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Capítulo 17

Un golpe suave con los nudillos en mi puerta me sacó de un plumazo de mis pensamientos, por fin había llegado Tristan. Lo sentí en cuanto volví a la realidad de la que me había evadido con el trabajo.

Esta vez no iba a tener que enfrentarme yo sola a mis demonios, sonreí con tristeza ante lo acertado de la frase. Dejé lo que estaba haciendo y fui abrir. No me importó manchar el pomo con la pintura blanca que estaba usando en la pared, que mi amigo encontrara mi casa hecha un desastre o que yo misma también lo fuera… En cuanto entró me refugié en sus fuertes y tan conocidos brazos, los brazos de la persona que me había protegido y cuidado desde que llegué al mundo.

Al igual que el hijo de Dios, nosotros nacíamos marcados para el bien, y desde ese minuto cero teníamos la conciencia de lo que éramos. Si nos manteníamos en el lado correcto al llegar a los diecisiete años se producía el cambio completo. Durante todo ese tiempo siempre teníamos a alguien a nuestro lado, un ángel del mismo rango que el nuestro que se encargaba de instruirnos en nuestro cometido, que no era otro que proteger a los que nos rodeaban y ayudar a mantener la paz y la seguridad entre los humanos. Sin embargo, los nacidos no eran la única clase de ángeles, estaban los que, como el propio Tristan, eran reclamados al morir. Ellos, a diferencia de nosotros, vivían en el plano astral y aunque podían bajar a la tierra y convivir con los humanos durante determinados plazos temporales, habían perdido con su muerte aquello que les permitía formar parte de este mundo.

La cara y la cruz de una misma realidad. Yo seguía en la tierra a pesar de no ser ese mi lugar y Tristan habitaba en la paz que debería haber sido mi casa. Vetado en la tierra, que era su lugar de origen.

De alguna manera mi familia terrenal también lo había visto así, puesto que pensaban destinarme a la Iglesia, me habían escogido a mí en lugar de a mi hermana, como si supieran que yo era la indicada para ello.

No se trataba solamente de una tradición familiar o del deseo de poder que tanto guiaba los pasos de mi madre. De algún modo, que yo me convirtiera en monja, se volvió una obsesión para ella, como si instintivamente fuera consciente de todo lo que yo era.

Tristan había sido desde siempre mi mentor, mi amigo. La persona que mejor me conocía debido, no ya a su capacidad empática, sino porque lo había vivido todo a mi lado. Ese aislamiento en el que había existido siempre, le convertía en un ser de luz incapaz de comprender completamente la naturaleza humana. Su empatía era demasiado limitada y ese era el defecto del que adolecían todos los ángeles de muerte.

—Gracias por venir, no me veo capaz de enfrentarme a esto sola —confesé sobre su hombro.

—Ya te dije que no tienes que hacerlo —sus manos sobre mi cabello calmaban mis dudas.

Tristan siempre me lo acariciaba, nunca me había planteado el porqué, pero tampoco entonces sabía que tenía un hermanastro, y después de ese descubrimiento me había cuestionado cuántas cosas más desconocía de él. ¿Había tenido también una hermana a la que acariciarle el cabello? ¿Hijos? ¿Una esposa?

Me forcé en centrarme en lo que debía preocuparme en ese momento, y la magnitud de lo que debía hacer cayó como una losa sobre mí.

—¿Cómo le voy a contar a Oliver algo así? —pregunté en voz alta, aunque en realidad era una pregunta que me hacía a mí misma.

—Encontrarás la manera —dijo con voz firme—. Estoy seguro.

Me asustó la confianza que Tristan depositaba en mí. No era digna de ella.

—¿Estarás conmigo? —pedí preocupada.

—Claro que sí.

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Durante varios minutos estuve parada en la puerta, me dije a mí misma que estaba decidiendo si usar el timbre o el llamador, pero no era del todo cierto. Lo que me sucedía era que no estaba preparada para afrontar lo que tenía que hacer.

Habían pasado dos semanas desde que conocí por boca de Adrien la verdad y desde entonces no había hecho otra cosa que darle vueltas al mismo tema. ¿Cómo decírselo a Oliver sin desatar su venganza? ¿Cómo decirle que su hermana había sido asesinada y al mismo tiempo evitar que buscara al culpable de tal muerte?

Después de abandonar tan precipitadamente Nueva York había viajado a Florencia, tenía la esperanza de encontrar las respuestas que buscaba en el mismo lugar en que se originaron. Lamentablemente no lo había hecho, allí ya no quedaba nada, ni el laberinto, ni la casa de los Basani… Mi antiguo hogar se había trasformado en un lujoso hotel en el que había pasado la semana, pero nada de lo que allí había me recordaba a mi familia.

