2co
Capítulo 15

Seguí a Adrien plenamente consciente de lo mucho que le molestaba a Gabriel que aceptara su oferta. Su odiosa actitud con la camarera había sido deliberada y descarada, con la única finalidad de hacerme daño, yo solo le había devuelto el golpe, quizás con creces, pero era una devolución en toda regla con el rédito de los años pasados incluido.

—¿Qué haces aquí con él, ma chérie? —me preguntó Adrien.

—Sabes que siempre le he querido, no sé qué te sorprende —contesté con sinceridad.

Pero en ese momento la que se sorprendió fui yo, las palabras habían salido sin censura de mis labios.

—Me sorprendes tú, siempre lo has hecho —confesó con la mirada entre algún punto intermedio entre la melancolía y la esperanza.

Su despacho era casi tan grande como la pista de baile que habíamos cruzado para llegar hasta él. No era circular como todo el local sino rectangular, la zona del escritorio era la que quedaba a la vista al entrar pero a la izquierda, escondido al abrir la puerta, había un enorme sofá negro de cuero y frente a él una mesa baja de cristal ahumado. En aquella parte del despacho todo era más tranquilo puesto que quedabas aislado del atronador ruido de fuera.

Adrien se sentó en el centro del sofá y me hizo un gesto para que hiciera lo mismo a su lado, cogió un mando a distancia y la melodía de Elysion, Never forever, invadió la estancia con un sonido tan nítido que parecía que el grupo estuviera tocando allí mismo.

—¿Te gusta? —me preguntó ladeando la cabeza y levantando la mano, marcando con el gesto que se refería a la música.

—Suena bien —respondí no por complacerle, sino porque era completamente cierto.

Iba a sentarme a su lado cuando mi mirada vagó por la pared que quedaba tras nosotros, me quedé petrificada ante el lienzo que presidía el acogedor saloncito.

El estudio rojo de Henry Matisse, el mismo cuadro que llevaba visitando desde que llegué a Nueva York.

Una sonrisa de suficiencia se instaló en la cara de Adrien. Era plenamente consciente de que me había impresionado con ese gesto, debía tenerme vigilada para saber que era uno de mis cuadros favoritos en la colección permanente del MOMA.

Me acerqué en silencio bordeando la mesa y paseé mis dedos por el lienzo. Era algo que siempre había soñado hacer, a pesar de que no era lo correcto y que podía estropearse. Pero por una vez en mucho tiempo obvié lo correcto e hice lo que deseaba. Sin duda Adrien y Gabriel estaban siendo una mala influencia para mí, unos días con ellos y ya me saltaba todas las reglas.

Adrien era, en ese aspecto, quien más me influenciaba. No solo había conseguido que cambiara mi ropa, también había conseguido que dejara de castigarme. Quizás esa era la razón por la que me sentía tan a gusto a su lado, porque con él no tenía que cumplir la expectativas que todos tenían de mí o incluso las que yo misma me había auto impuesto. Con él era fácil ser solo Céline, ser solo una chica más.

—Es impresionante —concedí maravillada— una réplica perfecta.

—No es una réplica. Es el original —comentó como de pasada.

—¿Lo has robado? —la idea que robara algo por mí me hizo sentir culpable hasta límites insospechados.

Rompió a reír a carcajadas. Su rostro era mucho más hermoso cuando lo hacía. Perdía la rigidez que le otorgaba su gesto serio y formal.

—No, solo es un préstamo. Tengo amigos influyentes y quería ofrecerte esta pequeña sorpresa de bienvenida.

—Pero esta tarde lo he…

No me dejó terminar la frase.

—El Matisse está conmigo desde hace un par de días. El que hay actualmente en el museo es una réplica y ahora que lo has visto de cerca y que has podido tocarlo, regresará al lugar que le corresponde. Esto ha sido un pequeño detalle de agradecimiento por tu visita. Tómalo como una bienvenida.

—¿Cómo sabías que vendría? —pregunté intrigada por su seguridad.

—No lo sabía. Solo lo esperaba —me respondió sinceramente y sin florituras.

Una sinceridad que no encontraba en Gabriel, a diferencia de él, Adrien se mostraba tal y como era realmente. Un demonio antiguo y poderoso que siempre conseguía lo que quería, aunque para ello tuviera que recurrir a métodos poco ortodoxos.

