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EPÍLOGO PARA ESCÉPTICOS

Tal vez algún amable lector piense después de leer esto que la orientación que indico aquí es algo quimérico, imposible, totalmente fuera de la realidad y que no lleva a ningún sitio… Puede pensar que plantear el objetivo tal y como hemos hecho aquí es utópico y ver esto como algo negativo. Sin embargo, me permito contra-argumentar que el objetivo propuesto es al menos tan utópico como perseguir el crecimiento económico. ¿Acaso no es esto también una utopía? Crecer sin fin, ¿no es algo que podemos clasificar como irrealizable? Al final, ambas cosas son perseguir una meta inalcanzable, ya sea esta positiva o negativa[16]. Necesitamos de horizontes para seguir una dirección, si no, podemos desorientarnos o andar dando tumbos. Tan realista o quimérico es pretender un crecimiento económico ilimitado como caminar tras el objetivo de desarrollo que aquí planteo.

No es este el único argumento que un escéptico puede contraponer a lo expuesto en el libro. Alguna de las personas que me ayudaron leyendo los capítulos mientras los iba escribiendo me decían que todo era muy bonito, pero que la realidad es distinta. Que cambiar de objetivo no sería posible dada la realidad en la que nos encontramos. Por eso no me resisto a incluir esta nota para que reflexionemos sobre cómo esto no es una opción irreal, sino una alternativa factible y perfectamente viable. Existen ya grupos, empresas, intermediarios financieros, personas que están trabajando con estos criterios. El reto no está, pues, en comenzar desde cero, en dirigirnos hacia algo que no sabemos cómo funcionará porque nunca se ha experimentado, sino en lograr que las realidades que ya existen dejen de ser una excepción heroica para convertirse en la corriente principal de nuestra manera de trabajar. No es un camino fácil, ya lo hemos dicho, pero vale la pena.

Voy a aportar algunos ejemplos, comenzando con lo más cercano y familiar, ya que en todos los grupos humanos en los que nos movemos —familia, trabajo, sociedad, etc.— existen escalas de excelencia en la libertad para amar. Desde aquellos grupos que potencian la humanidad de sus miembros y sacan lo mejor de ellos a otros en los que sucede lo contrario y participar en ellos supone un problema para la vida de aquellos que lo hacen. Lo mismo que existen personas con las que da gusto estar y que refuerzan todo lo positivo que uno tiene, existen grupos en los que sucede esto. Al igual que existen personas que tienen una especial habilidad para sacar lo peor de aquellos con los que se encuentran y con las que es difícil convivir, también hay grupos que resultan negativos para aquellos que forman parte de ellos. Lo mismo sucede con las familias, todos hemos conocido alguna familia con la que siempre nos hemos sentido bien, con la que da gusto estar en su casa, en la que todo es fácil y te integras sin problemas. También hemos conocido el ejemplo contrario. Esa familia donde siempre se respira tensión, donde algo no funciona como es debido, donde no te sientes a gusto…

Colectivos potenciadores y castradores

A lo largo de los años he tenido la suerte de poder pasar algunas semanas por la comunidad ecuménica de Taizé, en la Borgoña francesa. Creo que casi todos los que hemos ido periódicamente a compartir nuestro tiempo en este lugar y muchos de los que solamente lo han hecho en alguna ocasión concreta coincidimos en la importancia que ha tenido para nosotros nuestra estancia allí, o al menos en lo bien que lo pasamos en ese lugar. Quiero resaltar algo de lo que me di cuenta a través de otros. Un grupo de jóvenes de una de las parroquias con las que tenía contacto hizo un viaje a Taizé y a la vuelta me encontré con ellos. Comentando su experiencia me decían que se habían quedado sorprendidos cuando, al ponerse a montar sus tiendas, comenzaron a llegar jóvenes de otros países a los que no conocían de nada y se prestaban a ayudarles. Al principio no sabían por qué lo hacían, en su pueblo nadie se hubiese comportado así, cada uno hubiese ido a lo suyo. Después de unos días inmersos en ese ambiente, también ellos ofrecían su ayuda desinteresada a los demás, no había más que dejarse llevar y acababan haciendo el bien. Es lo que un buen amigo mío describe como «estar blandito». En Taizé te pones blandito, tu sensibilidad se incrementa, estás más receptivo y abierto al amor, a portarte bien con el otro, a ser sensible a sus penas y alegrías…

