27

Daniel mostró el pase al guarda del juzgado antes de entrar. Era el primer día de la defensa. Llegó animado al juzgado número trece y se recordó a sí mismo el indulto implícito en el imperativo de la duda razonable. Reparó en que, por primera vez a lo largo de su carrera, la posibilidad de perder le inspiraba un miedo real. Detestaba a la familia de Sebastian y le preocupaba que el niño fuese a volver a ese mundo de privilegios materiales y carencias afectivas, pero sabía que, atrapado en el sistema penal, todo le iría mucho peor. A pesar de su inteligencia, el niño no comprendía que la prensa ya lo había satanizado y lo difícil que sería el resto de su vida si lo declaraban culpable. Daniel intentó no pensar en ello. Confiaba en el talento de Irene. No había perdido un solo juicio desde el proceso contra Tyrel de hacía un año.

—Señoría, llamo al doctor Alexander Baird.

Baird parecía tan nervioso como cuando Daniel fue a verlo a su despacho. Se acercó demasiado al micrófono al prestar juramento y le sobresaltó el ruido. Al iniciar el interrogatorio, Irene se ciñó a los hechos. Sonrió a Baird, hizo gestos llamativos a la sala y le pidió que diese su opinión sobre Sebastian.

—Doctor Baird, usted examinó a Sebastian Croll dos veces en septiembre de 2010. ¿Es eso cierto?

—Así es.

—Le pido que nos resuma su evaluación de Sebastian.

Baird se acercó al micrófono y se agarró al banquillo de los testigos.

—En cuanto a funcionamiento intelectual, me pareció muy inteligente. Tenía un cociente intelectual de 140, lo cual sin duda indica una inteligencia muy alta, rozando la genialidad.

—¿Cuáles fueron sus hallazgos respecto a la madurez emocional de Sebastian y su comprensión de procesos complejos como, por ejemplo, las causas judiciales?

—Bueno, diría que Sebastian tiene una capacidad de concentración muy breve, lo que puede deberse a su alta inteligencia, y es propenso a arrebatos emocionales típicos de un niño pequeño.

—Le preguntó acerca del presunto crimen. ¿Cuál es su opinión acerca de Sebastian respecto a la acusación?

—Sebastian sabía la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. Comprendía la naturaleza del crimen que se le imputa y afirmó de manera convincente que era inocente.

—¿Hablaron de los sucesos del día del presunto crimen?

—Sí, y tratamos de representar mediante un juego lo que ocurrió ese día. En general, pienso que fue completamente coherente. Su concepto de la moralidad era claro y dijo varias veces que era inocente.

—Teniendo en cuenta su capacidad intelectual, ¿considera que comprendía la gravedad del crimen del que se le acusa?

—Sin duda alguna. Entendía con claridad el castigo por semejante crimen, pero sentía que había sido malinterpretado. Hablamos de los eventos del 8 de agosto varias veces de diversas maneras: contando un cuento, mediante representaciones con muñecos y en sesiones de preguntas y respuestas, pero siempre fue coherente.

—Gracias, doctor Baird.

Irene saludó con la cabeza a Daniel antes de sentarse. Gordon Jones se levantó y se detuvo un instante mientras abría un archivador y lo colocaba sobre el atril. El ambiente estaba muy cargado y Daniel se aflojó un poco la corbata. La defensa había comenzado bien e Irene parecía tranquila, pero Daniel sentía una comprensible inquietud respecto a las siguientes declaraciones. Sebastian comenzaba a perder el interés. Mecía los pies y de vez en cuando daba una patadita a las piernas de Daniel.

—Solo un par de preguntas, doctor Baird —dijo Jones—. ¿Menciona en su informe que la psicóloga del colegio de Sebastian le había diagnosticado Asperger?

Sebastian se inclinó para susurrar algo, pero Daniel alzó una mano para silenciarlo.

—Sí, los informes escolares de Sebastian muestran un diagnóstico previo de una psicóloga educativa. No comparto ese diagnóstico.

—Pero ¿considera que tiene… —Jones se llevó las gafas a la punta de la nariz con un gesto alambicado y al leer arrugó la nariz y frunció los labios—: «Un trastorno generalizado del desarrollo no especificado»?

Baird sonrió y asintió.

—Cierto, o TGD-NE, que es como se conoce. En esencia es un cajón de sastre para quienes muestran síntomas atípicos de Asperger u otra forma de autismo.

—Ya veo. Bueno, explicado con sencillez, por favor, ¿qué es exactamente éste…, eh…, TGD-NE y qué relación tiene con el diagnóstico previo?

—Bueno, simplemente significa que Sebastian muestra una serie de rasgos de Asperger, pero no todos… De hecho es altamente funcional en áreas donde cabría esperar problemas si de verdad tuviese Asperger.

