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Carvalho se metió la carta en el bolsillo. De pronto se sorprendió caminando hacia el ascensor, luego hacia la puerta de la calle, nuevamente hacia el ascensor. Volvió a leer un fragmento de la carta elegido al albur: «Hay que purificar el egoísmo para comprender, para ser consciente de los males derivados del egoísmo primario, bestial o del egoísmo racionalizado de la cultura y de la civilización capitalistas.» Excelente frase, pero difícil de pronunciar para un moribundo por muchos pulmones que tenga, se planteó Carvalho en lucha contra una incredulidad a la defensiva. Se vio a sí mismo en la acera y a Carmela dentro del coche, en la esquina, haciéndole gestos, expresando su sorpresa ante su indecisión. Caminó automáticamente hacia el coche. ¿Quién soy yo para impedirle el papel de chivo expiatorio?

—¿Dónde vive Santos?

—Su familia vive en Legazpi. Pero él conserva un piso personal.

—¿Dónde?

—Es un secreto. Lo sabe muy poca gente.

—Tú lo sabes.

—Sí.

—Vamos allí.

—No. Me han de autorizar.

Carvalho dio la vuelta al coche y se sentó junto a Carmela. Le tendió la carta y le señaló dos o tres fragmentos. Carmela arrancó. Empezó a sollozar al llegar al tercer semáforo.