La cuestión de las relaciones, posibles o ficticias, entre Jesús y la secta del mar Muerto es un tema que, por razones obvias, ha estado en tela de discusión desde la misma aparición de los documentos del mar Muerto. Hoy por hoy, existe una práctica unanimidad en afirmar que ni la secta de la que surgieron los documentos de Qumrán ni tampoco los esenios pueden identificarse con el cristianismo primitivo. Los análisis paleográficos y las dataciones con C 14 dejan fuera de duda que los manuscritos son anteriores a Jesús y, por otro lado, el contenido de los mismos tampoco coincide con la enseñanza que aparece en los documentos cristianos más antiguos. Con todo, sigue en pie la cuestión de las posibles relaciones entre Jesús y Qumrán. Aun aceptando —y no parece que tal cuestión pueda ya negarse científicamente— que los esenios de Qumrán no eran cristianos primitivos y que el Maestro de Justicia fue anterior en más de un siglo al nacimiento de Jesús, hay que interrogarse sobre los posibles puntos de contacto entre este último y Qumrán. Incluso sigue siendo válido formular la vieja pregunta: ¿fue Jesús un esenio?

Para empezar hay que señalar que no puede negarse la existencia de puntos de contacto claros entre Jesús y los esenios de Qumrán. Profundizar en ellos implicaría una monografía específica, por lo que aquí nos limitaremos a señalarlos. A nuestro juicio, existen, al menos, doce puntos principales de contacto entre Jesús y los esenios de Qumrán:

  1. Tanto los esenios de Qumrán (en adelante, EQ) como Jesús vivieron en el período del judaísmo conocido como Judaísmo del Segundo Templo.
  2. Tanto los EQ como Jesús eran judíos.
  3. Tanto los EQ como Jesús tenían enemigos comunes en el seno del judaísmo. Éstos eran una buena parte de los escribas, los sacerdotes del Templo, los saduceos y algunos (pero no todos) fariseos. De hecho, sabemos que algunos fariseos se unieron al grupo de Jesús tras su muerte y es muy posible que durante el reinado de Alejandro Janeo algunos de los nuevos miembros de la secta de Qumrán también procedieran de los fariseos.
  4. Tanto los EQ como Jesús creían en un solo Dios que cumpliría las promesas hechas a Israel.
  5. Tanto Jesús como los EQ utilizaban el Antiguo Testamento judío.
  6. Tanto Jesús como los EQ insistían en el papel del Espíritu Santo en la era presente.
  7. Tanto Jesús como los EQ consideraban que el Nuevo Pacto profetizado por Jeremías era una realidad presente y tangible.
  8. Tanto Jesús como los EQ creían en un mundo sometido a la acción de los ángeles y de los demonios.
  9. Tanto Jesús como los EQ creían que la salvación no podía ser obtenida por el propio esfuerzo (aunque esto es más claro en el Maestro de Justicia que en sus seguidores) y que el perdón sólo venía de Dios.
  10. Tanto Jesús como los EQ daban un enorme énfasis a la oración.
  11. Tanto Jesús como los EQ condenaban radicalmente aunque con matices el divorcio y la poligamia.
  12. Tanto Jesús como los EQ eran célibes.

Ciertamente, algunos de estos aspectos eran compartidos por otros grupos judíos pero, en general, eso no resta fuerza al argumento de la coincidencia entre Jesús y los EQ.