El ejemplo contrario lo tenemos en lo que sucede cuando estamos bajo un régimen policial o dictatorial. Estos no solamente limitan tu capacidad de movimientos y de hacer el bien a los demás, sino que con frecuencia te obligan a mentir, a realizar acciones que nunca habrías hecho en circunstancias normales. Los testimonios de cómo, para sobrevivir en los campos de concentración, era necesario obrar mal son muy representativos. Tal vez me he ido al extremo, pero cualquier sociedad en guerra, inmersa en el caos, que sufre una dictadura o una fuerte falta de libertades, empuja a sus miembros a actuar de modo diferente al que lo harían sin estos condicionantes. Si se quiere sobrevivir en ellas, con frecuencia uno se ve obligado a hacer el mal para conseguirlo. Es el modelo contrario al anterior. Si te dejas llevar, acabas haciendo el mal.

La labor de las Administraciones públicas

En el ámbito público también podemos encontrar estas diferencias. La organización política de un Estado puede promover una sociedad libre y democrática en la que la estructura política no impide ni dificulta los comportamientos positivos de sus ciudadanos, en la que la libertad sea elevada y la capacidad para tomar decisiones volcadas hacia los demás sea grande. También puede suceder lo contrario, naciones en las que un sistema político dictatorial, una corrupción generalizada, una falta de libertad para disentir del poder o cualquier otra muestra de represión lleva a que sus ciudadanos no tengan facilidades para tomar decisiones que promuevan la compasión o la justicia.

Cuando traducimos esto a la escala en la que nos hemos movido en este libro, podemos encontrar Administraciones públicas que ya están poniendo en práctica algunas de las recomendaciones que he indicado en este texto. Esto se ve especialmente en el nivel local. Poblaciones que ya han decidido que su objetivo no es el crecimiento por el crecimiento, por ello su endeudamiento no es elevado, viven con lo que tienen y no de lo que piden prestado, intentan mejorar los entornos en los que se mueven no solo a través de infraestructuras y obras, sino también a través de la mejora de su entorno humano, facilitando la participación de los vecinos en las decisiones municipales y potenciando los lugares de encuentro. Existen movimientos que favorecen esta manera de actuar y Administraciones públicas que se adhieren a ellos con este objetivo.

Las empresas

Aunque algunos piensan que en el mundo empresarial es más difícil encontrar ejemplos de compañías que tienen otros criterios para dirigir sus negocios, no creo que sea así. Existen muchas empresas que no tienen como único norte la maximización de beneficios. Suelen ser, eso sí, empresas pequeñas o medianas, la mayoría con una estructura de propiedad familiar, que se mantienen durante muchos años con unas prioridades diferentes. Su objetivo es habitualmente ganarse la vida a través de una actividad empresarial. El mantenimiento de la actividad suele estar por encima de la consecución de beneficios. Por ello, cuando hay problemas, no se dedican a prescindir de sus trabajadores sin más, sino que hacen esfuerzos encomiables por mantenerlos. Conozco empresarios que se quedan meses sin cobrar o cobrando menos para poder pagar a sus trabajadores y mantener la empresa en funcionamiento. En estas compañías, el trabajador no es un número, sino alguien que cuenta, al que se tiene aprecio, con el que se colabora, a quien se le da importancia. Por comportarse así, estas empresas no quiebran o tienen que cerrar en un entorno tan competitivo como el nuestro. Tener esta manera de actuar no tiene por qué lastrar su capacidad para dar un buen servicio a sus clientes, todo lo contrario. Muchas de ellas tienen una sensibilidad especial a la hora de conciliar los horarios laborales con los familiares, y hasta son capaces, con mayor facilidad, de hacer que los empleados disfruten de parte de los beneficios generados cuando las cosas van muy bien. Tal vez no sean las empresas que más se ven o las que tienen más prestigio, pero seguramente el mercado no funcionaría sin esta clase de compañías.

