Al abrir los ojos me encontré con la mirada fija de Gabriel sobre mí, lo peor de todo era que no sabía cuanto tiempo había estado haciéndolo.
Irremediablemente volvió a mi cabeza lo que había sucedido entre nosotros unas pocas horas antes. Mi cuerpo se anticipó a la parte amarga en la que siempre solían terminar nuestros encuentros y comencé a temblar.
—Buenas tardes, dormilona. ¿Tienes frío? —me saludó sonriente.
—Estoy bien —respondí mientras me tensaba a la espera de la tan acostumbrada burla, de su actitud jactanciosa o incluso cruel. Pero en esta ocasión no hubo nada de eso.
—¿Buenas tardes? ¿Qué hora es?
Desorientada incliné mi cabeza hacia la mesita de noche para saber la hora que era y el rato que había dormido. Eran las dos del mediodía, de ahí que estuviera tan hambrienta. Cuando me levanté esa misma mañana estaba tan concentrada en cambiar mi vida que me había olvidado completamente de desayunar.
Como si me hubiera leído la mente (algo imposible hasta para Mefisto), me preguntó si quería comer algo.
—Eso estaría bien, tengo bastante hambre —contesté tímidamente.
—Perfecto, bajemos a ver qué tienes en la nevera —propuso tranquilamente, como si despertarme a su lado fuera algo cotidiano y normal.
—Nada. No tengo nada en la nevera, ni en la despensa tampoco —confesé algo incómoda.
—En ese caso voy a tener que ir de compras —dijo arrugando el ceño—. No te muevas de aquí.
—Pero no puedo pasarme el día vagueando en la cama —me quejé.
—En seguida vuelvo —me regañó y se inclinó sobre mí para darme un suave beso en los labios.
Mi corazón se disparó de sorpresa, de felicidad, o ambas cosas a la vez. Asustada por mi reacción evoqué el Kandinsky con todas mis fuerzas, pero la sensación era tan mareante y dulce a la vez que nada consiguió calmarme, sobre todo cuando se levantó de la cama y comenzó a vestirse frente a mí lenta y concienzudamente, plenamente consciente de mi escrutadora mirada sobre él.
Antes de abandonar la habitación me guiñó un ojo y yo entendí en el gesto la promesa de lo que estaba por venir. ¿Qué le había pasado a Gabriel durante estas dos semanas en las que no nos habíamos visto?
No conseguí normalizar los latidos de mi corazón hasta que escuché la puerta de casa cerrarse y me levanté para vestirme. Había prometido esperarle en el dormitorio, por lo que la ropa no entraba en el trato, sin embargo no me había adaptado lo suficiente a la nueva situación como para seguir a pies juntillas sus peticiones, sobre todo si eran tan descaradas como esta.
Cerré los ojos y dejé la puerta abierta a los recuerdos, deleitándome en cada sensación evocada, pero entonces sonó el timbre de casa, arrancándome de golpe de mi ensimismamiento.
Era asombroso que en tan solo cinco minutos Gabriel hubiera ido al supermercado, hubiese comprado y regresado, sin embargo siempre había sido asombroso. Lo era hasta cuando era cruel y mezquino.
—Sí que has sido rápido —le dije mientras abría la puerta.
Pero no era Gabriel quien estaba en el umbral mirándome.
Adrien arrugó la nariz asqueado.
—Hueles a él —me dijo visiblemente molesto.
—¿Qué haces aquí?
—¿Visitarte? —contestó alzando sarcástico una ceja.
—No es buena idea.
—¿No vas a dejarme pasar? Tu educación está empeorando, Céline —me regañó condescendiente.
A regañadientes me aparté de la puerta para que entrara, era la peor idea del mundo que Adrien hubiera decidido venir a Armony. Si Oliver, Tristan o incluso Gabriel se topaban con él, el asunto se iba a poner muy tenso y peligroso para todos nosotros.
Mi inesperado visitante se quedó parado mirando la pared del fondo, la que había estado pintando esa misma mañana, supe por su expresión que había reconocido el lugar representado. Respiré tranquila cuando recordé que él no sabía nada de lo que había sucedido allí, al menos no que me había entregado a Mefisto. Él conocía que era el lugar elegido para encontrarnos el día que íbamos a fugarnos de Florencia y del convento en que querían encerrarme, pero sus conocimientos se limitaban a esa parte de la historia.
Adrien me miró fijamente y sentí un escalofrío que comenzó en mi nuca y barrió todo mi cuerpo como una descarga eléctrica.
—Yo también estaba allí, puede que no físicamente, pero tengo un vínculo con Mefisto y estaba lo suficientemente cerca como para usarlo. Sentí en mi carne todo lo que hubo entre los dos, no se trató solo de sexo…
Me quedé boquiabierta durante un segundo, lo que mi cerebro necesitó para asimilar la información que acababa de recibir.
