ACTO PRIMERO

Hall de la linda casa de campo que habitan los condes de Pola del Clavijo en su hacienda de «Los Algarrobos». En chaflán a la derecha, la puerta que conduce a la carretera. En el foro un gran mirador de cristalería. En el lateral izquierda una puerta y el arranque de una escalera que se pierde en el lateral. El hall estará ricamente amueblado, no con muebles modernos, sino del más serio estilo español. Una gran araña de madera y en las paredes algún escudo de armas y alguna panoplia con gumías y espingardas.

Es un día de Mayo, a las cuatro de la tarde. «Los Algarrobos» están en Almodóvar, pueblo cercano a Córdoba. Corre el año 1918.

Están en escena Miss Plain, Rafaela, Rafaelón, Rafaelita y Rafael. Miss Plain es una inglesa como de treinta y cinco años, de aspecto varonil. Viste con cierta elegancia masculina y habla con acento británico. Rafaela es una hortelana de cuarenta y cinco años; Rafaelón, su marido, ha cumplido ya los cuarenta y nueve, y Rafaelita y Rafael, hijos de ambos, frisan en los dieciséis y los veinte abriles, respectivamente. Los cuatro visten con el traje de faena y se expresan con un marcado acento cordobés. Al levantarse el telón, Rafael, de pie y apoyado en cualquier mueble, está ensimismado, preocupadísimo. Los demás, bajo la dirección de Miss Plain, adornan el hall colocando aquí y allá unas cuantas macetas que hay en un carro de mano colocado en el centro.

MISS PLAIN: (A Rafaelita.)

Ese rosal, allí, sobre aquella salomónica.

RAFAELITA: (Con la maceta en la mano.)

¿La salo… qué?

MISS PLAIN:

Sobre aquel pedestal.

RAFAELITA: (Como antes.)

¿Er pede… cuá?

MISS PLAIN: (Indicándole el sitio.)

Aquí, aquí… no se enteran nunca de las cosas.

RAFAELITA:

¡Ah! ¡Sobre la colurna!… Sí, señora. (Coloca la maceta.)

RAFAELÓN: (Bajo a Rafaela.)

Tú, pregúntale que aonde ponemos este clavé.

RAFAELA: (A miss Plain.)

Ascuchusté, doña Miss, ¿aonde se pone este macetón?

MISS PLAIN:

¿Ese?… Sí: a la entrada del hall, y los otros cuatro en el «bogüindo». Voy por más flores. (Medio mutis.)

RAFAEL:

¿Cómo ha dicho usted?

MISS PLAIN:

Las cuatro macetas en el bogüindo y ese grande a la entrada del hall. (Vase por la puerta del chaflán. Rafaelón, Rafaela y Rafaelita se miran.)

RAFAELA:

¿Qué ha dicho, Rafaelón?

RAFAELÓN:

Yo qué sé.

RAFAELA:

¿Tú l'has entendío, Rafaelita?

RAFAELITA:

Yo que vi a entendé.

RAFAELA:

¿Qué hacemos?

RAFAELÓN:

Mira, pon er masetón ahí ar lao e la puerta, y las cuatro masetas en er sierro e cristales. Y si los quiere en otro sitio que hable más claro.

RAFAELA: (A Rafaelita.)

Ayúdame. (Colocan las macetas.)

RAFAELÓN: (A Rafael.)

Tú, arma mía, ¿pero es que vas a pasarte la tarde cavilando?

RAFAEL:

Déjeme usté, padre, que estoy que echo jumo.

RAFAELÓN:

¿Qué te pasa, saborío?

RAFAEL:

Que ya lo he pensao bien y yo no me pongo eso.

RAFAELÓN:

¿Er qué?

RAFAEL:

El espoquín.

RAFAELÓN:

Tú te pones el espoquin o agarro yo una estaca y te plancho la ropa. ¡Pos estaría güeno, hombre! ¿No soy yo Rafaelón Montoya, er jefe de los socialistas d'acá y vi a vestirme de libreda?

RAFAEL:

Pero es que…

RAFAELÓN:

¡A callá! Mosotros habemos vivío siempre a cara e los Condes y hay que jasé lo que ellos disen. Esta tarde vienen a pedí la mano de la señorita esos marqueses que es gente de tronío y los amos quién tené acá serviumbre vestía como en Madrí y tú te pones el espoquin y yo la libreda y éstas las escofias y tó lo que sea menesté.

RAFAELA:

Claro que sí.

RAFAEL:

No, si después de tó, lo del espoquin es lo de menos, pero es que… er baberito ese, mar tiro le den.

RAFAELÓN:

¿Cómo er babero?

RAFAEL:

Sí, señó: una cosa así como un babero plancheao, con una tirilla en pie que parese que va uno asomao a un brocá. ¡Mardita sea! Y eso, padre, eso se me va a mí a clavá.

RAFAELÓN:

Anque se te clave en los sentíos, Rafaé. Quien manda, manda y no hay más que hablá.

RAFAELITA:

T’arvierto que Faelito el de Morón y Faelillo el más bruto se van a vestí tamién de libreda pa serví el té.

RAFAEL:

Pero…

RAFAELITA: (Viendo entrar a Miss Plain con unas flores.)

Cállate.

MISS PLAIN:

¿Han puesto las macetas donde dije?…

RAFAELÓN:

Mos caímos.

MISS PLAIN:

Está muy bien. (A Rafaelón.) Puede llevarse el carro y diga a esos gañanes que vengan. Tienen ustedes que vestirse.

RAFAELÓN:

Sí, señora. (Vase con el carrillo de mano.)

MISS PLAIN:

Coloquen estas flores en esos cacharros.

RAFAELA:

Sí, señorita… (Lo hacen.)

ELVIRA: (Por la escalera. Es una elegantísima y guapísima muchacha como de veinticinco años.)

¡Oh! Muy bien, Miss Plain. Está el hall lindísimo.

MISS PLAIN:

Muy amable, señorita.

ELVIRA:

¡Ah! Rafaela, y tú, Rafaelita, id a vestiros, que son ya más de las cuatro. Yo acabaré de arreglar ese centro.

RAFAELA:

Sí, señorita. Anda, niña. (Se van por la izquierda.)

MISS PLAIN:

Ahora irán los otros también.

ELVIRA:

Sí; que papá desea aleccionarlos un poco, no vayan a meter la pata.

MISS PLAIN:

Yo los tengo bastante bien instruidos.

ELVIRA:

¡Oh! Entonces…

RAFAELÓN: (Por la derecha con Faelito y Faelillo, dos gañanes.)

Entrar.

FAELITO:

Guas tardes…

FAELILLO:

Mu guas tardes.

MISS PLAIN:

¿Eh? ¿Es ese el saludo que os tengo enseñado? (Los dos gañanes bajan la cabeza sin saber qué decir.) ¡A ver!

FAELITO:

¿Cuál quié usté: el hablao o el sin habla?

MISS PLAIN:

El sin hablar; los servidores no hablan nunca.

FAELITO: (A Faelillo.)

Ya sabes; se jinca la barba en er pecho y s’arquea er lomo. (Hacen los dos una cómica reverencia.)

MISS PLAIN:

Bien. Vengan los cuatro conmigo; daré a cada uno su ropa. Vamos. (Mutis por la izquierda.)

RAFAELÓN: (Cachazudamente, haciendo mutis tras ella.)

¡Quien manda, manda!

FAELITO: (Ídem.)

¡Qué se le va a jasé!

FAELILLO: (Ídem.)

¡Pasensia!

RAFAEL: (Ídem.)

¡Mardita sea la caló! (Mutis los cuatro.)

ELVIRA:

¡Pobrecillos!… Van a pasar un rato…

GONZALO: (Asomando por la puerta del chaflán.)

¿Estás sola? (Este Gonzalo es un muchacho como de treinta años muy elegante, y muy simpático.)

ELVIRA: (Gratamente sorprendida.)

¿Tú aquí? ¡Pero criatura! ¿No pensaban tus padres recogerte al pasar por el pueblo?

GONZALO:

Volveré antes que ellos pasen. Yo llego a Almodóvar en cinco minutos.

ELVIRA:

Sí. pero me parece una imprudencia…

GONZALO:

¿Vas a reñirme porque no puedo estar un minuto sin ti?

ELVIRA:

¡Tonto!… Cualquiera diría que a mí no me pasa lo mismo.

