El libro que el lector tiene en sus manos puede considerarse una continuación de mi anterior obra, Por una economía altruista. Apuntes cristianos de comportamiento económico (Madrid, 2010). En todas las charlas que he impartido en estos últimos dos años a propósito de este tema surgía inevitablemente una pregunta: «Si la mayoría de las personas practicasen en su día a día un comportamiento económico altruista, ¿no sería esto negativo para el crecimiento económico de nuestras sociedades?». Aquellos que me preguntaban sobre este tema se daban cuenta de la dimensión subversiva de la economía altruista. Es decir, cómo un comportamiento individual generalizado puede echar abajo la organización económica predominante en estos momentos.
Para contestar a esta cuestión, además de decir que sí, que tenían razón, que un comportamiento económico altruista no favorece el crecimiento económico, tenía que cuestionar si el crecimiento económico es un buen objetivo para nuestras sociedades, si no caben otras posibilidades que puedan ser mejores, si no estamos persiguiendo una quimera que nos exige demasiados peajes… Por ello prometí a muchas de aquellas personas y a mí mismo que escribiría un libro tratando el tema de cómo traducir los postulados de la economía altruista a la organización económica de la sociedad y a la gestión de agentes como las empresas, las instituciones públicas o las compañías financieras. Quería dar un paso más para hablar sobre las grandes instituciones y su manera de actuar, sobre cómo se necesitaría que ellas actuasen para que las acciones de familias, empresas, Estado y entidades financieras avanzasen en la misma dirección.
Resultará evidente para cualquier lector que el libro prometido es el que tiene entre manos. No he insistido en el título en la denominación de economía altruista ni tampoco en el interior: no quiero cansar con este término, aunque todo lo que describe el libro se basa en esta concepción económica. He utilizado, sin embargo, un concepto que ha hecho fortuna durante estos últimos tiempos y que creo que tiene mucho que aportar: el decrecimiento. Aplicar los postulados de la economía altruista a la organización económica de nuestra sociedad nos exige buscar una dirección hacia la que dirigir nuestros pasos diferente de la predominante, esto es, del crecimiento económico. Sin embargo, la respuesta no puede ser el decrecimiento sin más, no podemos sustituir crecimiento por decrecimiento, hay que ir «más allá», hay que ver el decrecimiento como un medio y no como un fin en sí mismo.
Para conseguirlo, planteo en los dos primeros capítulos una discusión sobre la idea de progreso y cómo debe medirse este. ¿Por qué? Porque si preguntásemos a la población sobre si prefieren una sociedad que progrese u otra que no lo haga, seguramente todos optarían por la primera. Pero ¿qué quiere decir progresar? ¿Por qué todos queremos hacerlo? Quien siga leyendo podrá ver cuál es la idea predominante de progreso en la actualidad y cómo la medimos, así como propuestas alternativas. A partir de las enseñanzas sociales de la Iglesia analizo la idea de progreso que tiene la sabiduría cristiana y cómo podría medirse esta.
En los siguientes tres capítulos indico caminos a través de los cuales las Administraciones públicas, las empresas y las entidades financieras podrían actuar para lograr un progreso real de la sociedad y de todos sus componentes (no incluyo a las familias, porque eso ya lo hice en el libro Por una economía altruista). El libro acaba con un capítulo de conclusiones y un epílogo para escépticos, destinado en especial a aquellos que siempre piensan que cualquier idea que se sale de la corriente principal de pensamiento es irrealizable. No planteo aquí caminos irrealizables o ideas peregrinas, sino sendas que pueden ser transitadas y que ya están siendo experimentadas por empresas, instituciones públicas o intermediarios financieros valientes que se enfrentan a un ambiente hostil.
