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—En la Gran Tasca ponen cocido hoy. Gracias a ti me estoy enterando de cada cosa. En el partido ya me toman por chalada. ¿Sabéis dónde se puede tomar un cocido?

Hoy me lo ha dicho el responsable de organización de Cuatro Caminos. Estaba yo interrogando hábilmente a los de Mundo Obrero y se me cruza el comentario ilustrado del camarada. Cocido en la Gran Tasca, hoy toca. Conque andando, no vaya a agotarse el brebaje. ¿Y tú siempre vas por la vida así, eligiendo restaurantes? ¿Estoy aceptada como comensal o prefieres a la gata maula de ayer noche? Qué fuga, chico, ni Belmondo en Au bout de soufflé; hasta Cerdán se dio cuenta y la conversación derivó hacia las piernas de la dama.

—¿Qué opinaba Cerdán de las piernas de la dama?

—Introdujo el tema Leveder, que es frívolo, de la fracción frívola. Pero Cerdán aportó la nota analítica discrepando sobre el canon.

—¿Qué quiere decir eso?

—Vino a decir, casi en alemán, que era culibaja, pero sonaba a Lukács, Adorno o un tío así.

—¿Cómo acabó la reunión?

—Te cambio la información por cómo acabó tu reunión.

—En la cama, pero cada uno en su cama.

—¿Es un número nuevo?

—Y cada uno en su casa.

—Más mérito. El teleligue.

Carvalho disertó sobre el tronco común del pot au feu a la vista del excelente cocido. El garbanzo, dijo, caracteriza la cultura del pot au feu a la española y casi siempre la legumbre seca aporta el matiz característico. Por ejemplo, en el Yucatán hacen el cocido con lentejas y en Brasil con el fríjol negro. Dentro del cocido garbancero de los pueblos de España, el de Madrid se caracteriza por el chorizo y el de Catalunya por la butifarra de sangre y la pelota. Carmela tomó apuntes sobre la elaboración de la pelota.

—Qué astutos sois los catalanes. ¿Por qué no se nos había ocurrido a nosotros?

—¿Qué te parece Martialay?

—Heroico. Es del sector heroico. Yo llamo así a los que se han tirado en la cárcel todos los años que tienen y unos cuantos más prestados.

—¿Duro?

—De acero. Pero ¿qué tiene que ver con el cocido?

—¿Cambiaría sustancialmente la línea sindical si no la dirigiera Martialay?

—No. Al menos durante un largo período.

—¿Quién va a suceder a Garrido?

—Provisionalmente Santos, estoy convencida, y luego veremos si se adelanta el congreso o si se espera. El congreso ha de ser en el verano. Si sale Santos, seguirá la misma política de Garrido. Y si no sale Santos, puede armarse un lío muy gordo. Sólo podrían ganar Martialay, Cansinos o Sepúlveda.

—¿Leveder?

—¡Qué dices! Ése aguanta de milagro. Va demasiado a su aire; a Garrido le llevaba por la calle de la amargura porque siempre se abstiene. Es demasiado brillante, demasiado niño bonito.

—A Martialay ya lo tenemos visto. Los otros. ¿Cansinos?

—Una máquina de trabajo. Lleva la cuestión de movimiento popular y se ha afianzado mucho desde el pacto municipal con los socialistas. Para los blandos es demasiado duro y para los duros, demasiado blando. Puede colarse por la calle de en medio.

—Sepúlveda.

—Es un ingeniero. Digamos que es de los pocos supervivientes del sector de intelectuales incorporado en los años sesenta. Creo que ha aguantado bien porque cuando quiere que no le entienda nadie no le entiende nadie. Se enrolla el tío con lo de la revolución científico-técnica, y al final no sabes si cree en ella o no cree.

—¿Los demás?

—Se han decantado demasiado. Se han quemado en luchas pequeñas.

—¿Tu candidato?

—Santos. Es mi hombre. Parece un senador romano.

Me va cantidad. Es un tío que nunca ha hecho una putada a nadie pero que tampoco engaña a nadie. Por el partido sería capaz de cualquier cosa. Estaba fascinado por Garrido.

—¿Es ambicioso?

—No. Es difícil que un ambicioso aguante en un partido que estará en la oposición hasta el año dos mil, ¿no crees?

—La ambición puede adaptarse a cualquier territorio. Hay barrenderos ambiciosos.

—Santos es muy suyo. Fíjate, está casado y sigue conservando su piso de la clandestinidad. De vez en cuando deja a su familia y vuelve a vivir unos días en el piso de los años duros. Vive como un monje. No se le conoce una afición, un vicio. Su trayectoria en el partido no tiene altibajos. Ni ha dado grandes pasos ni pasos en falso. Si repasas la biografía del Ejecutivo, siempre descubres un momento difícil en el que se pasaron de críticos o se equivocaron de rollo. Santos nunca. A veces me parece un extraterrestre de tan terrestre que es, no sé si me explico. Creo que es de museo. A veces lo pienso. Es como el modelo. Así debían de ser los militantes antes ¿antes de qué? Pues antes de todo esto de hoy día, que es la releche.

—¿Peligraba Garrido en su puesto?

—No. El tío era muy cargante a veces porque siempre ha dirigido a su aire y estaba mal acostumbrado por el seguidismo que había en la clandestinidad. Pero tenía reflejos históricos el tío, y eso se aprecia en un partido que tiende a la lentitud. Había conseguido hacerse insustituible.

—¿Cómo han reaccionado las bases ante el asesinato?

—Hubo una consigna inmediata de contención y de no dar pie a provocaciones. Esto pasa hace tres años y se hubiera armado. Pero este país se ha acostumbrado a la muerte. El terrorismo ha provocado una insensibilidad general ante la muerte. Oye, no bebes nada y me habían dicho que eras una esponja.

—He de encontrarme con Santos y quiero estar a su altura.

—Pues yo he bebido un poquito y estoy a gusto. El vino había puesto belleza en sus pómulos delicados y miel en unos ojos decididamente amables con Carvalho.

—¿Por qué militas?

—Yo. Anda. Pues vaya pregunta. —Estaba perpleja y cabeceaba como si la respuesta se le hubiera atascado en una esquina del cerebro—. En algún momento lo decidí por algo y no he tenido suficientes motivos para cambiar de decisión. Supongo que porque sigo creyendo en el partido como la vanguardia política de la clase obrera y en la clase obrera como la clase ascendente que da un sentido progresivo a la Historia. Se decía así antes, ¿no? Pero oye, no me seas tan quintacolumnista: te paseas por las bases con esa preguntita y me hundes al personal. Es como preguntar ¿qué es una mesa?

—Me gustaría ver la vida cotidiana en un local del partido. En tu barrio, por ejemplo.

—Eso está hecho. Si quieres esta noche. Hay una reunión de agrupación.

—Esta noche no puedo.

—¿La culibaja?

Carvalho le dio un pescozón en la mejilla y Carmela le lanzó una blanda patada por debajo de la mesa.

Santos estaba asomado al horizonte. A su espalda se amontonaba la facultad de Filosofía y Letras. Permanecía ensimismado, con las manos unidas sobre su trasero, y la vista perdida en una molécula imperceptible del paisaje, amalvado por el poniente. Entre el Carvalho que avanzaba y el Santos que esperaba se interpusieron dos hombres.