—Ya veo. El Asperger es un tipo de autismo de alto funcionamiento, ¿es así?

—Así es.

—¿Y cuáles son los síntomas típicos de un niño con síndrome de Asperger?

—Bueno, normalmente tienen problemas en tres áreas principales: comunicación social, interacción social e imaginación social.

Irene se puso en pie.

—Señoría, he de poner en duda la pertinencia de estas preguntas. ¿Qué persigue mi docto colega?

Baron se inclinó hacia delante y miró a Jones con las cejas arqueadas, a la espera de una respuesta.

—Señoría, estamos explorando legítimamente las consecuencias de los posibles trastornos del niño en relación con el crimen.

—Continúe —dijo Baron—. Pienso que esto es pertinente.

—Acaba de enumerar tres áreas en las que podrían tener dificultades los niños con Asperger… ¿Podría explayarse? —solicitó Jones.

—Bueno, los pacientes suelen presentar una serie de comportamientos, como dificultades en contextos sociales. A menudo se manifiesta en el deseo de entablar amistades y en la dificultad de mantenerlas. A menudo hay un interés obsesivo en un solo tema… Suelen tener dificultades para comprender las respuestas emocionales de los demás. Otro aspecto son los problemas de integración sensorial… Pueden reaccionar en exceso ante un ruido fuerte, por ejemplo.

Irene se puso en pie de nuevo.

—Señoría, debo protestar. El testigo ha declarado que mi cliente no padece Asperger, así que de nuevo pongo en duda la pertinencia de explorar los síntomas habituales.

—Señorita Clarke, el testigo ha declarado que el acusado presenta una serie de rasgos del síndrome de Asperger, así que lo escucharemos para conocer los rasgos en cuestión.

Irene se sentó. Daniel la observó. Los hombros de Irene se erguían, tensos.

—Gracias, señoría —dijo Jones—. Así pues, díganos, doctor Baird, ¿presenta Sebastian alguno de estos rasgos típicos del Asperger?

—Sí, presenta algunos, pero no todos.

—¿Qué hay acerca del interés obsesivo en un tema? ¿Cree que a Sebastian le obsesiona algún tema en particular?… —Baird se sonrojó. Lanzó una mirada a Irene—. ¿Doctor Baird?

—Bueno, noté cierta preocupación…, pero no sabría decir si se trata de un interés obsesivo. Necesitaría estudiarlo más tiempo.

—Ya veo… ¿Qué era, exactamente, eso que preocupaba a Sebastian?

Al oír su nombre en un tono tan trascendental, Sebastian se incorporó. Miró a Daniel y sonrió.

—Tiene lo que podría describirse como curiosidad morbosa.

—¿En qué sentido? ¿Qué cosas, exactamente, despiertan esa curiosidad morbosa?

—Parecía muy interesado en la sangre, la muerte y las heridas… De esto, una vez más, no puedo estar seguro, necesitaría estudiarlo con más detalle, pero me gustaría mencionar una charla que tuvimos sobre el aborto de su madre.

—¿Por qué lo alarmó?

Irene se puso en pie.

—Señoría, protesto. Mi docto colega está poniendo palabras en boca del testigo. No ha declarado, de ningún modo, que se sintiese alarmado.

Jones asintió y reformuló la pregunta:

—Cuéntenos qué reveló esa conversación respecto al aborto de su madre, doctor Baird.

—Bueno, pensé que su conocimiento era más específico de lo que cabría esperar y también algo inapropiado, en especial para un niño de su edad…, pero, una vez más, esto no es definitivo.

Daniel observó a Irene, que tomaba notas frenéticamente. Sabía que retomaría el tema durante su turno.

—Ya veo, no es definitivo. Háblenos de la capacidad de Sebastian para la comunicación social.

—Sí, parece tener problemas de comunicación social y de interacción social…

—Sin embargo, no diagnosticó Asperger, sino… —de nuevo Jones torció el gesto al consultar las notas— TGD-NE. En mi opinión de lego, parece un ejemplo perfecto de niño con síndrome de Asperger. ¿Por qué no es así?

—Bueno… Sebastian demostró un don para la imaginación social… No solo capacidad, sino un auténtico don. Fue muy evidente cuando jugamos con los muñecos. Fue esta falta de… uno de los síntomas principales de Asperger lo que me llevó a rechazar el diagnóstico previo. Pero, pensándolo bien, creo que presenta TGD-NE.

—¿Y qué es exactamente la imaginación social?