Adrien no se andaba con remilgos a la hora de ser cruel o mortal, pero siempre iba de frente. Su naturaleza era clara en ese aspecto, la dualidad de Gabriel (entre el bien y el mal) le hacía mucho más impredecible y por lo tanto más peligroso, al menos para mí. Con Adrien sabía lo que podía esperar, con Gabriel siempre tenía la esperanza de ver algo más. Me descubría analizando cada uno de sus gestos a la caza de cualquier detalle por pequeño que fuera que me diera alguna esperanza para su salvación.

—¿Sabes que haría cualquier cosa por ti? Me resultas tan fascinante… Te quiero a mi lado, yo no te haría infeliz.

Sonreí por lo absurdo de la situación.

—Somos incompatibles, jamás nos llevaríamos bien —le respondí como si fuéramos una pareja normal.

—Yo no opino lo mismo, a mi lado disfrutarías de la vida que te mereces. No tendrías que huir para estar conmigo, tu existencia sería más fácil.

El comentario me sorprendió. ¿Cómo estaba enterado de mi fuga frustrada con Mefisto?

—Yo jamás te hubiera dejado esperando. Nada me habría impedido acudir a por ti —confesó acercando su rostro al mío tan cerca que nuestras narices casi se tocaban.

—¿Cómo sabes eso? —pregunté en un susurro lastimero.

—Siempre lo supe, no podía permitir que me dejaras. Solo tuve que mover los hilos correctos para que no pudierais marcharos pero cuando comprendí que Laura y sus amenazas no te detendrían, tuve que sacarme el as que guardaba en la manga. Sabes que es una de mis reglas más importantes: tener una válvula de escape, yo nunca me quedo sin recursos.

—¿Lo hiciste tú? —mi pregunta iba más allá del fracaso de mi plan de huida con Mefisto, mi pregunta iba dirigida a lo que sucedió aquella fatídica madrugada que cambió el rumbo de todas nuestras vidas.

—¿Quién si no? No podía permitir que te marcharas con mi pupilo, me pareció la mejor forma de evitarlo. Al mismo tiempo me sirvió para liberarle a él de su error de cálculo, ya sabes, el bebé.

—¡Oh, Dios mío!

Sentí cómo las rodillas se movían temblorosas. Agradecí estar sentada, porque eso fue lo único que evitó que me desplomara en el suelo del despacho de Adrien. Una idea se apoderó de mi mente y supe que era la verdad desnuda y sin artificios. Isabella no se suicidó, ella no amaba tanto a Mefisto como amaba a su hermano Fausto, ella jamás lo hubiera dejado.

Adrien empujó su recuerdo a mi cabeza y sentí cómo mi estómago se contraía con fuerza, tuve que aguantarme las nauseas.

Florencia, 1535

Isabella lloraba abrazada a Adrien, que fingía consolarla.

—No tienes más opciones mon pauvre enfant[11], si tu padre descubre tu embarazo te matará con sus propias manos —murmuró apesadumbrado—. Ya sabes lo estricto que es.

—Fausto me ayudará —murmuró entre lágrimas—, mi hermano me llevará lejos de él y no permitirá que nos pase nada a ninguno de los dos —dijo posando con delicadeza las manos en su vientre.

—Isabella, a Fausto ya no le interesas. Ahora que tiene tanto éxito ni siquiera tiene tiempo para ti… No tienes otra salida.

—No puedo, yo… Es pecado —dijo intentando escapar por algún lado.

—No seas tonta, seguro que Él te perdona, ¿no se supone que es misericordioso? —dijo arrugando el ceño en una clara mueca de repugnancia.

—No puedo hacerlo…

—Tranquila, no es difícil. Yo te ayudaré —su voz sonó calmada como si estuviera hablando del tiempo.

—¡Mi bebé! —exclamó Isabella nerviosa al comprender las intenciones de Adrien quien, con una fingida sonrisa compasiva, descargó su peso sobre el frágil cuerpo de Isabella, acercándola al vacío. Isabella cerró los ojos y lloró en silencio mientras caía aferrando las manos a su vientre.

Sentí mis propias lágrimas correr calientes por mis mejillas. Toda mi vida sintiéndome culpable de su muerte para descubrir ahora que nada había sido como creía.

—¡Lo hiciste tú! La empujaste, la engañaste para que muriera —lo acusé golpeándole el pecho con mis puños cerrados.

—¿De qué te sorprendes, Céline? Ese es mi trabajo —no encontré arrepentimiento en su voz.

Con más delicadeza de la que había esperado apartó mis manos de su pecho y me miró condescendiente.

—Deberías agradecerme que te librara de ella y de su bastardo.

Apenas escuché sus crudas palabras.

Oliver.

