En una época en que los terroristas practican juegos de muerte con rehenes; cuando las monedas se desploman entre rumores de una Tercera Guerra Mundial, arden las Embajadas y tropas de asalto bollan el suelo de numerosos países, nosotros contemplamos, horrorizados, los titulares de los periódicos. El precio del oro —ese sensible barómetro del miedo— bate todos los récords. Tiemblan los Bancos. La inflación se dispara, incontrolada. Y los Gobiernos del mundo quedan reducidos a la parálisis o la imbecilidad.
Ante todo esto, un apiñado coro de Casandras llena el aire con sus agoreros cantos. El proverbial hombre de la calle dice que el mundo «se ha vuelto loco», mientras que el experto señala todas las direcciones que conducen a la catástrofe.
Este libro presenta una perspectiva completamente distinta.
Sostiene que el mundo no se ha extraviado en la insania y que, de hecho, bajo el tumulto y el estrépito de acontecimientos aparentemente desprovistos de sentido, yace una sorprendente pauta, potencialmente llena de esperanza. Este libro versa sobre esa pauta y esa esperanza.
La tercera ola es para los que creen que la historia humana, lejos de concluir, no ha hecho sino empezar.
Una poderosa marea se está alzando hoy sobre gran parte del mundo, creando un nuevo, y a menudo extraño, entorno en el que trabajar, jugar, casarse, criar hijos o retirarse. En ese desconcertante contexto, los hombres de negocios nadan contra corrientes económicas sumamente erráticas; los políticos ven violentamente zarandeadas sus posiciones; Universidades, hospitales y otras instituciones luchan desesperadamente contra la inflación. Los sistemas de valores se resquebrajan y hunden, mientras los salvavidas de la familia, la Iglesia y el Estado, cabecean a impulsos de tremendas sacudidas.
Al contemplar estos violentos cambios, podemos considerarlos como pruebas aisladas de inestabilidad, derrumbamiento y desastre. Pero si retrocedemos un poco para disponer de mayor perspectiva, acaban evidenciándose varias cosas que, de otro modo, pasan inadvertidas.
En primer lugar, muchos de los cambios actuales no son independientes entre sí. No son fruto del azar. Por ejemplo, la quiebra de la familia nuclear, la crisis mundial de la energía, la difusión de cultos y de la televisión por cable, el incremento del horario flexible y los nuevos conjuntos de beneficios marginales, la aparición de movimientos separatistas desde Quebec hasta Córcega, tal vez parezcan acontecimientos aislados. Sin embargo, lo cierto es lo contrario. Estos y muchos otros acontecimientos o tendencias aparentemente inconexos se hallan relacionados entre sí. Son panes de un fenómeno mucho más amplio: la muerte del industrialismo y el nacimiento de una nueva civilización.
Si los consideramos como cambios aislados y dejamos que se nos escape su más amplio significado, nos es imposible planear una respuesta coherente y eficaz a los mismos. Como individuos, nuestras decisiones personales carecen de objetivo o se hallan impregnadas de un carácter autoanulador. Como Gobiernos, vamos dando tumbos de crisis en crisis, avanzando a bandazos en el futuro, sin plan, sin esperanza, sin visión.
Al carecer de un sistema para comprender el choque de fuerzas que se produce en el mundo actual, somos como los tripulantes de un barco atrapado en una tempestad y tratando de navegar sin brújula ni mapa por entre peligrosos arrecifes. En una cultura de especialismos beligerantes, ahogada bajo fragmentados datos y sutiles análisis, la síntesis no es solamente útil, es crucial.
Por esta razón, La tercera ola es un libro de síntesis a gran escala. Describe la vieja civilización, en la que muchos de nosotros hemos crecido, y presenta una cuidada y vasta imagen de la nueva civilización que está haciendo irrupción entre nosotros.
Es tan profundamente revolucionaria esta nueva civilización, que constituye un reto a todo lo que hasta ahora dábamos por sentado. Las viejas formas de pensar, las viejas fórmulas, dogmas e ideologías, por estimadas o útiles que nos hayan sido en el pasado, no se adecuan ya a los hechos. El mundo que está rápidamente emergiendo del choque de nuevos valores y tecnologías, nuevas relaciones geopolíticas, nuevos estilos de vida y modos de comunicación, exige ideas y analogías, clasificaciones y conceptos completamente nuevos. No podemos encerrar el mundo embrionario de mañana en los cubículos convencionales de ayer. Y tampoco son apropiadas las actitudes o posturas ortodoxas.
Así, pues, a medida que la descripción de esta extraña nueva civilización vaya desplegándose en estas páginas, encontraremos razones para desafiar el elegante pesimismo que tanto predomina hoy. La desesperación —presentable y auto-complaciente— ha dominado la cultura durante una década o más. La tercera ola concluye que la desesperación no sólo es un pecado (como dijo creo que fue C. P. Snow), sino que, además, está injustificada.
