No estamos ya donde estábamos hace una década, deslumbrados por cambios cuyas relaciones mutuas eran desconocidas. Hoy, por detrás de la confusión del cambio, existe una creciente coherencia de pauta: está tomando forma el futuro.
En una gran confluencia histórica, muchos tumultuosos ríos de cambio concurren a formar una oceánica tercera ola de cambio que está adquiriendo fuerza a cada hora que pasa.
Esa tercera ola de cambio histórico representa no una prolongación rectilínea de la sociedad industrial, sino un radical cambio de dirección, a menudo una negación de lo sucedido antes. Equivale nada menos que a una completa transformación, tan revolucionaria por lo menos en nuestros días como lo fue hace trescientos años la civilización industrial.
Además, lo que está sucediendo no es sólo una revolución tecnológica, sino el advenimiento de toda una nueva civilización, en el más pleno sentido de la palabra. Así, si volvemos brevemente la vista hacia el terreno que hemos recorrido, encontraremos cambios profundos y con frecuencia paralelos en muchos niveles simultáneamente.
Toda civilización opera en y sobre la biosfera y refleja o altera la mezcla de población y recursos. Toda civilización tiene una tecnosfera característica, una base energética ligada a un sistema de producción que, a su vez, se halla ligado a un sistema de distribución. Toda civilización tiene una sociosfera compuesta de instituciones sociales interrelacionadas. Toda civilización tiene una infosfera, canales de comunicación a cuyo través circula la información necesaria. Toda civilización tiene su propia esfera de poder. Además, toda civilización tiene un conjunto de características relaciones con el mundo exterior… explotadoras, simbióticas, militantes o pacíficas. Y toda civilización tiene su propia superideología, un pertrecho de poderosas presunciones culturales que estructuran su concepción de la realidad y justifican sus operaciones.
La tercera ola —como debería resultar ya evidente— está aportando cambios revolucionarios y autorreforzadores a todos estos niveles al mismo tiempo. La consecuencia no es sólo la desintegración de la vieja sociedad, sino también la creación de los cimientos de la nueva.
Con frecuencia, a medida que las instituciones de la segunda ola se derrumban sobre nuestras cabezas, a medida que aumenta la criminalidad, se disgregan las familias nucleares, chirrían y no funcionan burocracias antaño eficaces, se resquebrajan los sistemas sanitarios, y las economías industriales se tambalean peligrosamente, sólo vemos decadencia y fracaso a nuestro alrededor. Sin embargo, la decadencia social es el campo abonado de la nueva civilización. En energía, tecnología, estructura familiar, cultura y muchas otras materias, estamos sentando las estructuras básicas que definirán las principales características de esa nueva civilización.
De hecho, ahora podemos identificar por primera vez esas características principales e incluso, en cierta medida, las relaciones existentes entre ellas. La embrionaria civilización de la tercera ola —y ello resulta confortante— no sólo resulta coherente y viable tanto en términos ecológicos como económicos, sino que —si nos aplicamos a ello— podría ser más decente y democrática que la nuestra propia.
No se quiere con esto sugerir ninguna especie de inevitabilidad. El período de transición se verá marcado por una extrema ruptura social, así como por violentas oscilaciones económicas, choques sectoriales, intentos de secesión, catástrofes o desastres tecnológicos, turbulencia política, violencia, guerras y amenazas de guerra. En un clima de instituciones y valores que se van desintegrando, surgirán demagogos y movimientos autoritarios para buscar, y posiblemente conseguir, el poder. Ninguna persona inteligente puede llamarse a engaño sobre el resultado. El choque de dos civilizaciones presenta peligros titánicos.
Sin embargo, lo probable no es la destrucción, sino la supervivencia final. Y es importante saber adonde nos está llevando el empuje principal del cambio, qué clase de mundo es verosímil que surja si logramos evitar los peligros peores de cuantos nos acechan a corto plazo. Brevemente, pues; ¿qué clase de sociedad está tomando forma?