—En esencia, es ser capaz de imaginar los posibles resultados de una situación, en especial una situación social. Muchas personas con este síndrome pueden ser creativas, pero un síntoma habitual es la incapacidad de imaginar diferentes resultados de una situación o… predecir qué va a suceder. Suelen tener problemas para averiguar lo que otras personas saben.

—Ya veo. —Jones se erguía ahora imponente en su toga y miraba a los miembros del jurado—. Dígame, doctor Baird, ¿es la imaginación social un factor importante para mentir bien?

Daniel contuvo la respiración. Jones había subido la voz al decir las últimas palabras. Daniel alzó la vista. En la sala todos los murmullos habían cesado. Baird tragó saliva. Daniel se dio cuenta de que estaba mirando a Irene.

—¿Doctor Baird? —insistió Jones.

—Bueno, sin duda, si la mentira es compleja y conlleva visualizar ciertas consecuencias, la imaginación social va a ser muy importante…, pero hay que señalar que a las personas con Asperger normalmente les resulta imposible mentir.

—Pero, doctor Baird —dijo Jones, en cuyos labios se dibujó una sonrisa de depredador—, nos acaba de decir que Sebastian no padece Asperger, precisamente porque tenía un don… para la imaginación social, lo que le habría permitido mentir convincentemente sobre el asesinato de Ben Stokes. ¿No es cierto?

—Yo… creo que TGD-NE es un diagnóstico más apropiado, sí… No puedo hablar de…

—Doctor Baird. ¿Diría usted que los niños con Asperger y las personas a las que se les diagnostica TGD-NE recurren a la violencia a menudo?

—Bueno, yo…

Irene se puso en pie. Daniel juntó las manos.

—Señoría, otra vez cuestiono la pertinencia de estas preguntas… El testigo está dando su opinión de experto acerca del estado psicológico de mi cliente. No tenemos tiempo para generalizaciones…

—Puede ser, señorita Clarke, pero el testigo puede responder… Como experto está facultado para mostrar cómo el estado psicológico de su cliente se relaciona con… condiciones más generales.

—Bueno… —Baird vaciló—, los niños que muestran síntomas de TGD-NE y de Asperger pueden frustrarse más fácilmente, por lo que son más propensos a las rabietas, la ira intensa y las conductas violentas.

—Ya veo… «Ira intensa y conductas violentas» —repitió Jones, girándose hacia el jurado—. ¿Los niños con dichos síntomas carecerían también de… empatía?

—Una vez más, el trastorno presenta muchas variantes, pero…, y esto es válido para los niños agresivos en general…, muy a menudo no sienten ni comprenden el sufrimiento de los demás.

—Gracias, doctor Baird —dijo Jones.

Jones parecía satisfecho consigo mismo.

—Si me permite, señoría… —intervino Irene, en pie de nuevo.

El juez Baron ondeó los dedos para mostrar su consentimiento.

—Doctor Baird…, centrémonos ahora en Sebastian y olvidemos las generalizaciones anteriores. En su opinión de experto, ¿fue agresivo o artero las dos veces que lo vio?

—Ésa no fue mi experiencia, y no debemos dar por hecho que sería capaz de actos semejantes.

—Ya veo. Ha declarado que considera que Sebastian puede padecer un trastorno relacionado con el Asperger, TGD-NE. ¿Es eso común?

—Muchísimo.

—Por lo tanto, ¿es probable que un gran número de adultos sanos y cuerdos presenten estos leves rasgos relacionados con el Asperger?

—Sí, por supuesto, aunque no habría forma de saber hasta qué punto, ya que, incluso ahora, en gran medida no se diagnostica.

—Por lo tanto, aparte del acusado, ¿en esta sala otras personas podrían tener TGD-NE?

—Es muy posible.

—¿Los miembros del jurado podrían tener TGD-NE, o incluso los abogados o el juez?

Sus palabras eran provocadoras, por lo que Daniel miró a Baron. El anciano tenía cara de pocos amigos, pero no dijo nada.

—Una vez más, es… posible.

—¿Y no deberíamos estar preocupados? ¿No es este trastorno indicio de criminalidad y violencia?

—En absoluto, solamente significa que las limitaciones de este trastorno pueden aumentar la frustración y en ocasiones suscitar arrebatos en ciertas personas.

—Gracias por la aclaración. —Daniel miró a Irene, que consultaba las notas que había tomado durante el interrogatorio de Jones—. En cuanto a esa supuesta «fascinación mórbida» del acusado, ha citado la descripción del aborto de su madre como ejemplo. En la página sesenta y tres, párrafo cuatro, se encuentra la transcripción de la conversación a la que se refiere. ¿Qué dijo exactamente Sebastian que le pareciese mórbido o «inapropiado para un niño de su edad»?

