—¿Ustedes los comunistas siempre son comunistas? Ahora, por ejemplo, en plena digestión de una cena, supongo que agradable, ¿es usted comunista?
—Probablemente sí, pero no como usted se lo imagina. Estoy aquí porque soy comunista. La circunstancia de serlo me ha traído aquí. Me encuentro a gusto con ustedes. Nos une una agradable experiencia compartida. La posibilidad de conversar. Pero en cuanto usted empiece a hacerme preguntas sobre el partido reaccionaré como lo que soy, un hombre de partido.
—Y usted me contestará lo que considere que interesa al partido.
—Al partido le interesa descubrir al asesino de Garrido. Ha sido un asesinato contra el partido, contra la clase obrera, contra la democracia. Por lo tanto, no hay antagonismo entre lo que usted quiere saber y lo que yo debo decirle, aunque le advierto que yo no podré serle tan útil como mis camaradas del PCE. Es un partido hermano del nuestro, pero otro partido. Se corresponde a otras realidades.
—Supongamos que no ha sido un crimen emocional. Una venganza personal, por ejemplo. Supongamos que ha sido un crimen político. ¿Por qué? ¿Para qué?
—Desacreditar al partido. Dejarle sin un dirigente histórico que lo ha encabezado durante casi treinta años. ¿Le parece poco?
—Me parece insuficiente, a no ser que sea el primer paso de un proceso de desestabilización, como ustedes dicen, para cambiar el sistema político. Eso si el asesinato viene de la derecha. Si no hay esa finalidad, me parece un acto desmesurado. Sin sentido. Ustedes no son hoy por hoy una amenaza para la derecha, son una amenaza potencial, latente, pero no necesitan exterminarles. Ni siquiera son una alternativa de poder.
—Nos subestima. Tal vez no tengamos una presencia relevante cuantitativamente hablando. Pero sí tenemos una importante presencia cualitativa. Cuando se sale de una dictadura en general, sólo están realmente organizados los que han combatido sistemáticamente contra esa dictadura. En el caso de España éramos los comunistas. Eso nos hace imprescindibles en cualquier estrategia de izquierdas —y para cualquier proceso de consolidación democrática. Lógicamente los socialistas se hinchan de votos que corresponden a tendencias sociales invertebradas. Nuestros votos se corresponden a tendencias sociales vertebradas. Es un voto difícil, poco rentable a la corta, implica un alto nivel de conciencia política y, por lo tanto, una capacidad de acción política superior a la del voto socialista, aunque sea cuantitativamente mayor. Eso por una parte. Por otra, no olvide que respaldamos e influimos sobre la primera fuerza sindical del país.
—De momento.
Salvatella aceptó amablemente la apostilla de Fuster:
—En efecto, de momento. Se han convocado las elecciones sindicales y la batalla entre Comisiones Obreras y UGT va a ser encarnizada.
—Podían haber atentado contra Garrido en la calle o podían haber tratado de desacreditarle orquestando una campaña o creando problemas internos. No sería el primer caso. ¿Por qué el asesinato, que coloca al país entero al borde del abismo? ¿Por qué en un escenario que culpabiliza al partido como colectivo?
—¿Ha leído la prensa de hoy?
—Por encima.
—Lea la prensa madrileña. Es una prensa directamente conectada con grupos de presión políticos y económicos. Ya dan por sentada la culpabilidad de los comunistas en este parricidio; exactamente «Parricidio comunista», titula Ya, diario de la derecha democristiana y de la Iglesia. ABC, diario conectado con el capital bancario y con la mismísima Casa real: «Ajuste de cuentas en el Comité Central.» Cambio 16, una revista muy influyente y conectada con sectores determinantes de las modas políticas del palacio real: «La lucha por el poder.» El País intenta racionalizar los hechos, no en balde uno de sus editorialistas es un conocidísimo ex comunista, pero tampoco prescinde de una cierta morbosidad entre líneas: «La oposición a Garrido crecía en el interior del partido», dicen.
—¿Crecía esa oposición?
—Garrido era tan discutido como indiscutible.
—Como un Papa de Roma.
—O como un secretario general del PSOE o como un presidente de UCD o de la SPD o del Partido Conservador británico. Los líderes no son caprichos arbitrarios impuestos por la moda o por sorteo. Son el resultado de una selección natural en consonancia con las necesidades de cada partido.
—Usted asistió a la reunión del Comité Central.
—Sí.
—Todo fue normal hasta el momento del asesinato.
—Normal.
—¿Y después? ¿Qué pensó usted, cuando vio el cadáver de Garrido sobre la mesa?
—Todo, menos que había sido asesinado. Luego formé parte de un piquete para que nadie saliera de la sala y nadie entrara. Comprobamos que todos los que estábamos allí en aquel momento éramos miembros del Comité Central.
—¿Entonces?
—Eso ya empieza a ser problema suyo.
—Usted fue juzgado en Barcelona hacia fines de los cincuenta. Condenado a más de un siglo de cárcel. Salió a la calle a fines de los sesenta. ¿Y luego?
—Pasé a la clandestinidad y allí estuve hasta la legalización en 1977. Es una historia casi vulgar en nuestro partido. Cuando se reúne un Comité Central se reúnen más de cinco siglos de condenas.
—Usted ha sido siempre un profesional.
—Siempre no. Lo soy desde 1941, cuando organicé el maquis en el Rosellón. Soy un profesional en el sentido leninista de la palabra. Mi trabajo es hacer la revolución. Primero en las montañas, luego en la cárcel, después en las esquinas de la ciudad, con el cuello de la gabardina subido. Ahora sentado tras de una mesa, preparando una enmienda a la totalidad a un proyecto de ley electoral.
—¿Acumula usted agravios contra el partido?
—¿Contra mí mismo?
—Hay quien manda más que usted.
—Más que yo manda el Comité Central, que decide como un colectivo. Tanto el ejecutivo como el secretario general no hacen más que interpretar las decisiones del Comité Central.
—Me suena a cuento de hadas.
—Usted ya sabe que los cuentos de hadas a veces son cuentos de brujas.
Reía Salvatella la broma, incontenible, como si se liberara de un lenguaje colectivo y recuperara su propia capacidad de hablar.
—La comunión de los santos, el perdón de los pecados, la redención de la carne, la vida perdurable… —rezó Fuster.
—Amén —concluyó Salvatella y era evidente que daba por concluida la reunión porque tendía la mano, agradecía la cena, advertía que «los camaradas» irían a esperar a Carvalho al aeropuerto, llegara a la hora que llegara.
—¿Cómo les conoceré? ¿Vendrá Santos?
—Cuanto menos le vean junto a Santos, mejor. Montarán guardia en el puente aéreo.
Carvalho dejó para el final el golpe de efecto:
—Me han amenazado por teléfono. Me han dicho que o dejo el caso o me matarán. Que yo sepa, esta vinculación sólo la conocíamos Santos Pacheco, usted y yo.
Salvatella tardó en contestar:
—Pueden habernos seguido.
—Eran más eficaces en la clandestinidad.
—A veces. No siempre.