A la vez que se daban estos puntos de contacto, no puede negarse que en las fuentes históricas referidas a Jesús hallamos algunas notas que lo diferencian sustancialmente de los esenios de Qumrán. En primer lugar está el hecho de que, al contrario que los esenios de Qumrán, Jesús ni pertenecía a la tribu sacerdotal de Leví ni dio importancia a la institución del sacerdocio. No tenemos tampoco ningún dato que señale que alguno de los doce apóstoles fuera de estirpe sacerdotal, y el mismo Jesús no creó ningún sistema sacerdotal paralelo al del Templo de Jerusalén, tal y como hizo el Maestro de Justicia en Qumrán. En segundo lugar, también es divergente el papel que otorgaban Jesús y los EQ a la tradición. Cuestiones relacionadas con el calendario o con el sistema de pureza se definían en Qumrán de acuerdo a una tradición concreta y enfrentada además con el resto del judaísmo. Por el contrario, Jesús rechazó identificarse con alguna forma de tradición e incluso llegó a criticar ésta de forma directa, algo que provocaba la sorpresa de sus contemporáneos (Mateo 7, 28-29). De hecho, Jesús, siempre que menciona la tradición —venga de donde venga—, es para presentarla en términos negativos. Su deseo era volver al sentido primigenio de la Torah y, a su juicio, éste quedaba oscurecido, opacado e incluso prostituido por las diversas tradiciones religiosas (Mateo 15, 6).

En tercer lugar, la conciencia de pecado es una de las características más evidentes de la mentalidad de la secta del mar Muerto. Así, en los documentos del mar Muerto podemos encontrar afirmaciones como las siguientes:

A los malvados los has creado para el tiempo de la ira, desde el vientre los has predestinado para el día de la ruina (1 QH 7, 21).

Yo sé que entre todos los has elegido a ellos y que ellos Te servirán a Ti por siempre (1 QH 7, 27-28).

En otras palabras, Dios simplemente salvaba sólo a unos cuantos de una Humanidad abocada en su totalidad a la ruina final. Sin embargo, esa visión no aparece, en absoluto, en Jesús. No hay la más mínima referencia textual que señale, siquiera indirectamente, que se considerara pecador. En realidad, una de las circunstancias que más irritación parece haber causado en sus contemporáneos era la manera en que Jesús señalaba a todos como personas tocadas por el pecado, en que se autodesignaba como instrumento para perdonar los pecados de la gente y en que, además, se presentaba como exento de la más mínima falta (Mateo 9, 1-8; Marcos 2, 1-12; Lucas 5, 17-26; Juan 8, 46).

Al mismo tiempo, en la enseñanza de Jesús no hay el menor indicio de que creyera en la predestinación particular. Uno de sus llamamientos registrado en Mateo 11, 28-29 hace referencia a todos y no sólo a los supuestamente elegidos:

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar. Llevad mi yugo encima vuestro, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y mi carga es ligera.

Jesús, lejos de considerarse un pecador, se veía como manso y humilde. Además llamaba a todos —sin excepción— los que tuvieran necesidad. Los que acudieran a él no se verían defraudados.

En cuarto lugar, existe una diferencia notable entre los EQ y Jesús en lo relativo al tema de la revelación divina. Los primeros la habían recibido del Maestro de Justicia quien, a su vez, se consideraba indigno de tal don divino. Por el contrario, Jesús, según sus palabras, tenía una revelación especial pero relacionada con su particular posición en relación a Dios Padre, una relación que no admitía parangón con la de nadie. Un pasaje, cuya autenticidad histórica no puede ser cuestionada, ha recogido precisamente esta autoconciencia de Jesús de manera especialmente clarificadora:

Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mateo 11, 27).

Jesús se presentaba como el Hijo, el único que conocía al Padre y podía revelarlo y, a su vez, aquel al que sólo el Padre conocía realmente.

En quinto lugar, los EQ seguían esperando para el futuro la llegada del Mesías (o de los dos mesías, según las fuentes). El caso de Jesús es obviamente distinto. Ciertamente, no se vio a sí mismo como el mesías nacionalista y violento de algunos grupos zelotes que aparecieron varias décadas después de su muerte, ya que se proclamó como el Mesías-Siervo e Hijo del Hombre que, pacífico y sufriente, se entregaría a una muerte de contenido sacrificial y expiatorio. No todo concluiría, empero, con este hecho. Tras entregar su vida en ofrenda por el pecado, vería la luz de la vida y, al final de los tiempos, regresaría para juzgar a la Humanidad. Para Jesús era, pues, presente lo que en el caso de los EQ se proyectaba aún en el futuro.

