El atentado del 11 de septiembre sorprendió a buen número de comentaristas occidentales en la más absoluta ignorancia acerca de la identidad de Ben Laden. Semejante circunstancia lo único que dejaba de manifiesto es que hasta esos momentos habían opinado sobre cuestiones como Próximo Oriente o el integrismo islámico sin saber el terreno que transitaban. No era, desde luego, el caso de los verdaderos especialistas y, si se me permite la inmodestia, señalaré que más de medio año antes del atentado realicé un programa para Radio Nacional de España sobre el singular personaje que, desde bastante tiempo atrás, había llamado mi atención no injustificadamente.
Antes del atentado, la bibliografía sobre Ben Laden era ya relativamente extensa. Simon Reeve en su obra The New Jackals (Boston, 1999) concedía un papel relevante a Ben Laden junto a otros personajes no menos siniestros como Ramzi Yusef, y la obra de Yonah Alexander y Michael S. Swetnam titulada Usama bin Laden’s al-Qaida: Profile of a Terrorist Network (Ardsley, 2001) deja de manifiesto hasta qué punto Al-Qaida ni era desconocida ni había sido pasada por alto por los conocedores de lo que representa la amenaza del integrismo islámico. Posiblemente la biografía más completa de Ben Laden sea la debida a Yossef Bodansky (Nueva York, 2001), también bastante anterior en su elaboración a los atentados. En todos los casos se puede asistir a un retrato de un personaje que, lejos de ser alguna vez agente de la CIA, tenía marcado desde inicios de los setenta un rumbo acentuadamente antioccidental, antisraelí y, angustiosamente, con referencias a la necesidad de recuperar Al-Andalus para el islam.
Sobre el papel de Afganistán en Estados Unidos existe también material considerable para aquellos que deseen abordar el tema más allá de la película Rambo III y de sus propios prejuicios. John Prados lo trató de manera rigurosa en President’s Secret Wars (Chicago, 1996). Jimmy Carter relató su versión del conflicto en su libro de memorias Keeping Faith (pp. 471 y ss.), y Sadat reconoció su papel colaborando con la política exterior norteamericana en Afganistán en el New York Times y el Washington Post del 23 de septiembre de 1981. El testimonio de Andrew Eiva, esencial para conocer la manera en que se desarrolló la intervención norteamericana en Afganistán, apareció en el New York Times del 25 de mayo de 1983 y el Washington Post del 8 de septiembre de 1984. Ni que decir tiene que a esas alturas Ben Laden llevaba ya años desplegando planes homicidas contra Occidente.