GONZALO:

¿Y tus padres?

ELVIRA:

Vistiéndose para el solemne acto de la petición de mano.

GONZALO:

¡Cuántos trabajos para llegar al término de nuestra jornada! Pero por fin hemos llegado. Dentro de una hora serás oficialmente mi prometida. Qué alegría, ¿verdad?

ELVIRA:

¡Qué alegría y qué pena! Nosotros no podemos, como todos los novios del mundo, disfrutar tranquilamente de nuestra felicidad. Hasta el día que nos echen la bendición, hemos de ver la amenaza por mil peligros.

GONZALO:

Dices bien. ¡Y qué triste es tener que estar siempre fingiendo, siempre engañando…! Pero es la única manera de que lleguemos a ser venturosos. Si tus padres supieran que los míos están completamente arruinados o si supieran mis padres que a los tuyos no les resta una sola peseta, no habría boda posible, es decir, habría boda, pero tendríamos que rebelarnos, y eso es tan doloroso…

ELVIRA:

Sí, sí; disimulemos, mintamos… Un poco de amargura hay en el fondo de la farsa cuando se ha llegado a la total ruina. En esta casa donde tus padres creen que se apalea el oro, estamos en una situación insostenible.

GONZALO:

Seguramente no más insostenible que en la mía, donde no queda nada, nada…

ELVIRA:

Estamos en las mismas circunstancias, somos pobres de solemnidad.

GONZALO:

¿A ti te importa?

ELVIRA:

A mí muy poco.

GONZALO:

Pues a mí nada. No soy cobarde, trabajaré; y eso que hasta el trabajar ha de ser para mí una dificultad de familia, porque nuestros padres considerarán como una especie de deshonor, que yo, el llamado a llevar los títulos de Marqués del Valle de don Favila y de Conde de Pola del Clavijo, instale una consulta y me gane la vida tomando el pulso y mirando la lengua a la gente.

ELVIRA:

¿Tú crees?

GONZALO:

Para ellos no hay más que la nobleza, los pergaminos, el esplendor del nombre. No viven en esta época. Hasta sus nombres respiran antigüedad. Yo no sé lo que me da cuando pienso que los autores de mis días se llaman don Laín y doña Berenguela y que tus padres se llaman don Nuño y doña Urraca.

ELVIRA:

El doña Urraca tira de espaldas.

GONZALO:

Tira de espaldas y desnuca.

ELVIRA:

¡Ah! Se me olvidaba; ya está resuelto lo del regalo. He dicho a mis padres que en tu familia es costumbre el regalar en vez de pulsera de pedida, un anillo de hierro con las armas de la casa.

GONZALO:

¿Y les ha parecido bien?

ELVIRA:

Han visto el cielo abierto, porque los pobres, en vista de ello, van a regalarte no sé qué maritata, diciendo también que es tradición de familia.

MANOLITA:

Buenas tardes. (Trae unos envoltorios de papel.) ¿El ama de llave, está?

ELVIRA:

¿El ama de llaves?

MANOLITA:

Una mu dergaíta que es francesa.

ELVIRA:

¡Ah! Miss Plain… No es ama de llaves.

MANOLITA:

Ya.

ELVIRA:

Ni francesa.

MANOLITA:

Ya.

ELVIRA:

¿Qué traes?

MANOLITA:

Estas biscotelas que encargó ayé.

ELVIRA:

Bien, dame.

MANOLITA:

Sí, señora. (Lo hace.) M’ha dicho mi padre que le diga que lo de los borrachos no ha podío sé; que no hay borrachos más que los domingos, pero que si quiere pitisuses o merengues, que sí hay.

ELVIRA:

¿Eres hija del confitero?

MANOLITA:

La más chica, pa serví a Dios y a usté.

ELVIRA:

Y venden mucho, ¿verdad?

MANOLITA:

¡Ahora, anda!… Dende que se casó mi hermana la segunda con er médico se vende muchísimo, porque como mi cuñao es tan listo, pos no reseta ná más que porvos amargos y hase que la gente los tome aentro d’un merengue, de manera que lo que toca los merengues s’arrematan tos los días.

GONZALO:

No está mal, no señor.

ELVIRA:

Bueno, si hacen falta los… pitisuses, ya se mandarán por ellos.

MANOLITA:

Está mu bien. Quedarse con Dios. (Medio mutis.)

ELVIRA:

Adiós, mujer, adiós.

MANOLITA: (Desde la puerta.)

Manolita Sánchez y Muñoz, pa serví a Dios y a los dos. Condiós. (Vase.)

ELVIRA:

Tiene gracia.

GONZALO: (Por los paquetes.)

Para el te, ¿no?

ELVIRA:

Para el té.

GONZALO:

Ya sé que tratáis de deslumbrarnos hasta con criados de librea. Por cierto que ayer me preguntaron los Rafaeles que cómo se sujetaban bien los guantes a las manos, y yo les dije que mojando la mano en goma muy espesa.

ELVIRA:

Son capaces de hacerlo. Habrás visto que el hall está adornadísimo.

GONZALO:

También nosotros llevamos no sé cuántos días de preparativos, mi madre arreglando unas galas y mi padre pensando en el medio más digno de locomoción. Ha optado por el automóvil; escribió a un amigo de Jaén suplicándole que le prestara uno de sus autos, y en él vendrán. Diremos, si te parece, que lo han comprado hace tres días.

ELVIRA:

Calla, ellos. (Pausadamente entran en escena, bajando la escalera, don Nuño y doña Urraca. Parecen arrancados de un cuadro de época. Él de levita y ella con traje de soirée. Son viejos, muy recompuestos y muy señores.)

NUÑO:

¡Oh! Si está aquí Gonzalo.

URRACA:

Pero, ¿cómo es eso? ¿Usted aquí?…

GONZALO:

He venido a saber cómo seguía Elvira de su ataquillo de neuralgia y me marcho en seguida. ¡Señora!… ¿Qué tal Conde?…

NUÑO:

Nada más que regular, amigo mío. La gota me ha dado la noche y esto del ojo derecho me está dando el día. Y que no hay que darle vueltas, querido Gonzalo; es catarata.

GONZALO:

¡Bah! Aprensiones de usted.

NUÑO:

No, señor; es catarata. Menos mal que como baza mayor quita menor, desde que sé que tengo una catarata no le doy importancia a la gota.

GONZALO:

Ni a la catarata tampoco. No hay que ser pesimista, querido Conde. Y me voy, porque quiero estar en Almodóvar cuando lleguen mis padres.

URRACA:

¿Vienen en auto por fin?

GONZALO:

Sí, señora; creo que estrenan un treinta y cinco que han comprado recientemente.

URRACA:

¿Otro? ¡Jesús! ¿Tú oyes esto, Nuño?

NUÑO:

Lo oigo y no me extraña, Urraca. A ellos les gusta y… Yo en cambio soy enemigo de toda clase de vehículos. A mí lo que me place es andar, andar, hacer ejercicio, porque andando se hace ejercicio y el ejercicio es el todo. En Madrid están mis coches muertos de risa, porque yo me dije, querido Conde…

ELVIRA: (Interrumpiéndole.)

Papá, que Gonzalo tiene que marcharse…

NUÑO:

¡Oh!

GONZALO:

Sí; quiero llegar al pueblo antes que mis padres…

NUÑO:

No faltaría más. Hasta luego, amigo mío.

URRACA:

Hasta después.

ELVIRA:

Adiós.

GONZALO:

Hasta dentro de un rato. Adiós… (Vase por la derecha.)

URRACA: (A Nuño.)

Me parece una solemne tontería que digas a todas horas que a ti lo que te gusta es andar.

NUÑO:

¿Crees tú?…

URRACA:

Claro; no puedes dar un paso… Además, que diciendo eso no te van a ofrecer el coche jamás.

NUÑO:

Tienes razón: rectificaré.

ELVIRA: (Uniéndose a ellos.)

Han traído unas bizcotelas…

URRACA:

¡Ah! Sí. (Llamando.) ¡Rafaela!… ¡Rafaela!…

RAFAELA: (Por la izquierda, vestida de negro, cofia y delantal.)

Mandusté.

ELVIRA:

¡Jesús! ¡Qué guapa, Rafaela!…

RAFAELA:

Como que percha queda entavía, señorita; sólo que una, en su pobreza de una, parece una que no es una.