En sexto lugar, los EQ aparecen en los manuscritos del mar Muerto dotados de un deseo poderoso de cumplir con el mayor rigor la ley de Moisés, de acuerdo a su estricta interpretación. Jesús, por el contrario, que se manifestó como superior a Salomón, los profetas y el Templo, dejó claro que mantenía una actitud de absoluta libertad frente a la misma e incluso se permitió discutirla en algunos aspectos concretos. Así, frente a los EQ, que aplicaban la pena de muerte, Jesús enseñó que no se podía matar e incluso insistió en el hecho de que el enojo o el insulto eran asimismo dignos del infierno y que, por ello, la reconciliación con el prójimo estaba antes que el cumplimiento de los preceptos rituales (Mateo 5, 22-26).

De la misma manera, en contra de la ley de Moisés, que establecía la ley del Talión expresada en la máxima «ojo por ojo y diente por diente» (Exodo 21, 24; Levítico 24, 20; Deuteronomio 19, 21), Jesús mantuvo una enseñanza mucho más radical:

No resistáis al malvado. Antes a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, ponle también la otra; y al que desee ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo niegues (Mateo 5, 39-42).

En séptimo lugar, también fue distinto el acercamiento que a la cuestión del Templo de Jerusalén realizaron los EQ y Jesús. Para los primeros, aquél no era ya sino un lugar desechado por YHVH y sustituido por ellos mismos, la comunidad de Qumrán. Participar en su culto resultaba intolerable para los sectarios del mar Muerto.

Jesús, por el contrario, no se opuso a participar en el culto del Templo. Tenemos noticia de que asistió a sus celebraciones relacionadas con las festividades judías anuales y no parece que disuadiera de hacer lo mismo a los discípulos. De hecho, éstos continuaron participando en el servicio del Templo incluso después de la muerte de Jesús. Con todo, la visión del Templo que encontramos en Jesús fue muy crítica. Sabemos que reaccionó indignadamente contra los que comerciaban en el interior del Templo, privando así a los no judíos de adorar al Dios de Israel y contaminando el carácter sagrado del lugar que estaba destinado a ser «casa de oración».

A la vez, entendió, posiblemente a causa de la clara contradicción entre los fines del lugar y la vida real del mismo, así como por el rechazo evidente del mismo Jesús como mesías, que los días del Templo estaban contados. Lucas 13, 31-35 y Mateo 23, 37-39 reproducen una enseñanza de Jesús procedente del Documento Q en la que aquél dejó bien claro que el Templo («vuestra casa») se convertiría en un lugar desolado. Algo similar podemos decir de los denominados —muy discutiblemente, a nuestro juicio— «apocalipsis sinópticos» (Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21), donde Jesús anuncia la destrucción del Templo. Aunque en el pasado algunos autores tendieron a pensar que estos pasajes eran vaticinia ex eventu que nunca fueron pronunciados realmente por Jesús, hoy en día la práctica totalidad de los historiadores ha llegado a la conclusión opuesta: Jesús realmente profetizó la destrucción del Templo. De hecho, la acusación de haberlo hecho fue uno de los argumentos barajados por sus enemigos para condenarlo a muerte.

