¿Pato o pavo? Habría que decidirlo examinando más detenidamente si la definitiva calificación dependió del largo cuello trabajado por una aparatosa nuez de Adán o de la cabeza pequeña, con mucho morro y poca barbilla, culminada por un pelo cortado bajo la influencia de dos culturas opuestas por el vértice: el cepillo prusiano y el talado capilar punk. Pérez-Montesa de la Hinestrilla trató de pactar.
—Usted comprenderá que yo no puedo revelarle informaciones secretas sin saber el objetivo, sin saber la finalidad. Me pide los informes confidencialísimos que tenemos de los miembros del Comité Central del PCE. Muy bien. Yo se los doy y es una prueba de confianza, pero usted ha de darme otra prueba a cambio que me justifique ante mis superiores.
—¿Quiere que le diga el principal sospechoso?
—Sería justo.
—¿Me garantiza que no morirá un cuarto de hora después de yo haber dado su nombre?
—¿Qué insinúa?
—¿Tan difícil es entenderlo?
—Está usted hablando con un funcionario público, con un servidor de un gobierno democrático y con un demócrata de años. Yo fui accionista de Cuadernos para el Diálogo.
—Usted parece un buen chico, ¿pero está en condiciones de garantizarme lo que le pido? ¿Quiere asumir la responsabilidad de lanzar el nombre de un hombre para que me lo agujereen como si fuera un colador?
O era cólera o era forcejeo consigo mismo. Suspiró y se dio un golpe de castigo contra el respaldo de la alta silla de madera repujada.
—¿Por qué me pone en este brete?
Era cierto. Por qué le ponía ante un dilema moral que podía costarle una carrera, una brillante carrera, quién sabe, director general pronto, delegado del gobierno en algún ente autonómico, ministro a los cuarenta o cuarenta y cinco años y porque tenía facciones de príncipe débil aquel detective cínico utilizaba un chantaje moral que no hubiera utilizado con otro, ¿por qué conmigo?
—Usted ha sido miembro del Partido Comunista.
—Fue una chiquillada. Apenas unos meses. Ni sabía que aquello era el Partido Comunista. Yo creí que era un intento de volver a montar la FUE. ¿Qué universitario de mi edad no ha tenido ideas marxistas en algún momento de su vida? Y para todos o casi todos nos sirvió de vacuna. Pero no le debo nada al partido.
—Este asunto ya no es cuestión de partidos o de intermediarios más o menos poderosos. Hay gángsters por medio, auténticos profesionales del crimen político que quieren acabar el trabajo.
—¿A mí qué me importa? Al fin y al cabo es un asesino, estamos barajando la vida de un asesino.
Carvalho se encogió de hombros, pareció entregarse con gusto a la blandura del sillón Oxford y entornó los párpados como si quisiera imaginar o dormir. El del chaleco hablaba en voz alta, consigo mismo, con Carvalho, con el pasado, con el futuro, con la Humanidad.
—Usted será el primero en contárselo al partido.
—Le doy mi palabra que el partido no sabrá el papel que ha jugado usted en todo esto.
—No he jugado ningún papel ni pienso jugarlo. He de consultar a mis superiores o en cualquier caso con el comisario Fonseca.
Carvalho sonrió con toda la tristeza que pudo acumular en el rostro.
—Al menos he de decírselo al ministro.
Carvalho cabeceó como si medio quilo de tristeza se hubiera sumado a la que le convertía en un hombre vencido por la incomprensión y la insolidaridad.
—Al jefe de gobierno. ¿Tampoco confía en el jefe de gobierno?
—¿Usted cree que el jefe de gobierno va a mantener el secreto de un pacto entre él, usted y yo?
—Déjeme algún camino de salida. No puedo asumir toda la responsabilidad.
—Quiero que el jefe de gobierno se comprometa a que todo quede entre nosotros tres.
—Es una locura, pero lo intentaré.
Se sacó una agenda del bolsillo. Marcó tres números de un teléfono de un solo radial que permanecía como entronizado a cierta distancia del teléfono letrado conectado con la centralita.
—Extensión diez de…
La nuez de Adán se había vuelto loca de entusiasmo, decidida a batir el récord de subidas y bajadas por un cuello humano.
—Hola, presidente, majo. Sí, soy yo otra vez.
Cerró los ojos de deleite al comprobar el respeto con el que Carvalho valoraba tan alta franqueza.
