11

Una vez dentro de Parklands House, Daniel pasó por un cacheo y un escáner. Un perro olisqueó su ropa y su maletín en busca de drogas.

Un guarda le trajo café y le dijo que Sebastian no tardaría en llegar. Charlotte había llamado a Daniel para decirle que llegaba un poco tarde, pero que comenzasen sin ella. Se sintió inquieto en esa sala pequeña. Tenía que estar cerrada en todo momento, le habían advertido, pero había una alarma por si necesitaba algo. En el estómago sintió el papel y las hojas, secas y revoloteando; estaba inquieto.

Sebastian entró acompañado de un auxiliar.

—Me alegro de volver a verte, Seb —dijo Daniel—. ¿Estás bien?

—En realidad, no. Odio este lugar.

—¿Quieres algo de beber?

—No, gracias. Acabo de tomar zumo de naranja. ¿Me puedes sacar de aquí? Lo odio. Es horrible. Quiero ir a casa.

—¿Han venido tu madre y tu padre a verte a menudo?

—Mi madre unas cuantas veces, pero quiero ir a casa… ¿No podrías arreglarlo? Solo quiero ir a casa.

De repente la cabeza de Sebastian se desplomó sobre su brazo. Con el otro brazo se abrazó a sí mismo.

Daniel se levantó, se inclinó sobre Sebastian y posó la mano sobre el hombro del muchacho. Lo acarició y le dio unos golpecitos.

—Vamos, no te va tan mal. Estoy de tu lado, ¿recuerdas? Sé que quieres ir a casa, pero tenemos que cooperar con la ley. No puedo llevarte a casa justo ahora. El juez quiere que te quedes aquí, sobre todo para protegerte.

—No quiero que me protejan. Solo quiero ir a casa.

Una vez más, Daniel comprendió al muchacho. Era como una picadura de ortiga: un picor y un escozor que agitaban sus recuerdos. Se recordó llegando a casa de Minnie por primera vez, y evocó a la asistente social, quien decía que, por su propio bien, tenía que mantenerse alejado de su madre.

—Lo que sí puedo hacer es trabajar para que vayas a casa después del juicio. ¿Qué te parece? ¿Estás dispuesto a trabajar conmigo? Necesito tu ayuda. No puedo hacerlo yo solo.

Sebastian suspiró y se limpió las lágrimas con la manga. Cuando alzó la vista, sus pestañas estaban mojadas y abiertas.

—Mi madre se ha retrasado —dijo Sebastian—. Seguro que está en la cama. Mi padre se fue ayer por la noche. Es mejor si estoy ahí. Por eso tienes que sacarme de aquí.

—¿Qué sería mejor si estás ahí? —preguntó Daniel. Aunque sabía lo que Sebastian iba a decir, se preguntó si proyectaba sus vivencias en el muchacho.

—¿Te cae bien tu padre? —preguntó Sebastian, como si no hubiera oído la pregunta de Daniel.

—No tengo padre.

—Todo el mundo tiene padre, tonto. ¿Es que no lo sabes?

—Bueno —Daniel sonrió al muchacho—, no llegué a conocerlo. Eso es lo que quería decir. Se fue antes de que yo naciese.

—¿Trataba bien a tu madre?

Daniel sostuvo la mirada de Sebastian. Sabía lo que el muchacho estaba tratando de decir. Había visto a los padres del niño y había presenciado la agresividad de Kenneth contra la madre. Daniel recordó a su madre lanzada por los aires con tal fuerza que rompió el brazo del sillón en el que cayó. Se recordó a sí mismo entre ella y el hombre que quería volver a golpearla. Recordó el temblor de la pierna y el olor a orina.

—Escucha, tenemos que ponernos a trabajar. Ahora que volvemos a trabajar juntos, ¿has recordado algo que quieras decirme?

Sebastian miró a Daniel y negó con la cabeza.

—Ahora estamos solos. Soy tu abogado y tú eres mi cliente. Puedes contármelo todo. No te voy a juzgar. Mi deber es hacer lo mejor para ti. ¿Hay algo que quieras decirme acerca de ese domingo que jugaste con Ben? Si es así, ahora es el momento. No nos gustan las sorpresas más adelante.

—Lo he dicho todo, absolutamente todo.

—Bien, voy a hacer todo lo posible para sacarte de aquí.

Se oyó un chasquido metálico al abrirse la puerta electrónica. Charlotte entró en la sala entre una ráfaga de disculpas y pulseras tintineantes. Con delicadeza, giró la cara de Sebastian hacia ella y le besó en la sien.

—Lo siento mucho, ¡el tráfico era una pesadilla! —exclamó, aflojando el pañuelo de seda y quitándose la chaqueta—. Y luego esos asquerosos perros de la entrada. Me dan muchísimo miedo. Se me hizo eterno hasta que me dejaron pasar.

—A mamá no le gustan los perros —explicó Sebastian.

—Está bien —dijo Daniel—. Solo quería repasar con Sebastian lo que va a suceder a partir de ahora.

—Genial, adelante —replicó Charlotte con un entusiasmo extraño y forzado. Llevaba un suéter de cuello alto y no dejaba de estirar las mangas para cubrirse las manos.

—Bueno, tenemos mucho trabajo que hacer en los próximos meses para prepararte para el juicio y hay una serie de personas con las que tendrás que hablar… Vamos a concertar una cita con un psicólogo que vendrá a verte y luego, dentro de una semana más o menos, vas a ver de nuevo a la abogada que va a presentar tu caso ante el tribunal. ¿Está claro?

—Creo que sí. Pero ¿qué va a hacer el psicólogo?

—No te preocupes por eso. Solo va a ver cómo te afectaría el juicio. Es nuestro testigo, recuerda, así que no hay motivos para preocuparse, ¿vale?

»Lo que quería tratar de explicar hoy es la táctica de la fiscalía, es decir, los argumentos que van a emplear para tratar de probar que has matado a Ben. Acabamos de recibir estos documentos y aún estoy elaborando la defensa, teniendo en cuenta lo que tienen contra ti… Si hay algo que no comprendes, dímelo.

—Está claro como el agua —contestó Sebastian.

Daniel se detuvo y observó al muchacho. De niño había estado a punto de llegar a la situación de Sebastian, pero nunca había poseído esa confianza en sí mismo.

—La principal prueba en tu contra es que, aunque dices que solo estabais jugando y que Ben se cayó y se hizo daño mientras estabais juntos, en tu ropa y tu calzado hay sangre de Ben.

—Eso no es problema —dijo Sebastian, con los ojos brillantes y atentos de repente.

—¿Por qué?

—Bueno, porque puedes decir que me manché con la sangre y lo demás porque se hizo una herida…

Se produjo una pausa. Sebastian sostuvo la mirada de Daniel y asintió una vez.

—Vamos a mantener que Ben se cayó y se hizo una herida y tu madre es tu coartada a partir de las tres de la tarde, lo que pone en entredicho al testigo que afirma que te vio peleando con Ben más tarde. Pero la fiscalía va a argumentar que la sangre y el ADN de tu ropa prueban que lo asesinaste.

Daniel echó un vistazo a Charlotte. Le temblaba el dedo anular de ambas manos. Su atención parecía vagar, por lo que Daniel se preguntó si había estado escuchando.

—Yo no le hice daño a Ben, solo estábamos jugando…

—Lo sé, pero alguien le hizo daño, ya lo sabes, muchísimo daño… Alguien lo asesinó.

—Asesinar no es algo tan malísimo.

En el silencio de la sala, Daniel oyó a Charlotte tragar saliva.

—Bueno, todos morimos, ¿no? —dijo Sebastian, sonriendo ligeramente.

—¿Me estás diciendo que sabes cómo murió Ben? Me lo puedes contar ahora, si quieres. —Daniel se estremeció a la espera de lo que el niño fuese a decir.

Sebastian inclinó la cabeza a un lado y sonrió de nuevo.

Daniel alzó las cejas para que respondiese. Al cabo de unos momentos, el niño negó con la cabeza.

En su cuaderno, para que Sebastian lo viese, Daniel anotó la secuencia de los acontecimientos venideros: desde la primera reunión formal con la abogada hasta la preparación del juicio.