URRACA:

Tome, diga a la Miss que ponga estos dulces en la bandeja buena, en la de los medallones.

RAFAELA:

Está mu bien. (Vase por la izquierda llevándose los dulces.)

NUÑO: (A Urraca.)

Escucha; ¿ha ido alguien a esperar a Melitón?

URRACA:

Como no se sabe en qué tren viene…

ELVIRA:

¡Ah! ¿Pero va a venir don Melitón?

NUÑO:

Así me lo anuncia por telégrafo. Y nunca estuvo tan oportuno. Asistirá a la petición de mano y verá que, gracias a tu boda, vamos a pagarle cuanto le adeudamos.

ELVIRA:

¿Pagarle?

NUÑO:

Sí. Pienso hacerle entrega de esta finca, ya que no puedo devolverle el dinero que nos prestó sobre ella. Como gracias a ti no ha de faltarnos lo necesario para vivir con decoro…

ELVIRA:

¡Por Dios! Cuanto yo tenga será siempre de ustedes…

URRACA:

Qué ganas tengo de verte casada, hija mía; porque no estoy tranquila. Temo que los Marqueses averigüen nuestra verdadera situación…

ELVIRA:

No temas; Gonzalo y sus padres nos creen inmensamente ricos.

NUÑO:

Sí, sí… ¿Pero si esta tarde al pedir tu mano se habla de intereses? ¿Cómo voy yo, un Pola de Clavijo, a mentir, diciendo?…

ELVIRA:

No hay que ser pesimista, papá. ¡Ah! ¿Qué van ustedes a regalar a Gonzalo por fin?

URRACA:

La daga visigoda.

ELVIRA:

¡Mamá!

URRACA:

No hay otra cosa.

ELVIRA:

Pero…

NUÑO:

No te preocupes. Tu madre le ha forjado una leyenda, que si no es auténtica merecía serlo.

ELVIRA:

Hubiera sido mejor el alfiler con el escudo…

URRACA:

Sí, pero… Te lo habíamos ocultado para no apesadumbrarte. Menos la daga visigoda y esa bandeja atribuida a Benvenuto, todas nuestras joyas se han ido pignorando poco a poco.

ELVIRA:

¡Hemos llegado hasta eso!

NUÑO:

¡Hasta eso! ¡Un Pola de Clavijo! Si esta tarde no nos paga Rafaela Nendaro la Chicharita, esa que lleva en arrendamiento la casucha del río, el trimestre que nos adeuda, mañana no habrá un céntimo en casa. Así como suena, ni un céntimo.

URRACA:

¿La has mandado llamar?

NUÑO:

Sí. Ha dicho que vendrá luego con el dinero. No es mucho: sesenta y dos cincuenta, pero esas pesetas nos resuelven el más grave de los conflictos.

URRACA:

Ya comprenderás, hija mía, lo que tu boda supone para nosotros; es nuestra salvación.

NUÑO:

Nuestro porvenir.

ELVIRA:

Bueno. Confiemos en nuestra buena estrella. Voy a arreglarme un poco. Hasta luego.

URRACA:

Adiós, hija mía. (Vase Elvira por la escalera.) Ven, Nuño: veamos si Rafaelón ha regado el carril como le indiqué.

NUÑO:

No me lleves a sitio húmedo, Urraca; ya sabes que el agua aumenta la gota.

URRACA:

Son cuatro pasos. Vamos. (Se van por la derecha. Por la izquierda entran en escena Rafaelón, Faelito y Faelillo, vestidos de librea y con los guantes puestos. Vienen cabizbajos, tristes, silenciosos, avergonzados y quemadísimos.)

FAELITO:

¡Qué se le va a jasé!

FAELILLO:

¡Pasensia!

RAFAELÓN:

¡Quien manda, manda!

FAELITO:

Mos ponen a los tres en un sembrao y hay gorrión que llega juyendo a Lima.

FAELILLO:

¿Durará esto mucho, Rafaelón? Porque a mí me va a entrá calentura. Sobre tó en las manos. ¿Estos son guantes o mintones?

RAFAELÓN:

Guantes. ¿No ves que son blancos?

FAELITO: (A Faelillo.)

Ascucha, ¿se t'han pegao a ti ya?

FAELILLO:

Este sí, pero este otro entavía está mojao.

RAFAELÓN:

Pero, ¿qué habéis hecho?

FAELITO:

Lo que mos dijo don Gonzalo, mojá las manos en goma pa que no se mos caigan los guantes.

RAFAELÓN:

Chavó, pos cuando yo serví al Rey, no se hasía na de eso. (Por la izquierda entra en escena Rafael, vestido de smoking y calzón corto y una tirilla.)

RAFAEL:

¡Mardita sea!… ¿No le desía yo asté que éste se me iba a mí a clavá?

FAELITO:

¡Chavó!

FAELILLO:

¡Camará!

RAFAELÓN:

¡Pobresito mío, me lo van a ajogá!

RAFAEL:

Padre, que yo no pueo mira ar suelo, ni gorvé la cabeza pa los laos. ¡Mardita sea!…

FAELITO:

¡Qué se le va a jasé!

FAELILLO:

¡Pasensia!

RAFAELÓN:

¡Quien manda, manda!

FAELITO: (Mirando hacia la derecha.)

¡Los amos! (Entran Urraca y Nuño.)

URRACA:

¡Ah! ¿Ya?… Bien: están bien. (Por Faelito.) Un poco cortos los pantalones.

FAELITO: (Por Rafael.)

Ar lao de aquí…

NUÑO:

Bueno, ya sabe cada uno su obligación. Tú, Rafaelón, ahí fuera de portero. Tú, Rafael, en el pasillo, dispuesto a acudir cuando suene el timbre, y ustedes dos a las órdenes de Miss Plain para servir el té. Ea: cada uno a su puesto. Vamos.

RAFAELÓN:

Sí, señó. Quearse con Dió. (Se va por la derecha, chaflán.)

RAFAEL:

(¡Mardita sea er espoquin y er baberito!). (Mutis por la derecha.)

FAELITO: (A Faelillo, al hacer mutis.)

Chavó, tú.

FAELILLO:

¿Qué?

FAELITO:

Que se me están queando las manos tiesas.

FAELILLO:

Y a mí. (Mutis por la izquierda.)

MISS PLAIN: (Por la escalera, muy contenta.)

¡Señor Conde!… ¡Don Melitón!

NUÑO:

¿Eh?

MISS PLAIN:

Ahí viene: le he visto desde la ventana.

URRACA: (Acercándose a la puerta de la derecha.)

¡En efecto!

NUÑO: (Ídem.)

¡Caramba!… ¡El gran Melitón! ¡Eh!…

MELITÓN: (Entrando.)

¡Urraca!… ¡Nuño!… ¡Ah!… ¡Miss Plain!…… (Saluda a los tres efusivamente. Don Melitón es un señor como de cincuenta y ocho años; un gran señor, pero un señor rarísimo. Viste con gran elegancia. Tiene nariz de alcohólico, es decir, roja como un pimiento; las orejas muy dobladas hacia adelante y la cabeza con una calva de bola de billar. Casi no tiene cejas ni pestañas. Usa monóculo.) ¿Recibieron ustedes mi telegrama?

NUÑO:

Sí, y figúrate nuestro asombro; te suponíamos camino de Suiza.

MELITÓN:

He querido daros una sorpresa.

URRACA:

Precisamente nosotros pensábamos haberle escrito hoy mismo dándole otra y no pequeña.

MELITÓN:

Ya lo sé; que se casa Elvira.

NUÑO:

¿Eh? ¿Cómo has podido enterarte?…

MELITÓN:

Me lo ha dicho el muchacho que me ha traído hasta aquí. Sé que hoy os piden su mano; que habéis puesto de librea a no sé cuántos Rafaeles y que habéis comprado biscotelas en la confitería del pueblo. (Ríen.)

MISS PLAIN:

¡Oh, qué gente!…

MELITÓN:

Bueno, ¿y quién es él? ¿A qué familia pertenece?

NUÑO:

A una familia que tú aprecias muchísimo.

URRACA:

No se lo digas; que se sorprenda cuando los vea entrar.

MELITÓN:

Perfectamente; respetaré el misterio, pero buena boda, ¿eh?

NUÑO:

¡Oh! Inmejorable. Ya verás, ya verás. Un muchacho riquísimo y de los nuestros. Ya comprenderás que no íbamos a dar a nuestra hija a quien no llevase en sus venas una sangre digna de mezclarse a la suya.

