Hora y media después los originales estaban en la imprenta. Había escrito plana y media, bajo el rótulo: «Intento de magnicidio en Madrid». Ignés, algo más tranquilo después de saber que el general no estaba muerto, había aguardado impaciente junto a mi mesa. Salimos a la calle cerca de las dos, una espesa capa de nieve lo cubría todo. En el silencio flotaba algo especial.
—Conozco un café que no cierra hasta las seis. Allí podemos charlar.
El Real estaba concurrido. La gente daba por sentado el asesinato de Prim. Escuché algún comentario sobre la incertidumbre que suponía su muerte y la crisis política que se abría. Había frívolos que apostaban a que Amadeo de Saboya no llegaría a desembarcar. Conseguimos una mesa apartada y allí, delante de dos tazones de chocolate y dos copas de aguardiente, expliqué a Ignés lo ocurrido.
—¿Crees entonces que su vida no corre peligro? La primera noticia que me dieron fue que lo habían matado al subirse al coche.
—Sé que estabas con Afrodisia. Pero lo que decía ese viajante es un bulo. Los médicos son optimistas.
—¿Cómo sabes que estaba con Afrodisia?
—Porque antes de venir a la redacción he estado buscándote.
Satisfecha su curiosidad y serenado su ánimo, le comenté:
—Ignés, la voz que ordenó disparar era la misma que escuchamos la otra noche en el Mesón de Pedro.
—¿Estás seguro?
Asentí dando un sorbo a mi aguardiente.
—Todo encaja con lo que me dijo Huertas de que el trabajo iba a ser sonado y me mostró el trabuco.
—¡Coño, Montesinos! —Ahora recordé dónde había escuchado aquel nombre—. ¡Ignés, ése es uno de los que han atentado contra el general!
—¿Cómo lo sabes?
—El día de Navidad me dijiste que quien estaba con ese Huertas se llamaba Montesinos. —Ignés asintió—. Ese individuo estaba ayer tarde en el Congreso de los Diputados. ¡Se marchó de la portería cuando Prim iba a subirse en el coche! ¡Fue a avisar a los demás para que estuvieran preparados! Y… y… ¡Santa madre de Dios!
—¿Qué ocurre?
—La voz, Ignés, la voz.
—¿Qué voz?
—¡Es la voz de Paúl y Angulo! ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta antes? ¡Esta tarde no ha ido al Congreso! ¡Estaba con esa pandilla de asesinos! ¡Además, el mesonero de la calle Arenal te dijo que aquella gente eran la pandilla de Paúl y Angulo!
—Te estás confundiendo, Fernandito. El tipo que estaba en el mesón no era Paúl y Angulo. Ese republicano, que el diablo confunda, es pelirrojo y aquel sujeto tenía el pelo negro. No se parecían en nada. Estás equivocado.
Tenía razón. No había el menor parecido físico entre aquel sujeto y Paúl y Angulo. Me había dejado llevar por la emoción al descubrir quién era Montesinos.
Pedí que llenasen las copas y nos quedamos un largo rato en silencio. Hasta nosotros llegaban los comentarios de las mesas de alrededor. La gente sólo hablaba del asesinato de Prim.
—A mediodía me encontré con el comisario —comentó Ignés—. ¿Adivinas quién era el máximo responsable de la secta?
—No.
—Tu compañero de redacción, ese Carmona Roland, el que indicó a Manolito que te diera la dirección de don Felipe Clavero. Había decidido sacrificarlo porque temía que descubrieras que él estaba detrás de la paliza que recibiste.
—¡Menudo pájaro! Cuando Manolito me dijo que me había dado la dirección de don Felipe por indicación suya, pensé que la paliza había estado motivada por celos profesionales. Ahora entiendo por qué uno de los sujetos que me pegaban repetía, una y otra vez, que era por meter las narices donde no me importaba.
—También me ha contado que el asesinato de Juárez ha quedado esclarecido. Al parecer, supo muy pronto que Carmona Roland estaba detrás de tu agresión.
—¿Juárez lo sabía?
—Sí.
—¿Por qué no procedió a su detención?
—Porque encontró una jugosa fuente de ingresos. Se dedicó a extorsionarlo, sobre todo, al descubrir que pertenecía a la secta de satanistas. Juárez tenía problemas con el juego, algo que le exigía sumas cada vez mayores. Cuando apareció tu artículo sobre la misa negra, lo utilizó para exigirle más dinero.
—Eso explica que me buscara ese mismo día, fingiendo estar a cargo del caso. Lo que trataba era de controlar el negocio y fue a mi casa cuando supo que desde el Gobierno Civil se habían dado instrucciones para que se abriera una investigación. Trataba de adelantarse a Jovellanos.
—Vete a saber a qué iba dispuesto cuando fue a tu casa. —Ignés dejó escapar un suspiro—. Al final pagó un precio muy alto por sus fechorías.