—Después de la instrucción, pasará un tiempo en espera del juicio. Quiero que sepas que tú y tus padres podéis verme o hablar conmigo durante ese periodo si tenéis preguntas.

—Chachi —dijo Sebastian—. Pero… ¿cuándo será el juicio?

—Aún quedan algunos meses, Seb. Tenemos mucho trabajo que hacer antes, pero te prometo que te llevaré a ver el tribunal antes del juicio.

—Noooooo —se quejó Sebastian, dando bofetadas a la mesa—. Quiero irme antes. No quiero quedarme aquí.

Charlotte se incorporó y respiró hondo, como si alguien le hubiera arrojado un vaso de agua a la cara.

—Ya, cariño, ya —dijo, los dedos revoloteando sobre el pelo de Sebastian.

Los ojos de Sebastian resplandecían como si estuviese a punto de llorar.

—Mira, Seb, tengo una idea —dijo Daniel—. ¿Qué tal si voy a comprar unos bocadillos? ¿Te apetece?

—Ya voy yo —dijo Charlotte, levantándose. Daniel percibió un moratón en la muñeca cuando estiró el brazo para coger el bolso—. De todos modos necesito un poco de aire fresco. Enseguida vuelvo.

Cuando la pesada puerta se cerró, Sebastian se levantó y comenzó a caminar por la sala. Era un niño delgado, de muñecas delicadas y codos que sobresalían. Daniel pensó que, aparte de otros motivos, era demasiado pequeño para ser capaz de cometer un asesinato tan brutal.

—Seb, ese día en el parque, ¿habló alguien contigo aparte del hombre que os pidió que dejarais de pelear? —Las sillas no se podían mover, así que Daniel se levantó para estar frente a Sebastian. El muchacho apenas llegaba a Daniel por la cintura. Ben Stokes era tres años menor que Sebastian, pero solo cinco centímetros más bajo.

Sebastian se encogió de hombros. Negó con la cabeza, sin mirar a Daniel. Estaba apoyado contra la pared, mirándose las uñas y luego jugando a empujarse los dedos de una mano contra los de la otra.

—¿Notaste si alguien actuó de forma extraña en el parque? ¿Viste si alguien os observaba cuando estabais jugando?

Una vez más, Sebastian se encogió de hombros.

—¿Sabes por qué lleva ese suéter? —dijo Sebastian. Se llevó las manos al rostro. Los dedos de ambas manos se tocaban y miró a Daniel a través del rectángulo que formaban.

—¿Qué? ¿Te refieres a tu madre?

—Sí, cuando lleva ese suéter significa que tiene marcas de estrangulamiento en el cuello. —Sebastian aún miraba a Daniel entre los dedos.

—¿Marcas de estrangulamiento?

Sebastian se llevó ambas manos a la garganta y apretó hasta ponerse rojo.

—Ya vale, Seb —dijo Daniel. Estiró la mano y dio un leve tirón del codo del niño.

Sebastian cayó contra la pared, riendo.

—¿Estabas asustado? —preguntó, con una sonrisa tan amplia que Daniel vio el hueco de una de las muelas que le faltaban.

—No quiero que te hagas daño —respondió Daniel.

—Solo quería enseñarte lo que te estaba contando —dijo Sebastian. Volvió a sentarse en su sitio. Parecía cansado, pensativo—. A veces, si se enfada, la agarra de la garganta. Así también se puede morir, ¿sabes? Si aprietas mucho.

—¿Estás hablando de tu madre y de tu padre?

Oyeron el sonido de la puerta al abrirse. Sebastian se inclinó sobre la mesa, cubriéndose la boca con una mano, y susurró:

—Si le bajas el cuello del suéter, verás las marcas.

Charlotte llegó con los bocadillos y Daniel se descubrió mirándola con más atención mientras ella sacaba los alimentos y las bebidas de la bolsa. Miró a Sebastian, quien escogió un bocadillo. «Mejor cuando estoy ahí», recordó que había dicho el niño. Una vez más, Daniel sintió una súbita empatía por el pequeño. Recordó a su propia madre con las manos de un hombre alrededor de su garganta. Recordó lo desesperado que se había sentido de niño, alejado de ella, incapaz de protegerla. Eso lo había llevado a hacer cosas terribles.