MELITÓN:

Hombre, yo a eso de la sangre no le doy tanta importancia como tú.

NUÑO:

Porque no piensas en los deberes que impone ser un Pola de Clavijo, el llevar en nuestro escudo el estribo de Santiago…

MELITÓN:

Siempre estás pensando en ese cuento…

NUÑO:

¿Cómo cuento? Realidad histórica comprobada. Cuando el rey Ramiro…

URRACA:

Perdona; el rey Orduño.

NUÑO:

Es que hay dos batallas de Clavijo, Urraca; la verdadera y la falsa. Tú hablas de la falsa.

URRACA:

De la verdadera.

MELITÓN:

Bueno, no os peleéis. Siempre que sale a relucir el famoso estribo, perdéis los vuestros. Además, que a mí no volvéis a colocarme la historia del primer Pola de Clavijo, porque no os lo tolero. Hablemos de otra cosa. ¡Ah! Me ha sucedido una cosa trágica.

TODOS:

¿Eh?

MELITÓN:

He perdido un sobre de tarjeta en el que había metido el talón del equipaje y otro talón de unas chucherías que os había facturado.

NUÑO:

¡Pero hombre!

MELITÓN:

Ha debido de ser en Alcázar. Bajé a comprar unos periódicos, el tren se puso en movimiento, yo salí corriendo nerviosísimo, y sin duda al correr perdí los talones.

MISS PLAIN:

No se preocupe; el jefe de la estación es amigo nuestro. Ahora nos llegaremos y le entregará el equipaje.

MELITÓN:

Gracias, Miss Plain.

NUÑO:

Bueno, y de tus asuntos, ¿hay alguna novedad?

MELITÓN:

Chico, que esta vez me salgo con la mía; me caso.

NUÑO:

¿Tú?…

URRACA:

¿Usted?…

MISS PLAIN: (Muy seria.)

¡Señor Jiménez!…

MELITÓN:

¿Eh? ¿Qué hay en ello de extraño? ¿No sabéis de sobra que la ilusión de toda mi existencia ha sido formar un hogar, una familia?…

NUÑO:

Yo creí que habías renunciado a ese deseo.

MELITÓN:

¿Por qué?

NUÑO:

Por tu edad.

MELITÓN:

No es tanta… Tenemos la misma tú y yo: cincuenta y cinco…

NUÑO:

Perdona, sesenta y uno.

MELITÓN:

Bueno, pues razón de más para que me dé prisa a tomar estado. No quiero morirme sin realizar mi aspiración de tener un hijo siquiera.

URRACA:

¿Piensa usted en eso todavía?

MELITÓN:

Más que nunca. Yo he sido un hombre muy desgraciado, Condesa, porque no habiendo tenido más que una vocación verdadera: la de casarme con una mujer que me quisiera, no he podido satisfacer mi deseo. Y cuidado que he estado veces a punto de lograrlo, pero siempre se ha deshecho la boda, siempre.

NUÑO:

¿Y no pasará ahora lo mismo?

MELITÓN:

No; ahora va de veras. Y como las cosas van al vuelo, porque nos casaremos el mes que viene, vengo a hablar contigo de una cosa prosaica, pero muy urgente; de negocios.

NUÑO:

Bien, pues te escuchamos, querido Melitón.

MELITÓN:

Querido Nuño; tú sabes que mi bolsillo ha estado siempre a tu disposición, porque más que un amigo eres para mí un hermano; el hermano Melitón, como tú me dices.

URRACA:

Usted ha sido siempre nuestra providencia.

NUÑO:

Es verdad.

MELITÓN:

Por amistad te he facilitado siempre cuantas cantidades te han hecho falta… lo cual no ha sido obstáculo para que la gente que sospecha que te he prestado dinero, me tenga por una especie de Matatías.

NUÑO:

¿A ti?

MISS PLAIN:

¿A usted?

MELITÓN:

A mí, sí, señores. Yo soy uno de los hombres más calumniados que existen. Jamás he bebido, y cuantos ven el color rojizo de mi nariz, me tienen por borracho. He sido siempre morigerado en mis costumbres y, el haberme pasado la vida en busca de la media naranja, me ha hecho adquirir fama de don Juan. Me arruino ayudando desinteresadamente a los amigos, y me toman por usurero.

URRACA:

¡Pobre Melitón! Es usted un santo.

MELITÓN:

En fin, dejémonos de lamentaciones y vamos a lo que importa. Todas nuestras deudas antiguas se reunieron en la hipoteca, que te hice sobre esta finca y cuyo plazo ha vencido con exceso. Nunca te he apremiado, Nuño; bien lo sabes, pero ahora me veo en el caso de apremiarte; me hace falta cobrar.

NUÑO:

Tranquilízate, Melitón; cobrarás. Nuestra situación va a cambiar muy pronto, puesto que nuestra hija va a ser millonaria. Mañana mismo te haremos cesión de esta finca.

MELITÓN:

Eso: Os lo agradeceré muchísimo, porque, chico, es que no tengo un cuarto.

NUÑO:

Me cuesta trabajo creerte, Melitón. ¿Cómo es posible que toda tu fortuna se reduzca a lo que nos has prestado a nosotros?

MELITÓN:

Otro tanto me queda.

NUÑO:

Entonces…

MELITÓN:

Es que esa parte… también se la tengo prestada a otro amigo.

NUÑO:

¿Eh?

MELITÓN:

Sí. Otra ruina; otra hipoteca como la vuestra. En la vuestra perderé unos doce mil duros y en la de Omega acaso pierda algo más.

NUÑO:

¿En la de Omega?

URRACA:

¿Se llama Omega ese señor?…

MELITÓN:

Yo, al menos, le llamo así. Ya comprenderás que no digo a nadie su nombre, como a nadie digo el tuyo. Por eso, para distinguiros sin delataros, a él le llamo Omega, como a ti te llamo Alfa.

NUÑO:

Esa delicadeza te honra, Melitón.

MISS PLAIN:

¡Oh!

MELITÓN:

Hasta en mis libros figuráis con esos nombres.

URRACA:

Y ¿por qué no recurre usted por el pronto a Omega?

NUÑO:

Por aquello de que los últimos serán los primeros…

MELITÓN:

Ya lo he hecho y él me dice que recurra a Alfa.

NUÑO:

¿Pero así está también?

MELITÓN:

Así está él y… así estoy yo; entre alfa y omega renegando del alfabeto griego todo el día.

NUÑO:

Mañana mismo entrarás en posesión de esta finca, querido Melitón. Ahora bien, te suplico la más absoluta reserva. Nuestra salvación estriba en la boda de Elvirita y, si la familia del novio conociera nuestra ruina…

MELITÓN:

¡Por Dios, Nuño! Ya me conoces.

NUÑO:

Acompáñame, Urraca. Tú vas a llegarte a la estación, ¿no?

MELITÓN:

Estoy a las órdenes de Miss Plain.

NUÑO:

Nosotros vamos entretanto a buscar la titulación del inmueble y la escritura de la hipoteca para enviarla a casa del notario.

MELITÓN:

No es puñalada de pícaro, Nuño.

NUÑO:

El llanto sobre el cadáver, querido Melitón. Vamos.

URRACA:

Vamos. (Mutis por la izquierda.)

MELITÓN:

Créame usted, Miss Plain, que he tenido que hacerme una verdadera violencia para decirles… pero no he tenido más remedio. Voy a casarme y…

MISS PLAIN:

Pero ¿es verdad que se casa usted, don Melitón?

MELITÓN:

Sí, Miss Plain, sí. Con la viuda de Perea. Esta vez puede usted felicitarme.

MISS PLAIN:

No haré yo eso.

MELITÓN:

¿Eh? ¿No se alegra usted?

MISS PLAIN:

No, señor.

MELITÓN:

Yo creía que era usted una buena amiga.

MISS PLAIN:

Porque lo soy… Ya sabe usted que los ingleses decimos siempre la verdad. Esa mujer le engaña a usted.

MELITÓN:

¿Que me engaña?… Si usted no la conoce…

MISS PLAIN:

Le conozco a usted y es lo mismo. Usted no puede inspirar pasiones, don Melitón. Una mujer que le hubiera querido antes, podría tal vez conservarle el cariño, pero enamorarse de usted ahora, a su edad y con ese… físico…

MELITÓN:

Es usted cruel con mis ilusiones.