Tenía que buscar a Oliver, tenía derecho a conocer la verdad. No podía permitir que creyera culpable a su hermana de rendirse, necesitaba hacerlo para liberarme a mí misma del espantoso recuerdo que acababa de presenciar, tenía que hacerlo por Oliver y por mí.

Pero entonces una duda lacerante se instaló en mi pecho. ¿Por qué había sido castigada? La muerte de Isabella no pesaba sobre mi conciencia y el amor que sentía por Gabriel no podía aportarme ningún castigo, para los míos el amor nunca merecería una corrección. ¿Dónde estaba pues mi pecado? ¿Por qué había perdido mi rango?

—Adrien… —me cortó antes que pudiera formularle la pregunta que me estaba atormentando.

La sorpresa por lo que había descubierto me tenía con la guardia baja y él pudo leer en mí las dudas que me embargaban.

—Céline, ma chérie, no puedo creer que seas tan inocente. ¿Cómo no voy a querer que te quedes conmigo? —sus palabras eran tan suaves y acariciadoras como un suspiro sobre la piel desnuda.

—Adrien, por favor… —necesitaba saber la verdad y estaba segura que él la conocía, era uno de los demonios más poderosos que existían y dominar la información era indispensable para serlo.

—Está bien, preciosa. La razón por la que fuiste castigada no tuvo nada que ver con la muerte de Isabella, sino contigo, se te castigó por tus actos, por tus propias elecciones, no por las de otra persona. No cumpliste con una de las normas más importantes de los tuyos, no sentiste piedad. Cuando Isabella te rogó que dejaras a Mefisto te negaste a hacerlo, anteponiendo tus necesidades a las suyas, ese fue tu gran error. ¿Realmente es comparable lo que hiciste a lo que perdiste? Ahora dime la verdad, ¿puedes ser dichosa junto a unos seres que te obligan a abandonar tus necesidades para anteponer las de tu enemigo? ¿Ha valido la pena tu vida desde ese fatídico instante en que elegiste tu felicidad?

Las palabras de Adrien se me clavaron en el alma. No podía seguir escuchándole porque sabía que lo que vendría después me resultaría tentador… Una vida sin responsabilidades, una vida en la que anteponer mis deseos a los de los demás… Una vida en la que no tendría que sentirme culpable por amar a un demonio.

Salí corriendo sin mirar atrás, con la risa de Adrien retumbando en mis oídos. ¿Cuál era mi maldito problema? ¿Qué clase de ángel era yo si me sentía tentada por alguien tan malvado y peligroso como Adrien, o tan dual como Mefisto?

—Tómate tu tiempo, ma chérie. Estaré aquí siempre para ti, si hay algo que puedo derrochar es tiempo.

Florencia, 1535

Laura entró en mi dormitorio como una exhalación. Juliette y yo nos quedamos paradas de golpe por la sorpresa, mientras mi doncella metía un par de vestidos en una bolsa yo escogía de entre mis joyas las más valiosas para fugarme con Mefisto. Nada ni nadie iba a impedirme estar con él, ni siquiera los caminos opuestos por los que la vida nos había llevado a cada uno.

En mi aturdimiento por su inesperada presencia no me percaté en que mi hermana todavía iba vestida con su vestido verde esmeralda, el mismo que había lucido esa noche en el baile de los Perotti. Por supuesto en ese instante tampoco reparé en que su cabello estaba revuelto y prácticamente deshecho.

—Sé lo que te propones y no voy a permitir que ensucies de ese modo nuestro apellido —me anunció plantándose ante mí—. Tu deber es ser monja, no una perdida.

—No hay nada que puedas hacer para evitarlo. Me marcho y no consentiré que me delates. Si es necesario, Juliette y yo te amordazaremos y te ataremos. Tú eliges, hermana.

Iba a replicar cuando unos gritos que venían de la calle nos alertaron que algo horrible había sucedido, alguien se plantó en nuestra puerta pidiendo ayuda a gritos. Entonces escuchamos la voz de mi padre pidiendo a los criados que abrieran la puerta a quien fuera que llamara tan desesperado, la casa se llenó de movimiento y todo se llenó de caos y lágrimas. Los criados y mis padres corrían de un lado para otro intentando averiguar qué había pasado.

Laura desapareció silenciosa de mi dormitorio y yo aproveché la situación para salir de mi casa y acercarme a la de los Basani, el lugar en el que había quedado con Mefisto. No estaba preparada para lo que vi… Algo que impidió que me reuniera con mi amor esa noche, algo que cambió nuestras vida para siempre.

Y que por fin ahora descubría que no había sido culpa mía.