Aunque sea continuación del libro anterior, no es necesario haber leído aquel para poder comprender bien este. Se trata de dos textos relacionados, pero totalmente independientes entre sí que se pueden leer por separado. Las opciones estilísticas que he tomado en ambos libros son similares, salvo en la cuestión de la estructura interna de los capítulos. Tal y como sucedía en Por una economía altruista, el lector no va a encontrar aquí un texto de estructura académica que solamente pueda ser comprendido por aquellos que ya tienen unos conocimientos previos de economía. He optado por que pueda ser leído y comprendido por cualquier persona joven o adulta sin necesidad de que tenga conocimientos económicos previos. Pretendo que no solamente sea un libro de donde extraer conocimientos o ideas útiles para comprender mejor el entorno económico en el que nos movemos y discernir cuáles son las sendas que nos llevan a transformarlo, sino que el lector se encuentre ante un texto entretenido y ameno, que lo lea con placer y de una manera fácil. Esto no quiere decir renunciar al rigor. Una explicación sencilla y comprensible de un concepto no implica falta de rigor. Es más, me atrevo a afirmar que, en el mundo universitario, exposiciones farragosas y aparentemente rigurosas que siguen unas líneas pautadas y formales previamente establecidas esconden en ocasiones un vacío de ideas nuevas o de contenidos significativos que debería hacernos pensar a todos. Por ello, rigor, fácil comprensión y entretenimiento son elementos que intento imprimir en los contenidos de este libro.
En segundo lugar, los senderos que transito para comprender los fenómenos económicos de nuestro tiempo y las sugerencias de comportamiento que hago para orientar la actuación de los agentes públicos y privados están basados en la sabiduría cristiana o, dicho de otra manera, en las enseñanzas sociales de la Iglesia. Los referentes que utilizo para iluminar e ilustrar los fenómenos económicos provienen de las fuentes de la tradición cristiana, de la Biblia, de las enseñanzas de los Padres de los primeros siglos (patrística), de la doctrina social de la Iglesia y de todas las enseñanzas morales cristianas de carácter social que han desarrollados los diversos especialistas en este campo a lo largo de la historia. Esto no significa que el libro solamente pueda ser interesante para aquellos que son cristianos. Tal y como sucedía con Por una economía altruista, cualquier persona que no comparta la fe cristiana puede encontrar pautas que le ayuden a posicionarse ante los hechos económicos de nuestro tiempo. Por establecer una analogía, sería como interesarse por un libro que explicase la posición del budismo zen ante la sociedad. No necesitamos ser budistas ni comulgar con sus creencias para que un libro de esa clase pueda resultarnos ilustrativo, esclarecedor y entretenido…
Mientras que los elementos anteriores son similares a lo que ya planteé en mi anterior libro, la estructura interna de este difiere. En aquel caso opté por que cada capítulo tuviese una estructura fija, igual en todos ellos. Se trataba de una descripción de la realidad de lo que yo denomino economía egoísta, que luego era iluminada por aquello que enseña la sabiduría cristiana sobre el tema, para terminar con cómo construir otra manera de comportarse diferente a la predominante en nuestras sociedades. Algunos lectores podrán ver que esta estructura responde al clásico esquema del «ver-juzgar-actuar». Este modo de exposición me resultó útil y esclarecedor en el anterior texto, pero creo que no respondería bien a los contenidos de esta nueva obra. Por ello, los capítulos de este libro van a tener una línea de continuidad que no sigue pautas prefijadas. Aunque el objetivo final va a ser el mismo, esto es, analizar cómo es la realidad para iluminarla a partir de un esquema de valores cristianos y ver así de qué otra manera podríamos orientar nuestra organización económica, la exposición va a seguir un camino sin etapas prefijadas, y por tanto diferente en cada capítulo.
Agradezco al lector que ha llegado a este punto del prólogo su decisión de leer mi libro. Le animo a seguir con la esperanza de que su lectura le sea placentera y que, al llegar al final del texto, haya encontrado suficientes argumentos para ponerse a trabajar en aras de otra manera de vivir las cuestiones económicas. Agradezco también a Mónica, a Alfonso, a Eduardo y a mi padre la amabilidad que han tenido leyendo el original y haciéndome sugerencias valiosas que me han ayudado a la hora de escribir este texto.