La civilización de la tercera ola, a diferencia de su predecesora, debe alimentarse (y así lo hará) de una extraordinaria variedad de fuentes de energía del hidrógeno, solar, geotérmica, de las mareas, de la biomasa, el rayo, en último término quizás un avanzado poder de fusión, así como otras fuentes energéticas no imaginadas aún en los años ochenta. (Aunque algunas centrales nucleares continuarán, sin duda, funcionando, incluso aunque suframos una sucesión de desastres peores que los de la isla de las Tres Millas, la energía nuclear resultará, en conjunto, haber sido una digresión cara y peligrosa).
La transición a la nueva y diversa base energética será errática en extremo, con una acelerada sucesión de saturaciones, escaseces y demenciales oscilaciones de precios. Pero la dirección existente parece bastante clara: un cambio desde una Civilización basada casi exclusivamente en una única fuente de energía, a otra basada en muchas. En definitiva, vemos una civilización cimentada una vez más sobre fuentes energéticas autosustentadoras y renovables, en lugar de sobre unas fuentes susceptibles de agotamiento.
La civilización de la tercera ola descansará también sobre una base tecnológica mucho más diferenciada, derivada de la Biología, la Genética, la electrónica, la ciencia de los materiales, así como operaciones en el espacio exterior y bajo los pares. Si bien algunas nuevas tecnologías requerirán elevadas aportaciones de energía, gran parte de la tecnología de la tercera ola será diseñada para consumir menos energía, no más. Y tampoco serán las tecnologías de la tercera ola tan masivas y ecológicamente peligrosas como las del pasado. Muchas serán de escala pequeña, de manejo sencillo, y preverán el reciclaje de los desechos de una industria para su conversión en materias primas destinadas a otra.
Para la civilización de la tercera ola, la materia prima más básica de todas —y una que nunca puede agotarse— es la información, incluida la imaginación. Por medio de imaginación e información, se encontrarán sustitutivos a muchos de tos recursos agotables actuales, aunque con demasiada frecuencia esta sustitución se verá acompañada también de dramáticas oscilaciones y sacudidas.
Al tornarse la información más importante que nunca, la nueva civilización «estructurará la educación, redefinirá la investigación científica y, sobre todo, reorganizará los medios de comunicación. Los medios de comunicación actuales, tanto impresos como electrónicos, son totalmente inadecuados para enfrentarse a la carga de comunicaciones y suministrar la variedad cultural necesaria para la supervivencia. En vez de estar culturalmente dominada por unos cuantos medios de comunicación de masas, la civilización de la tercera ola descansará sobre medios interactivos y desmasificados, introduciendo una imaginería sumamente diversa y a menudo altamente despersonalizada dentro y fuera de la comente central de la sociedad. Tendiendo la vista hacia el futuro, la televisión dejará paso al «individeo»: imágenes dirigidas a un solo individuo en un momento dado. Puede que incluso utilicemos drogas, comunicación directa de cerebro a cerebro y otras formas de comunicación electroquímica sólo vagamente insinuadas hasta ahora. Todo ello planteará sorprendentes, aunque no insolubles, problemas políticos y morales.
El gigantesco computador centralizado, con sus rechinantes cintas y sus complicados sistemas de refrigeración —donde todavía existe—, será complementado con miríadas de minicomputadores inteligentes incorporados de una forma u otra a todo hogar, hospital y hotel, a todo vehículo y utensilio, virtualmente a todo ladrillo de construcción. El entorno electrónico conversará, literalmente, con nosotros.
Pese a erróneas concepciones populares, este cambio hacia una sociedad altamente electrónica y basada en la información reducirá aún más nuestra necesidad de energía cara.
