ACTO TERCERO

La misma decoración del acto anterior. Es de día.

Al levantarse el telón están en escena Bernarda y Pepito. Bernarda es una joven como de treinta años, muy alta, muy delgada, muy elegante, muy aguileña y muy engafada. Parece inglesa, pero no lo es. Pepito, su hermano, es un chico de quince años, pero de una estatura descomunal, inaudita. Es un alabardero con calzón corto, cuello de marinero y chalina.

BERNARDA:

Pepito, siéntate, que llevas mucho tiempo de pie. ¡Por Dios, no vayas a crecer más! (Pepito no se mueve.)

DOMINGO: (Por la derecha.)

Pasad. (Entran en escena Cosme y Emilita. Cosme es un señor como de cincuenta años.) El señor tendrá que aguardar «a forciori».

COSME:

¿A quién dice usted?

DOMINGO:

Quiero decir, y perdone el señor el vocablo latino, que el señor tendrá que esperar, aunque por fortuna para el señor, no será larga la espera.

COSME:

Bien; está bien. (Domingo saluda y se va.)

EMILITA:

Papá, mira quién está ahí: la señorita de Peris y su hermano.

COSME:

¿Eh? (Dirigiéndose a Bernarda.) ¡Oh! Bernardita, ¿qué tal, amiga mía?

BERNARDA:

Muy bien. ¿Y usted, Tres-Ríos?

COSME:

Perfectísimamente.

BERNARDA:

¿Esta es la pollita?…

COSME:

Esta, sí, señora.

BERNARDA:

Muy mona. ¿Qué tal, mujer?… (La besa.) ¡Pepito!

COSME:

¡Caramba! ¿Pero éste es aquel Pepito? ¡Cómo ha crecido!… ¿Qué tal, hombre?

PEPITO: (Con dos arrobas de gibia.)

Ya usté lo ve.

BERNARDA:

Anda, siéntate allí con Emilita. (Pepito y Emilita se sientan.)

COSME:

¡Qué atrocidad! ¿Pero qué estirón ha pegado este chico?

BERNARDA:

Demasiado. Y ya ve usted, aun no ha cumplido los diez y seis años.

COSME:

Qué, ¿sigue en su idea de ser sacerdote?

BERNARDA:

No; esa idea se le va borrando. Yo no hago más que decirle que con esa estatura no iba a poder cantar misa, porque las casullas iban a parecer en él unos baberos, y eso le está desimpresionando. Ahora dice que quiere ser de telégrafos.

COSME:

Sí, para el telégrafo tiene condiciones; incluso para el de sin hilos, que hace falta…

BERNARDA:

Pepito, encoge esas piernas. (Pepito obedece.)

COSME:

¿Llevan ustedes mucho tiempo de espera?

BERNARDA:

Mucho. Cuando vinimos había aquí más de veinte personas. Este doctor Bernáldez sube como la espuma.

COSME:

Tiene mucho talento, y sobre todo, acierta. A mí me ha curado radicalmente. Yo padecía desde hace diez años unos dolores reumáticos en todo el cuerpo que estaba baldado, y nada, vea usted, me ha curado.

BERNARDA:

¡Qué suerte!

COSME:

Y ya ve usted; sin medicinas, que es lo más notable. Con baños de sol.

BERNARDA:

Eso se lleva ahora mucho.

COSME:

Durante un mes he estado tomándolos. Me desnudaba completamente, me ponía en el mirador de mi casa y de primera.

BERNARDA:

Sin embargo, me ha parecido verle cojear un poco…

COSME:

Sí, pero esto es de otra cosa. Nada, a uno de los vecinos de enfrente que le molestaba el que yo me pusiera en el mirador de mi casa de aquella manera. Aunque yo en punto a belleza soy un coco, él creyó que yo me exhibía por todo lo contrario. Por descoco. Me buscó, tuvimos unas palabras, y me dio una coz en este fémur que por poco me lo esquirla. Ahora vengo aquí a que le hagan una radiografía a la niña.

BERNARDA:

¿Pues qué tiene?

COSME:

Que la muy pava, no sé cómo, se ha tragado una hebilla.

BERNARDA:

¡Jesús!

COSME:

No es lo primero que se traga; porque ya una vez se tragó un dije, que era un librito de oro, y tuvo el libro en el apéndice tres o cuatro años. Ahora, que esto de la hebilla me preocupa, porque como tiene esas púas…

BERNARDA:

¡Qué apuro, Dios mío! ¿Y le duele?

COSME:

Muy poco, pero como se trata de una hebilla, temo que le apriete…

BERNARDA:

Pues yo vengo por Pepito.

COSME:

¿Qué le ocurre?

BERNARDA:

Que nos parece que tiene algo de sonambulismo.

COSME:

¡Caramba!

BERNARDA:

Sí, señor. Le hemos sorprendido ya dos madrugadas, una en el pasillo de la cocina y otra en la propia cocina.

MELITÓN: (Precipitadamente por la izquierda, segunda puerta.)

¿Eh? ¿Cómo? ¿Aun están ustedes aquí?

PEPITO: (Más despatarrado que nunca.)

Ya usté lo ve.

MELITÓN:

Creí que había terminado ya la consulta… (Dudando.) Entonces… No… Sí… (Llama a la primera puerta de la izquierda.) ¡Jaime!… ¡Jaime!…

JAIME: (Asomándose.)

¿Quién? ¡Ah!

MELITÓN:

Oiga, dígale a Gonzalo que la niña ha tomado hace un cuarto de hora el lacteol, pero que llora muchísimo.

JAIME:

¿Y qué?

MELITÓN:

Que si la pueden dar ya el pecho o hay que aguardar forzosamente a que pase la media hora.

JAIME:

Está muy bien.

MELITÓN:

¡Ah! Dígale que es un llanto desgarrador, que parte el alma; y que no es más que hambre, porque la hemos desnudado y no tiene nada que le apriete, ni la fajita ni el pañalito…

JAIME:

Aguarde usted. (Desaparece.)

COSME: (A Bernarda.)

¿Quién es?

BERNARDA:

Don Melitón Jiménez.

COSME:

¡Ah! Ese tan rico…

MISS PLAIN: (Por la izquierda, segunda puerta. Ha cambiado mucho. Tiene la tez algo cobriza y el cabello, no rubio pálido como antes, sino de un rojo fuego, que da miedo.)

¿Qué dice Gonzalo, señor Jiménez?

MELITÓN:

Espere usted: ha ido Gallego a preguntarle. Qué, ¿sigue llorando?

MISS PLAIN:

¡Oh! ¡Y de qué modo! Se pone moradita.

MELITÓN:

¡Ángel mío!

MISS PLAIN:

Y se chupa las manos…

MELITÓN:

Hambre, nada más que hambre.

JAIME: (Asomándose de nuevo.)

Que ya pueden darle.

MISS PLAIN:

¡Oh! Vamos.

MELITÓN:

¡Corra usted! ¡Pobrecita mía!… (Se van.)

BERNARDA:

Están locos con la niña. Es ya la tercera vez que vienen con recaditos.

COSME:

¿Qué niña es esa?

BERNARDA:

La hija del Doctor. Nació hace muy cerca de dos meses, y está originando una de disgustos en la familia…

COSME:

¿Eh? ¿Por qué?

BERNARDA:

Porque los padres y los suegros del Doctor, han hecho cuestión de gabinete lo relativo al nombre que han de poner a la criatura, y como aun no se han puesto de acuerdo, todavía está la niña sin bautizar.

COSME:

¡Pues sí que es una situación!…

BERNARDA:

Por Dios, Pepito, no bosteces más y encoge esas piernas. No sé lo que va a decir Emilita de ti.

PEPITO: (Amenazador.)

¿De mí? Que diga algo y ya verá…

BERNARDA:

¡Hombre, por Dios!… Anda, haz versos. ¿Has traído lápiz?

PEPITO:

Lápiz, sí, pero no tengo papel.

BERNARDA:

Ahí, en cualquier parte, hombre. (A Cosme.) Si viera usted que coplas tan bonitas saca. ¡Tiene un oído!…

COSME:

¡Caramba, pues a ver si resulta un poeta de altura! (Pepito saca un lápiz perezosamente, y muy despatarrado se deja caer sobre la mesa y escribe en las páginas de un libro muy lujoso que hay sobre la mesita. Para que Emilita no vea lo que escribe, pone la mano izquierda a guisa de pantalla. Por la segunda puerta de la izquierda entra en escena don Melitón. Trae algo envuelto.)

BERNARDA:

Otra vez.

MELITÓN: (Llamando en la primera puerta de la izquierda. Como antes.)

¡Jaime!… ¡Jaime!…

JAIME: (Asomándose.)

¿Qué?

MELITÓN:

Dígale a Gonzalo que vea esto.

JAIME:

Sí, señor. (Toma el envoltorio con sumo cuidado y desaparece.)

BERNARDA: (A Melitón.)

Noto que esa niña le tiene entusiasmado, don Melitón.

MELITÓN:

No lo sabe usted bien, Bernardita. Bueno, y es para entusiasmarse, porque si usted la viera… ¡Es de una ricura!… Yo hacía más de cuarenta años que no había visto de cerca un niño chico. Pensaba en ellos, me gustaban, pero, vamos, no los había visto de cerca. Y esta… bueno, esta es una monería; sus ojitos… su boquita… su cuerpecito… ¡unas manitas!… Y luego es que conmigo se desvive. Nada, que me conoce y que me quiere… Porque es listísima, lo que se dice listísima. Mire usted, la tiene el ama, y venga llorar; la coge su madre, y llora que te llora; la coge su padre, y arma un escándalo: bueno, es que su padre no se da maña ninguna; no tiene costumbre… Y la cojo yo, y se calla y se ríe; porque es que se ríe. Cierra los ojitos y hace así… (Pone una feísima cara de risa.) Nada, que se ríe. ¡Riquísima!

JAIME: (Con el envoltorio en la mano.)

Don Melitón.

MELITÓN: (Acudiendo precipitadamente.)

¿Eh? ¿Qué? ¿Qué dice?

JAIME: (Dándole el lío.)

Dice que está bien: que es completamente normal.

MELITÓN:

Más vale así. Muchas gracias. (Desaparece Jaime.)

MISS PLAIN: (Por la izquierda segunda puerta.)

¡Qué! ¿La ha visto?

MELITÓN:

Normalísima; lo que yo opinaba, señor.

MISS PLAIN:

Y decían Elvira y el ama…

MELITÓN:

¡Qué saben ellas! Para estas cosas de los chicos hay que tener práctica. Tome usted. (Le da el envoltorio.) ¿Le han hervido el aro y el chupete?

MISS PLAIN:

Creo que no.

MELITÓN:

Pues corra usted: que antes se han caído al suelo, no se los vayan a meter en la boca sin hervirlos previamente.

MISS PLAIN:

¡Por Dios!

MELITÓN:

Hay que estar en todo. (Se van precipitadamente por donde antes. Salen de la consulta Jaime y Revenga, un señor bien portado.)

BERNARDA: (Levantándose.)

Gracias a Dios.

REVENGA:

Bien, hasta el lunes; muchas gracias.

JAIME:

Adiós, señor Revenga, hasta el lunes.

REVENGA:

¡Ah! Esos papelillos son para tomarlos uno por la mañana y otro por la noche, ¿no?

JAIME:

Sí, señor.

REVENGA:

Bien, muchas gracias, hasta el lunes.

JAIME:

Hasta el lunes, señor Revenga.

REVENGA:

¿Y qué me dijo de alimentación?

JAIME:

Pues le dijo que nada de carne, ni de huevos, ni de verduras. Pescado y nada más que pescado.

REVENGA:

Perfectamente. Adiós, hasta el lunes.

JAIME:

Adiós, señor Revenga. Hasta el lunes.

REVENGA: (Ya en la puerta, volviéndose.)

Por supuesto, que de vinos…

JAIME:

Nada. Agua y nada más que agua. Es lo que le va mejor al pescado.

REVENGA:

Sí, claro, pero… en fin, adiós. Hasta el lunes. (Vase.)

JAIME:

Adiós, hasta el lunes, señor Revenga.

BERNARDA:

¡Qué pesadez de hombre!

JAIME: (A Bernarda.)

Cuando ustedes gusten.

BERNARDA:

Vamos, Pepito. (Pepito se levanta cachazuda y perezosamente.) Anda. (A Cosme.) Le prometo tardar muy poco.

COSME:

Muchas gracias. (Se van por la izquierda Bernarda y Pepito.)

JAIME: (Haciendo mutis tras ellos.)

(Angelito. El día que tenga que comprarse un gabán de pieles, se arruina). (Vase.)

EMILITA:

¡Ay, papá, qué niño, qué niño y qué niño! ¡Jesús qué pata!

COSME:

¿Has visto? Pues su padre tenía todavía más estatura. No podía ir a los toros ni al teatro, porque se sentaba y hasta se encogía, y empezaban a decir los de detrás «A ver, que se siente ese caballero». Cuando iba por la calle, parecía que lo llevaban en hombros.

EMILITA:

¡Qué desgracia!

COSME:

A ver los versos que ha escrito. (Se acerca a la mesa y ojea el libro.) ¡Qué bruto! ¿Pues no se ha puesto a escribir en la Divina Comedia? (Leyendo.)

Plato quisiera yo ser

para estar en la cocina,

y ver a la cocinera

que es una criatura divina.

EMILITA:

¡Jesús, qué mamarracho!

COSME: (Leyendo.)

Sale el sol por el Oriente

donde está la aurora divina,

y yo digo que en mi casa

sale el sol en la cocina.

EMILITA:

Caramba, no sale de la cocina.

COSME:

Y lo peor es que no sale ni de noche.

EMILITA:

¿Eh?

COSME:

Nada, nada. (Salen de la consulta Bernarda, Pepito, Jaime y Gonzalo.)

GONZALO:

¡Bah! No tiene importancia ninguna. Que tome tres sellos de esos durante el día y por la noche enciérrelo usted en su habitación. (Al ver a Cosme.) ¡Oh! Amigo Tres-Ríos. (Le da la mano.)

BERNARDA:

Y los sellos le harán efecto en seguida, ¿no?

GONZALO:

En cuanto le lleguen al estómago.

BERNARDA:

Entonces…

GONZALO:

Sí: tardarán un rato…

JAIME:

(¡Como no les saque un kilométrico!…).

BERNARDA:

Pues hasta la vista, doctor. Muy buenas tardes.

GONZALO:

Adiós, señorita.

COSME:

Adiós.

BERNARDA:

Vamos, Pepito.

PEPITO:

Espera. (Arranca del libro la hoja que contiene sus dos coplas.)

GONZALO:

(¿Qué hace?).

JAIME:

(¡Qué bruto!).

COSME:

(¡Qué bárbaro!).

EMILITA:

(¡Qué animal!).

PEPITO:

Nada: que he escrito dos décimas y me las llevo.

BERNARDA:

¡Es angelical! (Vase por la derecha.)

PEPITO:

Con Dios. (Vase tras Bernarda.)

GONZALO: (Resignado.)

Bueno está. (A Cosme.) ¿Y qué es eso, que le trae por aquí?

COSME:

Lo que le indiqué en mi carta.

GONZALO:

¡Ah! La radiografía… ¿Ha sentido alguna molestia?

COSME:

No; pero temo…

GONZALO:

Pues vengan ustedes mañana temprano, porque en este momento no tengo ninguna placa disponible. Andamos escasos de material con esto de la guerra.

COSME:

Ya lo oyes, Emilita.

EMILITA:

Bueno.

GONZALO:

¿Usted sigue fuerte?

COSME:

De primera.

GONZALO:

Pues siga con los baños.

COSME:

Ahora como está el tiempo inseguro… Ayer me desnudé lo menos veinte veces, pero apenas me ponía en el mirador, se nublaba. Los vecinos tenían la gran diversión.

GONZALO:

Bien, pues hasta mañana.

COSME:

Hasta mañana. Buenas tardes.

JAIME:

Adiós, señor. (Se van por la derecha Cosme y Emilita.)

GONZALO: (Sentándose, cansado.)

¡Uf! Qué tarde. Estoy cansado, verdaderamente cansado. Haga usted el favor de tocar el timbre, Gallego.

JAIME:

Sí, señor. (Lo hace.)

GONZALO:

Haga el favor también de desinfectar todo el instrumental que hemos usado y ver qué le ocurre a la máquina pequeña.

JAIME:

Que como ayer no vine no cargué las pilas.

GONZALO:

Es verdad; ¿qué le ocurrió ayer tarde?

JAIME:

Que estuve de bautizo, apadrinando a un sobrinillo. Pensé venir, pero luego…

GONZALO:

Claro, la fiestecita…

JAIME:

Quiá, no, señor; la madrina. La madrina que era una morucha, don Gonzalo, que… ya le contaré.

DOMINGO: (Por la derecha.)

¡Señor!

GONZALO:

Acabo de salir de casa, ¿estamos? He salido, ¿comprende usted?

DOMINGO:

¿Cómo no? El señor ha llegado al recibimiento, ha tomado su flamante hongo, yo me he servido abrirle la puerta y el señor me ha dicho: «Hasta el retorno».

GONZALO:

Yo no soy capaz de decir esa cursilería en toda mi vida.

DOMINGO:

Pues es una despedida muy literaria.

GONZALO:

Ande, ande, diga a la señorita que he terminado la consulta.

DOMINGO:

Sí, señor.

GONZALO:

Dígaselo a ella sola.

DOMINGO:

Perfectísimamente. (Saluda y se va por la izquierda.)

JAIME: (Por Domingo.)

No lo puedo remediar; lo veo y me pongo nervioso. Es de un redichismo que me descompone. Y el mejor día le pego.

GONZALO:

¡Caramba!

JAIME:

Sí, señor; porque eso de que me llame, en lugar de ayudante, «Doctor embrionario», no se lo tolero yo ni a él ni al presidente de la Academia. (Gonzalo ríe.) En fin, voy a mi obligación. (Mutis por la izquierda primer término.)

DOMINGO: (Por donde se fue.)

