Gabriel se había quedado profundamente dormido cuando salí de casa. No sabía hacia dónde ir cuando salí por la puerta, no tenía un destino en mente, simplemente pretendía poner un poco de distancia entre nosotros para poder pensar en lo que había pasado.
El momento de intimidad con Gabriel (y no estaba pensando en el sexo sino en nuestra conversación), el interés de Adrien, que había estado a punto de besarme a la fuerza, la desesperación de Oliver… todo lo sucedido desde que volví a poner un pie en Armony, me tenía confundida y preocupada.
Finalmente y sin que yo tomase conscientemente la decisión, mis pies me llevaron hasta el instituto de la ciudad. Mis días en él era de los mejores momentos que lograba recordar: mis compañeros de arte, las clases… Realmente lo había echado de menos.
Al acercarme hasta allí vi cómo los alumnos salían por las puertas abiertas del centro y se dirigían a sus coches, o simplemente se alejaban paseando en grupos, por lo que decidí que era el momento perfecto para volver a entrar y pasear por sus vacíos pasillos y quizás con un poco de suerte pudiera encontrarme con alguno de mis antiguos compañeros de clase y charlar sobre las últimas técnicas de pintura que habían estado estudiando.
Comencé a caminar contracorriente, mientras los alumnos salían a toda prisa por escapar de allí yo entraba por la misma puerta con una gran sonrisa en los labios y la esperanza de salir con algún nuevo conocimiento en el bolsillo.
A diferencia de lo que le sucedía a la gran mayoría de jóvenes, sentí cómo me relajaba en cuanto pisé el pasillo del instituto. La razón era muy simple: allí sabía exactamente quién era yo, qué podía esperar del día y qué debía hacer en cada momento.
—¡Rachel! —me llamó una voz conocida.
Me di la vuelta y me topé con la mirada escrutadora de Danielle, paseé la mirada de ella hacía atrás esperando encontrarme con un Oliver rezagado cargado de libros, pero solo estaba ella y el chico rubio con el que iba siempre antes de comenzar a salir con Oliver. Samuel, leí en su mente que se llamaba.
—Hola —saludé incómoda por encontrarla.
Mi momento de agradable soledad se había visto interrumpido por su presencia, Danielle era abiertamente hostil conmigo y, aunque intentaba comprender su actitud, no conseguía relacionarme con ella con normalidad, lo que provocaba malestar en las dos y complicaba el hecho de relacionarnos.
—Samuel, me quedo con Rachel. ¿Te veo después? —preguntó al chico rubio.
—No, esta tarde he quedado con Anna para tomar un café —confesó al tiempo que enrojecía visiblemente.
—¡Eso es genial!
Aparté la mirada, y disimuladamente di un paso atrás para dejarles intimidad, Danielle le dedicó una enorme sonrisa y le dio varios consejos en voz baja, pero no lo suficiente para que yo no la oyera.
Una vez que nos quedamos solas se puso a mi lado y comenzamos a andar. No preguntó a dónde iba ni qué hacía allí, únicamente caminó a mi lado en silencio hasta que tras varios minutos sin hablar, en los que yo inspeccionaba la clase de pintura y los nuevos lienzos colgados, Danielle me explicó que Oliver no se había sentido con fuerzas para venir a clase. Me abstuve de preguntarle por qué. Seguí en silencio, temerosa de molestarla y comenzar una pelea con ella que no tenía ganas de tener.
Quince minutos después salíamos por la puerta del instituto. No había conseguido la soledad que andaba buscando y tampoco había descubierto la nueva técnica que estaban utilizando actualmente los alumnos de arte, pero al menos sí que había disfrutado de la tranquilidad y la distancia.
A fin de cuentas, el ratito con Danielle no había sido tan malo como había previsto en un primer momento, de hecho estaba segura de que si ella dejaba de lado todos los prejuicios que sentía por mí, podríamos llegar a ser amigas. No es que estuviera muy puesta en esos temas, ya que jamás había contado con una amistad que no fuera la de Tristan o la de Gabriel cuando éramos niños.
Seguía pensando en la amistad cuando, en ese momento, Danielle se apartó el cabello dejando al descubierto el tatuaje de sus alas de ángel.
—Te queda bien —le dije señalándolo. Era una buena manera de romper el hielo, pero no constituiría por sí misma una conversación muy larga.
—¡Gracias! La verdad es que me gusta mucho, y no solo por lo que representa —contestó con timidez.
Volvimos a quedar en silencio, pero entonces recordé que en uno de nuestros primeros encuentros me había planteado diversas dudas sobre mi naturaleza, pensé que quizás hablarle de ello era una buena forma de atravesar la distancia que había entre nosotras.
Me lancé con la esperanza de que aún estuviera interesada en conocer mis secretos.
—Una vez te preguntaste si yo siempre había sido lo que soy —le dije tímidamente—. Hoy estoy dispuesta a contártelo todo, si aún quieres escuchar la historia.
