Me tomé varios minutos para aclarar mis ideas antes de entrar en el despacho de Eva. Lo primero que me descolocó fue que Adrien la hubiera dejado precisamente a ella al cargo del Edén, mi maestro no era una persona que supiera delegar, pero sobre todo era un demonio que disfrutaba del poder de controlar todo y a todos aquellos que estaban bajo su cargo, por lo que ese repentino viaje de negocios (lo lógico es que me hubiese puesto sobre aviso) me parecía cualquier cosa menos inofensivo. Nuevamente volví a tener la sensación que había algo que se me escapaba. Algo importante que no lograba dilucidar.
Plantando en mi boca mi mejor sonrisa, llamé suavemente a la puerta del despacho. Antes de que pudiera escuchar un «adelante», la puerta se abrió ante mí y vi salir a uno de los demonios que vigilaban la entrada al local la noche que vine con Rachel. El maniático del número seis ni siquiera me miró cuando pasó frente a mí con la mirada gacha y los hombros encogidos. Parecía que, después de todo, la gatita sí que tenía uñas.
Si Eva se sorprendió al verme lo disimuló muy bien, estaba sonriéndome tras la inmaculada mesa de su despacho en la que no había más que un pequeño portátil Apple de color rosa, por lo que decidí que, o bien era maravillosamente eficiente con las hojas de cálculo, o la mesa era más de atrezzo que necesaria.
Sin apartar mis ojos de los suyos entré y me puse a su lado, le cogí la mano que tenía posada sobre el escritorio y le besé los nudillos con delicadeza. Supongo que se trataba de uno de los rescoldos que me quedaban de mi vida en el Londres de la Regencia.
Londres y París eran las ciudades en las que más habíamos vivido, no era de extrañar que no fuera capaz de quitarme ese tipo de costumbres.
Comprobé con orgullo cómo su respiración se había acelerado con el gesto, momento que aproveché para llevarla a mi terreno y conseguir la información que había venido a buscar.
—Qué sorpresa, no sabía que fueras tan importante para Adrien —dije bromeando.
—La sorpresa es mía, no esperaba volver a verte y mucho menos que fueras tú quién me buscara —me incomodó que fuera tan directa, eso no iba bien para mis planes.
—Digamos que el otro día no me pillaste en mi mejor momento —me justifiqué.
Pero ella no estaba dispuesta a dejarse embaucar por mi magnetismo.
—¿Qué necesitas de mí? —preguntó amable pero distante.
Escuché las palabras que no había pronunciado.
Me sentí molesto por volver a decepcionarla nuevamente, porque necesitaba utilizarla para conseguir la información que necesitaba.
Parecía que estaba condenado a repetir la historia, con Eva en mi dormitorio, con Isabella en Florencia y si bien en aquella lejana ocasión la culpa fue mía, yo seduje conscientemente a la hermana de Oliver, en este momento no estaba interesado en ir más allá de un simple coqueteo casual.
Sin embargo no podía decirle eso, no si pretendía que confiara en mí y que me contara todo lo que sabía.
En lugar de darle una respuesta le respondí con una pregunta envuelta en una sonrisa neutra.
—¿Desde cuándo trabajas para Adrien?
—No trabajo para él. Adrien es mi padrino y durante mucho tiempo también fue mi tutor legal —me confesó con total naturalidad.
No pude responder, me había quedado paralizado por la sorpresa.
—Cuando tenía seis años me encontré con Adrien aquí mismo, en Nueva York. Vivía en uno de los barrios más pobres y peligrosos de la ciudad, ni siquiera iba a la escuela. Cuando me lo encontré estaba buscando en los contenedores de basura cualquier cosa que poder comer. Mis padres eran drogadictos y apenas eran capaces de cuidar de sí mismos y mucho menos de una niña. Me dio de comer y me acompañó a casa, y desde ese momento se hizo cargo de todo lo que tenía que ver conmigo. Mis padres firmaron rápidamente los papeles de custodia legal y me fui a vivir con él, cuando cumplí once años me contó la verdad de lo que era pero no me importó, tenía tanto que agradecerle… Que me acogiera fue una milagro para mí —sonrió divertida al comprender lo mal que quedaban milagro y demonio en la misma frase—. Una liberación para mis padres y una especie de terapia para él. Adrien me contó que le había hecho daño a alguien que se parecía mucho a mí y que quería compensarme, ya que no podía compensarla a ella porque estaba muerta.