—Lo que resulta extraño es que lo dejaran colgado en el desván y que hubiera un pentáculo en el suelo —comenté.
—Un exceso de confianza. El palacete llevaba cerrado muchos meses y no creyeron que, después de tanto tiempo, alguien fuera a husmear. Ignoraban que se había abierto una investigación y pensaban que eliminando a Juárez… Lo han confesado en sus declaraciones.
—¿Y el pentáculo que había en el suelo?
—Debió caérsele a alguno de ellos. ¿Cómo se llamaba el sereno que te dio los primeros datos sobre lo ocurrido en la calle Carretas?
—Segismundo Martínez. ¿Por qué me lo preguntas?
—Porque ese Carmona Roland lo amenazó por haberte dado información.
No me extrañó. Carmona Roland era perro viejo y, por el contenido de un artículo, podía adivinar las fuentes. Ahora tenía una explicación de la actitud agresiva del sereno; debió pensar que yo había revelado su nombre. Hubo un tiempo en que pensé que era don Felipe quien lo había amenazado, cuando consideraba que mi director estaba implicado con la secta satánica.
Al día siguiente todos los periódicos hablaban de lo ocurrido en la calle del Turco, pero la mejor información estaba en La Iberia. Aguardé a que Ignés apareciera por la redacción, habíamos quedado en que me traería noticias de Prim. Él tenía acceso a palacio incluso en circunstancias tan extraordinarias. En la redacción vivíamos una jornada agitada, no sólo por el atentado, sobre el que yo preparaba otro texto, sino por el impacto de la detención de Carmona Roland. Ignés llegó cerca de las dos.
—¿Cómo está el general?
—Los médicos dicen que no hay peligro, pero a mí no me gusta su aspecto.
—¿Lo has visto?
—Sí. Todavía no le han extraído las balas y las heridas tienen mala pinta.
—¿Está consciente?
—Sí. Hemos cruzado algunas palabras.
—¿Qué te ha dicho?
—No te lo vas a creer. El general afirma que la voz de quien mandaba a los asesinos es la de Paúl y Angulo.
Era añadir leña al fuego de mi desconcierto. A veces pensaba que mi imaginación me estaba jugando una mala pasada. La imagen del sujeto que arengaba a aquella partida de facinerosos en nada se parecía a la de Paúl y Angulo. El republicano era más espigado, su cabello pelirrojo, como las amplias patillas que cubrían sus mejillas casi por completo, sus facciones eran diferentes, usaba unas gafas con lentes azules y siempre vestía con elegancia. Aquel sujeto llevaba una vulgar zamarra de piel de jabalí. No podían ser la misma persona, pero su voz sonaba igual que la suya y, por lo que decía Ignés, Prim también la había identificado como la del jefe de los asesinos.
—El general también me dicho algo muy extraño: «Ignés, no me matan los republicanos».
—¿Ha dicho exactamente eso?
—Ésas han sido sus palabras.
Aquello carecía de sentido. ¿Cómo podía identificar la voz de Paúl y Angulo y afirmar que los republicanos no atentaban contra él? Recordé que Morayta intentó llevárselo para evitar su recorrido habitual desde el Congreso de los Diputados hasta su residencia. A decir verdad, la actitud de los republicanos hacia el general era muy variada: Morayta o Castelar no pasaban del rechazo político, eran sus adversarios, pero no sus enemigos. Pi i Margall era muy agresivo de palabra, pero incapaz de un acto de violencia. Por el contrario, Paúl y Angulo era un pendenciero, un matón. Las palabras de Prim podían aludir a eso o a que una mano oculta había movido los hilos de la trama. Si Montpensier había financiado El Combate y había mantenido contactos con La Internacional de José López, el general bien podía aludir a eso.
—Me ha entristecido que diga «me matan», Fernandito. Eso significa que ve la muerte de cerca.
—No seas pesimista. Como tú me has dicho alguna vez, el general tiene baraka. Otro cualquiera, con la lluvia de disparos que cayó sobre él, estaría enterrado. ¿Ha prestado declaración?
—Los médicos lo desaconsejan. Dicen que no debe alterarse, pero me malicio que hay otros intereses. Alguien en las alturas está interesado en que no lo haga.
Lo que decía podía tener sentido tanto respecto a las conexiones entre Montpensier y Paúl y Angulo, como por los indicios que apuntaban a la implicación de José María Pastor, según señalaban los italianos y el propio Ignés había verificado, lo que apuntaba directamente a Serrano, cuyas diferencias con Prim habían dado lugar a tensiones muy fuertes. Lo que resultaba evidente era que si Prim desaparecía de la escena política, eran muchos los beneficiarios.
—¿Crees que los médicos podrían estar conchabados con alguien?
—Después de lo ocurrido, no me fío ni de mi propia sombra.