—Los detalles biológicos que mencionó eran asombrosos: la edad exacta del feto, su conocimiento de la lesión del útero y las consecuencias para la fertilidad de su madre. Describió con claridad la hemorragia…

—No entiendo por qué esto se debe a un trastorno, doctor Baird. Mi cliente esperaba un hermanito. El embarazo había llegado al tercer trimestre y, como era de esperar, había sentido los movimientos de su hermano en el vientre materno… De hecho, habló de eso. Tras una experiencia como esta, seguro que lo sabe, un niño se plantea muchas preguntas acerca de los detalles de la biología. Usted sabe que la madre perdió el bebé como consecuencia de un accidente doméstico… —Irene hizo una pausa. A Daniel le sorprendió que eligiera estas palabras—. ¿No le parece totalmente comprensible que un niño que ha sido testigo de la caída y de ese aborto en un estado tan avanzado en su propia casa muestre un… interés mórbido, como usted dice? ¿No representaría este hecho un trauma importante para el niño y su familia?

—Sin duda, esa es una explicación razonable. Antes he respondido preguntas sobre los aspectos generales del trastorno, no sobre Sebastian en concreto.

—Muchas gracias —dijo Irene, triunfal—. Una vez más, basándose en su evaluación del acusado, ¿cree usted que Sebastian es capaz de cometer el crimen del que se le acusa?

Baird se detuvo, casi saboreando las palabras antes de pronunciarlas.

—No, no lo considero capaz de cometer un asesinato.

—Gracias, doctor Baird.

Se levantó la sesión durante la hora del almuerzo y Sebastian fue llevado abajo. Daniel caminó solo por los salones del Old Bailey mesándose los cabellos. Estaba furioso consigo mismo. Había temido la declaración de Baird y ahora se maldecía por no haberla preparado mejor. La acusación había socavado su primer testigo, aunque le alegró que Irene hubiese sido capaz de solventar la situación. Había intentado alcanzarla antes de que saliese del tribunal (quería felicitarla por su reacción), pero ella tenía que hablar con un alumno sobre otro caso.

Daniel no tenía hambre. Echó monedas en la máquina expendedora. En vez de comer, se conformó con un café. Mientras esperaba, sintió unas uñas que se clavaban en sus brazos y se volvió para encontrarse con una Charlotte al borde de las lágrimas. Era la coartada de Sebastian desde las tres de la tarde del día del asesinato, y debía declarar a continuación.

—Daniel, no sé si puedo hacerlo —dijo—. Ese hombre me da miedo… Lo veo haciendo trizas a la gente. Me da miedo meter la pata… —Daniel sabía que se refería a Jones.

—Lo va a hacer bien —afirmó Daniel. Percibió que su tono era grave, casi severo, pero no quería que se viniese abajo y el instinto le dijo que no fuese condescendiente—. Responda con brevedad, como le dijo Irene. Hable de lo que sepa y nada más. No es a usted a quien juzgan, recuérdelo.

—Pero a mi hijo sí. Por cómo me miran, sé que todos piensan que soy la madre de un… diablo.

—No piense en ello. Es inocente y vamos a demostrarlo, pero usted cumple un papel importante. La necesitamos para ganar este juicio. Es su madre y él necesita que salga en su defensa.

Dos veces había dicho esas palabras a Charlotte. Quería zarandearla. Sabía lo que era tener una madre tan vulnerable como un niño, incapaz de proteger a su hijo.

Charlotte miró arriba, a la bóveda del Tribunal Central de lo Penal. Observó la cubierta como si buscase respuestas. Cuando bajó la vista, se derramó una lágrima negra, que enjugó enseguida con un pañuelo ya ennegrecido. Daniel recordó la sensación de sus uñas en el abdomen. Al mirarla, de nuevo lo embargaron la indignación y la lástima, con tal intensidad que tuvo que apartar la vista.

—Puede hacerlo, Charlotte —dijo—. Sebastian cuenta con usted.

Cuando Charlotte oyó su nombre, daba la impresión de estar serena, pero aun así Daniel contuvo el aliento cuando la vio dirigirse al banquillo de los testigos. Los contornos de sus codos se veían a través de las mangas de la chaqueta. Sebastian se inclinó hacia delante, las manos estiradas en la mesa, como si tratara de llegar a ella. Charlotte se aclaró la garganta y tomó un sorbo de agua. Desde esa distancia parecía frágil, pero asombrosamente hermosa, de rasgos agraciados y ojos enormes.

Irene fue afectuosa y coloquial al comenzar el interrogatorio. Apoyó un codo en el atril y se dirigió a Charlotte en un tono familiar y amable, aunque ambas mujeres apenas habían cruzado palabra.