No estaban los lienzos de mis antepasados, ni las alfombras que mi madre había protegido con tanto mimo. Juliette, Laura, papá… Todo se había ido y era imposible hacerlo regresar.

Llamé a la puerta suavemente. Había luz, por lo que era casi seguro que Oliver estaba en casa, pero no fue él quién me abrió. Danielle frunció el ceño inconscientemente cuando se topó conmigo, seguramente era la última persona en el mundo a la que quería ver.

—¡Rachel! —exclamó sorprendida—. ¿Va todo bien? Estás diferente.

—No, no va bien —me limité a responder.

Ella también se veía diferente, si bien físicamente seguía siendo la misma chica que conocí, algo en ella había cambiado. Se la veía más fuerte, más dura y al mismo tiempo más frágil, era como si todo lo que había descubierto en esos días la hubiera transformado en otra persona, en alguien mejor de lo que ya era.

Instintivamente se llevó la mano al tatuaje y clavó sus ojos azules en los míos. Esperé que me gritara, que se enfadara por volver a importunarles con mi visita y los problemas que inevitablemente traería conmigo, pero no lo hizo. Durante un segundo incluso creí ver brillar en sus ojos una nota de comprensión.

No quise indagar, le di toda la intimidad que podía darle y no entré en su cabeza, no estaba segura de que me gustara lo que iba a encontrarme.

—Sea lo que sea lo que tengas que contarle a Oliver va a tener que esperar, tenemos visita —me explicó.

No me sorprendió que hubiera adivinado el motivo por el que, dos meses después de marcharme de la ciudad, me encontraba en la puerta de su novio. Danielle siempre había sido una persona muy intuitiva, sin embargo le pregunté.

—¿Cómo sabes que quiero hablar con Oliver y no contigo? Al fin y al cabo tú eres mi pupila y te dije que cuando necesitara tu ayuda te buscaría.

—Muy fácil, si fuera por mí no tendrías esa cara.

—¿Qué cara? —ahora sí que había conseguido despertar mi curiosidad.

—Como si tú sola aguantaras el peso del mundo —y sin decir nada más se apartó y me permitió pasar dentro de la casa donde se escuchaban las voces y las risas de Oliver mezcladas con otras dos que no conocía.

En cuanto entré en el comedor me encontré con los ojos verdes de Oliver clavados en mí. Danielle ni siquiera tuvo tiempo de avisar de mi presencia antes de que él se levantara y corriera a abrazarme como si realmente me hubiese echado de menos.

Sentí sus brazos a mi alrededor y me imaginé cómo habría sido tener un hermano de verdad, uno que viviera conmigo, que me quisiera y me apoyara. Tristan era lo más parecido a un hermano que había tenido nunca, pero ahora que sabía la verdad, que tenía un hermano real de carne y hueso y que ese hermano era Adrien, las cosas las sentía de otra manera. Y habríamos estado cerca de ser familia de verdad si Mefisto no hubiese aparecido en Florencia. Oliver habría sido mi hermano, se hubiese casado con Laura y yo hubiese tenido una familia a la que proteger en las sombras.

Anhelaba tanto un amigo, un familiar… La eternidad era demasiado larga para estar sola.

—Me alegro de verte. Pase lo que pase después, quiero que sepas que me alegro de verte —me dijo bajito, haciendo que mi mundo se volviera a desmoronar a mi alrededor. ¿Cómo iba a contarle todo lo que tenía que decirle sin volver a romperle el corazón? Sin embargo, ¿cómo podía no hacerlo?

—Yo también me alegro mucho de verte —confesé tímidamente.

Oliver se giró sonriente hacia sus amigos con mi mano entrelazada a la suya.

—Chicos, esta es mi prima Rachel. Antes venía al instituto con nosotros, pero nos dejó para recibir clases de arte avanzadas —sonreí, Oliver acababa de buscarme una cuartada perfectamente creíble y bueno, tampoco era del todo una mentira.

Puede que no fuéramos primos, pero habíamos estado a punto de ser cuñados y mis pequeñas vacaciones habían sido para disfrutar del arte. De hecho, me había pasado toda mi estancia en la gran manzana metida en el MOMA y el Guggenheim.

El chico pelirrojo se levantó y me ofreció su mano con amabilidad.

—Te recuerdo —me dijo sonriente—, solías venir a mis fiestas.

Le devolví la sonrisa.

