2co
Capítulo 32

Poco a poco fueron marchándose y nuevamente me encontré a solas con Gabriel. Su mirada era tan intensa que hacía que me costara ordenar mis pensamientos, de modo que opté por lo fácil y bromeé con él sobre sus dotes de ama de casa.

—Eres una cajita de sorpresas, ahora resulta que sabes limpiar —le dije intentando romper el incómodo silencio.

—Lo aprendí con las monjas, supongo que es algo que no he olvidado desde entonces —comentó encogiéndose de hombros con indiferencia.

—Lo siento.

—¿Por qué? ¿Por ser tan desastre? —comentó intentando quitarle importancia al hecho que hubiese sacado a relucir un tema tan doloroso como era su infancia.

Le miré fingiendo enfado ante su alusión a mi incapacidad de mantener mi casa en orden. Aunque fuera cierto, no estaba dispuesta a permitir que lo pensara, puede que pareciera que mi casa era un caos, pero por increíble que pudiera parecer, yo siempre encontraba lo que buscaba sin mucho esfuerzo. Al comienzo de mi vida fuera de Florencia había echado de menos a mi doncella Juliette, me resultaba muy complicado peinarme sola, o incluso vestirme, y por muchas chicas que tomara nunca me duraban más de unos pocos meses, puesto que no parábamos de viajar de un lado a otro. Al final tuve que acostumbrarme a hacerlo todo por mí misma, de ahí que fuera un poco desastre con ciertas tareas, nadie se había molestado nunca en enseñarme.

—Por traerte recuerdos desagradables —confesé volviendo a centrarme en nuestra conversación.

—No hay ningún recuerdo relacionado contigo que sea malo —me dijo sin separar sus felinos ojos de los míos.

Supe que ese era el mejor momento para iniciar la charla que teníamos pendiente desde el año 1535. Estaba nerviosa y al mismo tiempo ilusionada. Las cartas por fin estaban sobre la mesa.

simple

Había llegado el momento de acercar posiciones, los dos lo sabíamos, y yo no podía esperar más. Había esperado demasiado tiempo y la impaciencia me carcomía.

Horas antes, cuando me desperté en el sofá solo, me entró el pánico. Varias opciones, igual de alarmistas, rondaban por mi cabeza: que Adrien se la había llevado o que ella había huido de mí. Cuando mi mente terminó de despabilarse comprendí que lo que había buscado era un poco de espacio para pensar en las últimas veinticuatro horas. Por eso había decidido aprovechar mi tiempo libre de un modo productivo y había buscado a Tristan para que me pusiera al día sobre sus planes acerca de su hermano. No me resultó difícil localizarle, solo tuve que llamar a Oliver para encontrarle, tal y como había supuesto, mi antiguo compañero de fatigas le había buscado para ofrecerle sus servicios. Inesperadamente, ninguno de los dos puso objeciones a reunirse conmigo, ni a ponerme al día sobre sus planes.

La única parte negativa del encuentro era la atroz historia que había escuchado horrorizado de boca de Tristan y que hacía que mi corazón latiera asustado al pensar que Céline estuviera en la misma ciudad que mi antiguo maestro.

Céline ya había tenido su espacio para decidir cómo pretendía que siguiera nuestra relación, yo necesitaba aclarar de una vez por todas que estábamos juntos en esto hasta el final, que no pensaba abandonarla nunca más.

—Rachel, tenemos que hablar.

—Llámame Céline —me pidió tímidamente.

Una sonrisa de absoluta felicidad se instaló en mis labios, con ese pequeño comentario había dicho más de lo que podía hacerlo con una larga charla.

—Te quiero —le dije riendo.

—Lo sé.

Sentí que las palabras se quedarían cortas para expresar todo lo que estaba sintiendo, no había manera de poder explicar toda esa felicidad.

Céline pensó lo mismo, porque en un instante se arrojó a mis brazos y me besó con dulzura, pasión y entrega.