No estoy bajo los efectos de ninguna ilusión como las que dominaban a Pollyana. No es preciso hoy en día insistir en los auténticos peligros a que nos enfrentamos —desde la aniquilación nuclear y el desastre ecológico, hasta el fanatismo racial o la violencia regional—. Yo mismo he escrito acerca de esos peligros en el pasado y, sin duda, volveré a hacerlo. Guerra, cataclismo económico, desastre tecnológico a gran escala… cualquiera de estas cosas podría alterar de forma catastrófica la historia futura.
Sin embargo, al explorar las numerosas nuevas relaciones que están surgiendo —entre cambiantes pautas de energía y nuevas formas de vida familiar, o entre avanzados métodos de fabricación y el movimiento de autoayuda, por mencionar sólo unas pocas—, descubrimos de pronto que muchas de las mismas condiciones que producen los más grandes peligros de hoy abren también la puerta a fascinantes potencialidades nuevas.
La tercera ola nos muestra esas nuevas potencialidades. Sostiene que, en medio de la ruina y la destrucción, podemos encontrar ahora sorprendentes pruebas de nacimiento y vida. Demuestra claramente, y creo indiscutiblemente, que —con inteligencia y un poco de suerte— puede lograrse que la civilización que está surgiendo sea más sana, razonable y defendible, más decente y más democrática que ninguna que hayamos conocido jamás.
Si el razonamiento central de este libro es correcto, existen poderosas razones para un optimismo a largo plazo, aunque, con toda probabilidad, los años de transición inmediatamente venideros hayan de ser tempestuosos y estar plagados de crisis.
Mientras trabajaba en La tercera ola durante los últimos años, los asistentes a mis conferencias me preguntaron repetidamente en qué se diferencia de mi anterior obra, El «shock» del futuro.
Autor y lector nunca ven exactamente las mismas cosas en un libro. Yo considero La tercera ola radicalmente distinta de El «shock» del futuro, tanto por la forma como por lo que constituye en cada caso el punto focal de atención. En primer lugar, abarca una extensión de tiempo mucho mayor… pasado, además de futuro. (El lector perceptivo advertirá que su estructura constituye un reflejo de su metáfora central, el entrechocar de las olas).
Sustantivamente, las diferencias son aún más acusadas. Aunque exigía la realización de ciertos cambios, El «shock» del futuro hacía hincapié en los costes personales y sociales del cambio. La tercera ola, aunque tomando nota de las dificultades de adaptación, hace hincapié en los costes, igualmente importantes, de no cambiar ciertas cosas con la suficiente rapidez.
Además, mientras que en el libro anterior hablaba de la «prematura llegada del futuro», no intentaba bosquejar en él la sociedad del mañana de ninguna forma comprensiva ni sistemática. El libro se centraba en los procesos del cambio, no en la dirección del cambio.
En este libro se invierte la perspectiva. Me concentro menos en la aceleración como tal, y más en los destinos hacia los que nos lleva el cambio. Así, pues, una obra fija preferentemente su atención en el proceso; la otra, en la estructura. Por estas razones, ambos libros están destinados a ensamblarse, no como causa y consecuencia, sino como partes complementarias de un todo mucho mayor. Cada uno es muy diferente. Pero cada uno arroja luz sobre el otro.
Al intentar una síntesis tan amplia, se ha hecho preciso simplificar, generalizar y comprimir. (En otro caso, habría sido imposible abarcar tanto campo en un solo volumen). Como consecuencia, algunos historiadores tal vez discrepen de la forma en que este libro divide la civilización en sólo tres partes, una fase agrícola de primera ola, una fase industrial de segunda ola y una fase de tercera ola, que ahora está empezando.
Es fácil señalar que la civilización agrícola estuvo compuesta por culturas completamente distintas y que el industrialismo ha pasado en realidad por muchas fases sucesivas de desarrollo. Sería posible, sin duda, dividir el pasado (y el futuro) en 12, o 38, o 157 partes. Pero al hacerlo, perderíamos de vista las divisiones importantes entre una maraña de subdivisiones. O necesitaríamos toda una biblioteca, en lugar de un solo libro, para abarcar el mismo terreno. Para nuestros efectos, las distinciones más sencillas son más útiles, aunque puedan ser más toscas.
La amplia extensión de este libro requería también la utilización de otros atajos. Así, ocasionalmente cosifico la propia civilización, afirmando que la civilización de la primera ola o de la segunda ola «hizo» esto o aquello. Naturalmente, sé, y saben también los lectores, que las civilizaciones no hacen nada; todo lo hacen los hombres. Pero atribuir de vez en cuando esto o aquello a una civilización, ahorra tiempo y aliento.