MISS PLAIN:

Le hablo lealmente. Usted no ha sido casado porque no ha querido, porque no ha buscado la mujer que le conviene; una mujer cuyo atractivo estuviese donde está el que usted tiene, en el alma.

MELITÓN:

Gracias, Miss Plain; usted me comprende.

MISS PLAIN:

Le conozco hace mucho tiempo; por esto le estimo.

MELITÓN:

Como yo a usted. Siempre hemos congeniado, a pesar de lo opuesto de nuestros caracteres. Usted tiene mucho de enérgico, de varonil, raza anglosajona, mientras que yo soy un meridional, tengo un alma tierna, esencialmente afectiva… Esa es la razón de que yo no la mire como a una mujer, sino como a un amigo, como a un camarada.

MISS PLAIN:

Bien, bien. Y dígame: ¿cómo ha podido esa viuda enamorarle?…

MELITÓN:

De una manera muy sencillísima.

MISS PLAIN:

¿Cómo?

MELITÓN:

Verá usted. Bueno. Usted sabe que yo soy un hombre… casto.

MISS PLAIN:

Lo sé.

MELITÓN:

Odio la pornografía; las desnudeces me repugnan…

MISS PLAIN:

Lo comprendo.

MELITÓN:

Pero, por lo mismo que me repugnan las desnudeces, las cosas que están púdicamente veladas me seducen, me entusiasman, me…

MISS PLAIN:

¿A dónde va usted a parar?

MELITÓN:

A decirle que para mí no hay nada como un brazo bien hecho. Yo adoro los brazos torneados, sedosos, suaves…

MISS PLAIN:

¡Por Dios, señor Jiménez!

MELITÓN:

Es una confidencia que hago al amigo.

MISS PLAIN: (Molestísima.)

(¡Al amigo!…) ¡hon terrible!

MELITÓN:

Verá usted; mi viudita, el día que la conocí, llevaba una blusa de una tela fina, vaporosa, que dejaba transparentar un brazo adorable, blanco como el armiño, fino como el raso, que exhalaba un perfume cálido y suave; un perfume especial como de… carne fresca.

MISS PLAIN:

¡Carne!… ¡Qué palabrota! ¡Shocking!… ¡Shocking!…

MELITÓN:

Pero si…

MISS PLAIN:

¡Oh! No me gusta… Enamorarse… de eso. A su edad fijarse en un brazo desnudo…

MELITÓN:

No, si no iba desnudo del todo; iba velado. Era yo quien admiraba bajo aquella gasa…

MISS PLAIN:

Peor; tanto peor. ¡¡Shocking!!… Le suplico no hablemos más de ese asunto.

MELITÓN:

Sentiría haberla molestado…

MISS PLAIN:

¡Basta! ¿Quiere usted que vayamos a la estación?

MELITÓN:

Estoy a sus órdenes.

MISS PLAIN:

Hace mucho sol; voy por una sombrilla. (Se va por la izquierda.)

MELITÓN:

Pediré entretanto un vaso de agua, porque estoy seco. (Timbre.)

RAFAEL: (Por la derecha.)

¿Ha sío er timbre?

MELITÓN:

¡Caramba! ¡De smokin! Este Nuño es fantástico. Oiga: haga el favor de un vaso de agua.

RAFAEL: (Escamado.)

¿Y usté quién es?

MELITÓN:

¡Hombre! Pues ya usted lo ve: uno que desea un vaso de agua. ¡Tiene gracia! (Se pasea.)

RAFAEL: (Llamando.)

¡Pare!

MELITÓN: (Deteniéndose.)

¿Eh? ¿Por qué?

RAFAEL: (Como antes.)

¡Pare!

MELITÓN: (Comprendiendo.)

¡Ah!

RAFAELÓN: (Entrando.)

¿Qué pasa, niño?

RAFAEL:

Aquí, er tío éste que s'ha colao y dise que quié agua.

MELITÓN:

¡Oiga usted!…

RAFAELÓN:

Pos anda por ella, saborío. ¿No estás viendo que es un amigo de los amos?

RAFAEL:

¡Como estaba aquí solo!

RAFAELÓN:

¡Hala, niño!… (Vase Rafael por la izquierda.) Hombre, disimúlelo usté, porque es una criatura; como entavía no ha servío al Rey, no sabe distinguí ni arterná. A mí me pasaba lo propio, ¿sabe usté? Pero, chavó, fui ar servisio, me sepillaron y gorví… güeno; gorví que ponía yo cátedra de educasión. (Se sienta tranquilamente.)

MELITÓN:

Se ve, se ve.

RAFAELÓN:

Y es que en el servisio resibe uno mucha istrusión. (Entra Rafael con el vaso de agua; trae el vaso muy inclinado, derramándole.) Pero ¿qué hases, arma mía? Pon ese vaso derecho, guasón.

RAFAEL:

Si no veo, señó; si no pueo mirá p’abajo porque se me clava esto ca vé má.

RAFAELÓN:

Tome usté, hombre, tome usté. (Coge el vaso abarcándolo por el borde y se lo da a don Melitón.)

MELITÓN:

No, con azucarillo no. Ahora en la estación tomaré una gaseosa.

RAFAEL:

¿Y pa eso he dao yo er viaje?

RAFAELÓN:

No s’ha perdió der tó, hombre. (Se bebe el vaso de agua.)

MELITÓN:

(¡Señores, qué servidumbre!).

MISS PLAIN: (Por la izquierda.)

Cuando usted guste. Me he puesto algo fresca, porque a estas horas hace un calor… (En efecto, Miss Plain se ha quitado la chaqueta hombruna que llevaba y se ha puesto una blusa coquetísima con las mangas excesivamente transparentes. Don Melitón no se fija en este detalle.)

MELITÓN:

Siento muchísimo que se moleste por mí…

MISS PLAIN:

No; si yendo… ligera de ropa, el calor no me molesta. Y más ligera… (Le mete el brazo por las narices, pero don Melitón sigue sin fijarse.) Y esto, que con usted hay que tener cuidado, porque como le ilusionan tanto las transparencias…

MELITÓN:

Usted sabe, Misa Plain, que para mí es usted… una hermana; lo que le decía antes, un amigo. ¿Vamos?

MISS PLAIN: (Tristemente, desilusionadamente.)

Vamos. (Se van.)

RAFAELÓN: (A Rafael.)

Hala, llévate er vaso y a tu sitio.

RAFAEL:

Sí, señó.

RAFAELÓN:

¿Y los otros?

RAFAEL:

¿Los otros? Ya verá usté la que van a armá los otros.

RAFAELÓN:

¿Por qué, tú?

RAFAEL:

Porque no puén serrá las manos. A la cuenta s’han untao mucho pegamento pa eso de los guantes y ahora se les ha secao er pegamento, y cuando quieren hasé asín… (Cierra una mano.) Se les rompe er pellejo y se les arrancan estos pelitos d'aquí ensima y ven las estrellas.

RAFAELÓN:

¡Atiza!

RAFAEL:

Han dío a desírselo a la señora. (Nuño y Urraca dan grandes voces dentro.) ¡Josú!

RAFAELÓN:

¡Ya se armó!

RAFAEL:

Juya usté, padre.

RAFAELÓN:

¡Hala! (Se van Rafaelón segunda derecha y Rafael primera.)

URRACA: (Dentro, sulfuradísima.)

Nada, nada. Pueden desnudarse y marcharse…

NUÑO: (Ídem.)

¡Imbéciles! ¡Largo!…

ELVIRA: (Bajando la escalera. Trae un lindo traje.)

¿Qué sucede, Dios mío? (Urraca por la izquierda, seguida de Nuño.)

NUÑO:

Esos bestias que se han pegado los guantes…

ELVIRA:

(¡Dios mío!).

NUÑO:

Y es claro, como apenas pueden mover los dedos, han roto ya media vajilla.

URRACA:

¡Vayan enhoramala! No nos hacen falta ninguna. Entre las Rafaelas y los Rafaeles de acá pueden servir el té.

ELVIRA: (Desde la puerta de la derecha.)

¡Mamá!… Acaba de pasar un auto ante la verja de la carretera. ¿Serán ellos?

URRACA: (Mirando.)

Sí. ¡Ya, Nuño!

