Biografías abreviadas

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El final del siglo XX y el inicio del XXI han señalado varias fechas respecto a la Historia de España que va dejando de ser reciente y respecto al autor de este libro. En 1999, se cumplieron sesenta años del final de la guerra civil y cien del nacimiento de Julián Zugazagoitia, el 5 de febrero. Un año después, sesenta de su muerte, una fría madrugada de noviembre, el día 9, en las tapias del cementerio del Este. Y, para concluir, en el presente año 2001 se han recordado ya los setenta de la proclamación de la República. Todo un ramillete de fechas en el que se mezclan las de significación histórica más o menos general y aquellas de carácter mucho más personal o familiar.

Recuerdo claramente la primera vez que me acerqué a esta obra de Zugazagoitia; interesado sobre todo en dotar de ideas, vivencias y sentimientos la figura rígida y gris de una vieja y muy grande fotografía que presidió mi infancia y adolescencia en la casa familiar. Cuál no sería mi sorpresa al enfrentarme con la imposibilidad de hacerlo. En la Historia de la guerra en España, escrita y publicada en un diario socialista argentino entre 1939 y 1940 por Zugazagoitia, lo importante no era la figura de mi abuelo, sino la perspectiva que adoptaba con respecto a unos acontecimientos históricos que le había tocado vivir. Si acaso, aparecían perfiladas las personalidades de otros protagonistas: Azaña, Besteiro, Prieto, Negrín (que hasta ese momento sólo había sido en mi vida el nombre de un gato persa de color gris marengo), etc., pero casi nunca la suya propia. Zugazagoitia había preferido mantenerse al margen, adoptando la perspectiva de un narrador que no quiere participar en las acciones descritas. Incluso aparecía en ocasiones medianamente oculto con el seudónimo de Fermín Mendieta, con el cual pretendía referirse a un amigo suyo que había rechazado las invitaciones de Negrín para ocupar distintas embajadas en países de América Latina. Curiosa, cuando menos, la actitud de un protagonista —acaso secundario— que optó por ser sólo testigo, pensando en presentar aciertos y equivocaciones de los dos bandos en contienda.

Cuando me pidieron elaborar estas notas, biografías sucintas de protagonistas directos en la contienda que ensangrentó España durante casi cuatro años, enseguida pensé en mantener este espíritu de objetividad. Sin embargo, conforme avanzaba en la idea, apareció otra alternativa, entre rebelde y desencantada que me empujó a cambiar mi criterio inicial. Desde un punto de vista meramente personal y práctico, ¿le había servido de algo la objetividad a mi abuelo? Sólo uno de los testigos que llamó a declarar en su defensa se presentó en el juicio sumarísimo con el que las autoridades franquistas le condenaron a muerte: Wenceslao Fernández Flórez, escritor y periodista, es decir, un compañero de profesión, aunque de ideas políticas distintas a las suyas.

Llevados por el espíritu reconciliador y hasta cierto punto amnésico de la transición española de finales de los años setenta, muchos escritores han presentado en curiosa mezcla ideológica a escritores, políticos, intelectuales, etc., equiparando a veces lo que ocurrió en uno y otro bando. Atrocidades se cometieron en ambos bandos; nadie lo duda a estas alturas, pero unos se sublevaron contra una legalidad ganada y establecida en las urnas, traicionando además una promesa o juramento de lealtad, y los otros se defendieron.

No pretendo, ni mucho menos, recuperar un espíritu de enfrentamiento belicista, en el escaso espacio dedicado, además, a unas cuantas notas biográficas. Pero he preferido elegir, entre el censo de más de 500 nombres que aparecen en el libro de mi abuelo, aquellos que representan lo que tuvo que haber sido y no fue durante la guerra civil: un bloque compacto de demócratas de la izquierda moderada y radical, renunciando entre ellos a cualquier tipo de maximalismo excluyente.

Dejo de lado a escritores, pintores, músicos, arquitectos y demás representantes del mundo intelectual que tanto atrajo siempre a Zuga, para centrarme en políticos, periodistas y militares leales a la República, procurando siempre primar aquellas personalidades más nombradas en las páginas del libro. En esta selección subjetiva aparecen, por tanto, exiliados, muchos exiliados, que resultarán desconocidos para los lectores.

José María Villarías Zugazagoitia

Madrid y México, D.F., abril–mayo de 2001