—Yo también quiero tenerlo, volver a sentirlo y sé que tú eres la clave Céline. Te he deseado siempre y he sido más que paciente contigo.
—No estoy interesada —contesté todavía intentando asimilar lo que me había confesado.
—¿De verdad? ¿Tan pronto lo has olvidado? —no se me escapó la nota de incredulidad de su voz.
—No estoy interesada —repetí marcando cada sílaba.
Deseosa de olvidar aquella estúpida noche en que me dejé llevar por el dolor y la confusión.
—¿Es por él? —preguntó apretando los puños.
—Es por ti —respondí rápidamente temerosa que pudiera hacerle daño a Gabriel para tenerme.
—¿Qué tengo de malo? —esta vez su voz sonó divertida. Estaba seguro de sí mismo y mi negativa no iba a detenerle.
—Que no eres Gabriel. No me interesa nadie más.
Mis palabras hicieron que se cayera su máscara de seguridad. Alargó las manos y me tomó por los antebrazos, autoritario, cruel, me clavaba sus dedos con fuerza y plenamente consciente de que me estaba lastimando.
De un tirón me atrajo hacía su cuerpo, pero no dejó de apretar en ningún momento, sentí cómo la sangre dejaba de circular en mis extremidades y un cosquilleo incómodo se instalaba en mis dedos.
Se inclinó sobre mi rostro, tan cerca que nuestras narices se rozaban. Iba a besarme a la fuerza, iba a descargar su ira en ese beso que yo no quería aceptar… Pero entonces, Adrien se tensó y me soltó de golpe. Su cuerpo me impedía ver quién había tras él, no obstante, podía sentir la presencia de dos personas más en el salón, pero estaba tan alterada que no era capaz de distinguir nada.
—Tú y yo no hemos terminado —me susurró amenazante. Y sin añadir nada más se dio la vuelta para enfrentarse con mis salvadores.
—Buenas tardes, caballeros —saludó con una cortesía fría y artificial.
—Rachel, ¿estás bien? —me preguntó Gabriel acercándose a mi lado en dos zancadas.
—Por supuesto que está bien, ¿por quién me han tomado, caballeros? —preguntó Adrien clavando su mirada de acero sobre el brazo que Gabriel había pasado sobre mis hombros.
—Por un demonio vengativo y cruel. Ya eras una persona horrible, no es de extrañar que ahora seas peor —dijo Tristan sin vacilación y totalmente alerta de cada uno de sus movimientos.
A pesar de la semejanza en la postura y en los rasgos, los dos hermanos eran como el día y la noche. Los ojos negros de Tristan frente a los ojos grises de Adrien, cabello claro y cabello más oscuro, era como si la naturaleza se hubiese equivocado al crearlos. La luz de la belleza de Adrien contrastaba con la oscuridad del atractivo de Tristán.
—La próxima vez que nos veamos te demostraré lo vengativo y cruel que puedo ser, hermano —amenazó.
—La próxima vez que te cruces en mi camino o ataques a alguien que me importa, me olvidaré de que eres mi hermano y acabaré contigo. ¡Estás advertido!
Una risa oscura surgió del pecho de Tristan, profunda y visceral.
—Me encanta la idea, nos vemos pues. Céline, piensa en lo que hemos hablado —me dijo sin moverse de su posición frente a Trsitan.
—No tengo nada en qué pensar, ya está todo dicho —contesté acercándome más a la protección de Gabriel.
Adrien giró rápidamente la cabeza para lanzarme una mirada que me dejó clavada en el suelo. Sentí que el brazo de Gabriel me apretaba más a su cuerpo.
—Mefisto, ¿quiere decir esto que estás contra mí? —dijo dirigiéndose por primera vez a su pupilo.
—No, maestro, quiere decir que estoy con ella —respondió Gabriel mirándole de frente y sin vacilación.
Un sonido de sorpresa escapó de mis labios y una sonrisa sardónica se instaló en los suyos.
—Adiós, caballeros. Señorita —dijo inclinándose teatralmente.
Ya estaba todo dicho, las cartas estaban sobre la mesa y, lamentablemente, yo era la única que podía pararlo todo. Si lo elegía a él, se apaciguaría y les dejaría en paz.
—Ni se te ocurra volver a pensar eso —me regañó Tristan—. Tú no entras en el trato, es algo entre mi hermano y yo, y me voy a encargar de solucionarlo. Vosotros ya tenéis bastante con solucionar lo que se os viene encima.
Sonreí agradecida y me dejé caer en los brazos de Gabriel, que instintivamente me devolvió el abrazo. Teníamos una conversación pendiente desde hacía mucho tiempo y ahora quizás había llegado el momento de tenerla.
Tristan me sonrió y se dio la vuelta para marcharse. Con ese gesto acababa de darme su bendición, ahora solo necesitaba la del resto del universo.