NUÑO:

¿Qué hacemos, Urraca? ¿Salimos a su encuentro?…

URRACA:

No es correcto. Nosotros debemos de estar en nuestras habitaciones y ser avisados.

NUÑO:

Tienes razón. (A Elvira.) Vé tú, corre. (Vase Elvira por la derecha.) Quiera Dios, Urraca, que salgamos airosamente de esta visita.

URRACA: (Haciendo sonar un timbre.)

Dios lo quiera, Nuño.

RAFAEL: (Por la primera derecha.)

¿Es a mí?

URRACA:

¿Dónde está Miss Plain?

RAFAEL:

Ha salío con un señó.

URRACA:

¡Ah! Sí. Nada entonces.

NUÑO: (Mirando hacia la derecha.)

Son ellos, ¿verdad?

URRACA:

Sí. Veo a Gonzalo.

NUÑO:

Tengo miedo, Urraca.

URRACA:

Valor. Anda, ven. Prepara el puñal.

NUÑO:

Es verdad; no me acordaba. No podemos bajar sin el puñal. Vamos.

URRACA:

Vamos. (Mutis de los dos por la escalera.)

RAFAEL: (Asombrado.)

¡Chavó! Por lo visto es gente de cuidao. No; pos yo navaja no tengo, pero de una guantá tumbo yo a uno. Le diré a mi padre que se ande con ojo. (Se va por la segunda derecha. Dentro se oye hablar a Gonzalo, a Elvira y a los marqueses. Tras una breve pausa entran en escena Elvira, Gonzalo, Laín y Berenguela. Don Laín es un señor algo quijotesco, de melena blanca respetabilísima y de bigote y mosca casi negros; es lo único que se tiñe. Habla acentuando enormemente las V y convirtiendo en V las B. Doña Berenguela es señora que pone los ojos en blanco por cualquier cosa.)

BERENGUELA:

¡Oh! ¡Y es que están esas carreteras!…

LAÍN:

Entre los «vaches» y la «grava»…

ELVIRA:

Un momento: quiero yo misma avisar a mis padres. (Vase.)

BERENGUELA:

Por Dios, Laín, que te temo. Cuidado con lo que dices. Mira que de esta boda depende nuestro porvenir.

LAÍN:

Y dale, «Verenguela»; ni que fuese yo un idiota.

BERENGUELA:

Es que te conozco, y por lo mismo que no debes hablar de intereses vas a hablar de intereses.

GONZALO:

Por Dios, mamá, ¿a santo de qué?…

BERENGUELA:

Acuérdate de cuando quería montar en bicicleta: en cuanto veía un árbol, aunque estuviese a un kilómetro, iba derecho a estrellarse contra él. Y así es en todo.

LAÍN:

Vueno; calla y no me atosigues. ¿Te has fijado? Hasta en el campo tienen criados vestidos. Aquí se apalea el oro, Verenguela.

BERENGUELA:

Dios quiera que no metas la pata.

LAÍN:

¡Vamos! ¡Cómo les caerá lo del anillo!

GONZALO:

Silencio. (Entran en escena por la escalera Elvira, Urraca y Nuño.) ¿Condes?… (Presentando.) Mis padres…

NUÑO: (Besando la mano a Berenguela.)

¡Marquesa!…

LAÍN: (Ídem a Urraca.)

Señora…

NUÑO:

Marqués… (Saluda a Laín.)

BERENGUELA: (Saludando a Urraca.)

Condesa…

URRACA:

Tenemos la mayor de las satisfacciones… Siéntense. (Se sientan.)

GONZALO:

Como ustedes tendrán que decir muchas cosas malas de nosotros, no está bien que las oigamos, y…

ELVIRA:

Aguardaremos paseando por el jardín.

LAÍN: (Levantándose.)

Antes, señorita, permítame que ajuste a su dedo anular esta preciada joya, tan antigua como nuestra estirpe y que ha sido llevada por todas las que luego han sido Marquesas del Valle de don Favila. (Saca de un estuche un anillo de hierro con un escudo.)

ELVIRA:

¡Oh! ¡El anillo de hierro!… (Se lo pone.)

LAÍN:

Con arreglo a la tradición de nuestra casa, solamente este regalo «devemos» hacer en el día de hoy.

NUÑO: (Levantándose.)

También nosotros, fieles a la leyenda de los Pola de Clavijo, regalaremos al futuro guardador del honor de la familia este puñal, emblema de nuestra raza. (Se lo da.)

URRACA:

¡Oh! Es el puñal de Orduño el Generoso.

NUÑO:

Como la vuestra, tenemos también nuestra tradición; por eso al anillo de hierro contestamos con el puñal del godo.

BERENGUELA:

¡Oh!…

GONZALO: (Guardando el puñal.)

Este puñal, conde, es más preciado para mí que todas las joyas del mundo. Gracias. (A Elvira.) ¿Vamos?

ELVIRA:

Vamos. (Haciendo mutis con Gonzalo por la derecha.) (Quiera Dios que nadie meta la pata). (Vanse.)

BERENGUELA:

Es una pareja ideal. Han nacido el uno para el otro.

URRACA:

Con gran satisfacción por nuestra parte.

LAÍN:

Y con orgullo por la nuestra, señora.

URRACA:

Muy amable, Marqués.

LAÍN:

Nuestro unigénito, al pretender unir su vida a una dama de su clase, se honra y nos honra. Para nosotros los intereses materiales carecen de importancia al lado del respeto que devemos a nuestro linaje.

NUÑO:

Así pensamos nosotros, marqués; y la pureza y antigüedad del vuestro es para nosotros lo más importante. Vuestra casa data del siglo nono, ¿no?

LAÍN:

Del octavo: año setecientos treinta y siete. El primer marqués del Valle de don Favila fue don Lupo Vernáldez de Varahona, valeroso guerrero, que dio muerte de una sola estocada al oso asturiano que desgarró a su rey don Favila. Por eso en nuestro escudo figura en un cuartel el oso muerto, y en el otro cuartel un solo soldado.

URRACA:

¡Oh!

LAÍN:

No puede darse una nobleza de más puro origen.

NUÑO:

La nuestra, marqués.

LAÍN:

¿Eh?

NUÑO:

Y perdóneme; pero en lo que respecta a linaje no transijo.

LAÍN:

Esa actitud le honra, conde; pero yo me permito discutir con usted…

NUÑO:

Usted ignora, sin duda, que mi título es de origen divino.

LAÍN:

¿Cómo?

NUÑO:

Verá usted: uno de mis gloriosos ascendientes, don Mendo San de la Fresneda, barón del Tajo, después que sostuvo el estribo del rey don Ramiro cuando éste montó a caballo para ir a los campos de Clavijo, oyó que un caballero desconocido le dijo imperativamente: «Tenme a mí el estribo también». «¡Nunca! —contestó don Mendo—. Un San no sirve más que al Rey; por servirle me hizo barón». Entonces repuso el desconocido: «¡San, por tihago! ¡San ti hago, Conde!». Era el mismo Apóstol, señores, y fue un antecesor nuestro el que le ayudó a montar en su caballo blanco para lanzarse sobre la morisma.

BERENGUELA:

¡Oh! ¡Lindísimo!…

NUÑO:

Por eso en nuestro escudo figura el estribo de Santiago acompañado de esta inscripción: «Después de Dios Padre y de Dios Hijo, la casa de los Pola de Clavijo».

LAÍN:

Me enorgullece que la sangre de nuestro don Lupo se mezcle con la de vuestro don Mendo. No es posible imaginar una «voda» más igual y henchido de satisfacción me cumple pedir para el heredero de la casa de los Valle de Don Favila la mano de la heredera de los Pola de Clavijo.

NUÑO:

Y yo, gozoso y henchido también de satisfacción, la otorgo gustosísimo.

LAÍN:

Gracias por el honor, Conde.

NUÑO:

Somos nosotros los honrados, Marqués. (Dentro se oye discutir.)

URRACA:

¿Eh? ¿Qué importuno?

NUÑO: (Levantándose.)

No sé… ¡Ah! Es una de nuestras arrendatarias, la Chicharita… Bueno, se llama Rafaela Mendaro, pero como en esta provincia de Córdoba todos los nombres son Rafaeles y todas las mujeres Rafaelas, hay que distinguirlas por los sobrenombres. (Hablando hacia el lateral.) Rafael, o tú, Rafaelón, que espere esa mujer.

LAÍN:

Por nosotros puede usted «recivirla».

