Un día, no hace mucho, conduje un coche alquilado desde las nevadas cumbres de las montañas Rocosas, a lo largo de tortuosas carreteras y, luego, por las altiplanicies, hasta llegar en mi descenso a las faldas orientales de la majestuosa cordillera. Allí, en Colorado Springs, bajo un brillante cielo, me dirigí a un alargado y bajo complejo de edificios acurrucado a lo largo de la carretera, empequeñecido por las cumbres que se alzaban tras de mí.
Al entrar en el edificio volví a recordar las fábricas en que había trabajado en otro tiempo, con todo su estruendo, su suciedad, su humo y su contenida ira. Durante años, desde que abandonamos nuestros oficios manuales, mi mujer y yo hemos sido «voyeurs de fábricas». En todos nuestros viajes alrededor del mundo, en vez de recorrer catedrales ruinosas y lugares turísticos, nos hemos dedicado a ver cómo trabaja la gente. Pues nada nos informa mejor de su cultura. Y ahora, en Colorado Springs, me encontraba de nuevo visitando una fábrica. Me habían dicho que figuraba entre las instalaciones fabriles más avanzadas del mundo.
Pronto quedó claro por qué. Pues en instalaciones como ésta, uno contempla la tecnología más moderna, los sistemas de información más avanzados… y los efectos prácticos de su convergencia.
Esta fábrica de Hewlett-Packard produce aparatos electrónicos por valor de cien millones de dólares al año… tubos de rayos catódicos para su utilización en monitores de televisión y equipos médicos, osciloscopios, «analizadores lógicos» para análisis y aparatos más arcanos aún. De las 1.700 personas empleadas aquí, el 40% son ingenieros, programadores, técnicos, personal administrativo o directivo. Trabajan en un enorme espacio abierto de elevado techo. Una pared es una gigantesca ventana que enmarca una impresionante vista de Pikes Peak. Las otras paredes están pintadas en brillantes colores amarillo y blanco. Los suelos, de vinilo de colores claros, relucen con una limpieza de hospital.
Los trabajadores de HP, desde empleados administrativos hasta especialistas en computadores, desde el director de la fábrica hasta montadores e inspectores, no se hallan separados especialmente, sino que trabajan juntos en naves abiertas. En vez de gritarse unos a otros por encima del estruendo de las máquinas, hablan en tono normal de conversación. Como todo el mundo lleva ropas normales de calle, no existen distinciones visibles de categoría ni trabajo. Los empleados de producción se sientan en sus propios bancos o pupitres; muchos de éstos están decorados con hiedra, flores y otras plantas, de tal modo que, desde determinados ángulos, se tiene la fugaz ilusión de estar en un jardín.
Al recorrer estas instalaciones, pensé en lo conmovedor que resultaría si, por arte de magia, pudiera sacar de la fundición y de la cadena de montaje, del estruendo, la suciedad, el duro trabajo manual y la disciplina rígidamente autoritaria que lo acompaña, a algunos de mis viejos compañeros y transplantarlos a este ambiente laboral de nuevo estilo.
Maravillados, contemplarían lo que veían. Dudo mucho que HP sea un paraíso del trabajador, y mis amigos no se dejarían engañar con facilidad. Pedirían conocer, con todo detalle, las tablas de salarios, los beneficios marginales, los procedimientos de reclamación, si es que existen. Preguntarían si los exóticos y nuevos materiales que se manipulan en esta fábrica son realmente seguros o si existen peligros ambientales para la salud. Supondrían, con razón, que, incluso bajo las relaciones aparentemente carentes de formalismos, unas personas dan órdenes y otras las reciben.
Sin embargo, los astutos ojos de mis viejos amigos percibirían muchas cosas nuevas y profundamente distintas de las fábricas clásicas que ellos conocían. Advertirían, por ejemplo, que los empleados de la HP, en vez de llegar todos al mismo tiempo, fichar y precipitarse a sus puestos de trabajo, pueden, dentro de ciertos límites, elegir sus propias horas de trabajo individuales. En vez de hallarse obligados a permanecer en un lugar concreto de trabajo, pueden moverse a su antojo. Mis viejos amigos se maravillarían de la libertad de que disfrutan los empleados de la HP, también dentro de ciertos límites, para fijar su propio ritmo de trabajo. Para hablar con los ingenieros o directivos sin preocuparse por el rango ni la jerarquía. Para vestir como se les antoje. Para ser individuos, en suma. La verdad es que yo creo que a mis viejos compañeros, con sus pesados zapatones claveteados, sucios monos y gorras de obrero, les resultaría difícil considerar el lugar como una fábrica.