Y tampoco esta computadorización (o, más propiamente, informacionalización) de la sociedad significa una mayor despersonalización de las relaciones humanas. Como veremos en el capítulo siguiente, las personas seguirán hiriendo, llorando, riendo, encontrando placer unas en otras y jugando… pero lo harán en un contexto muy distinto.
La fusión de formas energéticas, tecnologías y medios de comunicación de la tercera ola, acelerará revolucionarios cambios en la forma en que trabajamos. Se siguen construyendo fábricas —y en algunas partes del mundo se seguirán construyendo durante varias décadas más — pero la fábrica de la tercera ola presenta ya muy poca semejanza con las que hemos conocido hasta ahora, y — en las naciones ricas— continuará descendiendo en picado el número de personas ocupadas en fábricas.
En la civilización de la tercera ola, la fábrica no servirá ya de modelo a otros tipos de instituciones. Y tampoco será la producción en masa su función primaria. Incluso ahora, la fábrica de la tercera ola crea productos desmasificados, con frecuencia individualizados. Descansa sobre métodos avanzados tales como producción totalista. Utilizará finalmente menos energía, desperdiciará menos materia prima, empleará menos componentes y exigirá mucha más inteligencia de diseño. Muy significativamente, muchas de sus máquinas serán directamente activadas, no por trabajadores, sino a distancia, por los propios consumidores.
Los obreros de las fábricas de la tercera ola realizarán un trabajo mucho menos embrutecedor o repetitivo que quienes aún se hallan atrapados en empleos de la segunda ola. No verán fijado su ritmo por correas de transmisión mecánicas. Los niveles sonoros serán bajos. Los trabajadores irán y vendrán a las horas que a ellos les convengan. El lugar de trabajo será mucho más humano e individualizado, y con frecuencia flores y plantas compartirán el espacio con las máquinas. Dentro de determinados límites, los sueldos y beneficios marginales serán ajustados cada vez con más precisión a la preferencia individual.
Las fábricas de la tercera ola se ubicarán cada vez más fuera de las gigantescas metrópolis urbanas. También es probable que sean mucho más pequeñas que las del pasado, con unidades organizativas igualmente más pequeñas, provista cada una de ellas de un mayor grado de autodirección.
De manera similar, la oficina de la tercera ola no se parecerá ya a la oficina de hoy. Un ingrediente fundamental del trabajo de oficina —el papel— será sustancialmente (aunque no totalmente) reemplazado. Las tableteantes baterías de máquinas de escribir quedarán en silencio. Los archivadores desaparecerán. Un papel de la secretaria se transfigurará a medida que la electrónica vaya eliminando muchas viejas tareas y abriendo nuevas oportunidades. El movimiento secuencial de papeles a lo largo de muchas mesas, el interminable y repetitivo mecanografiar de columnas de números… todo eso se irá haciendo menos importante, y más importante la toma de decisiones discrecionales y más ampliamente compartidas.
Para operar estas fábricas y oficinas del futuro, las empresas de la tercera ola necesitarán trabajadores capaces de iniciativa e ingenio, más que de respuestas rutinarias. Para preparar a tales empleados, las escuelas se irán apartando progresivamente de los métodos actuales, todavía destinados, en su mayor parte, producir trabajadores de la segunda ola para un trabajo altamente repetitivo. Pero el cambio más sorprendente de la civilización de la tercera ola será, probablemente, el desplazamiento del trabajo desde la oficina y la fábrica para encauzarlo de nuevo al hogar.
No todos los trabajos pueden, deben, ni serán efectivamente desempeñados en los propios hogares. Pero a medida que las comunicaciones baratas sustituyan al transporte caro; a medida que incrementemos el papel de la inteligencia y la imaginación en la producción, reduciendo el papel de la fuerza bruta o del trabajo mental rutinario, una parte importante de la fuerza laboral de las sociedades de la tercera ola realizará al menos una fracción de su trabajo en su hogar, quedando las fábricas sólo para los que realmente manipulan materiales físicos.
