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Capítulo 14

Rachel parecía encontrarse a gusto en la discoteca, incluso se reía de algún chiste privado que solo ella entendía.

Discretamente miré por el local con la intención de comprobar que Eva no estaba allí, bajo ningún concepto quería que Rachel la volviera a ver. Ya habíamos tenido suficiente mal rollo por su culpa, y si queríamos hacerle creer a Adrien que estábamos bien, la presencia de la morena nos estorbaba, sobre todo porque no estaba seguro de cuál sería su reacción si nos veía juntos a Rachel y a mí.

—¿Qué vas a tomar? —le ofrecí amablemente.

—Lo mismo que tomes tú —me contestó con la vista clavada en la pista de baile.

Parecía tan interesada que estuve a punto de invitarla a bailar. Pero recordé nuestro arrebato y opté por no pedírselo, hacerlo sería como dar un paso atrás.

—¿Estas segura, princesa? —le pregunté sorprendido por su respuesta.

—Por supuesto —alzó la nariz ofendida, era un gesto típico de ella que siempre me hacía sonreír.

La misma camarera de la otra vez que visité el Edén se acercó a nosotros contoneándose y haciendo ondear su cabello dorado. Pero se quedó parada cuando se dio cuenta que esta noche venía acompañado.

—Hola, Gabriel —me saludo sonriente pero distante.

A mi lado noté como Rachel se tensaba por la familiaridad con la que me había hablado la camarera.

—¡Hola, princesa! —La saludé usando el mismo mote con que apodaba a Rachel. Perfectamente consciente de que era el golpe más bajo y rastrero que podía darle a mi acompañante.

—¿Qué vais a tomar? —preguntó más segura ante mi nulo interés en mi pareja.

—¿Qué nos aconsejas? —le respondí coqueteando descaradamente con ella.

La rubia parpadeó por la sorpresa. No se lo esperaba teniendo en cuenta que había una chica preciosa a mi lado.

—Estáis en el Edén, así que tenéis que probar el Red Apple o el Tentación, son especialidad de la casa.

—Yo probaré el Tentación —contestó Rachel sin preguntar siquiera que llevaba el cóctel.

La rubia amablemente le dio los ingredientes: Vodka, jarabe de manzana, lima y unas gotitas de ron blanco.

—Perfecto, gracias —aceptó con una sonrisa sincera y sin ningún tipo de rencor por mi interés.

—Tomaré lo mismo, princesa —dije no cejando en mi intento de molestar a Rachel.

Todo se resumía en una simple cuestión de control, Rachel no me controlaba, era yo quien dirigía la situación y para hacerlo estaba dispuesto a casi cualquier cosa.

La rubia me sonrió y se giró para coger dos vasos de la estantería que había tras ella y llenarlos de hielo picado. Pero en ese momento lo que menos me importaba eran los cócteles o lo que estuviera haciendo la camarera, yo tenía la vista clavada en Rachel que sonreía descaradamente a alguien situado al otro lado del círculo que era la sala. Alguien que se acercaba hacia nosotros con la misma sonrisa con que yo la había mirado a ella al entrar en su piso esa misma noche, una mirada que mezclaba deseo y acuciante necesidad.

Adrien se abría paso sin rozarse con nadie a pesar que la pista estaba llena de gente bailando. No hubo ningún movimiento brusco; simplemente coordinación y su propio magnetismo.

Se paró frente a nosotros sonriendo. Seguramente le había avisado el portero que me había felicitado por la captura o había sido yo mismo y nuestra conexión quien le había puesto sobre aviso. En cualquier caso, Adrien no estaba interesado en mí, ni siquiera me miraba; toda su atención se centraba en Rachel, que batió las pestañas para él. Ante ese gesto ni siquiera la rubia y todo su arsenal hubieran conseguido ponerse a su altura.

—Céline, ma chérie, estás maravillosa esta noche —le dijo con una sonrisa depredadora en el rostro.

—Hola, Adrien, me alegra que te guste mi vestido, seguí tu consejo y abandoné el negro riguroso —dijo dando una vuelta sobre sí misma para que él la admirara mejor.

—No es solo tu vestido, es que eres preciosa.

Me molestó saber que había sido él quien le había aconsejado sobre el color de su ropa y mucho más que ella hubiera aceptado su consejo.

Noté la sorpresa de Adrien ante su alegre recibimiento, una alegría que contrastaba con mi creciente mal humor.

—Gabriel —me dijo cuando por fin apartó la mirada de ella—. Me alegra que hayas traído a Céline pero tú y yo tenemos una conversación pendiente, tienes que explicarme qué hay de cierto en esos rumores absurdos que he escuchado sobre ti —dijo fingiendo que nunca habíamos hablado del tema. Una mera pantomima para Rachel.

—Por supuesto, maestro —le seguí el juego, plenamente consciente que ella no estaría muy contenta con la actitud de mi maestro.

Por primera vez desde que Adrien había aparecido, esbocé una sonrisa verdadera.

—Te espero mañana —me dijo y volvió a olvidarse de mi presencia a favor de la chica que me acompañaba.

En ese momento la camarera puso los dos cócteles, del mismo tono rojizo que su camiseta de tirantes, frente a nosotros. Cogí uno de ellos y se lo ofrecí a Rachel, que lo cogió con un escueto agradecimiento y sin siquiera mirarme.

Bebió de su copa y yo hice lo mismo con la mía. El combinado estaba delicioso, igual que lo estaba la chica que tenía a mi lado y que no parecía muy interesada en mi compañía. La camarera le preguntó a su jefe si quería que le sirviera algo, pero él se limitó a negar con la cabeza.

—Céline, preciosa, ¿por qué no dejamos a Mefisto con Verónica? —dijo señalando a la rubia—. Son viejos amigos, ¿sabes? Seguro que tienen mucho de qué hablar —dijo remarcando la última palabra.

No sé qué me molestó más, que la llamara Céline y que ella se lo permitiera o que insinuara que me había acostado con la rubia cuando los dos sabíamos que no había sido así.

—Parece que Gabriel tiene amigas en todas partes —comentó fingiendo diversión, pero no engañaba a nadie.

—Mefisto —me llamó sin dejar de mirar a Rachel—. No hace falta que esperes a Céline, yo la llevaré a casa personalmente. Puedes irte tranquilo, su seguridad será mi prioridad.

No tuve tiempo de oponerme, antes que pudiera decir algo Rachel, ya había aceptado la propuesta y con ella su brazo.

—Me parece perfecto Adrien, enséñame tus dominios —le pidió coqueta—. Buenas noches, Gabriel.

La situación era cuanto menos surrealista, Adrien tomó su mano, posada en su brazo, y entrelazó sus dedos en los de ella dispuesto a guiarla, pero ella le sonrió y se acercó a mi oído:

—Donde las dan las toman. Disfruta de la rubia, yo haré lo mismo con Adrien. Tengo ganas de saber si sigue besando tan bien como la última vez —una ira asesina se apoderó de mí. Sabía que estaba celosa y que lo había dicho solo para hacerme enfadar, para vengarse por mis punzantes palabras tras nuestro arrebato, sin embargo nada evitó que la rabia me invadiera.

Se marchó alargando la mano para coger de nuevo la de mi maestro, que sonreía complacido.