—Tan solo unas breves preguntas… ¿Nos podría decir qué recuerda del 8 de agosto de este año?

—Sí —dijo Charlotte, al principio en voz baja, pero no tardó en ganar confianza—. No me sentía muy bien ese día. Mi marido se encontraba en el extranjero y, tras preparar la comida de Sebastian, decidí acostarme.

—¿Qué hizo Sebastian ese día?

—Bueno, salió a jugar mientras yo estaba en la cama.

—¿Sabía dónde había ido a jugar?

—Bueno, suele jugar en la calle, a veces con los hijos de los vecinos, pero incluso si va al parque lo puedo ver desde la ventana del dormitorio de arriba, porque está muy cerca.

—¿Lo vio jugando ese día?

—No, me quedé en la cama. Me dolía la cabeza.

—¿Cuándo volvió Sebastian a casa?

—Justo antes de las tres de la tarde.

—¿Está segura?

—Estoy segura.

—Y cuando regresó a casa, ¿estaba diferente, por ejemplo muy sucio…? ¿Había manchas visibles en su ropa?

—No más de lo habitual. —Charlotte se permitió una pequeña sonrisa—. Es un chiquillo. A menudo llega a casa hecho un desastre, pero no, no había nada raro.

—¿Y qué me dice de su comportamiento? ¿Parecía nervioso o molesto?

—No, qué va. Merendamos juntos y vimos un poco la tele.

—Gracias. —Irene asintió y se sentó.

Daniel exhaló un suspiro y se inclinó hacia Sebastian.

—¿Estás bien? —susurró al oído del niño.

—No dejes que sea antipático con ella —susurró Sebastian, sin mirarlo al hablar.

—No te preocupes —lo tranquilizó Daniel, aunque él también estaba preocupado. Sabía que Charlotte no podría aguantar demasiada presión.

Jones sonrió sin mostrar los dientes antes de comenzar. Charlotte se frotaba el cuello y sus ojos recorrían con ansiedad el público.

—Señora Croll, ¿su médico le receta algún medicamento que deba tomar con frecuencia?

Charlotte se aclaró la garganta y respondió:

—Sí… Me cuesta dormir y tengo problemas de… ansiedad, así que tomo…, eh…, diazepam, bloqueadores adrenérgicos, bastante a menudo, y por las noches, cuando no puedo dormir…, temazepam.

—Ya veo, menudo cóctel. Y el 8 de agosto, ¿tomó… diazepam, por ejemplo?

—No lo recuerdo con exactitud, pero lo más probable es que sí. Casi todos los días tengo que tomar uno, para calmarme.

—Ya veo, ¿así que admite que tomó sedantes el 8 de agosto mientras su hijo jugaba fuera, pero ahora declara bajo juramento que está segura de que volvió a las tres?

—Sí, me acosté, pero no llegué a dormir ese día. No me sentía bien y solo necesitaba calmarme. Oí a Sebastian llegar a las tres y preparé algo de comer. No me quedé dormida. Sé que no dormí. Estaba demasiado… tensa. Sé a qué hora vino a casa.

—¿Ama a su hijo, señora Croll?

—Sí, por supuesto.

Sebastian volvió a estirar los brazos cuando su madre habló. Daniel notó que sonreía a su madre desde el otro lado de la sala.

—¿Y haría lo que fuera para protegerlo?

—Todo lo que estuviese en mis manos. —Charlotte estaba mirando a Sebastian.

—Cuando la policía fue a su casa el lunes, al parecer usted estaba en casa, pero dormida. Tan… traspuesta que ni siquiera se dio cuenta de que se llevaban a su hijo a la comisaría, ¿es cierto?

—Sí, ese día sí me quedé dormida. La ansiedad a menudo se acumula y el lunes estaba agotada. Pero el domingo yo estaba despierta y sé a qué hora llegó a casa.

—Un testigo ha declarado que vio a Sebastian en Barnard Park peleándose con el difunto unas horas más tarde. En realidad, usted no tiene ni idea de a qué hora volvió a casa su hijo. Ese día estaba drogada, ajena a todo.

—Eso no es cierto. Vería a otra persona. Yo sé que estaba despierta ese día. Estaba mal de los nervios. No habría podido dormir ni aunque lo hubiese intentado. Volvió a casa a las tres, de eso estoy segura.

—Mal de los nervios. No me cabe duda, señora Croll, de que está mal de los nervios. ¿Cuántos miligramos de Valium tomó el 8 de agosto?

Charlotte tosió.

—Diez. Solo tengo pastillas de diez miligramos, a veces tomo la mitad, pero ese día me tomé una entera.

—¿Y hemos de creer que no solo estaba consciente, sino que además se fijó en la hora, tras tomar diez miligramos de Valium?

