—Parece que te gustaba.
—Por un momento he pensado que no habían pasado veinticuatro años de mi vida y que la reunión de hoy se producía al día siguiente del día en que dejé el partido.
—Ah, ¿pero tú has sido de la cosa ésta?
—He sido.
—Pues no tienes el aspecto.
El niño de Carmela es rubio como todos los niños rubios de Madrid. La encargada de la guardería sugiere a Carmela que vaya a buscarlo antes porque se ha tenido que quedar ex profeso. El niño de Carmela le cuenta a su madre que las gallinas vuelan poco.
—¿Quién te ha dicho eso, corazón?
—La señorita. Por eso no hace falta tenerlas en jaulas como a los periquitos.
Naturalmente el niño señala a Carvalho y pregunta: Mamá ¿quién es éste? Y ante la tardanza de Carvalho en la respuesta, Carmela le dice que es un señor de Barcelona, declaración que llena de sonrisa escéptica la cara de un niño, incapaz de creer que en el mundo haya otra cosa que la perpendicular que une Madrid y el cielo. Aparca Carmela en doble hilera ante un local iluminado. El viento agita un cartel azul y rojo en el que se pregona: Eurocomunismo y lucha de clases. Carmela carga con el crío, se mete en el local, al rato sale con un hombre que lleva al crío de la mano, discuten con un cierto calor, pero ella se aparta encogiéndose de hombros.
—Será cínico. Es el primer día en todo el mes que le digo que cuide del crío y dice que no puede. Seguro que le he chafado un plan. Pues por mí que le den…
—¿No vivís juntos?
—No lo sé. Cuando no tiene reunión de partido tiene reunión como miembro de no sé qué comisión asesora del grupo parlamentario, y si no, pues de la comisión asesora del grupo municipal. Además da charlas por aquí y por allá sobre si los tanques soviéticos han de quedarse en Afganistán o no parar hasta Chinchón. No es el único que vive así, escopeteado, con mil responsabilidades, pero yo estoy hasta aquí, porque a la hora de la verdad he de trabajar, militar, hacer la compra, la casa y ser madre, que es lo que menos me molesta. Y si te quejas aún te vienen viejas camaradas que te cuentan una vida que pa qué. Quince años de novia pelando la pava junto a la reja, pero qué reja, la de Carabanchel o la de Burgos. Luego un hijo por cada período de libertad condicional y a los sesenta años amnistía, legalidad y a tomar el sol a un banco del Retiro. Eso aún lo justifico porque había que hacerlo y ya está. Pero ahora. Lo que hace mi marido no es militar, es vicio, puro vicio y ganas de no afrontar cualquier responsabilidad que no sea política. ¿Y tú qué llevas ahí en esas bolsas?
—¿Tienes vino?
—Alguna botella habrá por casa.
—¿Sin nombre ni apellidos?
—Ya habrás observado que no pertenecemos a la fracción gastronómica, aunque cada vez hay más gente del rollo que cocina para olvidar.
—¿Para olvidar qué?
—Pues que no hubo ruptura y hubo reforma, por ejemplo, o que de la noche a la mañana les hicieron monárquicos o les metieron en la fiesta de la banderita. Hay gente con la sensibilidad muy delicada.
—Me aterra la simple idea de que puedas tener una botella de vino de litro. ¿Es de litro?
—Me parece que sí.
—Entonces para delante de un bar en cuanto puedas. A estas horas sólo en un bar nos venderán vino.
Suplicó Carvalho que le vendieran algún vino que rio fuera Rioja o Valdepeñas, sin éxito, y al cuarto bar consiguió sostener una conversación de experto con un señor de Simancas partidario del Cigales. ¿Y en Barcelona saben ustedes que existe el vino de Cigales? Pues mire, por aquí sólo me lo piden los que son de Segovia para arriba. No es que sea mejor que el Rioja pero es otra cosa. Usted lo ha dicho, caballero, usted lo ha dicho. ¿Habéis oído? No es que sea mejor que el Rioja, pero es otra cosa. Pues en León hay muy buenos vinos. En León no, coño, en El Bierzo. Es que éste es separatista de El Bierzo. Yo soy de donde soy, como tú y como este señor, que es de Barcelona, pues no son suyos los de Barcelona que digamos. Muy suyos.
—Una conversación arrancada.
—Hemos pasado del vino a las autonomías. Es curioso pero suele suceder. España será algún día una federación de denominaciones de origen.