La señora ha sido notificada. ¿Anhela el señor algo más?

GONZALO:

No anhelo nada. (Domingo se inclina y se va por la derecha.)

ELVIRA: (Por la izquierda, segunda puerta.)

¡Gracias a Dios!

GONZALO:

Ven aquí.

ELVIRA:

¿Sabes que voy a comenzar a renegar de tu fama? Porque si esto continúa así, no sé a qué horas vamos a vernos. ¿Te has cansado mucho?

GONZALO:

¡Por Dios! ¡Qué han de cansarme un par de horas de tarea! Dime, ¿y la niña?

ELVIRA:

Con los abuelos.

GONZALO: (Sorprendido.)

¡Cómo! ¿Por fin se han dignado ir a festejarla?

ELVIRA:

No; al decir los abuelos, aludo a don Melitón y miss Plain, que son los que verdaderamente lo parecen. ¡Los otros!… ¿Has visto qué insensatez?

GONZALO:

Precisamente te he llamado porque quería que hablásemos de ese asunto. De hoy no pasa. Hoy se bautiza la niña. ¿Con qué nombre, con qué padrinos? No sé, pero hoy se bautiza. Precisa que salgamos de esta situación molesta y angustiosa y que encierra para nosotros una grave responsabilidad.

ELVIRA:

Todo lo espero de don Melitón. Él dice que tiene ya arreglado ese asunto, y como adora a nuestra hija…

GONZALO:

Calla, que ahí vienen. (Don Melitón, Miss Plain, ama Concha y la niña.)

MELITÓN:

Sí, está aquí el doctor. Venga usted, ama Concha.

ELVIRA:

¿Eh? ¿Qué pasa?

MELITÓN:

Nada; que quiero yo que Gonzalo vea al ama; dice que está algo indispuesta y, vamos, no hay que jugar con las cosas de comer.

CONCHA:

Pero, zeñorito; Josú, lo que yo ziento.

MELITÓN:

Nada nada; usted no es usted; usted es la Elipa y yo en esta casa soy el comisario de subsistencias, y no quiero que la niña por un descuido del inspector de higiene…

GONZALO:

Pero, ¿qué es lo que tiene el ama?

MISS PLAIN:

Está algo enferma del estómago.

ELVIRA:

Que se pasan ustedes el día atracándola de cosas; y bueno es que se nutra, pero no que reviente.

GONZALO:

Bueno, vamos a ver, ¿qué es lo que siente usted?

CONCHA:

Pos lo que yo ziento es que ze vayan ustedes a creé que yo tengo na.

GONZALO:

Le pregunto qué molestia siente.

CONCHA:

Pos una cosa mu rara aquí en el vacido. (Por el estómago.) Ante de come ziento azí como un amago de doló, y aluego de comé, como un ardo mu grande.

GONZALO: (Dándole un golpecito en el hombro.)

Dispepsia.

CONCHA:

No hay de qué.

GONZALO:

Digo, que eso es dispepsia; un poco de bicarbonato y arreglado. ¿Siente ardor ahora?

CONCHA:

Zí, zeñó.

GONZALO:

Pues, ande, tome bicarbonato.

CONCHA:

Zí, zeñó.

ELVIRA:

Déme la niña.

MISS PLAIN:

No, traiga.

MELITÓN:

A mí, que hace mucho tiempo que no la cojo.

CONCHA:

Tomusté; está acabaíta de mudá.

MELITÓN:

Aunque no lo estuviera, ama. A mí eso no me importa. (Cogiendo la niña.) Ven acá tú, ricura, chipitina… ¡Ya! ¿Están ustedes viendo?

CONCHA:

En cuanti la coge er zeñorito don Melitón, ze prinzipia a reí. Y es que está ella mu cómoda. Como er zeñorito tiene otra jechura que una y es mu lizo de pecho, pos se acopla la criatura mu bien. Y lo mesmo le paza aquí con la ingleza, que también es mu liza.

ELVIRA:

Bien, bien; que le den a usted el bicarbonato. Ya sabe usted cómo se toma.

CONCHA:

Zí, zeñorita, una cucharaíta adentro de un merengue. Es dezí, así lo mandaba tomá er médico de Armodóva, er casao con la hija der confitero.

GONZALO:

Bueno, sí, tómelo como tenga costumbre.

CONCHA:

Zí, zeñó. En cuanto lo toma una…

ELVIRA:

Sí, sí. Vaya, vaya… (Se va por la izquierda. Don Melitón se ha sentado en una silla, con la niña en los brazos, y Miss Plain arrodillada en el suelo, a su lado, contempla a la niña.)

MELITÓN:

¡Es una carita!… ¡Y un hoyito cuando se ríe! Ya verá usted. (Le hace fiestas.)

MISS PLAIN:

¡Ahora!… (Ríen los dos.)

ELVIRA: (Aparte a Gonzalo.)

Míralos: así se pasan el día.

MELITÓN:

Qué ganas tengo de que hable y de que ande, para llevarla todas las tardes al Retiro… (Tristemente.) Así no iré solo como ahora. (Miss Plain se levanta.) Don Fruela se va a sorprender al verme con ella. (Torciendo el gesto.) ¡Atiza!… Señorita, que hay gente delante… Comprímase usted.

ELVIRA:

Traiga usted, hombre, traiga usted.

MELITÓN:

No, que contigo llora. Se la daré a Miss Plain, por aquello de la lisura. (Le da la niña a Miss Plain. Entran Urraca y Nuño.)

URRACA:

¡Ah! Que están ustedes aquí.

ELVIRA:

Sí, pero sabemos a lo que vienen ustedes y les dejamos el campo libre.

NUÑO: (A Gonzalo.)

He citado aquí a tus padres para ponernos de acuerdo de una vez, con respecto al nombre y al apadrinamiento de la neófita.

GONZALO:

Perfectamente; desearé que lleguen a una solución, pero no olviden que esta tarde, se pongan ustedes de acuerdo, o no, será bautizada la niña.

MELITÓN:

Acerca de ese punto, tengo yo también que hablar muy seriamente con ustedes.

GONZALO:

Pues vamos a mi despacho, don Melitón.