NUÑO:

Tiempo queda.

URRACA: (Aparte.)

Debe venir a pagarte.

NUÑO: (Ídem.)

Por eso no quiero que entre ahora… (Entran en escena la Chicharita y Rafaelina. La Chicharita es una mujer de pueblo muy despejada y Rafaelina una chicuela como de quince años.) (¡Se coló!… ¡Me ha partido!…).

CHICHARITA:

Alabado sea Dios.

NUÑO:

Pase usted, Rafaela, pase usted.

CHICHARITA:

Celebro de verles. ¿Y ustedes?

NUÑO:

Bien, muchas gracias, Rafaela.

CHICHARITA:

¿Y usté, señora condesa?

URRACA:

¿Esa es la hermanita?

CHICHARITA:

La hermanita. (Dándole un codazo.) Niña.

RAFAELINA:

¿Y usté?

URRACA:

Bien, bien.

CHICHARITA:

Bueno, pos aquí vengo yo ar tanto de… eso; del arquilé de la casa der río.

NUÑO:

Dejemos eso para luego.

CHICHARITA:

No, señó; las cuentas son cuentas. Yo vengo a pagarle…

NUÑO:

¡Ah! ¿Viene usted a pagarme?

CHICHARITA:

Sí, señó; es desí, no, señó. Bueno, ni que sí ni que no. Vengo a pedirle un favó, señó Conde.

NUÑO: (Contrariado.)

Diga, diga.

CHICHARITA:

Aguarde usté, porque como usté hase las cuentas por pesetas, er médico por reales y una servidora por duros, pos a lo mejó se hase una un lío. Por eso me he traído a ésta que es mu lista pa los números.

URRACA: (A Berenguela.)

Es famosa.

CHICHARITA:

Verá usté: yo le debo a usté por el alquilé de la casa sesenta y dos pesetas y media, por su cuenta de usté, que son doce duros y medio por la mía.

RAFAELINA:

Eso é.

CHICHARITA:

Y como yo a don Merengue, bueno, ar médico, le debo por la iguala del año nueve duros y una peseta por mi cuenta, que son…

RAFAELINA:

Ciento ochenta y cuatro reales por la suya.

CHICHARITA:

Eso es, ciento ochenta y cuatro reales por la suya, y yo por tó capital tengo trese duros y medio, pos resurta que si le pago a usté sus sesenta y dos pesetas y media, pues no puedo pagarle a don Merengue más que medio duro por mi cuenta, que son diez reales por la suya.

RAFAELINA:

Eso é.

CHICHARITA:

Y si le pago a él sus ciento ochenta y cuatro reales, sólo puedo darle a usté cuatro duros y seis reales por mi cuenta, que son…

RAFAELINA: (Muy deprisa.)

Veintiuna pesetas…

CHICHARITA:

Veintiuna pesetas por su cuenta de usté y le dejo a deber cuarenta y una peseta por su cuenta de usté, que son ocho duros y cuatro reales por la mía; eso é.

RAFAELINA:

Eso é.

LAÍN: (Riendo.)

Muy donosa.

BERENGUELA:

Graciosísima.

NUÑO: (Procurando reír sin que le salga.)

Sí, muy graciosa. De manera que usted quiere que le rebaje…

CHICHARITA:

No, señó; verá usted. Como yo tengo que pagarle al médico, porque si no le paga una está una expuesta a cualquier cosa, pues, vamos, yo quisiera que me perdonara usted la cuenta de este año. Pa usté dose duros y medio no son nada, y en cambio a mí me sacan de apuro.

BERENGUELA:

¡Pobrecilla!…

LAÍN:

¡Claro!…

NUÑO: (Después de tragar saliva.)

Lo que usted quiera, Rafaela; no faltaría más. Perdonada. ¿No te parece, Urraca?

URRACA:

Por mí, figúrate.

LAÍN:

(Apalean el oro).

CHICHARITA:

Grasias, señor Conde… ¡Muchísimas grasias!… (Se limpia una lágrima.) Crea usted que hase conmigo una buena obra, que… (Llora.)

URRACA:

Vaya, vaya, Rafaela…

NUÑO:

(Yo sí que lloraría de buena gana).

BERENGUELA: (Aparte a Laín.)

Dale esos cinco duros que traes.

LAÍN: (Aparte a Berenguela.)

Que son los últimos, Verenguela.

BERENGUELA: (Ídem.)

No importa.

CHICHARITA:

¡No olvidaré nunca este favó, señora Condesa!

URRACA:

No hay que hablar más del asunto, Rafaela; no vale la pena. Márchese, márchese.

LAÍN: (Tirando de cartera y sacando un billete de veinticinco plumas.)

Es muy mona la chica… Toma, pequeña, para que compres unos dulces.

RAFAELINA:

¿Eh?… ¡Un billete, Rafaela!

CHICHARITA:

¡Pero!

NUÑO:

(¡Es un Rostchil!).

CHICHARITA:

¡Señorito!…

BERENGUELA:

Nada, mujer. Márchese, márchese.

LAÍN:

Sí… (Como no se vaya, se lo quito).

CHICHARITA:

¡Josú, Dios mío!… ¿Pero qué se dise, niña?

RAFAELINA:

Grasias.

CHICHARITA:

¿Grasias nada más? Grasias y que Dios los bendiga y se lo aumente y les dé muchísima salud y cien años de vida y que yo lo vea… (En la puerta de la derecha se detienen Elvira y Gonzalo.) ¡Josú, Josú! Vamos, niña.

RAFAELINA:

Cinco duros, veinticinco pesetas, cien reales, dos mil perras chicas, cinco mil perras gordas…

CHICHARITA: (A Elvira.)

¡Ay, qué loca voy, señorita! ¡Ay, qué loquísima voy!… ¡Josú, Josú!… (Desde la puerta.) ¡Josú, Josú!… ¡Josú, Josú!… (Vanse.)

LAÍN: (Secándose una lágrima.)

(¡Mis cinco duros de mi alma!).

NUÑO: (Ídem.)

(¡Me ha matado esa mujer!).

ELVIRA:

¿Por qué va tan contenta?

URRACA:

Porque tu padre le ha perdonado la renta de este año.

ELVIRA:

(¡Dios mío!).

URRACA:

Y el Marqués le ha regalado cinco duros.

GONZALO:

(¡Aprieta!).

ELVIRA:

Bueno, ¿pero no tomamos una taza de té?

URRACA:

Es verdad. (Hace sonar un timbre.) Con unas cosas y con otras…

RAFAEL: (Con Rafaelón por la derecha.)

Entrusté conmigo por si acaso. ¿Trae usté la piedra?

RAFAELÓN:

Sí. (Cada uno trae una piedra grande oculta para defenderse.)

URRACA:

Decid a las Rafaelas que vamos a tomar el te y ayuden ustedes a servirlo…

RAFAELÓN:

Sí, señora. (Saludan demostrando un gran miedo y se van por la izquierda.)

ELVIRA:

Me figuro que habrán ustedes hablado cuanto tenían que hablar, ¿no?

NUÑO:

Sí, hijita, sí. Eres ya oficialmente la prometida de Gonzalo.

BERENGUELA:

Puedes besarme, hija mía.

ELVIRA:

¡Oh! ¡Señora!… (Se besan.)

NUÑO: (A Gonzalo.)

Un abrazo… (Se abrazan. En este efusivo momento entran en escena por la derecha Melitón y Miss Plain.)

MELITÓN: (Gratamente sorprendido.)

¿Eh? ¿Cómo? ¡Laín!… ¡Berenguela!…

LAÍN:

¡Melitón!…

BERENGUELA:

¡Usted aquí!…

MELITÓN: (Saludándoles.)

¡Qué agradable sorpresa!… ¡Oh! ¡Elvirita!… ¡Querido Gonzalo!… (Les saluda.) ¿Pero cómo ustedes en esta casa? Yo ignoraba que se conocieran ustedes…

LAÍN:

Hoy hemos tenido ese honor, Melitón.

MELITÓN:

¿Eh?

LAÍN:

Hemos venido a pedir la mano de Elvirita para nuestro hijo Gonzalo.

MELITÓN: (Boquiabierto.)

¿Eh?… ¿Qué?… ¿Y éste era ese enlace decantado? ¿Los Alfa con los Omega?…

NUÑO: (Dando un paso atrás.)

¿Eh?