—Sí, es cierto —confesé; no es que tuviera muchas opciones. Mefisto solía asistir y yo no tenía más remedio que seguirle, de hecho creo que durante un tiempo estuvo saliendo con la madre del chico.

La muchacha morena, que era la mejor amiga de Danielle, también se acercó sonriente a saludarme. Me sentí a gusto y culpable al mismo tiempo por la cordial bienvenida que estaba recibiendo, tanto de Oliver como de sus amigos.

La reacción de Danielle era algo en lo que no quería pensar, aún retumbaban sus palabras en mi cabeza: «como si tú sola aguantaras el peso del mundo».

Pasamos la tarde en una animada charla, aunque yo era capaz de sentir la tensión que emanaba de Oliver cada vez que me miraba. Después de disfrutar de los refrescos, las risas y las bromas, Andrea y Marc anunciaron que tenían que cenar con la madre del chico, que al parecer estaba saliendo con un nuevo hombre, que por primera vez tenía su edad, y con ello había conseguido el visto bueno de su hijo.

Danielle les acompañó a la puerta y yo me quedé a solas en el salón con Oliver. Ninguno de los dos habló, solo nos miramos en silencio, ambos éramos plenamente conscientes de que no se trataba de una visita de cortesía. Aunque solo yo fuera la que dispusiera de las respuestas.

Danielle entró silenciosa y se sentó junto a él en el taburete del piano. Era asombroso como Oliver instintivamente recurría a la música cuando estaba frustrado o preocupado, de todas las sillas y sillones del salón había ido a parar al incómodo taburete. Sin hacer ningún comentario por el lugar que su novio había elegido, Danielle posó su mano sobre su tenso hombro y se quedó a su lado.

Por fin Oliver rompió el silencio.

—¿Estás bien? —me preguntó interesado. En sus ojos verdes brillaban las motitas doradas más intensamente que nunca.

—No.

—¿Qué ha pasado, Céline? —no me molestó que usara mi antiguo nombre. Era una especie de recuerdo de los años que habíamos pasado juntos, de la larga existencia que habíamos compartido.

—Espera, necesito que venga Tristan.

—Si Tristan está aquí debe de tratarse de algo grave —le dijo a Danielle intentando bromear, pero la tensión se notó en su voz.

Danielle se acercó todo lo que pudo a él, como si con ese gesto pudiera protegerlo.

No hubo que esperar más. El timbre de la puerta sonó una sola vez, aunque tampoco hubiese hecho falta que lo hiciera. Estábamos todos tan pendientes de su aparición que yo lo había sentido desde que entró en la calle.

Le hice un gesto con la cabeza a Danielle para que no se moviera y me levanté a abrir yo misma la puerta a Tristan, me había prometido no dejarme sola y estaba allí para cumplir con su promesa.

En mi cabeza bullían las ideas y en mi estómago las emociones.

La sonrisa alentadora y serena de Tristan me recibió calmando un poco mi ansiedad, pasó su brazo por mis hombros y nos encaminamos de vuelta al salón.

Oliver se puso de pie en cuanto nos vio entrar.

—Tristan —le saludó nervioso, incómodo, como si sintiera lo que se le iba a venir encima.

Durante un breve segundo la reacción de Danielle ante mi acompañante me hizo olvidar el horror de lo que iba a contar. Danielle había abierto mucho los ojos y miraba a Tristan asombrada, una reacción realmente comedida teniendo en cuenta el asombroso esplendor de mi amigo. Nuevamente las reacciones de Danielle volvieron a asombrarme. Era evidente que aunque notaba su belleza, el amor que sentía por Oliver le hacía que no le afectara más allá de la mera sorpresa.

—Danielle, este es Tristan, algo así como el maestro de Rachel.

—Encantada —respondió la joven.

Mi maestro hizo un leve gesto con la cabeza y le sonrió abiertamente.

—Aunque también es el hermanastro de Adrien, que es a su vez el maestro de Gabriel —siguió explicando Oliver a su novia.

Volví a centrarme en Oliver, no sabía que él también estaba informado de ese detalle, después de todo parecía que la única que no lo sabía era yo. Miré de reojo a Tristan y vi cómo apretaba la mandíbula. La tensión que emanaba de él se disparaba cada vez que salía en la conversación el nombre de Adrien.

—Será mejor que nos sentemos —comentó Tristan mirando a Oliver a los ojos. No era una recomendación.

Una vez que todos estuvimos acomodados, sentí la mirada de todos clavada en mí. Había llegado el momento que llevaba dos semanas temiendo y evitando.