MELITÓN:

Vamos.

MISS PLAIN:

Llevaré a la ninia con el ama, porque no está en condiciones de asistir al reunión.

ELVIRA:

Aquí la aguardamos. (A sus padres.) Hasta ahora.

URRACA:

Hasta luego. (Se van Miss Plain por la izquierda segunda puerta, y Elvira, Melitón y Gonzalo por la primera.) ¿Qué habrá decidido Melitón, Nuño?

NUÑO:

No sé. (Se acercan a las mesas donde están los relojes.) ¡Ya! ¿Estás viendo? Son las cuatro y mira: en nuestro reloj las nueve y cuarenta y cinco. Ya el Marqués lo ha adelantado más de cinco horas.

URRACA:

Como tú le atrasaste esta mañana el suyo…

NUÑO:

Pues vas a ver. (Comienza a dar vueltas al minutero del reloj de la derecha.)

URRACA:

Cuidado. (Nuño suspende la operación.)

MISS PLAIN: (Por la izquierda segunda puerta.)

(Ya están con los relojes, como siempre.) (Se va por la primera puerta de la izquierda.)

NUÑO: (Enredándose de nuevo con el reloj.)

¡Así! Lo he atrasado doce horas justas.

URRACA:

Pero hombre, si está otra vez en las cuatro.

NUÑO:

Sí, pero como lo he atrasado doce horas, esas cuatro son las cuatro de la madrugada.

URRACA:

Pues como él se dé cuenta… ¡Ellos!… (Por la segunda puerta de la derecha entran en escena Berenguela y Laín.)

LAÍN: (A Berenguela.)

Como haya andado en el reloj, va a oírme. (Los dos miran el reloj.)

BERENGUELA:

No.

LAÍN:

Menos mal. ¿Señores?… (Todos se saludan.)

NUÑO: (Indicando el centro de la escena.)

Les invito a tomar asiento.

BERENGUELA:

Mil gracias… (Se sientan los cuatro en el centro de la escena.)

NUÑO:

Señor Marqués, me he permitido provocar esta entrevista en terreno neutral, porque entiendo que es ya indispensable que medie una explicación entre nosotros.

LAÍN:

Indispensable de todo punto, señor Conde.

NUÑO:

Me figuro que reconocerán ustedes que la situación en que estamos no puede prolongarse indefinidamente.

LAÍN:

«Sine die», que decimos los juristas.

NUÑO:

Por fas o por nefas, el hecho es que nuestra nieta cumple hoy los dos meses y aún no ha tomado las aguas del Jordán.

LAÍN:

Recibido, señor Conde: que el Jordán no es ningún balneario.

NUÑO:

Perfectamente; recibido; acepto la enmienda; no ha recibido las aguas del Jordán, y como esto no puede continuar así, precisa que siquiera por esta vez nos mostremos los cuatro transigentes y conciliadores. ¿No opinan ustedes que es nuestro deber?

LAÍN:

Conforme.

NUÑO:

Bien, pues ya que los cuatro estamos decididos a transigir en todo, queda convenido que la niña se llamará Urraca.

LAÍN:

No, Conde, no. Queda convenido que se llamará «Verenguela».

NUÑO:

Qué empeño en poner a una criatura un nombre que parece de hortaliza. ¡Berenguela!

BERENGUELA: (Levantándose.)

Peor es llamarse un ave de rapiña. ¡Urraca!

URRACA: (Ídem.)

¡Señora! Pues bien, ha de llamarse Urraca o no hay Jordán.

BERENGUELA:

Y entretanto, si nuestra nieta del alma se muriera, se moriría sin ser cristiana.

LAÍN:

¡Y a usted solamente le pediría cuenta de su desgracia!

NUÑO:

Si estar en el limbo es una desgracia, no conozco a nadie tan desgraciado como usted.

LAÍN:

¡Caballero! ¡Ese insulto!…

NUÑO:

¡Lo he dicho de corazón!

MELITÓN: (Entrando en escena por la izquierda.)

Milagro hubiera sido que no estuviesen regañando, pero oídlo bien: en esta casa se han terminado los regaños. (Hablando hacia el lateral.) Entrad, entrad todos: aun están vivos. (Entran en escena Elvira, Miss Plain, Gonzalo y Jaime.)

NUÑO:

¿Qué significa esto?

GONZALO:

Que nuestra hija va a ser bautizada hoy mismo con el esplendor que corresponde a la más rica de las herederas. ¿Sabéis lo que contiene ese papel? (Por uno que tiene en la mano don Melitón.) La felicidad de nuestra hija y la de todos.

LAÍN:

No comprendo…

MELITÓN:

Yo os lo diré. Esto es mi testamento: en él dejo toda mi fortuna a vuestra nieta.

BERENGUELA:

¿De veras?

URRACA:

¿Es posible?

NUÑO:

¡A nuestra nieta!…

MELITÓN:

Sí.

NUÑO: (Abrazándole.)

¡Melitón!…

LAÍN: (Ídem.)

¡Emporio, espejo, y perla de los amigos!…

MELITÓN:

Nada de arrumacos. Vengo a que hablemos formalmente. Vamos a celebrar un verdadero consejo de familia. Sentaos. (Se sientan casi todos.) Ya comprenderéis que lo hecho por mí encierra alguna condición.

NUÑO:

Pon cuantas quieras.

LAÍN:

Yo las acepto todas.

BERENGUELA:

¿Cómo no?

MELITÓN:

No pongo más que una; que en este momento han de terminar para siempre vuestras rencillas; que desde ahora el glorioso Apóstol de los Clavijo, ha de cabalgar sobre el ilustre oso de los Favilas, y perdóneme el Santo la molestia que pueda causarle. En esta casa ha de reinar desde hoy una paz octaviana.

NUÑO:

Pero si yo no deseo otra cosa.

LAÍN:

Ni yo. ¿Quieres que nos abracemos?

MELITÓN:

No tengo fe en vuestros abrazos.

LAÍN:

¡Melitón!

MELITÓN:

La tengo en vuestras promesas y sobre todo en mi resolución, porque estoy decidido a romper el testamento el día que la paz que exijo sea alterada.