—He estado tomando ansiolíticos durante algún tiempo. Para mí diez miligramos tienen un efecto sedante, nada más. Puede preguntarle a mi médico. Las cantidades más pequeñas ni siquiera me relajan. Sé que mi hijo estaba en casa a las tres.

Daniel sonrió y suspiró. Jones terminó su interrogatorio y Charlotte volvió a su asiento. Sus codos eran alas cortantes. Lanzó una breve mirada a Sebastian y a Daniel antes de sentarse. Daniel se volvió hacia ella y formó palabras con los labios, sin hablar: «Ha estado muy bien».

Después de un breve descanso, llegó la hora de la patóloga de la defensa. La defensa no había empezado bien, pues Baird y la fiscalía habían afirmado que Sebastian padecía un trastorno relacionado con el Asperger, pero Daniel creía que Charlotte había sido una buena testigo. Había sido un riesgo pedirle que prestase declaración. La coartada era de suma importancia, pero su inestable estado emocional y su escasa capacidad de concentración habían preocupado tanto a Irene como a Daniel. Aun así, Charlotte había estado magnífica. Había sido sincera sobre su adicción a los medicamentos y su ansiedad, y Daniel creía que su declaración era más creíble que la de Rankine, que aseguraba haber visto a los niños peleándose más tarde, cuando Sebastian decía que ya estaba en casa.

Cuando la vio junto a Mark, Irene parecía menos segura. Se había quitado la toga y caminaba por el vestuario donde se cambiaban los abogados.

—Creo que no es lo bastante sólido, Danny —dijo—. Ese maldito psicólogo ha sido un revés. —Su blanquísimo cuello ondeó, como resaltando sus palabras, una mano en la cadera, dos líneas precisas entre las cejas—. Necesitamos algo más.

—Todavía tenemos a nuestra científica forense, pero supongo que no la vas a llamar ahora —señaló Daniel.

—No la necesitamos, después de la declaración de Watson. Nada de lo que pudiera decir va a ser mejor.

—Todavía hay una persona a la que esperan oír —dijo Daniel.

Irene giró sobre sí misma para mirarlo. Fue una mirada intensa.

—¿Quieres que Sebastian suba al estrado? No nos lo permitirían a estas alturas. La defensa ya está planteada.

—¿No podrías presentar una solicitud formal al juez? —preguntó Daniel.

—Podría presentarla, pero sé que no lo concedería. ¿Crees que Sebastian podría hacerlo?

—Puede ser.

—¿Y de verdad crees que nos ayudaría? Me lo he preguntado varias veces. Si no le dejamos prestar declaración quizás perjudiquemos sus posibilidades. Necesitamos que el jurado lo comprenda, en especial con la fiscalía hablando de Asperger y la drogadicción de su madre y la curiosidad mórbida. No ha abierto la boca y el jurado se estará imaginando de todo…

—Estoy de acuerdo, todos están esperando oír su versión de los hechos. Su silencio lo incrimina —dijo Daniel.

Irene suspiró.

—Dios, vamos a tomar una copa. Creo que lo necesitamos. Podemos seguir hablando luego. Necesitaríamos informes psicológicos y luego presentaría la solicitud a Baron.

A las ocho ya iban por la tercera cerveza en el Bridge Bar, riéndose en un rincón a espaldas del juez. El juez Baron se encontraba al otro lado del bar, frente a un pequeño jerez.

—¿Estás bien, Danny, muchacho? —dijo Irene, que se inclinó y apartó el pelo de la cara de Daniel, quien consintió el gesto apoyando la cabeza en los paneles de madera—. De verdad, pareces muy cabizbajo últimamente. No estás como en el último juicio. Me pregunto si te está afectando, y veo que a nuestro pequeño cliente le caes… muy bien.

—A mí me odia —dijo Mark, el ayudante de Irene.

Daniel sonrió de soslayo. Mark era un tipo desgarbado que parecía incapaz de encontrar una camisa de su talla.

Daniel dio unos golpecitos con el puño en la mesa, por lo que su cerveza se tambaleó.

—No vi venir todo eso del Asperger. Lo había descartado, lo había descartado sin lugar a dudas.

—Ninguno de nosotros lo vio venir, Danny, olvídalo… Me parece que reaccionamos bien. Creo que a partir de ahora es mejor que lo admitamos. Creo que incluso lo podría mencionar en el alegato final, pero tenemos que insistir en lo que hemos dicho, que…, incluso si tiene ese trastorno no diagnosticado, se llame como se llame, Sebastian no es un asesino.

Daniel y Mark asintieron.