Esto nos da una pista respecto a la estructura institucional de la civilización de la tercera ola. Algunos estudiosos han sugerido que, con la creciente importancia de la información, la Universidad sustituirá a la fábrica como la institución central de mañana. Sin embargo, esta idea, que procede casi exclusivamente de las Academias, se basa en la provinciana suposición de que sólo la Universidad puede albergar, y alberga, el conocimiento teórico. Apenas es más que una fantasía de profesor.
Por su parte, los ejecutivos multinacionales ven la profesión ejecutiva como el de del mañana. La nueva profesión de «directores de información» representa sus salas de computadores como el centro de la nueva civilización. Los científicos vuelven la vista al laboratorio de investigación industrial. Unos cuantos hippies residuales sueñan con restaurar la comuna agrícola como centro de un futuro neomedieval. Otros tal vez citen las «cámaras de gratificación» de una sociedad sumergida en el placer. Lo que yo considero central, por las nociones antes expuestas, no es ninguna de estas cosas. Es, de hecho, el hogar.
Yo creo que el hogar asumirá una nueva y sorprendente importancia en la civilización de la tercera ola. El auge del prosumidor, la generalización del hogar electrónico, la invención de nuevas estructuras organizativas de la vida comercial, la automatización y desmasificación de la producción, todo apunta a la reaparición del hogar como unidad central de la sociedad del mañana… una unidad con realzadas, más que disminuidas, funciones económicas, médicas, educativas y sociales.
Pero es improbable que ninguna institución —ni siquiera el hogar— vaya a desempeñar un papel tan central como lo desempeñaron en el pasado la catedral o la fábrica. Pues es probable que la sociedad sea construida en torno a una red —más que en torno a una jerarquía— de nuevas instituciones.
Esto sugiere también que las corporaciones (y las organizaciones de producción socialistas) del mañana no descollarán sobre otras instituciones sociales. En las sociedades de la tercera ola, las corporaciones serán reconocidas como las complejas organizaciones que son, y perseguirán múltiples objetivos simultáneamente… no sólo cuotas de beneficio o producción. En lugar de centrarse en una sola línea básica, como a muchos de los directores actuales se les ha enseñado a hacer, el director perspicaz de la tercera ola vigilará (y será hecho personalmente responsable de ello) múltiples «líneas básicas».
Los sueldos y primas de los ejecutivos acabarán reflejando gradualmente esta nueva multifuncionalidad, a medida que la corporación, bien voluntariamente, bien por verse obligada a ello, va tornándose más reactivo a lo que hoy se consideran factores no económicos y, por ello, en gran parte irrelevantes… ecológicos, políticos, sociales, culturales y morales.
Las concepciones de eficiencia de la segunda ola —basadas generalmente en la capacidad de la corporación para repercutir sus costes indirectos sobre el consumidor o el contribuyente— serán reformuladas para tener en cuenta costes sociales, económicos y de otro tipo que tengan carácter oculto que, de hecho, se traducen también en costes económicos transferidos. El pensamiento en términos económicos —deformación característica del director de la segunda ola-será menos común.
La corporación —como la mayoría de las demás organizaciones— sufrirá también una drástica reestructuración a medida que vayan entrando en juego las reglas básicas de la civilización de la tercera ola. En lugar de una sociedad sincronizada con el ritmo de la cadena de montaje, una sociedad de la tercera ola se moverá conforme a ritmos y horarios flexibles. En lugar de la extrema uniformización de comportamiento, ideas, lenguaje y estilos de vida de la sociedad de masas, la sociedad de la tercera ola será construida sobre la segmentación y la diversidad. En lugar de una sociedad que concentra la población, los flujos de energía y otras características de la vida, la sociedad de la tercera ola dispersará y desconcentrará. En lugar de optar por la escala máxima del principio «lo más grande es mejor», la sociedad de la tercera ola comprenderá el significado de «escala apropiada». En lugar de una sociedad altamente centralizada, la sociedad de la tercera ola reconocerá el valor de una mayor toma descentralizada de decisiones.
