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Capítulo 29

En silencio, Gabriel me arrastró hacia el sofá y se sentó conmigo mientras me arropaba con sus brazos. Me acomodé en su regazo y enredé mis brazos alrededor de su cuello. Atrás quedaron los sueños en los que imaginaba momentos como el que estábamos viviendo, la realidad, por fin, era mucho más dulce.

Poco a poco me fui adentrando en los recuerdos de lo que había sucedido unos momentos antes. Estaba preocupada por la posible reacción de Adrien a mi rechazo, a la confirmación de que estaba con Gabriel, y necesitaba analizar todas y cada una de las posibles respuestas de su maestro para estar preparada. Sabía que era capaz de matar con absoluta sangre fría, lo había visto en sus recuerdos, como también sabía las razones que le habían empujado a ello: evitar que Mefisto y yo pudiéramos estar juntos. ¿De qué no sería capaz ahora para evitar de nuevo nuestra unión?

Su visita había demostrado una vez más la obsesión enfermiza que sentía por mí, y justo ahora me resultaba más difícil entender la razón. Que Adrien hubiese sido testigo, de algún modo lejano, de lo que había sucedido entre Mefisto y yo, me confundía. Su inclinación por mí había sido anterior al encuentro entre Mefisto y yo en el laberinto de los Basani; no así su petición de matrimonio, que me la había hecho pocos días después. ¿Cuál había sido pues la causa de su protección y de su cariño? ¿Por qué me propuso la descabellada idea de deshonrarme si ya era consciente de mi relación con Mefisto? Sabía que me había entregado a otra persona y aun así estaba interesado en mí…

—Puedo escuchar los engranajes de tu cerebro como los de un viejo reloj suizo —bromeó Gabriel—. ¿Estás bien?

—No, Adrien me confunde —respondí únicamente.

—¿En qué sentido? Después de lo que he visto al entrar está bastante claro qué quiere —comentó intentando aparentar una calma que no sentía.

—No comprendo por qué está interesado en mí.

Arqueó una ceja, entre la sorpresa y la diversión.

—Es evidente, eres maravillosa y además eres un ángel. Eres algo así como un billete a lo más alto.

—A eso me refiero. Él nunca ha intentado que yo me pasara a su lado de la línea, me ofreció matrimonio, y estoy segura que si hubiera aceptado, jamás me hubiera presionado para que renunciara al bien ni a mi naturaleza —expliqué intentando hacerle ver mis dudas.

—Quizás te equivoques al juzgarlo, a lo mejor sí que te lo hubiera pedido —conjeturó poco seguro de sus palabras.

—No, estoy segura de que hubiera respetado mi decisión. Siempre lo ha hecho. Se ha mantenido en las sombras sin presionarme, dejándome plena libertad, y al mismo tiempo ayudándome cuando lo he necesitado.

—Supongo que hemos obviado algo en nuestras conclusiones —comentó perdido en sus pensamientos.

—¿Cómo qué?

—Adrien también es capaz de amar, de una forma retorcida y cruel, pero es amor al fin y al cabo.

No pude rebatir esas palabras. Me arrebujé más en sus fuertes brazos y presioné mi nariz contra su cuello aspirando su aroma. Que Adrien estuviera realmente enamorado de mí lo volvía todo mucho más complicado.

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Era una sensación asombrosa tener a Rachel tan cerca de mí. Podía escuchar su respiración e incluso sentir los latidos de su corazón contra mi pecho, acelerados sin duda por nuestro contacto y por las conclusiones a las que acabábamos de llegar sobre las intenciones de Adrien.

Su inesperada visita la había puesto nerviosa, y con toda la razón. Adrien era demasiado imprevisible, y estaba demasiado cansado de ser paciente, tal y como había demostrado cuando había intentado besarla por la fuerza. Era peligroso y estaba motivado, lo que le convertía en un rival a tener muy en cuenta.

Aunque no habíamos tocado el tema de nuestro reciente reencuentro ya que no quería atosigarla delimitando nuestra nueva relación, tenía la esperanza de que se fuera abriendo poco a poco a mí y de que fuera consciente que esta vez no iba a dejarla, ni a lastimarla, y de alguna forma, acababa de dar un paso importante que me acercaba más a mi objetivo cuando había compartido conmigo sus temores y sus dudas sobre mi maestro. Unas dudas a mí también me atormentaban. Al final iba a tener que recurrir a Tristan para decidir la manera en la que íbamos a actuar. Una cosa estaba clara, Adrien no iba a apartarse sin más, no era su estilo.

Guardé las preocupaciones que me asaltaban y me concentré en la chica que tenía entre mis brazos, en aspirar su aroma, en disfrutar de la sensación de tenerla junto a mí, sin recriminaciones ni dolor.

Nuestra vida en común no había sido nada fácil, y reconocía que la culpa casi siempre había recaído en mí y en mi comportamiento veleidoso. Me había pasado toda mi existencia en una lucha constante entre hacer lo que quería o lo que me convenía (o al menos lo que yo pensaba que me resultaría beneficioso), y eso pasaba por Céline, siempre pasaba por ella.

Céline formaba parte de esa niñez que tantas penas había traído consigo y, de algún modo, lo que sentía por ella me hacía sentir vulnerable, algo que no podía permitirme bajo ningún concepto. Si me hubiese ido con ella, tal y como acordamos en Florencia, habríamos terminado por odiarnos. Yo no estaba preparado para aceptar que amar no te vuelve más débil sino más fuerte y ella no habría podido vivir feliz a mi lado, puesto que yo me hubiese sentido preso y habría arremetido contra ella sin medir las consecuencias.

Ahora las cosas eran diferentes, los dos habíamos madurado y, si bien yo seguía siendo la misma persona entre la luz y la sombra, lo que había entre nosotros había perdurado a través del tiempo a pesar de nosotros mismos y de nuestra naturaleza.

Tardé demasiado en comprender que intentar huir de ella era como huir de mí mismo: una tarea imposible que solo conseguía hacerme más daño.

Cerré los ojos, y por primera vez me dejé llevar por ese momento de conexión en el que nos encontrábamos. Por una vez, no me sentía vulnerable ni me invadieron las ganas de escapar de Rachel.