—Mira. Hay posibilidades de acelerar el asunto y necesito tu permiso para que se vean informes confidenciales. Se exige que todo quede entre tú, yo y él. No, ése no. Tampoco. Ya sé que es difícil, pero no hay otra alternativa. Gracias por tu confianza.
Abrió un cajón y sacó una mano llena de kleenex que le sirvieron para secarse un sudor imaginario. Hizo una seña para que Carvalho le siguiera hasta una habitación lateral, apenas un sitio para poner los pies entre altos armarios amarronados en ocultación de todas las paredes. Sacó un llavero del bolsillo, manipuló una cerradura articulada. A la vista de Carvalho aparecieron cajones de zinc con claroscuros de óxidos y vejeces. El subdirector general escogió una caja, se la puso bajo un brazo delgado, perdido en la manga de la chaqueta, volvió a cerrar el cajón, el armario, regresó al despacho, situó la caja al borde de la mesa en dirección a Carvalho. El detective la cogió, volvió a su sofá, cruzó las piernas de manera que la caja quedara oculta para el del chaleco, sobre el improvisado facistol de las piernas cruzadas. Abrió la caja. Buscó una ficha. «Hijo de Emerenciano y Leonor. El padre minero, militante del Partido Comunista de España desde 1932. La madre activista secundaria en la cuenca minera hasta su detención en octubre de 1934. Amnistiada por el Frente Popular en febrero de 1936. Matrimonio en el Frente del Ebro en febrero de 1938. Exilio 1939. Nace Félix Esparza Julve en Tolón, enero de 1940. Actividades del padre en la Resistencia Francesa. Madre deportada con el niño hacia el Macizo Central. Las labores domésticas en casa de un alto oficial alemán los salvan de una deportación a campo de concentración. Al acabar la guerra el padre entra en España clandestinamente con el maquis. Detenido en los alrededores de Villafranca del Bierzo en 1947. Muere de tuberculosis en el penal de El Dueso en 1951. Estudios del hijo en el colegio Marcel Cachin de París financiado por el PCF. Campamentos de verano en la URSS y Rumania. Miembro de la delegación española en el Festival de la Juventud de Moscú de 1958. Estudios de ingeniero agropecuario en la Universidad Humboldt de Alemania Oriental. Rápido ascenso en el partido. Primera misión en España, trabajo subversivo, huelgas de Asturias en 1962. Detenido con nombre supuesto en Madrid en 1965. Estancia de ocho meses en Carabanchel. Sobreseimiento. Nueva detención caída del aparato del Partido en Ciudad Real, 1965. Condena de cuatro años de cárcel a cumplir en la prisión de Cáceres. Aplicación de la Libertad Condicional en 1967. Abandona aparentemente el aparato del partido y monta una sociedad agrícola de productos selectos. Se casa en 1968 con la hija de uno de los socios. Viajes de negocios principalmente a Bélgica y Holanda. Irregularidades de conducta en 1969. Primera separación matrimonial. Quiebra fraudulenta y marcha a Alemania. Contacto en Frankfurt. Sobreseimiento, quiebra fraudulenta y regreso a España. Consultar clave “Maguncia”. Nuevo negocio de comercialización productos tropicales. Irregularidades de conducta. Separación matrimonial definitiva. Clave “Fieltro”. Nueva vinculación al partido bajo el amparo de Santos Pacheco. Clave “Doblón”. Capacitación ST 68, servicios Tornasol Salida. Paraguas.»
Es decir, se resumió Carvalho, alta capacitación, servicios especialísimos, protección sin límites. Y mientras se lo resumía a sí mismo captó una huidiza mirada de Pérez-Montesa de la Hinestrilla dirigida al techo, a Un ángulo concreto de la habitación. Carvalho escondió precipitadamente la carpeta entre las otras e intentó levantarse.
—Estése quieto. No funciona siempre. Ya sabe usted cómo van las cosas en España. A veces vigilan y a veces no.
Carvalho buscó el ojo escondido del circuito cerrado de televisión. Le pareció verlo en el ala de un angelote amurillado que sobrevolaba en dirección al cénit del trompe l’oeil.
—Ni yo mismo sé cuándo funciona.
—Pero sabía que a veces funciona.
—Casi nunca. Se lo prometo. Se lo juro.
Una llamada con nudillos pretexto sobre los altos portones. Luego un rápido vencimiento de las puertas y Fonseca entró con la mano ofrecida hacia Carvalho, seguido de un Sánchez Ariño cabizbajo pero sonriente, con las manos en los bolsillos.
—Me han dicho que estaba por aquí y me he dicho, voy a saludar al señor Carvalho. Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma.