COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO

El estudio histórico de la figura de Jesús constituye una de las causas peor servidas por los historiadores prácticamente desde la Ilustración. Mientras que a un lado se alinean los que pretenden modelar a Jesús partiendo de su configuración confesional —tarea bien complicada si se tiene en cuenta que fue un judío que nunca renunció a serlo—, enfrente se agrupa un heteróclito colectivo de sacerdotes que perdieron la fe, católicos que dejaron de serlo y propugnadores del materialismo histórico cuya relación con la crítica histórica seria es meramente casual —si es que existe— y cuyo conocimiento de las fuentes resulta cuando menos deplorable. Lo cierto es que, a diferencia de la mayoría de los personajes históricos, Jesús sigue planteando retos que deben responderse y el deseo, quizá inconsciente en algunos casos, de eludirlos impulsa a ciertas personas a intentar demoler dialécticamente lo que históricamente tiene una extraordinaria solidez. Posiblemente uno de los espectáculos más patéticos en este terreno sea asistir a la redacción de libros y panfletos pedantes y carentes de solidez historiográfica que repiten tesis con olor a naftalina surgidas en el siglo XVIII y regurgitadas durante el XIX y las primeras décadas del XX. Su atraso es aún mayor al que supondría en el terreno de la informática abandonar el CD-ROM o los disquetes para optar por las tarjetas de cartón perforado.

A pesar de todo, los buenos estudios sobre Jesús existen y derivan en no pocas ocasiones de autores judíos. Sigue ocupando entre ellos un puesto de honor La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, de Alfred Edersheim, una obra extensa, documentada y con abundantes referencias a las fuentes judías.

Sobre la época de redacción de los Evangelios sigue siendo de lectura obligatoria el libro de J. A. T. Robinson Redating the New Testament. Aparecido en los setenta, dio lugar a un debate historiográfico que ha abundado en sus tesis insistentes en que los cuatro evangelios canónicos se redactaron antes del año 70 d. J.C. Coincido sustancialmente con esa visión y a ella he dedicado un apéndice en El legado del cristianismo en la cultura occidental (Madrid, 2002). Igualmente le había dedicado algunas referencias en mi Diccionario de Jesús y los Evangelios (Estella, varias ediciones).

La referencia a la conjunción astral observada por Kepler ha sido recogida en varias obras, ya que es un hecho muy conocido —lo que no excusa que también haya gente que lo ignore—, pero la versión más popular, divulgativa y accesible se encuentra en W. Keller La Biblia tenía razón (Barcelona, varias ediciones).

Por lo que se refiere a las profecías mesiánicas y sus categorías —hijo de David, siervo sufriente, etc.—, le he dedicado considerable espacio en El judeo-cristianismo en la Palestina del siglo I. De Pentecostés a Jamnia (Madrid, 1993), y en mi Diccionario de Jesús y los Evangelios ya citado. No obstante, nada de eso debería impedir estudiar obras clásicas al respecto como la de Charles A. Briggs Messianic Prophecy. The Prediction of the Fulfillment of Redemption through the Messiah (Peabody, 1988).