Tales cambios implican un extraordinario apañamiento de la burocracia uniforme y anticuada y la aparición en la vida comercial, en el Gobierno, en las escuelas y en otras instituciones, de una amplia variedad de organizaciones de nuevo estilo. Donde subsistan las jerarquías, éstas tenderán a ser más horizontales y más transitorias. Muchas nuevas organizaciones abandonarán la vieja insistencia en «un hombre, un jefe»… todo lo cual sugiere un mundo laboral en ti que más personas compartan un temporal poder de decisión.
Todas las sociedades que atraviesan la transición hacia la tercera ola se enfrentan con problemas de desempleo a corto plazo cada vez más profundos. A partir de los años cincuenta, grandes aumentos operados en el sector de empleados y de servicios absorbieron a millones de obreros que habían quedado en paro al irse reduciendo el sector de fabricación. Hoy, al automatizarse también el sector de los empleados, se plantea la grave cuestión de si una nueva expansión del sector de servicios convencional puede remediar la situación. Algunos países enmascaran el problema tratando de suavizarlo, incrementando las burocracias públicas y privadas, exportando trabajadores excedentes, etc. Pero el problema sigue siendo insoluble dentro del marco de la economía de la segunda ola.
Esto ayuda a explicar la importancia de la próxima fusión de productor y consumidor, lo que yo he llamado el auge del prosumidor. La civilización de la tercera ola trae consigo la reaparición de un enorme sector económico basado en la producción para el uso, en lugar de para el intercambio, un sector basado en la idea de hacerlo para uno mismo, en vez de hacerlo para el mercado. Este dramático cambio, después de trescientos años de «mercatización», exigirá y hará posible un pensamiento radicalmente nuevo sobre todos nuestros problemas económicos, desde el desempleo y la seguridad social hasta el ocio y la función del trabajo.
Traerá también consigo una nueva valoración del papel del «trabajo doméstico» en la economía, y subsiguientes y fundamentales cambios en el papel de las mujeres, que aún constituyen la inmensa mayoría de los trabajadores domésticos. La poderosa oleada de mercatización extendida sobre la Tierra está alcanzando su punto máximo, con muchas consecuencias todavía inimaginables para las civilizaciones futuras.
Mientras tanto, las gentes de la tercera ola adoptarán nuevas presunciones Sobre la Naturaleza, el progreso, la evolución, el tiempo, el espacio, la materia y la causación. Su forma de pensar se verá menos influida por analogías basadas en la máquina, más moldeada por conceptos como proceso, realimentación y desequilibrio. Tendrán una mayor conciencia de las discontinuidades que derivan directamente de las continuidades.
Surgirá una multitud de nuevas religiones, nuevas concepciones de la ciencia, nuevas imágenes de la naturaleza humana, nuevas formas de arte… con diversidad mucho mayor de la que fue posible o necesaria durante la Era industrial. La emergente multicultura se verá desgarrada por la agitación hasta que se desarrollen nuevas formas de resolución de conflictos de grupos (los sistemas legales actuales son poco imaginativos y lastimosamente inadecuados para una sociedad de alta diversidad).
La creciente diferenciación de la sociedad significará también un papel reducido para la nación-Estado… hasta ahora una fuerza fundamental para la uniformización. La civilización de la tercera ola se basará en una nueva distribución del poder en cuanto que la nación, como tal, no es ya tan influyente como lo fuera antaño, mientras que otras corporaciones —desde la corporación transnacional hasta el barrio e incluso la ciudad-Estado autónomos— adquieren mayor significación.