Y si consideramos la fábrica como la sede de la producción en serie, tendrían razón. Pues estas instalaciones no se dedican a la producción en serie. Hemos avanzado más allá de la producción en serie.
Es ya de conocimiento común que el porcentaje de trabajadores empleados en las naciones “avanzadas” en procesos de fabricación ha descendido durante los últimos veinte años. (Actualmente, en los Estados Unidos sólo el 9% de la población total -veinte millones de trabajadores- fabrica objetos para unos 220 millones de personas. Los 65 millones de trabajadores restantes suministran servicios y manipulan símbolos.) Y al irse acelerando esta reducción de la fabricación en el mundo industrial, se ha ido exportando cada vez más fabricación rutinaria a los llamados países en vías de desarrollo, desde Argelia hasta México y Tailandia. Como herrumbrosos automóviles usados, las industrias más atrasadas van siendo desplazadas de las naciones ricas a las pobres.
Por razones estratégicas, además de económicas, las naciones ricas no pueden permitirse el lujo de renunciar por completo a la fabricación, y no se convertirán en ejemplos de “sociedades de servicios” o “economías de información”. La imagen del mundo rico viviendo de una producción no material mientras el resto del mundo se dedica a la obtención de bienes materiales, adolece de excesiva simplificación. En lugar de ello, veremos que las naciones ricas continúan fabricando artículos clave… pero necesitando menos trabajadores para ello. Pues estamos transformando la forma misma en que se fabrican los bienes.
La esencia de la fabricación de la segunda ola era la larga “serie” de millones de productos uniformizados idénticos. Por el contrario, la esencia de la fabricación de la tercera ola es la corta serie de productos parcial o totalmente personalizados.
El público tiende todavía a pensar en la fabricación en términos de largas series de producción, y, desde luego, seguimos produciendo cigarrillos a miles de millones, tejidos a millones de metros, bombillas, fósforos, ladrillos o bujías en cantidades astronómicas. Y no hay duda de que continuaremos haciéndolo durante algún tiempo. Pero éstos son productos precisamente de las industrias más atrasadas, no de las más avanzadas, y en la actualidad constituyen sólo aproximadamente el 5% de todos nuestros artículos fabricados.
Un analista de Critique, publicación de estudios soviéticos, hace notar que mientras “los países menos desarrollados -[los que] tienen un PNB de entre 1.000 y 2.000 dólares americanos per capita al año- se concentran en la fabricación masiva de productos”, los “países más desarrollados… se concentran en la exportación de productos fabricados en series cortas que dependen de una mano de obra muy especializada… y de costes de investigación elevados: computadores, maquinaria especializada, aviones, sistemas de producción automatizada, pinturas de alta tecnología, productos farmacéuticos, polímeros y plásticos de alta tecnología”.
En Japón, Alemania Occidental, Estados Unidos e incluso en la Unión Soviética, encontramos muy desarrollada la tendencia a la desmasificación en campos tales como la fabricación eléctrica, productos químicos, técnica aerospacial, electrónica, vehículos especializados, comunicaciones y otros semejantes. En la superavanzada planta de la Western Electric, en la parte norte de Illinois, por ejemplo, los obreros hacen más de cuatrocientos “bloques de circuitos” diferentes en series que van desde un máximo de dos mil al mes, hasta sólo dos al mes. En Hewlett-Packard, en Colorado Springs, son comunes series de producción tan pequeñas como cincuenta o cien unidades.
En IBM, Polaroid, McDonnell Douglas, Westinghouse y General Electric, en los Estados Unidos; en Plessey e ITT, en Gran Bretaña; en Siemens, en Alemania, o Ericsson, en Suecia, se advierte el mismo desplazamiento hacia productos individualizados y de series cortas. En Noruega, el Grupo Aker, que en otro tiempo corría con el 45% de la construcción naval de ese país, ha cambiado a la fabricación de equipos petrolíferos de alta mar. El resultado: un desplazamiento de la “producción en serie” de barcos a productos navales “a medida”.
Mientras tanto, en el campo de la química, según el ejecutivo R. E. Lee, Exxon está “pasando a series cortas de productos fabricados… polipropileno y polietileno en plásticos tratados por extrusión para tuberías, revestimientos, etc. En Paramins estamos haciendo cada vez más trabajos sobre pedido individual”. Algunas de las series de producción son tan pequeñas -añade Lee-, que “las llamamos series de “leche de ratón”.