—La pregunta más importante —dijo Irene, que cruzó las piernas y se recostó en su asiento— es si aceptamos tu sugerencia y lo llamamos a declarar.

—Sé que puede hacerlo —afirmó Daniel—. No lo aconsejaría de lo contrario. No es como los otros niños pequeños. Lo soportaría bien.

—¿Qué opinas tú, Mark? —preguntó Irene.

Por el tono y la manera en que lo miraba, Daniel notó que en realidad no le interesaba su opinión, sino que era una prueba, parte del aprendizaje.

—Creo que es peligroso. No hay precedentes reales para algo así. Venables y Thompson no declararon en el juicio de Bulger porque alegaron sufrir estrés postraumático. Mary Bell declaró, pero eso fue en los años sesenta y no son casos afines…

—Creo que Danny está en lo cierto: el jurado necesita escuchar a Seb, y también creo que nos sorprenderá con su actuación. Lo que no está claro es si el psicólogo estará de acuerdo ni, en última instancia, si Baron lo va a consentir.

—Creo que deberías intentarlo —dijo Daniel.

—Deja que lo consulte con la almohada. Lo que me parece fascinante —prosiguió Irene—, pero… muy útil para su defensa…, es que es un niño encantador, con o sin Asperger. Es muy raro, es inquietante, pero aun así es encantador. Y es muy maduro, se relaciona bien con los adultos. —Posó la mano en la rodilla de Daniel—. Creo que a lo mejor tienes razón. Llamarlo es una posibilidad.

Daniel habría deseado que Mark no estuviese con ellos. Se recostó en el asiento, resistiendo el impulso de cogerle la mano a Irene.

—No se relaciona tan bien con este adulto —replicó Mark. Daniel sonrió de nuevo; Mark parecía sinceramente ofendido por el rechazo del niño.

—Estás paranoico —dijo Irene—. ¿Por qué le caes tan bien, Danny?

Daniel se encogió de hombros.

—Es que soy muy simpático.

—¿Y él te cae bien? —preguntó Mark.

—Qué curioso, él también me hizo esa pregunta el otro día.

—¿Qué respondiste?

—Le dije que me caía bien… Aunque no estoy seguro de si es la expresión correcta. Una parte de mí… lo comprende, o eso creo. Tanto si asesinó a Ben Stokes como si no, todos sabemos que es un chico con graves trastornos. Necesita mucha atención.

Mark miró a Daniel de un modo extraño, como si hubiera dicho algo con lo que no estaba de acuerdo pero no se atreviese a llevarle la contraria.

—Te hace pensar —dijo Irene—. Cuando recuerdo las cosas que hice de niña… Dios, es mejor ni pensarlo.

—¿Como qué? —preguntó Danny, arqueando una ceja.

Irene le sonrió e inclinó la cabeza.

—Prendí fuego al vestido de mi prima porque dijo que me parecía a esa niña de La casa de la pradera.

—¿Le prendiste fuego? —Daniel se inclinó hacia delante.

—Sí, había un gran fogón en la cocina y yo estaba furiosa con ella. Cogí unas pequeñas astillas y prendí fuego a su vestido. Pudo haber sido un accidente horrible. Podría haber acabado como Sebastian.

—¿Qué pasó? —dijeron Mark y Daniel al unísono.

—Un milagro. Mi prima dio unas palmadas a las llamas y se extinguieron. Con las manos, sin más. Por supuesto, se chivó…, y su vestido se echó a perder.

—Sabía que habías sido una pequeña diablesa.

—Soy la portadora del fuego —lo imitó Irene, que mandó a Mark a buscar bebidas—. ¿Cómo eras tú de pequeño? —preguntó Irene con timidez—. Me apuesto algo a que eras adorable.

—Era un gamberro —contestó Daniel, que sostuvo su mirada.

—Sí —dijo Irene—. Eso también.

Daniel se reunió con los Croll en Parklands House. El psicólogo había dicho que Sebastian podría prestar declaración bajo ciertas condiciones. Irene estaba preparando la solicitud al juez Philip Baron.

Llovía a cántaros y el día era oscuro como la noche. King Kong dominaba la sala de reuniones, mientras Sebastian esperaba arriba. La silla de plástico crujió bajo su peso.

—¿Está diciendo que la han cagado? Eso es lo que está diciendo, ¿verdad? ¿Por qué debería declarar? ¿No correría el riesgo de incriminarse a sí mismo?

—Se podría decir que al no declarar se está incriminando, y durante los interrogatorios policiales lo hizo muy bien. Estuvo brillante…

—No me trate con condescendencia. Ya sé que mi hijo es inteligente, no sería mi hijo si no lo fuera. Por supuesto que lo haría mejor que cualquier estúpido renacuajo. Lo que quiero saber es la estrategia. ¿Por qué es la mejor opción?