En octavo lugar, el concepto de Nuevo Pacto es distinto en los EQ y en Jesús. Los primeros creían estar viviendo ya en esa situación, pero como consecuencia directa de su huida desde Jerusalén al desierto de Judea. Por el contrario, el punto de vista de Jesús no giraba en torno a la pertenencia a una organización, sino al papel desempeñado por su misma persona. Su muerte en favor de muchos era lo que daba inicio a un Nuevo Pacto. Igual que el sacrificio del cordero había sido señal de que se acercaba la liberación de Israel en Egipto, el sacrificio de Jesús indicaba los inicios de un Nuevo Pacto. Este Nuevo Pacto comenzaba con él y la inclusión en el mismo derivaba asimismo de aceptar o no a Jesús como el Siervo-Mesías-Hijo del Hombre-Señor y vincularse al mismo a través de la fe. Aquellos que creyeran en él, tal y como él se presentaba, podían entrar en el Nuevo Pacto prescindiendo, como veremos, de su procedencia concreta. Los demás habían quedado excluidos y, a semejanza del Templo de Jerusalén, sólo podían esperar la ruina como consecuencia de sus actos.

Resumiendo, pues, podemos señalar que un análisis comparativo entre los EQ y Jesús nos obliga a reconocer que en ambos existen puntos de contacto innegables. Posiblemente, tal circunstancia quepa atribuirla al hecho de estar ambos incardinados en el judaísmo del Segundo Templo, pero, de cualquier forma, las coincidencias resultan innegables. Al mismo tiempo, sin embargo, son aún más evidentes las enormes diferencias conceptuales entre Jesús y los EQ. La espiritualidad de los EQ partía de la condición universal de pecado del hombre, pero combinaba tal aspecto con un énfasis considerable en el sacerdocio, un enorme apego a una tradición religiosa concreta y a una interpretación específica de la Torah. Para obtener la salvación, había, inexcusablemente, que abandonar el culto judío centrado en Jerusalén y vivir en un Nuevo Pacto centrado en Qumrán cumpliendo las normas específicas de la secta. Jesús, por el contrario, no sólo no se consideró pecador, sino que además se presentaba a sí mismo dotado de una autoridad especial para perdonar pecados. Lejos de esperar la venida del Mesías, se presentaba también como el mesías ya venido, y, convencido de ser el Hijo de Dios, en un sentido sin paralelos ni aproximaciones con otros seres humanos, también se consideró receptáculo de un conocimiento especial que, en su caso concreto, emanaba de que sólo él conocía al Padre igual que a él sólo el Padre lo conocía. Precisamente a partir de su propia conciencia personal —afirmó ser mayor que Salomón, los profetas, el Templo— se manifestó enemigo de las tradiciones religiosas, actuó con una considerable libertad frente a la Torah en cuestiones como la pureza, el sábado o los alimentos. Finalmente, aunque participó en el culto del Templo, consideró que sus días estaban contados porque su muerte iba a inaugurar un Nuevo Pacto.

Jesús, en virtud de sus acciones y pretensiones, sobrepasaba la línea que separa claramente lo divino de lo humano. En su pensamiento, en su forma de actuar no existe nada en absoluto que indique una influencia del MJ o de la secta de Qumrán. Su peculiar visión obligaba a optar por lo que el profesor C. S. Lewis definió como el famoso trilema: o era un loco de la peor especie, o era un blasfemo o era quien decía ser. En otras palabras, como señala el Talmud, o era un embaucador que «extraviaba al pueblo» y, por ello, merecía la muerte en la cruz o era el «Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mateo 16, 16). Cualquier otra categorización sólo niega los datos que aparecen en las fuentes históricas.

Por tanto, a la luz que nos proporcionan las fuentes, debemos contestar que Jesús, a lo largo de su predicación pública, ni se comportó como un esenio de Qumrán ni manifestó acuerdo con las doctrinas más esenciales de éstos. Su enseñanza no fue esenia sino, más bien, antiesenia. A la cuestión, por otra parte, de si Jesús estuvo alguna vez en Qumrán no podemos contestar de una manera tan tajante. Pero, si efectivamente ése fue el caso, de su trayectoria a orillas del mar Muerto no sólo no le quedó ninguna influencia notable, sino que además habría que deducir que brotó una mentalidad diametralmente enfrentada. La razón es obvia: la cosmovisión de los esenios de Qumrán y la de Jesús resultaba medularmente incompatible.