En el terreno de la producción militar, la mayoría de la gente sigue pensando en términos de cantidades masivas, pero la realidad es otra. Pensamos en millones de uniformes, cascos y rifles idénticos. De hecho, el grueso de lo que una moderna organización militar necesita no es en absoluto producido en masa. Se pueden fabricar cazas a reacción en series tan pequeñas como diez o quince a la vez. Cada uno de ellos puede ser ligeramente diferente, según su finalidad y el servicio a que van destinados. Y con pedidos tan pequeños, muchos de los componentes que intervienen en los aviones suelen ser producidos también en series cortas.
Así, un esclarecedor análisis de los gastos del Pentágono en relación con los productos finales adquiridos llegó a la conclusión de que de los 9.100 millones de dólares gastados en artículos cuyo número de unidades era identificable, el 78% (7.100 millones de dólares) se destinaba a artículos producidos en lotes de menos de cien unidades.
Incluso en campos en los que los componentes son todavía producidos en cantidades muy grandes -y en algunas industrias altamente avanzadas, éste sigue siendo el caso-, los componentes se configuran de ordinario de modo que formen muchos y diferentes productos finales, cada uno de los cuales es, a su vez, producido en series cortas.
Basta contemplar los vehículos, increíblemente diversos, que surcan la autopista de Arizona para advertir cómo se ha fragmentado en segmentos el otrora relativamente uniforme mercado del automóvil, obligando incluso a esos tiranosaurios tecnológicos, los fabricantes de automóviles, a retornar a regañadientes a una parcial individualización. Los fabricantes de coches de Europa, Estados Unidos y Japón, fabrican ahora en masa componentes y piezas, que Juego combinan de mil maneras distintas.
A otro nivel, volvamos la vista hacia la humilde camiseta. Las camisetas se fabrican en serie. Pero nuevas y baratas prensas de fijación indeleble hacen rentable imprimir dibujos o eslóganes en tiradas muy pequeñas. El resultado es un extraordinario florecimiento de camisetas que identifican a quien las lleva tomo un admirador de Beethoven, un bebedor de cerveza o una estrella pornográfica. Automóviles, camisetas y muchos otros productos representan un estadio intermedio entre la fabricación masificada y la desmasificada.
El siguiente paso es, naturalmente, la completa individualización, la fabricación de productos singulares. Y ésta es, a todas luces, la dirección que estamos siguiendo: productos diseñados para usuarios individuales. Según Robert H. Anderson, jefe del Departamento de Servicios de información de la Rand Corporation y experto en fabricación avanzada: “En un próximo futuro, producir algo individualmente no será más difícil… de lo que es hoy producirlo en serie… Hemos superado el estadio de modularización, en que se fabrican gran número de módulos y luego se ensamblan… y estamos llegando al estadio de producción en base al pedido individual. Como los trajes.”
Este desplazamiento a la individualización encuentra quizá su mejor simbolización en el cañón de rayos láser basado en un computador que hace unos años fue introducido en la industria del vestido. Antes de que la segunda ola trajese la producción en serie, si un hombre quería un traje acudía a un sastre o una modista, o se lo cosía su mujer. En cualquier caso, se hacía sobre una base artesanal, a su medida individual. Toda confección era esencialmente a la medida.
Tras la llegada de la segunda ola empezamos a fabricar ropas idénticas sobre una base de producción en serie. Conforme a este sistema, el trabajador colocaba una pieza de tela encima de otra; trazaba un patrón en la superior; luego, con una cortadora eléctrica, seguía el contorno del patrón y producía piezas múltiples e idénticas. Estas eran luego sometidas a una manipulación idéntica, y se obtenían prendas idénticas en forma, tamaño, color, etc.
La nueva máquina de rayos láser funciona sobre un principio radicalmente distinto. No corta diez, cincuenta, cien ni quinientas chaquetas a la vez. Corta una sola. Pero lo hace con más rapidez y menos costo que los métodos de producción en serie empleados hasta ahora. Reduce desechos y elimina la necesidad de inventario. Por estas razones, según el presidente de Genesco -una de las mayores empresas de confección de los Estados Unidos-, “las máquinas de rayos láser pueden ser programadas para servir económicamente el pedido de una sola prenda”. Lo cual sugiere que algún día pueden incluso desaparecer las tallas standard. Puede llegar la posibilidad de leer las propias medidas por teléfono, o enfocarse uno mismo una cámara de video, introduciendo así directamente los datos en un computador, el cual, a su vez, instruirá a la máquina para que produzca una sola prenda, cortada exactamente conforme a las dimensiones personales e individualizadas del cliente.
En efecto, lo que estamos presenciando es la confección a medida sobre una base de alta tecnología. Es la reinstauración de un sistema de producción que floreció antes de la revolución industrial, pero construido ahora sobre la base de la tecnología más avanzada y sofisticada. Así como estamos desmasificando los medios de comunicación, estamos desmasificando también la fabricación.