—¿Por qué no iba a querer hacerlo? —respondió mirándome fijamente.
—Sé que no te caigo bien.
Ante mis palabras tan directas se mantuvo unos segundos en silencio.
—No se trata de que me caigas bien o mal, se trata de tu actitud. Siempre has desconfiado de Oliver, has vivido a la espera de que cometiera un error, que apoyara a Gabriel… Tengo la sensación que no confías en nadie —contó con firmeza.
—¿Me guardas rencor por algo que no tiene que ver contigo? —pregunté sorprendida.
—Oliver tiene todo que ver conmigo y tampoco se trata de rencor.
—Entonces, ¿qué es?
—Me pareces una persona tan triste, y yo he tenido suficientes tristezas en mi vida… En cierto modo, sé que tú no tienes la culpa de ser así, pero eres demasiado distante, demasiado fría.
—No soy fría, solo lo parezco. Me he esforzado siempre en ocultar mis sentimientos.
—¿Por qué?
—Es más fácil sobrevivir en mi mundo de esta manera.
—Bueno, ahora que estás en el mío quizás deberías plantearte cambiarlo, tu actitud hace que me sienta incómoda cuando estás cerca, como si me estuvieras diseccionando con una lupa a la espera de que cometa un error.
—No eres como imaginaba —confesé trastocada por sus palabras.
—Tampoco tú eres lo que yo esperaba de un ángel. No es una crítica, solo constato un hecho —dijo sonriéndome por primera vez desde que me acerqué a ella aquella noche en el lavabo del cine.
—No, supongo que no —le respondí también a la sonrisa
—Deberías seguir mi consejo —me dijo amablemente.
—Lo haré, en cierto modo tienes razón, siempre he sido una solitaria. Supongo que me he acostumbrado a callar lo que pienso, y por eso no sé ser tan sociable como tú.
Tras mi confesión me quedé allí plantada frente a ella, cada una absorta en nuestros propios pensamientos y comprendí en esa corta conversación mucho más de lo que cabía esperar.
Danielle se quedó a mi lado, tan silenciosa y pensativa como yo, me había hecho recordar la persona que había sido antes, que todavía habitaba en mí debajo de todas esas capas de miedo y dolor tras las que me ocultaba. La misma chica que había despertado esa misma tarde en los brazos de Gabriel.
—Bueno, ¿vas a contarme sobre ti? —me preguntó esta vez con una voz más cálida y amistosa.
Le sonreí, ni siquiera tuve que pensar en ello para hacerlo, simplemente surgió. Al darme cuenta, mi tímida sonrisa se amplió dando paso a una más relajada e incluso, ¿feliz?
—Cuando nací ya estaba destinada a ser lo que soy ahora, al igual que Él, yo nací humana, pero a partir de los once años comencé a desarrollar mis poderes y a los diecisiete ya los había completado.
—¿Cómo supiste lo que eras? —me fijé en el brillo interesado de sus ojos, estaba ávida de información.
—Siempre lo supe. Del mismo modo siempre he tenido a Tristan a mi lado para guiarme.
—¿Tristan es tu maestro? No parece mucho mayor que tú —comentó con un matiz de interés en su voz.
—Tristan era mi tutor, por decirlo de alguna manera, para que lo entiendas. Se encargó siempre de guiarme hasta que yo pude hacerlo por mí misma. En cuanto a su edad, te sorprendería saber los años que tiene, se conserva muy bien para su edad —dije bromeando por primera vez con ella.
Sonrió ante mi pésima broma, parecía que la tensión entre nosotras se iba disipando poco a poco.
—¿También vivía con vosotros en Florencia?
—No, Tristan nunca vivió con nosotros —dije sin dar más explicaciones. Por su cara de asombro deduje que la había pillado al vuelo.
—¡Ah, entiendo! ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro, pregunta, ya sabes que siempre te diré la verdad —respondí guiñándole un ojo.
—¿Por qué todos son tan guapos? Ya sabes: Oliver, Gabriel, Tristan…
Me quedé parada, pasmada por su pregunta, era cierto que todos eran muy atractivos, pero que yo supiera no había ninguna razón más que el azar y unos buenos genes para ello.
—¿Te estás burlando de mí? —pregunté finalmente.
Danielle se echó a reír divertida.
—No, solo bromeaba contigo, pero no me vas a negar que es cierto, son todos guapísimos.
—No, no lo haré —contesté maravillada por la facilidad con la que habíamos dejado atrás muestras tiranteces— y sí, todos son guapísimos. Espero que no tengas que conocerle, pero Adrien es aún más guapo.
—En ese caso, quiero verle —confesó riendo.
—Te aseguro que no valdrá la pena. Adrien solo es guapo por fuera —dije por primera vez, consciente de la verdad que encerraban mis palabras.