NUÑO:

¡Hombre, cómo puedes pensar!…

MELITÓN:

Vosotros sois los que tenéis que pensarlo. Vuestras locuras y vuestras vanidades os arruinaron. Esa niña debió ser rica y es pobre y desdichada, puesto que ha nacido en una casa que es un infierno; en una casa donde no se ponen de acuerdo ni aun para llevarla a cristianar. Todo eso desaparece en este instante. Esa criatura recobra lo perdido, las propiedades de sus abuelos, la riqueza dilapidada, la tranquilidad, puesto que en el fondo, el malestar que sentís no es más que la obra de la pobreza, a la que no estáis acostumbrados.

NUÑO: (A Laín.)

Eso es hablar, no lo que hace usted, señor picapleitos.

LAÍN:

¡¡Conde, Nuño!!…

ELVIRA:

¡Pero papá!

MELITÓN:

¿Eh?

NUÑO: (Cayendo de su burro.)

Señores, perdonadme todos. Distraídamente… (Acercándose a Laín.) Le doy todo género de explicaciones, queridísimo Marqués.

LAÍN:

Y yo las acepto reconocido, queridísimo Conde…

MELITÓN:

Así me gusta.

NUÑO:

Pero hombre, si el Marqués y yo, después de todo… somos dos entrañables, sólo que algunas veces le cae a uno mal el desayuno…

LAÍN:

Claro: y no hablemos de nuestras esposas que siempre se han mirado bien.

MELITÓN:

Vosotros tened en cuenta, que si seguís como perros y gatos condenáis a vuestra nieta a perderlo todo nuevamente.

NUÑO:

Yo te juro, que mientras tú vivas…

MELITÓN:

¿Cómo es eso de que mientras yo viva? ¿Creéis que mi muerte os revelaría del compromiso? ¡Estáis frescos! He tomado garantías. En el testamento nombro a Miss Plain albacea.

MISS PLAIN:

¿A mí?

MELITÓN:

Sí; a usted que es la única persona en quien tengo confianza.

MISS PLAIN: (Conmovida.)

¡Melitón!… Esa prueba de afección…

MELITÓN:

Vuestra nieta disfrutará, en plena posesión, de todos mis bienes mientras en esta casa se viva en paz absoluta; pero el día en que Miss Plain observe entre vosotros el menor signo de discordia, mi fortuna pasará íntegra a ella.

MISS PLAIN:

¿A mí?…

MELITÓN:

A usted, que podrá hacer de ese dinero lo que se le antoje. Así consta en el testamento.

MISS PLAIN:

El encargo está inútil, Melitón; inútil, porque cuando usted muera… yo no le sobreviviré; pero si usted muriese y yo perdurase y viese alterada la paz de esta casa, juro que recogeré su patrimonio para darle el único empleo digno de él.

MELITÓN:

¿Cuál?

MISS PLAIN:

Which always Leeps yom sus morg.

JAIME:

Un cinematógrafo.

MISS PLAIN:

Un mausoleo, Melitón; un mausoleo que perpetúe la memoria de usted; con un hermoso cruz ariba, un busto de usted en el centro y una inscripción al lado que dijera: «Fue un violeta…».

MELITÓN:

¡¡Mary!!… ¡¡Gracias!!…

MISS PLAIN:

Sí; un violeta; y abajo en el pedestal, un mar de lágrimas, y una mujer que oculto el rostro, nada y naufraga asida a un corazón.

MELITÓN:

No comprendo…

MISS PLAIN:

(Me parece que he ido demasiado lejos…).

GONZALO:

¿Pero a quién se le ocurre pensar ahora en mausoleos? Pensemos en vivir y en ser dichosos.

ELVIRA:

Claro, y empecemos por bautizar a la niña al momento.

MELITÓN:

Eso: mi auto está a la puerta: vamos a la Iglesia ahora mismo.

JAIME:

¡Duro! Eso es: jarana, jarana. ¿Quién va a ser por fin el padrino?

MELITÓN:

El padrino soy yo.

URRACA:

¿Y la madrina?…

MELITÓN:

No hay madrina. De ese modo se evitan los rozamientos y los disgustos. (Gran alegría en todos.)

BERENGUELA:

¡Muy bien!

URRACA:

¡Perfectamente!

ELVIRA:

¡Así!

NUÑO:

Tienes un gran talento.

LAÍN:

Es una gran solución.

MELITÓN:

Ea: pues a vestirse todos y que arreglen también a la niña.

ELVIRA:

Sí, vamos. (Inician todos el mutis.)

MELITÓN:

¡Ah! (Todos se detienen.) Claro está que siendo yo el padrino, y para evitar también rozamientos, la niña se llamará Melitona. ¡Ea! A vestirse. No hay que perder un minuto. (Lo de Melitona cae a todos como un rayo.)

ELVIRA: (Haciendo mutis con Gonzalo

(¡Gonzalo de mi alma! ¡Melitona!…).

GONZALO:

(¡Nos ha matado!…). (Se van.)

BERENGUELA: (Haciendo mutis con Laín.)

(¡Melitona una Finojosa!).

LAÍN:

(¡Una Favila!). (Vanse.)

URRACA: (Haciendo mutis por la izquierda segunda puerta, con su marido.)

(¡Nuño!… ¡Qué horror!… ¿Qué dirá el Apóstol?…).

NUÑO:

(Temo que se apee). (Vanse.)

JAIME:

(No les ha hecho gracia lo de Melitona. En fin, estoy saliendo a bautizo diario; pero hoy no hay madrina, y en cambio ayer…). (Se va por la izquierda.)

MELITÓN: (A Miss Plain.)

¿Y usted no va también a arreglarse?…

MISS PLAIN:

No. Necesito antes hablar con usted a solas. Se ha desposeído usted de su fortuna y ya es hora de que hable con usted a solas.

MELITÓN:

¿Para qué?…

MISS PLAIN:

Para… para darle las gracias: para decirle: «¡Melitón!… ¿Por qué no habré yo nacido morena y seviliana?».

MELITÓN:

¿Qué quiere usted decir?

