Estrambote 4.°
YO ME ACUSO

Cuando ya está en la imprenta el manuscrito de estas crónicas me dicen los editores que no se puede publicar un relato político en primera persona sin un capítulo de autocrítica. El editor mejora siempre al autor, sobre todo cuando el autor es novicio; por eso me pongo disciplinadamente a escribir esta confesión general.

Me acuso de candor, de haber preferido siempre la inteligencia a la lealtad, de haberme dejado seducir por el brillo de los inteligentes, de no cuidar la fidelísima fidelidad de los fieles.

Me acuso de aburrimiento en las reuniones de partido, en los comités locales, en los comités provinciales y en los comités nacionales. Y de haberme orientado, como Juan Ramón, a la minoría siempre, que es mala brújula en una Monarquía parlamentaria.

Me acuso de haber pasado por lugares de máximo poder, en la empresa privada y en la política, sin contagiarme de poder ni de riqueza, sin comprar amigos como el administrador sagaz del Evangelio, sin vender mi libertad a los accionistas o a los electores como los mercaderes del Templo.

Me acuso de preferir, más de la cuenta, la mano visible del Estado a la mano invisible de Adam Smith; porque eso era lo que me pedía el cuerpo cuando empresario, y eso lo que me pedían los empresarios cuando Ministro.

Me acuso de haber querido cumplir mis compromisos de investidura como si me obligasen jurídicamente, aunque el CIS me dijera que en el cumplimiento perdía votos.

Me acuso de no sentir fruición alguna al poner mi firma en el Boletín Oficial del Estado; disfruto más firmando en cualquier otro periódico, en cualquiera.

Me acuso de haber hecho mía, en tiempos, esta copla de un amigo, altísimo poeta:

Qué penosa situación

la situación en que están

los que huyendo de Cebrián

fueron a dar en Ansón.

Me acuso de haber seguido siendo suarista mucho después de 1980, porque el corazón tiene razones que la razón no alcanza.

Me acuso de haber leído demasiado a Ortega y Gasset, y de aspirar siempre, como Goethe, desde lo oscuro a lo claro.

Me acuso de no haber sabido reponer con demagogia los votos que perdía haciendo lo que tenía que hacer.

Me acuso de haber creído que nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado a decir sencillamente, claramente, Sí o No a todos menos a algunos demócratas cristianos.[114].

Me acuso de haber admirado a José Antonio Primo de Rivera y de no haber sufrido nunca falangistas, ni aun tránsfugas.

Me acuso de no haber ido a un colegio de pago, como han ido los teóricos socialistas de la enseñanza pública, y van aún sus hijos.

Me acuso de ser Calvo-Sotelo los lunes, miércoles y viernes y Bustelo los martes, jueves y sábados, como dijo Alfonso Osorio; y de no haber trabajado bastante los domingos.

Me acuso de odiar la redundancia y de intentar que mis notas y mis discursos tengan sobriedad y economía, como los desarrollos algebraicos, en los que no sobra ni falta una letra. ¡Qué le vamos a hacer!

Me acuso de haber buscado indistintamente, y sin éxito, la precisión y la literatura, y de haberme quedado casi siempre entre Pinto y Valdemoro.

Me acuso de creer que algunos periodistas abusan de la libertad de expresión, como algunos huelguistas abusan del derecho a la huelga, como algunos nacionalistas abusan del Título VIII de la Constitución; y que no les viene mal, a unos y otros y de vez en cuando, una LOAPA.

Me acuso de vanidad, porque pensé durante algunos años que había entendido a Pío Cabanillas.

Me acuso, en fin, de ser, en el buen sentido de la palabra, bueno; y no un hombre al uso que sabe su doctrina, porque no sé ninguna; y también de haber sentido el asco de la greña jacobina.

Ribadeo, agosto de 1988, Madrid, abril de 1990