1. INTERIOR DE UNA CAFETERÍA - POR LA MAÑANA
Una cafetería Denny’s normal, tipo Spires, en Los Angeles. Son aproximadamente las nueve de la mañana. Aunque el local no está abarrotado, hay bastante gente tomando café y comiendo huevos con beicon.
Dos de esas personas son UN HOMBRE JOVEN y UNA MUJER JOVEN. El joven habla con un ligero acento inglés de clase obrera y, al igual que sus compatriotas, fuma cigarrillos con un estilo esmerado.
Es imposible saber de dónde es la joven o qué edad tiene; todo lo que hace contradice algo que hizo. Los dos jóvenes están sentados en un reservado. Su diálogo tiene que desarrollarse a un ritmo rápido, al estilo de Luna nueva.[1]
HOMBRE JOVEN: No, olvídalo, es demasiado arriesgado. Estoy harto de esa mierda.
MUJER JOVEN: Siempre dices lo mismo: nunca más, estoy harto, es demasiado peligroso.
HOMBRE JOVEN: Sé que siempre digo lo mismo. Y también que tengo razón, pero …
MUJER JOVEN: …Pero lo olvidas al cabo de un día o dos.
HOMBRE JOVEN: Sí, bueno, pues han quedado atrás los días del olvido y acaban de empezar los días del recuerdo.
MUJER JOVEN: ¿Sabes lo que pareces cuando te pones así?
HOMBRE JOVEN: Parezco un jodido hombre sensato, eso es lo que parezco.
MUJER JOVEN: Pareces más bien un pato. (ella imita a un pato). Cuac, cuac, cuac, cuac, cuac…
HOMBRE JOVEN: Pues presta atención porque no lo volverás a oír. Como ya no lo volveré a hacer, tú tampoco me oirás hacer el pato sobre cómo no lo volveré a hacer.
MUJER JOVEN: Después de esta noche.
Los dos se echan a reír, con sus risas espaciadas por alguna pausa, mientras se balancean adelante y atrás.
HOMBRE JOVEN: (con una sonrisa). Correcto. Tengo toda la noche para hacer el pato.
Se acerca una CAMARERA con una jarra de café.
CAMARERA: ¿Alguien desea que le sirva más café?
HOMBRE JOVEN: Oh, sí, gracias.
La camarera le sirve café al joven, que enciende otro cigarrillo.
HOMBRE JOVEN: Ya tengo suficiente.
La camarera se aleja. El joven da una chupada al cigarrillo. La joven se pone un montón de crema y azúcar en el café.
El joven vuelve directamente al tema.
HOMBRE JOVEN: Tal como están las cosas ahora, corres el mismo jodido riesgo que si robaras un banco. Corres más de un riesgo. ¡Los bancos son más fáciles! Se supone que los bancos federales no le van a impedir a uno hacer nada durante el robo. Están asegurados, así que ¿por qué preocuparse? En un banco federal ni siquiera necesitas un revolver. He oído hablar de un tipo que entró en un banco federal con un teléfono portátil y se lo entregó al cajero. El tipo que esperaba al otro lado de la línea le dijo al cajero: «Tenemos a la hija de este hombre, y si no le da ahora mismo todo su dinero, vamos a matarla».
MUJER JOVEN: ¿Y funcionó?
HOMBRE JOVEN: ¿Que si funcionó? ¡Joder si funcionó! El tipo entra en el banco con un teléfono, nada de pistolas, nada de escopetas…, sólo un jodido teléfono, limpia el lugar y nadie levanta un jodido dedo para impedírselo.
MUJER JOVEN: ¿Le hicieron daño a la niña?
HOMBRE JOVEN: Pues no lo sé. Probablemente, ni siquiera habían secuestrado a ninguna niña. Pero lo importante de la historia no es la existencia o no de la niña, sino el hecho de que robaron el banco con un teléfono.
MUJER JOVEN: ¿Quieres ponerte a robar bancos?
HOMBRE JOVEN: No estoy diciendo que vaya a robar un banco. Sólo pretendo ilustrar el hecho de que, si lo hiciéramos, sería más fácil que lo que hemos estado haciendo.
MUJER JOVEN: ¿De modo que no quieres ser ladrón de bancos?
HOMBRE JOVEN: No. Todos esos tipos siguen tarde o temprano por el mismo camino: o mueren o se pasan veinte años en chirona.
MUJER JOVEN: ¿Y tampoco más tiendas de licores?
HOMBRE JOVEN: ¿De qué hemos estado hablando? Tampoco–robaremos–más–tiendas–de–licores. Además, ya no es tan divertido como antes. Hay demasiadas tiendas de licores que son propiedad de extranjeros, de vietnamitas y coreanos que ni siquiera saben hablar jodido inglés. Va uno y les dice: «Eh, vacía la caja registradora», y no tienen ni puñetera idea de lo que se les está diciendo. Se lo toman demasiado a pecho. Si continuamos así, cualquiera de esos jodidos hijos de puta va a hacer que tengamos que matarlo.