LAÍN: (Ídem.)

¿Cómo?

MELITÓN:

¡Mi ruina!

NUÑO: (Por Laín.)

Pero… ¿es Omega?

LAÍN: (Por Nuño.)

¿De modo que es Alfa?…

URRACA:

Es decir que…

BERENGUELA:

De manera que están…

MISS PLAIN:

(¡Válgame Dios!). (Quedan todos aterrados. Pausa.)

ELVIRA: (A Gonzalo, muy apurada.)

¡Gonzalo de mi alma!…

GONZALO:

Valor, Elvira; confía en mí.

NUÑO: (A Laín.)

Veo que saben ustedes lo que significa la letra Alfa, como nosotros sabemos lo que quiere decir Omega.

LAÍN:

Desgraciadamente sabemos unos y otros…

NUÑO:

Y es dolorosísimo encontrarnos ante esta amarga realidad.

LAÍN:

Muy amarga.

BERENGUELA:

Amarguísima.

URRACA:

Ciertamente.

BERENGUELA:

Claro que los bienes de fortuna no son todo en el mundo…

URRACA:

Desde luego. Hay otras cosas que deben pasar por delante…

NUÑO:

Pero cuando se trata del decoro de nombres ilustres…

LAÍN:

Y aun del «provlema» material de la vida…

URRACA:

Cuando se va a cometer una locura…

BERENGUELA:

Cuando se trata de la felicidad de los hijos…

MELITÓN: (Apurado.)

Señores, yo deploro…

LAÍN:

No digas eso, Melitón.

NUÑO:

¿Quieres callar? Nos has prestado un gran servicio.

URRACA:

Un señaladísimo servicio.

LAÍN:

Es verdad. Porque aún estamos a tiempo de impedir… (A Nuño.) ¿No piensa usted lo mismo?

NUÑO:

Eso iba a decir precisamente.

URRACA:

¡Claro!

LAÍN: (Mirando a Berenguela.)

¿Eh, «Verenguela»?

BERENGUELA:

Naturalmente.

NUÑO:

De modo, Marqués…

LAÍN:

¿Eh?

NUÑO:

Que… vamos, ¿podemos dar por no celebrada esta entrevista?

LAÍN:

Creo que es lo mejor.

GONZALO: (Enérgico.)

Eso no, padre; eso no. (Asombro en todos.)

LAÍN:

¿Qué dices, Gonzalo?

GONZALO:

Digo que tú no puedes recelar de la veneración y el cariño que yo te profeso, como los padres de Elvira tampoco pueden poner en duda el amor y el respeto de su hija; pero todos debéis comprender que ella y yo no podemos sacrificar nuestra felicidad a vuestro capricho.

LAÍN:

¿A nuestro capricho?

GONZALO:

No me atrevo a decir a vuestra vanidad.

LAÍN:

¡Gonzalo!

GONZALO:

Hace un momento os parecía excelente nuestra boda. ¿Qué ha pasado para que ahora os parezca imposible? ¿Que entonces os hacíais la ilusión de que éramos ricos y ahora sabéis ya que somos pobres? Pues nos resignamos a la pobreza. Nuestro cariño nos ayudará a conllevarla.

NUÑO:

No se trata sólo de la pobreza, Gonzalo; sino de la dignidad de nuestros nombres.

ELVIRA:

¡Padre!

NUÑO:

Eso es. (A Gonzalo.) Ni tú puedes ayudar a ella a llevar con decoro el suyo, ni ella puede auxiliarte a ti a que ostentes dignamente el que llevas.

GONZALO:

¿Y será más digno que ella y yo los vendamos a quien nos los pague…? Yo tengo una carrera, de ella viviré.

BERENGUELA:

¿Tú? ¿El Marqués del Valle de don Favila, mirando la lengua a cualquier plebeyo que quiera enseñártela?

GONZALO:

Dar bicarbonato a los enfermos, es más decoroso que dar sablazos a los amigos.

BERENGUELA:

¡Gonzalo!

LAÍN:

¡Basta!… Nosotros, Conde, retiramos nuestra palabra.

NUÑO:

Y nosotros la nuestra, Marqués.

GONZALO:

Pero Elvira y yo mantendremos la que nos hemos dado. La petición está hecha y hecha queda. No olvidéis que Elvira y yo somos mayores de edad.

NUÑO:

Bien, bien; no discutamos más.

BERENGUELA:

Dice bien el Conde; esta discusión resulta muy penosa y nosotros tenemos que marcharnos. ¿Verdad, Laín?

LAÍN:

Sí; la jornada es larga y… (Con gran entereza.) Vamos, Gonzalo.

ELVIRA:

¡Gonzalo!

GONZALO:

No temas, Elvira; triunfaremos.

MELITÓN: (A Laín.)

¿En qué tren se van ustedes?

LAÍN:

Hemos venido en automóvil.

MELITÓN:

¡Caramba! ¿Pero tenéis auto?

LAÍN:

Pareces tonto, Melitón; el tuyo.

MELITÓN:

¡Ah! Es verdad…

BERENGUELA: (A Urraca.)

Condesa, he tenido un gran honor…

URRACA:

No ha sido menor el mío, Marquesa.

LAÍN:

Conde… (Le alarga la mano.)

NUÑO:

No, no; les acompañaremos.

LAÍN:

Se van ustedes a molestar…

URRACA:

¡Por Dios!…

LAÍN:

(¡Mis cinco duros!).

NUÑO:

(Y le he perdonado la renta a esa chismosa…). (Se van por la derecha, haciéndose cumplidos, Urraca, Berenguela, Laín, Nuño y Gonzalo.)

MELITÓN: (Haciendo mutis con Miss Plain.)

He metido la pata, Miss Plain.

MISS PLAIN:

Las dos, señor Jiménez, las dos. (Se van. Entran en escena, Rafaela, Rafaelita, Rafaelón y Rafael. Cada uno trae una gran bandeja, y las pastas, etc.)

RAFAELA:

Oye, tú, no hay nadie.

RAFAELITA:

Habemos tardao tanto que s’habrán dío a dá un paseo.

RAFAEL:

¿Qué hasemos, padre?

RAFAELÓN:

Aguardá a que yo avise. (Coloca su bandeja sobre una mesa. Por la izquierda entran en escena Faelito y Faelillo. Vienen con sus trajes de camperos y con los guantes blancos puestos.)

FAELITO: (Tristemente.)

Guas tardes.

FAELILLO: (Ídem.)

Salú.

RAFAELÓN:

¿Qué, no salen los guantes?

FAELITO:

Ni pa Dios. ¡Qué se le va a jasé!

FAELILLO:

¡Pasensia!

RAFAEL:

Ya se cairán, hombre…

FAELITO:

Eso digo yo; se caen los dientes y están más agarraos. Salú.

FAELILLO:

Con Dió. (Se van por la derecha.)

RAFAEL:

Padre, avise usté, porque yo me canso.

RAFAELA:

Espera. (Se asoma a la puerta de la derecha y grita.) ¡Eh!… Vení… ¡Vení acá! (Hace señales con una servilleta.) Ya se han parao tós. ¡Vení!… ¡Sí!… Chavó y cómo corren. (Toma su bandeja.)

RAFAEL:

Hambre que tendrán.

RAFAELÓN:

Güeno, y ya sabéis ustedes lo que nos encargó la inglesa: se inclináis y desís mu serios: «er te está servío».

RAFAEL:

Sí, señó.

RAFAELITA:

¡Josú, cómo corren, madre!

RAFAELA:

Vienen con la lengua fuera.

GONZALO: (Dentro.)

¡A Elvira ha debido darle algo: sí, y tenemos todos la culpa!… (Entrando como una tromba.) ¡Elvira!… ¿Dónde está?… ¿Qué le pasa?…

NUÑO: (Jadeante.)

¿Qué ocurre?

MELITÓN: (Ídem.)

¿Qué ha sucedido?

URRACA: (Ídem.)

¡Mi hija! ¡Mi hija!

MISS PLAIN: (Ídem.)

¿Dónde está?

LAÍN: (Ídem.)

¿Qué pasa?

BERENGUELA: (Ídem.)

¿Eh?

NUÑO: (Con voz de trueno.)

¿Pero puede saberse qué sucede?

RAFAEL:

Que er te está servío. (Al decirlo se inclina con bandeja y todo, pero se inclina tanto que hace cisco el servicio). (Telón)