MISS PLAIN:

Lo que nunca hubiera tenido valor para confesarle si lo que acaba usted de hacer no me hubiera llegado al fondo del alma. Pero ese rasgo me ha infundido la decisión que me faltaba. ¡Sí! Me siento resuelta; casi impúdica…

MELITÓN: (Asustado.)

(¡Caray!). ¡Mary!…

MISS PLAIN:

Sí, Melitón: no ha nacido otro hombre como usted para hacer dichosa a la más exigenta de las mujeres.

MELITÓN:

Pues ya ve usted, nadie me ha querido.

MISS PLAIN:

¡The fals!… ¡Esto está falso!…

MELITÓN:

(¡Caramba!).

MISS PLAIN:

¡Eso no está cierto!… Alguien le ha amado y le ama ciegamente; vehementísimamente.

MELITÓN:

¿Eh?

MISS PLAIN:

Y usted ha leído cien veces las cartas escritas por su mano, por una mano que temblaba al escribirlas…

MELITÓN:

Pero…

MISS PLAIN:

¡Melitón!… ¡Esta dama de los anónimos, esta mártir!…, ¡sí, mártir… existe!…

MELITÓN:

¡¡No!!

MISS PLAIN:

Sí: existe… ¡Estoy yo!

MELITÓN:

¡¡¡Usted!!!…

MISS PLAIN: (Avergonzada.)

¡¡Oh!!

MELITÓN: (Desalentado.)

¡Usted!

MISS PLAIN:

Yo que amo a usted en secreto hace muchos años; yo que me hubiera descubierto a usted al pie de la estatua de don Fruela, pero, ¡ay!… Usted me describió de tal modo este tipo de mujer que constituía su sueño, que comprendí que nunca tendría la ventura de agradarle y huí de usted y huí de don Fruela.

MELITÓN:

¡Pobre Mary!

MISS PLAIN:

He puesto los medios para acercarme al tipo que a usted le seduce, pero todo inútil. He pretendido oscurecer mis pelos, y vea usted: el rubio de mis cabelios es rebelde como este rojo de su nariz. En algo habíamos de parecernos.

MELITÓN: (Conmovido.)

¡Mary! ¡Mary!

MISS PLAIN: (Horrorizada.)

¡Pero qué dirá usted de estas confidencias!… Pensará que soy una mujer very frezy y descocada… ¡Schocking!… ¡Schocking!…

MELITÓN: (Afectadísimo.)

Crea usted, Mary, que esa declaración me ha conmovido hasta lo más profundo del alma. Yo quisiera encontrar palabras con que explicarle lo que siento en este instante… Porque es que siento…

MISS PLAIN: (Anhelante.)

¿Qué, Melitón, qué?…

MELITÓN:

No sé… Sorpresa, placer… pero, sobre todo, una emoción muy grande, una emoción dulcísima…

MISS PLAIN:

¡Ah! Sí… Está usted llorando…

MELITÓN:

No; llorando precisamente, no.

MISS PLAIN:

Sí; son lágrimas… ¡Como las mías!

MELITÓN:

Pues bien, sí, no lo niego. La sacudida ha sido demasiado violenta. Yo la consideraba a usted como a un amigo, como a un camarada y de pronto resulta…

MISS PLAIN:

Resulta que tenía usted a su lado, sin saberlo, el más puro de los amores: el que usted deseaba para ser feliz con el hijo que Dios puede enviarle…

MELITÓN:

¿Usted cree?…

MISS PLAIN:

Todo es posible. (Horrorizada.) Pero ¿qué estoy diciendo? ¡Yo he perdido el juicio, Dios mío! ¡Schocking!

MELITÓN:

Oiga usted, que…

MISS PLAIN:

No, no. Voy a ponerme el sombrero. Quiero asistir al bautizo de esa niña que es, después de usted, lo que más quiero en el mundo. Vuelvo en seguida. (Haciendo mutis por la izquierda segunda puerta.) He llegado a la impudicia. He deshonrado a Inglaterra. ¡Schocking! (Vase.)

MELITÓN: (Perplejo.)

Bueno, ha llegado la hora del suicidio; porque yo no tengo corazón para darle a esta mujer calabazas; pero, antes que casarme con ella, me destapo el cráneo. ¡Cómo voy a casarme con un amigo! Y que no, no puede ser; no tiene para mí… ¿Qué haré, Dios mío?

JAIME: (Por la izquierda con su abrigo y poniéndose los guantes.)

¿Todavía estamos así? Pues sí que tardan esas señoras en componerse.

MELITÓN: (Preocupadísimo.)

Sí…

JAIME:

¡Caramba! Parece que está usted preocupado…

MELITÓN: (Como antes.)

Sí…

JAIME:

La emoción de apadrinar a esa niña a la que quiere tanto, ¿no?

MELITÓN: (Ídem.)

Tal vez…

JAIME:

Ayer actué yo de padrino de un sobrinillo, y pasé un rato…

MELITÓN:

Sí ¿eh?

JAIME:

¡Qué madrina! Yo no he visto una mujer más hermosa en mi vida. Y es soltera.

MELITÓN:

Pues, entonces…

JAIME:

Sí; me estuvieron dando bromas con ella toda la tarde, porque, como yo no supe disimular el buen efecto que me causó, pues no hacían más que decirme: «anda, fastídiate, que tú eres el único que no puedes casarte con ella…».

MELITÓN:

¿Eh?

JAIME:

Sí; los que son padrinos de un mismo chico contraen parentesco espiritual y no pueden casarse.

MELITÓN: (Cogiéndole violentamente por las solapas.)

¿Qué está usted diciendo? ¿Es verdad eso?

JAIME: (Asustado.)

Sí, señor; pero no se apure usted, puede pedirse a Roma la dispensa.

MELITÓN:

No diga usted tonterías, hombre. (Lo suelta.)

JAIME:

Pero…

MELITÓN:

¡Querido Jaime! Acaba usted de salvarme la vida.

JAIME:

¿Yo?

MELITÓN:

Sí, señor, usted. Le estoy agradecidísimo. Cuando tenga usted que sacar el título de licenciado, venga a buscarme. Ese título corre de mi cuenta.

JAIME:

¡Señor Jiménez!