Las entidades financieras

En un curso al que asistí hace poco se preguntó por una pequeña caja de ahorros de la Comunidad Valenciana que no se ha visto inmersa en ninguno de los procesos de fusión que se han dado en estos últimos años. El ponente explicó cómo esta caja había trabajado durante los años de bonanza como lo había hecho durante los anteriores: prestando solo el dinero que tenían los ahorradores en sus depósitos, y haciéndolo a personas, empresas u otras entidades que conocía y que le daban la suficiente confianza. Eso le había impedido crecer demasiado y su tamaño era muy reducido, pero al mismo tiempo le había permitido que en los momentos malos no tuviera demasiados impagos ni demasiadas deudas con terceros. Por lo tanto, el Banco de España no le podía obligar a fusionarse y conservaba su independencia, su forma jurídica de fundación, su negocio, sus trabajadores y sus sucursales…

Este es solo un ejemplo, pero no el único, hay otras cajas de ahorro, cooperativas de crédito y bancos que han seguido este camino y tienen esa independencia y esa libertad —además de unos buenos resultados— que ya desearían otras entidades financieras. Además, en estos últimos años se ha introducido en nuestro país lo que se denomina «banca ética». Estas entidades añaden a la prudencia financiera a la que hemos hecho alusión la transparencia en su política de financiación. La renuncia explícita a la utilización de muchos de los elementos sofisticados que ofrecen los mercados financieros se une al compromiso de que los ahorradores conozcan adónde se dirigen sus dineros y quiénes son financiados con ellos. Estas entidades financieras solamente crecen a través de emisiones de bonos que suelen colocar entre sus clientes, lo que les permite un contacto directo con sus acreedores/clientes, mantener su independencia y asegurarse ante posibles vaivenes del mercado. Volvemos a encontrarnos con entidades minoritarias que intentan seguir unas líneas diferentes a las predominantes sin comprometer con ello su continuidad en el mercado, sino todo lo contrario.

La perfección no existe, pero podemos avanzar hacia ella

Existen, pues, colectivos que potencian a sus miembros y a quienes con ellos se relacionan. Existen agentes económicos que ya están trabajando de otra manera y que, con unas elevadas dosis de coraje moral, aplican unos criterios y unos valores a su actuación que no siguen la línea predominante. No he querido dar nombres de los ejemplos en los que he estado pensando cuando he escrito estas líneas, creo que no es el sitio adecuado para hacerlo, pero cualquier lector interesado podrá encontrar fácilmente ejemplos de ello y poner nombre a estos ejemplos. La propuesta que hago en este libro no es quimérica, es real, es algo de lo que ya podemos encontrar ejemplos a nuestro alrededor día tras día. Tal vez no sean los que salen en los medios de comunicación, pero existen. Nuestro reto es lograr que lo que se da a pequeña escala pase a ser la opción mayoritaria, la que da prestigio, por la que medimos los resultados de la acción pública y privada. No se trata, pues, de proponer algo que no sabemos si se puede realizar, sino de elevar lo excepcional y lo valiente a la categoría de lo habitual y lo fácil, de modificar unos objetivos que no están dando los resultados deseados por otros que sí los logran.

Evidentemente no podremos nunca alcanzar la perfección. Esto es imposible. Pero sí podremos mejorar y avanzar. El proyecto de desarrollo que he expuesto aquí es un camino a seguir, una dirección segura que puede hacerse realidad como cualquier otra opción. Solamente tenemos que proponérnoslo y buscar cuáles son las acciones más adecuadas para avanzar sin perder el rumbo. Sabemos que es posible, aunque también que es difícil, pero no podemos refugiarnos en la comodidad de un escepticismo que no es más que una excusa para justificar el inmovilismo.