Quiero expresar mi agradecimiento a aquellas personas que con su aliento, sus consejos, sus críticas y sus aportaciones han hecho posible que Sangre en la calle del Turco sea como el lector ha podido comprobar. Si el resultado ha sido el disfrute de estas páginas, en buena medida se debe a dicho aporte. En ese sentido resulta impagable el trabajo realizado por Javier Sánchez, Gloria Abad y Juan Sol quienes leyeron el manuscrito con todo el cariño que ponen cuando se trata de un original mío; en sus anotaciones, me hicieron llegar sus impresiones y los comentarios que han enriquecido de forma notable el resultado final de la novela.
A Belén Basanta tengo que agradecerle su excelente disposición para invertir parte de su tiempo en la búsqueda de planos y mapas del Madrid del siglo XIX, así como la aportación de detalles valiosos sobre las costumbres madrileñas de la época. También al profesor gaditano Diego Caro que me proporcionó datos sumamente importantes sobre los precios y los salarios de aquellos años. Y a cuantas personas me facilitaron algún tipo de información.
A David Trías y a Alberto Marcos, mis editores, el interés con que, desde el primer momento, acogieron la idea de una novela sobre el magnicidio del general Prim, sin rechazar la posibilidad de elaborar una trama sobre un final que es de sobra conocido por los aficionados a la historia. En cualquier caso, me permitieron trabajar con absoluta libertad y sin el menor condicionamiento.
Pero si hay una persona a quien la novela debe mucho de su resultado final es a Cristina. Primero por las largas conversaciones mantenidas en torno a la trama y los personajes que iban a protagonizarla, luego por haberme soportado durante los meses de intenso trabajo de redacción del texto, cuando la soledad es la principal compañera del novelista. Ella ha sido quien ha señalado los puntos débiles del primer borrador y quien me ha ayudado a perfilar detalles y eliminar partes del texto inicial de los que podía prescindirse fácilmente.