Al escuchar su relato comprendí las palabras que Eva dijo sobre Rachel, que estuviera enterada de quienes éramos, de quién era Isabella, llevaba con Adrien el tiempo suficiente como para conocer toda la historia.
La similitud con mi propia vida me había impresionado en un primer momento, sin embargo, a medida que Eva hablaba comencé a descubrir la realidad que encerraba ese acto de bondad de Adrien.
No supe si ella era consciente de toda la información que me había dado o de que estaba siendo utilizada por el que ella veía como su salvador. Me preocupó que Adrien pudiera tomar represalias en su contra, al fin y al cabo ya la había usado contra nosotros, aunque no hubiera conseguido el efecto esperado.
Quizás la hubiese engañado como había hecho con sus padres, tal vez Eva realmente creía que iba a ayudarle a resarcir el daño que le había hecho a Isabella, o quizás Eva sabía la verdad y simplemente estaba jugando conmigo, vengándose por mi rechazo.
No obstante, en ese instante poco me importaba su juego, la verdad se había abierto paso de la manera más inesperada. Y es que por mucho que Eva hubiese compartido su corta vida con mi maestro, jamás llegaría a conocerle tanto como lo hacía yo, que durante años había tenido las puertas abiertas a su mente. Adrien siempre había permitido nuestro vínculo, había sido en este último encuentro cuando lo había notado más reticente a mostrarme sus pensamientos.
Fuera como fuere, era plenamente consciente de que Adrien no tenía remordimientos, nunca los había tenido, ni siquiera cuando era un hombre.
Mi maestro la había mantenido humana porque sabía que la consideraríamos una inocente, que la protegeríamos fuera cual fuera nuestra naturaleza. La única razón por la que se había hecho cargo de Eva era por su alarmante parecido con Isabella. Ella era un arma que podía usar contra cualquiera de nosotros, Céline, Fausto o yo mismo, y la había guardado y cuidado con mimo hasta el momento exacto en el que pudiera servirle a sus propósitos, por eso había estado allí cuando me presenté por primera vez en el Edén y por esa misma razón la envió a mi casa sabiendo que Rachel estaba conmigo. Conocía a Rachel demasiado bien y sabía que esta pensaría lo peor de mí, que Eva era mi amante porque nunca había podido olvidar a Isabella…
—Te daré un consejo: aléjate de todo esto y vive tu vida —mi voz sonó desconocida incluso para mí.
—¿Por qué? —preguntó, vi en sus ojos que realmente no entendía mi advertencia.
—No es un buen lugar para alguien como tú —respondí mirándola fijamente. Era asombroso que se pareciera tanto a ella.
—No sabes cómo soy.
—Creéme querida. Lo sé —en ese instante fui consciente de su papel de víctima en la opereta.
Mi cabeza se marchó por otros derroteros. Si a Rachel y a mí nos había impactado tanto verla, ¿qué no le haría a Oliver hacerlo?
—¿Por qué no te gustan las morenas? —preguntó inesperadamente.
—¿Cómo sabes tú eso?
—No me has contestado —me regañó coqueta.
—Me recuerdan lo que no puedo tener —confesé en un susurro.
—¿La quieres? —me preguntó expectante por mi respuesta.
—Sí —la confesión se escapó de mis labios antes de que pudiera acallarla.
—Lo sabía —susurró derrotada.
—No se lo digas a ella, ¿vale? Guárdame el secreto —dije bromeando, intentando borrar la tristeza de su rostro.
Sonrió, pero era una sonrisa resignada, para nada feliz.
—No lo haré, pero tal vez deberías decírselo.
—Tal vez —concedí—. Cuídate.
—Tú también.
—¡Gabriel! —me llamó cuando ya encaminaba mis pasos hacía la puerta.
Me giré y la miré interrogante.
—Ella también te quiere. Creéme, lo sé.
—No estoy tan seguro —bromeé.
—Adrien ha ido a buscarla. No sé qué tiene esa chica que a todos os atrae —su sonrisa era triste.
Le sonreí agradecido por lo que me había contado y agaché la cabeza en un saludo cortés. Me sorprendí pensando que el alma de Eva todavía no estaba perdida, ojalá fuera capaz de marcharse a tiempo.
Sin añadir nada más, puesto que no era necesario, me di la vuelta, esta vez con un destino al que dirigirme.