Las regiones obtendrán mayor poder a medida que los mercados y economías nacionales se vayan fragmentando en pedazos, algunos de los cuales son ya más grandes que los mercados y economías tradicionales del pasado. Pueden surgir nuevas alianzas, basadas menos en la proximidad geográfica que en comunes afinidades culturales, ecológicas, religiosas o económicas, de tal modo que una región de América del Norte puede desarrollar lazos más estrechos con una región de Europa o Japón que con su vecino más inmediato, e incluso su propio Gobierno nacional. La unión de todo esto no formará un Gobierno mundial unitario, sino una tupida red de nuevas organizaciones transnacionales.
Fuera de las naciones ricas, las tres cuartas partes no industriales de la Humanidad lucharán con nuevas herramientas contra la pobreza, sin intentar ya imitar ciegamente a la sociedad de la segunda ola ni conformarse con las condiciones de la primera ola. Surgirán nuevas y radicales «estrategias de desarrollo», que reflejarán el especial carácter cultural o religioso de cada región y procurarán cuidadosamente de reducir al mínimo el shock del futuro.
Sin desarraigar ya implacablemente sus propias tradiciones religiosas, su estructura familiar y su vida social con la esperanza de crear una imagen reflejada de la Gran Bretaña industrial, Alemania, los Estados Unidos o la URSS, muchos países intentarán construir sobre su pasado, advirtiendo la congruencia entre ciertas características de la sociedad de la primera ola y las que sólo ahora comienzan a reaparecer (sobre una base de alta tecnología) en los países de la tercera ola.
Por lo tanto, lo que hemos visto aquí son los perfiles generales de una forma de vida totalmente nueva que afecta no sólo a los individuos, sino también al Planeta. La nueva civilización aquí esbozada difícilmente puede calificarse de Utopía. Se hallará agitada por profundos problemas, algunos de los cuales exploraremos en las páginas que faltan. Problemas de personalidad y de comunidad. Problemas políticos. Problemas de justicia, equidad y moralidad. Problemas con la nueva economía —y especialmente la relación entre empleo, bienestar y prosumo—. Todos ellos y muchos más despertarán belicosas pasiones.
Pero la civilización de la tercera ola no es tampoco ninguna «antiutopía». No es 1984 ni Un mundo feliz hechos realidad. Estos dos brillantes libros —y centenares de obras de ficción derivadas— pintaban un futuro basado en sociedades altamente centralizadas, burocratizadas y uniformadas, en las que Ion destruidas las diferencias individuales. Nosotros estamos ahora avanzando en dirección exactamente opuesta.
Si bien la tercera ola trae consigo profundos desafíos a la Humanidad, desde amenazas ecológicas hasta el peligro de terrorismo nuclear y de fascismo electrónico, no es simplemente una espeluznante prolongación lineal del industrialismo.
Por el contrario, divisamos aquí la aparición de lo que podría denominarse Una «practopía», ni el mejor ni el peor de todos los mundos posibles, sino un mundo que es práctico y, a la vez, preferible al que teníamos. A diferencia de una utopía, una practopía no está libre de enfermedades, sordidez política y malos modales. A diferencia de la mayor parte de las utopías, no es estática ni se halla petrificada en una irreal perfección. Y tampoco es reversionista, modelada sobre algún ideal imaginado del pasado.
A la inversa, una practopía no encarna el mal cristalizado de una utopía vuelta del revés. No es implacablemente antidemocrática. No es intrínsecamente militarista. No reduce a los ciudadanos a una anónima uniformidad. No destruye a sus vecinos ni degrada su entorno.
En resumen, una practopía ofrece una alternativa positiva, incluso revolucionaria, pero se encuentra dentro de lo que es realistamente posible de alcanzar.