—Porque creemos que el jurado necesita escuchar su versión de los hechos. Está el síndrome de Asperger, el hombre que lo vio más tarde y el problema de la coartada, y acerca de todo eso debería hablar. Creemos que su testimonio podría ser muy importante. En esencia, en este momento es importante que el jurado le oiga decir que no lo hizo. Ya hemos demostrado que existen dudas razonables, pero nos parece que el jurado necesita que lo diga él mismo. —El ojo derecho de Kenneth palpitó mientras escuchaba a Daniel—. Si Sebastian mantiene la compostura, podría marcar la diferencia.

—¿Si…? Yo no me arriesgo con condicionales. Me sorprende que ustedes sí.

Daniel respiró hondo.

—Podríamos preguntar a Sebastian qué piensa —dijo Charlotte.

—¡Por el amor de Dios! Es solo un niño. Qué sabrá él. —Kenneth se giró hacia Charlotte con gesto despectivo. Un fino hilillo de saliva cayó sobre la mesa.

—Va a depender mucho de cómo lo haga —dijo Daniel, que se aflojó la corbata. Al igual que las salas de interrogatorios de Parklands House, esa habitación le producía claustrofobia. La lluvia se arrojaba a ráfagas contra las diminutas ventanas del techo, como si fuesen puñados de arena. Sin saber por qué, Daniel se acordó del funeral de Minnie—. Si lo hace bien, todavía podemos ganar. Si no, si Jones consigue ponerle nervioso o enredarlo, nos podría perjudicar. —Daniel suspiró, miró a Kenneth y luego a Charlotte a los ojos—. Es un riesgo, pero creo que merece la pena que el jurado oiga su versión de los hechos.

Charlotte lanzó una mirada a su marido antes de preguntar:

—¿Y si no presta declaración? —Miraba a la mesa en vez de a Daniel—. ¿Lo van a condenar seguro?

—No, claro que no.

—Pero piensan que debería prestar declaración.

—Sí, creo que Sebastian debería subir al banquillo de los testigos —dijo Daniel.

Kenneth hizo un mohín, lo que realzó aún más sus labios carnosos. Daniel observó esos ojos, inteligentes y despiadados al mismo tiempo.

—Creo que todos sabemos que es capaz de esto —dijo Kenneth, con voz pausada—. Y creo que esta locura tiene que llegar a su fin. Queremos que vuelva a casa. Si él quiere hacerlo, y ustedes creen que puede ayudar, le damos permiso.

Llamaron a Sebastian. Entró en la sala despacio, una sonrisa frágil en su cara pálida, los ojos verdes resplandecientes de la emoción. Se sentó a la mesa, entre sus padres y Daniel. Charlotte posó una mano en la mejilla del niño y Sebastian se apoyó en ella.

King Kong chasqueó los dedos.

—Siéntate bien, por favor. Tenemos que hablar de algo muy importante.

Sebastian obedeció, sin mirar a su padre. Una vez más, Daniel se quedó impresionado por lo jovencito que era: los pies no llegaban al suelo al sentarse en la silla, la cabeza pendía de un cuello finísimo y en las mejillas, al sonreír, se dibujaban dos hoyuelos.

—¿Qué te parece la idea de prestar declaración, Sebastian? —dijo el padre—. Subir al estrado y ofrecer tu testimonio.

—Bueno, no tendrías que hacer eso —corrigió Daniel—. Lo más probable es que estés en una salita, cerca de la sala de audiencias. Pondrían unas cámaras. Podrías tener la compañía de un asistente social.

—¿No podrías estar tú conmigo? —dijo Sebastian, dirigiéndose a Daniel—. Eso estaría mejor.

—Pero ¿qué es esta ridícula chifladura? —bramó Croll de súbito—. Hay cosas más importantes en juego. Vas a prestar declaración para que no te manden a la cárcel. ¿Comprendes?

De repente Sebastian se apocó. Los ojos verdes se oscurecieron y su boquita de rosa se encogió. Daniel le lanzó una mirada a tiempo para ver el destello de los dientes del niño.

—Probablemente, yo me tenga que quedar en el juzgado —dijo Daniel—. Pero podría ir a verte en los descansos. Podemos decidir todo esto más tarde. Queremos que todos oigan tu versión. Vamos a practicar antes mucho…, pero todo depende de ti.

—Quiero declarar —dijo Sebastian, mirando a Daniel—. Quiero contarle al jurado lo que pasó de verdad.

Kenneth Croll respiró hondo y suspiró.

—Bueno, entonces está decidido. —Hizo un gesto a Daniel con la cabeza, como si acabaran de cerrar un trato.