2co
Capítulo 25

Oliver se marchó diciendo que había quedado con Danielle, lo que nos dejó a Gabriel y a mí en la misma habitación y sin saber qué decir. Para aliviar la tensión del momento me centré en la maravillosa pared blanca que tenía frente a mí, después de las tres pasadas que había supuesto, volvía a estar inmaculada y dispuesta a recibir mis trazos.

Cerré los ojos para visualizar mejor lo que quería pintar. Oliver me había instado a plasmar momentos felices, recuerdos agradables, y quizás fuera una buena manera de comenzar mi nueva vida, dejando atrás los malos momentos y recuperando los buenos, eligiendo aquello que me había hecho feliz.

No es que hubiese tenido muchos momentos de esos en mi existencia, de modo que la elección no fue tal. Solo había un instante que me había esforzado por recordar desde entonces, un momento atesorado en lo más profundo de mi alma inmortal. A pesar de todo lo que vino después… fue una ocasión tan perfecta que había valido la pena cada una de las lágrimas que derramé posteriormente.

Florencia, 1535

—Isabella está embarazada —repetí las palabras de Mefisto como una letanía de horror y dolor. Mi voz estaba apenas modulada.

Cada palabra se clavaba en mi pecho como un puñal, pero aun así yo seguía pronunciándolas como si al hacerlo terminaran por perder su significado.

Después de lo que acababa de pasar entre nosotros, después de esperarlo durante tanto tiempo… volvía a perderlo y esta vez definitivamente.

—Solo estuvimos juntos dos veces, te lo prometo, Céline. Al llegar aquí, antes de volver a verte —confesó mientras se pasaba las manos por el cabello, nervioso, asustado de mi reacción.

—¿Por qué me lo dices ahora? —una pregunta que sonó como un reproche.

—No quiero perderte. Ella no significada nada para mí, tú lo eres todo —me dijo visiblemente alterado.

—¿Y el bebé?

—No lo sé, nunca imaginé que pudiera pasar —dijo mientras se estrujaba las manos nervioso.

—Ella te va a dar un hijo, Mefisto —lloriqueé asustada de perderlo.

—Isabella no significa nada para mí. ¡Fue un error! No podría soportar que me dejaras. No puedo permitirlo…

—¿Por qué?

—Te quiero. No puedo perderte —repitió con los ojos brillantes y sin dejar de acariciarme la mejilla.

Me quedé en silencio, pensando. La idea de abandonarle hacía que sintiera dolor y no solo emocional, también dolor físico, era como si me estuvieran desgarrando por dentro, como si me arrancaran una parte de mi cuerpo que no sabía que tenía hasta ese fatídico momento.

—No vas a perderme —le dije finalmente.

El alivio fue instantáneo en su rostro.

Y fue allí, en el centro del laberinto de los Basani, el lugar donde Mefisto y yo éramos solo un hombre y una mujer que se amaban, donde hice la promesa más solemne de mi vida, la que hizo que le diera la espalda a Isabella, la única promesa por la que era capaz de morir antes de incumplirla.

Me incliné sobre el cubo de pintura y comencé a mezclar colores, verde oscuro, azul medianoche, negro…

Que Gabriel estuviera en la habitación mirándome me turbaba más de lo que quería admitir, no entendía por qué se había quedado cuando Oliver se despidió unos minutos antes.

En ese momento se produjo un intercambio de miradas entre ellos que no había sabido interpretar. La nueva actitud de Oliver hacia Mefisto, la persona a la que más había odiado nunca, me desconcertaba profundamente y al mismo tiempo me asustaba, si Oliver había sido capaz de perdonarlo, ¿no tendría yo que hacer lo mismo? Era un ángel, mi naturaleza debía ser compasiva y, a pesar de ello, en algunos momentos mis reacciones eran más humanas que divinas…

Antes de nuestra inesperada visita le había preguntado a Oliver la razón por la que parecía más dispuesto a aceptarle, su respuesta me había dejado totalmente descolocada y perdida.

—Ahora sé lo que es estar enamorado —había dicho misteriosamente.

—¿Y? —pregunté sin comprender.

—Una persona es capaz de hacer muchas cosas por amor, del mismo modo que también es capaz de hacerlas para evitarlo —había contestado como si yo supiera qué hacer con esa críptica frase.

No quise insistir más. Me daba miedo lo que podría descubrir si seguía haciendo preguntas y la idea de que Oliver pensara que Gabriel conocía el amor me asustaba y me emocionaba, con la misma fuerza.

Como siempre que me ponía a pintar, me olvidé temporalmente de todo, las paredes comenzaban a mostrar mis recuerdos y esta vez la liberación fue emocionante y placentera. Sentí un cosquilleo agradable en el estómago, me gustaba lo que veía, me gustaba lo que me evocaba. Cerré los ojos y me dejé llevar por lo que veía en mi cabeza, no necesitaba abrirlos para pintar y mis hábiles dedos sostenían el pincel que se movía por instinto, por necesidad.

No volví la cabeza en ningún momento, ni siquiera cuando escuché el sonido de sorpresa que se había escapado de la garganta de Gabriel al reconocer la imagen de la pared. Era consciente de que le estaba dando una ventaja con la que volver a hacerme daño; sin embargo no me importó. La vida siempre ha sido una cuestión de prioridades y, por una vez, yo escogí la mía sin pensar en las consecuencias.