En este sentido, la civilización de la tercera ola es precisamente eso: un futuro practópico. Se puede percibir en ella una civilización que da acogida a las diferencias individuales y abraza (más que suprime) la variedad racial, regional, religiosa y subcultural. Una civilización construida en gran medida en torno al bogar. Una civilización que no se encuentra petrificada, sino vibrante de novaciones y, sin embargo, que es también capaz de proporcionar enclaves de relativa estabilidad para quienes los necesiten o los quieran. Una civilización a la que ya no exige verter sus mejores energías en la mercatización. Una civilización capaz de dirigir gran pasión hacia el arte. Una civilización situada ante opciones históricas sin precedentes —sobre genética y evolución, por citar un solo ejemplo— e inventar nuevos modelos éticos o morales para abordar cuestiones tan complejas. Finalmente, una civilización que es al menos potencialmente democrática y humana, en mejor equilibrio con la biosfera y sin hallarse ya en peligrosa dependencia de explotadoras subvenciones procedentes del resto del mundo. Difícil de lograr, pero no imposible.
Discurriendo conjuntamente en majestuosa confluencia, los cambios de hoy apuntan, así, a una contracivilización viable, una alternativa al crecientemente anticuado e inviable sistema industrial.
En una palabra, apuntan a la practopía.
¿Por qué está sucediendo esto? ¿Por qué es de pronto inviable la vieja segunda ola? ¿Por qué está chocando esta nueva ola de civilización con la antigua ola?
Nadie lo sabe. Incluso hoy, trescientos largos años después de haberse producido, los historiadores no pueden identificar la «causa» de la revolución industrial. Como hemos visto, cada corporación académica o escuela filosófica tiene su propia explicación preferida. Los deterministas filosóficos señalan la máquina de vapor; los ecologistas, la destrucción de los bosques británicos; los economistas, las fluctuaciones en el precio de la lana. Otros hacen hincapié en cambios religiosos o culturales, la Reforma, la Ilustración, etc.
En el mundo actual también podemos identificar muchas fuerzas mutuamente causales. Los expertos señalan la creciente demanda de suministros agotables de petróleo, el explosivo aumento de la población mundial o la incrementada amenaza de contaminación mundial como fuerzas clave determinantes de un cambio estructural a escala planetaria. Otros señalan los increíbles avances realizados en la ciencia y la tecnología desde el final de la Segunda Guerra Mundial y los cambios sociales y políticos que les han seguido. Y otros hacen aún hincapié en el despenar del mundo no industrial y en los subsiguientes trastornos políticos que amenazaban nuestros cables salvavidas de energía y materias primas baratas.
Cabe citar sorprendentes cambios de valores… la revolución sexual, la rebelión juvenil de los años sesenta, las actitudes, en rápida modificación, hacia el trabajo. Podría señalarse la carrera de armamentos, que ha acelerado grandemente ciertos tipos de cambio tecnológico. Alternativamente, se podría buscar la causa de la tercera ola en los cambios culturales y epistemológicos de nuestro tiempo, tan profundos quizá como los forjados por la Reforma y la Ilustración juntas.
En resumen, podríamos encontrar decenas e incluso centenares de corrientes de cambio concurriendo a la gran confluencia, interrelacionadas todas ellas en formas mutuamente causales. Podríamos encontrar sorprendentes olas de realimentación positiva en el sistema social que aceleran y amplifican ciertos cambios, así como ondas negativas que suprimen otros cambios. Podríamos encontrar, en este período de turbulencia, analogías con el gran «salto» descrito por científicos como Ilya Prigogine, mediante los cuales una estructura más sencilla irrumpe de pronto, en parte por casualidad, a un nivel totalmente nuevo de complejidad y diversidad.
Lo que no podemos encontrar es «la» causa de la tercera ola, en el sentido de una única variable independiente o resorte que ponga en marcha el proceso. En efecto, preguntar cuál es «la» causa tal vez sea la forma equivocada de formular la pregunta, e incluso la pregunta equivocada misma. «¿Cuál es la causa de la tercera ola?», puede que sea una pregunta de la segunda ola.
