El debate sobre el bombardeo de Guernica —un episodio muy menor y, desde luego, no la acción aérea más importante de la guerra civil— se vio enturbiado desde el principio por razones políticas y no historiográficas. Para el sector de la clase política británica partidario del rearme, Guernica constituyó un magnífico argumento a favor de oponerse al dominio del aire por los alemanes. Para los miembros del PNV —que apoyaron el alzamiento militar de julio de 1936 en Navarra y Vitoria y que traicionaron a los ejércitos republicanos revelando sus movimientos a las tropas de Franco y rindiéndose por separado en Santo-ña—, Guernica fue una bandera con la que ocultar acciones políticas realmente vergonzosas desde cualquier perspectiva ética y moral. Finalmente —aunque esta mentira tuvo una vida más corta—, el bando rebelde pudo utilizar Guernica como un testimonio de la brutalidad de los milicianos en retirada, capaces de utilizar la dinamita y la gasolina en su política de tierra quemada. Ni que decir tiene que todas las versiones eran falsas e interesadas, aunque algunas han tenido una vida más prolongada que otras.
El reconocimiento de que Guernica había sido víctima de un bombardeo de la Legión Cóndor tardó en llegar hasta la obra de Vicente Talón Arde Guernica, pero aun así su autor procuraba liberar de cualquier responsabilidad al mando nacional. Obras tendenciosas y cargadas de una intencionalidad política que opacaba el análisis histórico fueron la de Federico Bravo Morata, Guernica (Madrid, 1978), y, sobre todo, la del famoso panfletista H. R. Southworth, La destrucción de Guernica, publicada en 1975 en París por Ruedo Ibérico. Muy superiores a todos los anteriores fueron los estudios de Jesús Salas Larrazábal sobre el tema. En 1977, publicó en el número de mayo de la revista Nueva Historia (pp. 27-50) un artículo titulado «Guernica: la versión definitiva», donde establecía con bastante exactitud el desarrollo, las responsabilidades y las víctimas del bombardeo. Diez años después se publicaría su libro Guernica, en el que volvía sobre el tema de manera mucho más detallada aunque sin entrar en algunas cuestiones. La obra de Salas Larrazábal no abordaba, por ejemplo, el peso que el bombardeo tuvo sobre la titubeante dirección del PNV ni tampoco se adentraba en los intereses particulares de la Legión Cóndor pero, a pesar de ello, constituía un magnífico trabajo.
Una década después mi libro La destrucción de Guernica. Un balance sesenta años después abordó todas esas cuestiones, aportando especialmente documentación alemana y nacionalista-vasca no utilizada por Salas Larrazábal. Al respecto, tengo la sensación de que el libro podría ser calificado de «políticamente incorrecto» por los nacionalistas vascos pero sus tesis fundamentales permanecen documentalmente irrebatibles.