MUJER JOVEN: Yo no voy a matar a nadie.
HOMBRE JOVEN: Yo tampoco quiero matar a nadie. Pero probablemente nos pondrán en una situación en la que no tendremos alternativa, o nosotros o ellos. Y si no son los extranjeros son esos viejos judíos que tienen la propiedad de la tienda desde hace quince jodidas generaciones. Y te encuentras con el viejo abuelo Irving sentado tras el mostrador, con una jodida Magnum. Intenta entrar en una de esas tiendas con un teléfono en la mano, y ya verás hasta dónde puedes llegar. Que se jodan, olvídalo, vamos a dejarlo.
MUJER JOVEN: Bueno, ¿qué otra cosa nos queda? ¿Un trabajo regular?
HOMBRE JOVEN: (se echa a reír) No en toda esta vida.
MUJER JOVEN: Entonces, ¿qué?
El joven llama a la camarera.
HOMBRE JOVEN: ¡Garçon, más café!
Luego se vuelve a mirar a la joven.
HOMBRE JOVEN: Este mismo lugar.
Llega la camarera y le sirve más café.
CAMARERA: (con retintín). «Garçon» significa chico.
La camarera se aleja.
MUJER JOVEN: ¿Aquí? Pero si esto es una cafetería.
HOMBRE JOVEN: ¿Y qué hay de malo en eso? La gente nunca roba en los restaurantes. ¿Por qué no? En los bares, tiendas de licor y gasolineras se corre el riesgo de que le vuelen la cabeza a uno. Pero en los restaurantes los pillas desprevenidos. No esperan que nadie les robe, o no lo esperan tanto.
MUJER JOVEN: (asumiendo la idea). Apuesto a que en lugares como éste puedes descartar el factor héroe.
HOMBRE JOVEN: Correcto. Estos lugares están asegurados, lo mismo que los bancos. A los directores les importa un pimiento. Sólo intentan que uno salga por la puerta antes de empezar a derramar cenas por el suelo. En cuanto a las camareras, olvídalas. No se arriesgarán a recibir un balazo por lo que pueda haber en la caja registradora. A los fregaplatos, que apenas reciben un dólar cincuenta por hora, les importa un rábano que le robes al propietario. En cuanto a los clientes, están ahí sentados, con la boca llena de comida, y ni siquiera saben lo que está pasando. En un momento están comiendo una tortilla Denver, y al siguiente se encuentran con el pegajoso revólver de alguien delante de las narices.
La mujer joven acepta visiblemente la idea. El hombre joven continúa hablando en voz baja.
HOMBRE JOVEN: Mira, la idea se me ocurrió en la última tienda de licores en la que entramos. ¿Recuerdas a todos aquellos clientes que seguían entrando?
MUJER JOVEN: Sí.
HOMBRE JOVEN: Fue entonces cuando a ti se te ocurrió la idea de apoderarte de sus carteras.
MUJER JOVEN: Ajá.
HOMBRE JOVEN: Fue una buena idea.
MUJER JOVEN: Gracias.
HOMBRE JOVEN: Conseguimos más con lo que había en las carteras que con lo que había en la caja registradora.
MUJER JOVEN: Sí, así fue.
HOMBRE JOVEN: Y a los restaurantes va mucha gente.
MUJER JOVEN: Un montón de carteras.
HOMBRE JOVEN: Muy astuto, ¿no te parece?
La mujer joven, teniendo en cuenta esta última información, recorre el restaurante con la mirada. Observa a los clientes que comen, sumidos en sus conversaciones. A la cansada camarera que anota los pedidos. A los fregaplatos, que hacen los movimientos propios de retirar los platos. Al director, que se queja de algo al cocinero. Una sonrisa se extiende lentamente por el rostro de la mujer joven.
MUJER JOVEN: Sí, muy astuto. (entrando de lleno en ello). Está bien, hagámoslo, aquí mismo. Ahora.
HOMBRE JOVEN: Recuerda, lo mismo de siempre. Tú te encargas de controlar a la gente y yo me ocupo de los empleados.
MUJER JOVEN: Entendido.
Ambos sacan pistolas del calibre 32 y las dejan sobre la mesa. Los dos se miran mutuamente.
MUJER JOVEN: Te amo, Pumpkin.
HOMBRE JOVEN: Te amo, Honey Bunny.
Y tras decir esto, Pumpkin y Honey Bunny toman sus armas, se levantan y se disponen a robar el restaurante. La actitud de Pumpkin durante el robo es la propia del profesional que controla la situación. La de Honey Bunny es la de una psicópata, de gatillo fácil, que parece dispuesta a disparar en cualquier momento.
PUMPKIN: (gritándoles a todos). ¡Que todo el mundo se quede quieto! ¡Esto es un atraco!
HONEY BUNNY: Si alguien mueve un solo dedo, me lo cargo aquí mismo. ¿Lo habéis entendido?
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