Decir esto no es excluir la causación, sino reconocer su complejidad. Y tampoco sugiere una inevitabilidad histórica. La civilización de la segunda ola puede estar frustrada y sin viabilidad, pero eso no significa que la civilización de la tercera ola aquí presentada deba necesariamente tomar forma. Hay muchas fuerzas que podrían modificar radicalmente el resultado. Guerra, colapso económico, catástrofe ecológica acuden inmediatamente a la mente. Si bien nadie puede detener la más reciente ola histórica de cambio, la necesidad y el azar mantienen su actividad. Pero esto no significa que no podamos influir en su rumbo. Si lo que he dicho sobre la realimentación positiva es correcto, a menudo un pequeño «empujoncito» al sistema puede producir cambios a gran escala.
Las decisiones que tomamos hoy, como individuos, grupos o Gobiernos, pueden apartar, desviar o canalizar las aceleradas corrientes de cambio. Cada pueblo reaccionará de modo diferente a los desafíos planteados por la superlucha que lanza a los defensores de la segunda ola contra los de la tercera. Los rusos reaccionarán de una manera. Los americanos, de otra. Japoneses, alemanes, franceses o noruegos, de otras formas distintas aún, y es probable que los países se vayan haciendo más diferentes unos de otros, en lugar de más parecidos.
Otro tanto ocurre dentro de los países. Pequeños cambios pueden originar grandes consecuencias… en corporaciones, escuelas, iglesias, hospitales y barrios. Y ello porque, pese a todo, la gente —incluso los individuos— todavía cuenta.
Esto es especialmente cierto porque los cambios que han de producirse en el futuro son consecuencias de conflicto, no de la progresión automática. Así, en cada una de las naciones tecnológicamente avanzadas, las regiones atrasadas pugnan por completar su industrialización. Intentan proteger sus fábricas de la segunda ola y los puestos de trabajo basados en ellas. Esto las sitúa en conflicto frontal con regiones que están ya muy adelantadas en la construcción de la base tecnológica para las operaciones de la tercera ola. Esas batallas desgarran la sociedad, pero suministran también muchas oportunidades para una efectiva acción social y política.
La superlucha que ahora se está librando en todas las comunidades entre la gente de la segunda ola y la gente de la tercera, no significa que pierdan su importancia otras luchas. Conflicto de clases, conflicto racial, el conflicto de los jóvenes y los viejos contra lo que yo he llamado en otra parte «el imperialismo de las personas de mediana edad», el conflicto entre regiones, sexos y religiones… todo eso continúa. Algunos se agudizarán. Pero todos ellos están moldeados por la superlucha y subordinados a ella. Es la superlucha lo que más fundamentalmente determina el futuro.
Entretanto, dos cosas atraviesan todo mientras retumba en nuestros oídos la tercera ola. Una es el cambio hacia un nivel más alto de diversidad en la sociedad, la desmasificación de la sociedad de masas. La segunda es la aceleración, el ritmo más rápido a que se produce el cambio histórico. Las dos juntas ejercen una tremenda presión sobre los individuos y las instituciones por igual, intensificando la superlucha que ruge a nuestro alrededor.
Acostumbrados a enfrentarse a una diversidad escasa y a un cambio lento, individuos e instituciones se encuentran de pronto tratando de habérselas con gran diversidad y cambios rápidos. Las presiones superpuestas y entrecruzadas amenazan desbordar su competencia de decisión. El resultado es el shock del futuro.
Sólo nos queda una opción. Debemos estar dispuestos a remoldearnos a nosotros mismos y a nuestras instituciones para enfrentarnos a las nuevas realidades.
Pues ése es el precio del ingreso en un futuro viable y decentemente humano. Mas para realizar los cambios necesarios debemos dirigir una mirada totalmente nueva e imaginativa a dos cuestiones candentes. Ambas son cruciales para nuestra supervivencia y, sin embargo, casi completamente ignoradas en la discusión pública: el futuro de la personalidad y la política del futuro.
Y a ello vamos ahora…