Similarmente, los lectores inteligentes comprenden que nadie —historiador o futurista, planificador, astrólogo o evangelizador— «conoce» ni puede «conocer» el futuro. Cuando digo que algo «sucederá», doy por supuesto que el lector aplicará el apropiado margen de incertidumbre. De haber obrado de otra manera, habría sobrecargado el libro con una ilegible e innecesaria jungla de reservas. Además, las predicciones sociales nunca son científicas ni se hallan exentas de subjetivismo, por muchos datos computadorizados que utilicen. La tercera ola no es una predicción objetiva y no pretende estar científicamente demostrada.
Sin embargo, decir esto no es sugerir que las ideas contenidas en este libro sean caprichosas o asistemáticas. En realidad, como no tardará en quedar de manifiesto, esta obra se basa en abundantes y sólidas pruebas y en lo que podría denominarse un modelo semisistemático de civilización y nuestras relaciones con él.
Describe la agonizante civilización industrial en términos de una «tecnosfera», una «sociosfera», una «infosfera» y una «energosfera»; y, seguidamente, expone la forma en que cada una de ellas está experimentando revolucionarios cambios en el mundo actual. Intenta mostrar las relaciones de estas partes entre sí, así como con la «biosfera» y la «psicosfera», esa estructura de relaciones psicológicas y personales a cuyo través los cambios operados en el mundo exterior afectan a nuestras vidas más privadas.
La tercera ola sostiene que una civilización hace uso también de ciertos procesos y principios y que desarrolla su propia «superideología» para explicar la realidad y para justificar su propia existencia.
Una vez que comprendemos la interrelación existente entre estas partes, procesos y principios, y cómo se transforman mutuamente, provocando poderosas corrientes de cambio, adquirimos una comprensión mucho más clara de la gigantesca ola de cambio que está golpeando actualmente nuestras vidas.
La gran metáfora de esta obra, como ya se habrá advertido, es la de olas de cambio que chocan entre sí. Esta imagen no es original. Norbert Elias, en su obra The Civilizing Process, se refiere a «una ola de progresiva integración a lo largo de varios siglos». En 1837, un escritor describía la colonización del Oeste norteamericano en términos de sucesivas «olas»… primero los pioneros, luego los granjeros, luego los intereses comerciales, la «tercera ola» de migración. En 1893, Frederick Jackson Turner citó y utilizó la misma analogía en su clásico ensayo The Significance of the Frontier in American History. Lo nuevo, por tanto, no es la metáfora de la ola, sino su aplicación al cambio que se está produciendo en la civilización actual.
Esta aplicación se revela sumamente fructífera. La idea de la ola no es sólo un instrumento para organizar grandes masas de muy diversa información. Nos ayuda también a penetrar bajo la embravecida superficie del cambio. Cuando aplicamos la metáfora de la ola, se vuelve claro mucho de lo que antes estaba confuso. Lo familiar aparece con frecuencia bajo una luz deslumbrantemente nueva.
Una vez que empecé a pensar en términos de olas de cambio que entrechocaban y se arremolinaban, provocando conflicto y tensión a nuestro alrededor, cambió mi percepción del cambio mismo. En todos los campos, desde la educación y la salud hasta la tecnología, desde la vida personal hasta la política, se hizo posible distinguir aquellas innovaciones que son meramente cosméticas, o simples extensiones del pasado industrial, de las que son verdaderamente revolucionarias.
Pero aun la metáfora más poderosa sólo es capaz de transmitir una verdad parcial. Ninguna metáfora cuenta toda la historia desde todos los lados, y, por ello, ninguna visión del presente, y mucho menos del futuro, puede ser completa o definitiva. Cuando yo era marxista, hacia mis veinte años —no hace más de un cuarto de siglo—, creía, como muchos jóvenes, tener todas las respuestas. Pronto supe que mis «respuestas» eran parciales, unilaterales y anticuadas. Más concretamente, llegué a comprender que la pregunta correcta suele ser más importante que la respuesta correcta a la pregunta equivocada.
Albergo la esperanza de que La tercera, ola, al mismo tiempo que suministre respuestas, plantee también muchas preguntas nuevas.
La comprensión de que ningún conocimiento puede ser completo y ninguna metáfora perfecta es por sí misma humanizadora. Contrarresta el fanatismo. Concede incluso a los adversarios la posibilidad de verdad parcial, y a uno mismo, la posibilidad de error. Esta posibilidad se halla especialmente presente en las síntesis a gran escala. Sin embargo, como ha escrito el crítico George Steiner, «formular preguntas más amplias es arriesgarse a obtener respuestas equivocadas. No formularlas en absoluto, es constreñir la vida del conocimiento».
En una época de explosivos cambios —en que las vidas personales se ven desgarradas, el orden social existente se desmorona y una nueva y fantástica forma de vida comienza a asomar por el horizonte—, formular las más amplias preguntas acerca de nuestro futuro no es una simple cuestión de curiosidad intelectual. Es una cuestión de supervivencia.
Lo sepamos o no, la mayoría de nosotros estamos ya empeñados en resistir —o en crear— a la nueva civilización. La tercera, ola, nos ayudará, espero, a cada uno de nosotros, a elegir.