresa por las manos de Styrmir. El guerrero vikingo cuando tuvo a la muchacha entre sus brazos la miró con gesto avergonzado.

—¡Tomad! —dijo Ann haciendo aparecer por detrás de su cintura un ramo de flores.

Styrmir debido al presente recibido por la hermosa muchacha mostró una expresión de sorpresa por su rostro. Además, se quedó callado ya que no sabía hablar inglés. El comportamiento del vikingo hizo que por el rostro de Ann apareciera un halo de incertidumbre. Pensó que ella no era del agrado del vikingo. Sin embargo, él acabó agarrando el ramo de flores y agradeciéndoselo con una sonrisa.

—Gra… Gracias —farfulló Styrmir con una sonrisa avergonzada.

En respuesta de la sonrisa mostrada por el vikingo de la melena dorada, Ann dibujó una ancha sonrisa en su rostro. En aquel instante, la visión de la sonrisa sincera que Ann le mostró, significó para Styrmir muchísimo más de lo que la muchacha pudiera imaginar. Pensó que quizá podía empezar de nuevo y dejar atrás todos los vergonzosos crímenes que había cometido. Pensó que quizá podía luchar por el bien de los demás y no por el oro ni por la gloria.