MELITÓN: (Paseando contentísimo.)

¡Bien!… ¡Muy bien!… ¡Hecho!… ¡Usted! ¿Yo? Sí… ¡Oh! Y luego… ¡¡Paf!!

JAIME:

(Caramba, este hombre se ha vuelto loco). (Entran en escena por la segunda Elvira, Gonzalo y el ama con la niña. El ama viene llorando.)

ELVIRA:

Vamos, ama, no llore usted más.

CONCHA:

Zí, zeñorita; déjeme usté. Yo no pueo conzentir que esta niña que está comiendo de mi sangre se llame Melitona.

GONZALO:

Cállese usted.

LAÍN: (Con Berenguela por la derecha.)

Ea, vamos al Jordán.

MISS PLAIN: (Por la izquierda.)

¿Estamos ya todos?

ELVIRA: (Llamando.)

¡Mamá!

NUÑO: (Entrando.)

Ya viene, ya viene, se está depilando un poco la barbilla. Tengo que ir sin guantes. No sé dónde están. Esta Urraca me lo esconde todo…

URRACA: (Por la izquierda.)

¿Me aguardaban a mí?

MELITÓN:

Un momento, señores. El programa del bautizo acaba de sufrir una gran alteración.

TODOS:

¿Eh?

ELVIRA:

¿Otro aplazamiento?

MELITÓN:

No; la niña será bautizada antes de media hora. La alteración consiste en que ha de tener madrina también.

BERENGUELA: (Adelantándose.)

Acaso…

URRACA: (Ídem.)

Sin duda…

MELITÓN: (Por Miss Plain.)

He aquí la madrina. (Sorpresa en todos.)

MISS PLAIN:

¿Yo?… ¡Melitón!… ¿Esto más?…

MELITÓN:

Y para que su ahijada tenga siempre ese favor que agradecerle, no se llamará Melitona, sino María.

CONCHA:

¡Ezo! ¡Olé!

TODOS:

Muy bien. ¡María!

MISS PLAIN: (Aparte a Melitón.)

No sé cómo expresarle mi gratitud. El corazón quiere escapárseme del pecho…

MELITÓN:

Comprímase, por Dios…

GONZALO:

Voy a ver si está el auto. (Se va por la derecha.)

JAIME: (A Miss Plain.)

Estará usted contenta, ¿eh?

MISS PLAIN:

Loca, señor Gallego.

JAIME:

Claro, a ustedes no les importa lo del parentesco espiritual.

MISS PLAIN:

¿Cómo?

JAIME:

Ya sabe usted que los que son padrinos juntos no pueden casarse.

MISS PLAIN: (Lívida.)

¿Eh? ¿Que no pueden? Y eso… ¿Lo sabe Melitón?

JAIME:

Se lo acabo yo de decir.

MISS PLAIN:

¿Eh?

JAIME:

Por cierto que me parece a mí que no está muy bien del caletre, porque me ha dicho que soy su salvador y que me va a costear el título de licenciado…

MISS PLAIN: (Sujetándose en una silla para no caerse.)

¡Basta! ¡Melitón, Melitón! ¿Por qué no ha sido usted franco conmigo? Ya sé lo que significa el madrinazgo.

MELITÓN: (Sin saber qué decir.)

¡Mary!…

MISS PLAIN:

Cuando salgamos de la iglesia huiré de usted y de España.

MELITÓN:

No, Mary, no… Como hemos vivido hasta ahora, seguiremos viviendo. Esa niña, a la que los dos queremos tanto, nos va a unir con ese parentesco espiritual que no debemos romper nunca. Seremos sus abuelos… Los verdaderos abuelos… ¿Está usted conforme?

MISS PLAIN:

¿Qué remedio me queda, Melitón? ¡Sea!

MELITÓN:

¡Gracias, Mary, gracias!

GONZALO: (Por la derecha.)

Todo está listo. ¿Vamos?

MELITÓN:

Sí.

ELVIRA:

Ande, ama.

MELITÓN:

Primeramente iremos los padres y los padrinos y en seguida les enviaremos a ustedes el coche.

GONZALO:

Jaime y yo nos vamos andando. ¡Está tan cerca!…

JAIME:

Vamos. (Hacen mutis Gonzalo y Jaime y luego el ama con la niña.)

ELVIRA:

No es frecuente que la madre de la catecúmena asista al bautizo.

MELITÓN:

Es verdad. ¿Vamos, Mary? (Le ofrece el brazo.)

MISS PLAIN:

Vamos. (Se van Elvira, Melitón y Miss Plain.)

LAÍN: (Indignado.)

¡No hay derecho, «Verenguela»…! Porque lo correcto hubiera sido llevarnos ahora a nosotros con Elvira y el ama. Para algo somos nosotros los padres del padre.

BERENGUELA:

Tienes razón.

NUÑO:

No sé por qué habían ustedes de ser los preferidos, queridísimo Marqués. Si ustedes son los padres del padre, nosotros somos los padres de la madre, que creo es algo más, toda vez que en esto de la maternidad la madre lo es todo. Además, habiendo señoras delante, por educación hay que conceder a las madres el primer lugar.

LAÍN:

En punto a educación no consiento que ni usted ni nadie me dé lecciones, queridísimo Conde.

NUÑO:

Pues yo puedo dárselas a usted y al oso. ¡Imbécil!

LAÍN:

¿Eh?

BERENGUELA:

¡Laín!

URRACA:

¡Nuño!

NUÑO:

Tengo hambre de cruzarle el rostro y voy a cruzárselo ahora mismo.

LAÍN:

No ha nacido quien tal haga. (Se agarran.)

URRACA:

¡Dios mío!…

BERENGUELA:

¡Jesús! ¡Don Melitón!…

MELITÓN: (En la puerta de la derecha.)

¿Eh? ¿Qué es esto?

NUÑO: (Abrazando a Laín.)

¡Y sea este abrazo efusivo y cordial el que selle para siempre nuestra amistad de hermanos!

LAÍN:

Sí, Conde amigo.

MELITÓN:

¡Eso! Así me gusta. Así me gusta. (Telón.)

FIN DE LA OBRA