A diferencia de lo acontecido entre las potencias fascistas cuando estalló la guerra civil española, la URSS no pareció manifestar inicialmente un interés especial por los acontecimientos desencadenados en España. Durante el mes de julio, Jef Last, un escritor comunista de nacionalidad holandesa, asistió a una reunión de la Komintern donde contempló «con mucha indignación una falta de interés completa en los asuntos de España». A pesar de que algunos autores de prestigio como Hugh Thomas, A. Castells y Ricardo de la Cierva sostienen que a finales de julio de 1936 la Komintern había tomado la decisión de intervenir militarmente en España mediante una brigada de origen internacional, lo cierto es que dicha versión, sin ser imposible, plantea algunos problemas de veracidad que obligan a cuestionar su aceptación. En primer lugar se encuentra el hecho de que hasta la fecha no han llegado hasta nosotros documentos directos que puedan confirmar la veracidad del relato. Éste se sostiene en una afirmación procedente de una fuente ineludible pero marcadamente tendenciosa como es la Historia de la Cruzada cuya confirmación a Thomas deja cuando menos dudas en cuanto a su solidez. En segundo lugar, persiste el hecho de que durante meses después del estallido de la guerra la actitud de la Komintern, que se puede documentar con exactitud, fue abiertamente favorable a apoyar al Frente Popular pero excluyendo siempre una intervención armada en la guerra civil. Así, la Conferencia Europea para la Defensa de la República Española, convocada por el Comité Mundial contra la Guerra y el Fascismo y celebrada en París el 13 de agosto de 1936, trató de movilizar a la opinión pública en favor del gobierno del Frente Popular e incluso fundó una Comisión de Coordinación e Información en Apoyo de la República Española pero no planteó la cuestión del envío de voluntarios para combatir en España. Todavía en el mes de agosto, el día 31, el directorio del Socorro Rojo, otra organización controlada por la Komintern, fundó en París el Comité Internacional de Ayuda al Pueblo Español, pero una vez más entre esa ayuda no se hizo mención al envío de voluntarios. El Comité de Actividades Antiamericanas lograría señalar al concluir la segunda guerra mundial una quincena de organizaciones controladas por la Komintern que habían apoyado al Frente Popular, pero en ningún caso durante los meses de julio y agosto de 1936 implicó ese apoyo el reclutamiento de voluntarios.

Esta actitud resulta sorprendente si aceptamos la veracidad de las tesis ya indicadas y más teniendo en cuenta que la Komintern no había descuidado en lo más mínimo el caso español. El 27 de agosto llegó a España el embajador soviético Marcel Rosenberg acompañado por un grupo de militares que debían asesorar al ejército republicano. Pero hasta el día 30 del mismo mes no se dio orden a Krivitsky, el jefe de la inteligencia soviética en Europa occidental, para que se ocupara de proporcionar armas a España. Era una decisión un tanto tardía si se tiene en cuenta que desde hacía más de un mes los alzados estaban recibiendo ayuda de Alemania e Italia pero, una vez más, no hacía referencia al envío de hombres para combatir. Se trataba, sin duda, de un silencio notable si las reuniones de julio de 1936 ya habían decidido la creación de las Brigadas Internacionales (en adelante, BI).

En tercer lugar, existen razones documentadas para llegar a la conclusión de que la decisión de crear las BI se tomó en septiembre de 1936, precisamente cuando Stalin consideró pertinente una intervención más directa en el conflicto español. Las razones para esa escalada cualitativa llevada a cabo por el dictador soviético fueron varias. La primera estuvo relacionada con el hecho de que los observadores de la Komintern en España no tardaron en llegar a la conclusión de que sin una ayuda militar directa, que superara el envío de armas y de asesores, la República no podría sobrevivir al empuje de los alzados. Lo cierto era que, desde julio de 1936, los republicanos no habían dejado de retroceder ante las fuerzas rebeldes y en septiembre no sólo habían caído en sus manos Irún y San Sebastián sino que resultaba obvio que avanzaban hacia Madrid con la intención de concluir la guerra cuanto antes. Que el 22 de septiembre Maurice Thorez, el dirigente máximo del partido comunista francés, viajara a Moscú con la intención de recomendar no sólo envíos de material militar a la República sino también la formación de una unidad militar de combatientes voluntarios que estuviera dirigida por la Komintern no resulta extraño. Sí lo es, en cambio, la existencia de tal sugerencia si semejante medida había sido tomada en julio de 1936 por la misma Komintern.

La segunda razón se halla en el hecho de que Stalin, que no tenía ningún reparo en utilizar la guerra civil española para movilizar a la opinión pública mundial en la lucha contra las potencias fascistas, sin embargo, tardó bastante en decidirse en favor de una intervención militar en España. Si lo hizo se debió, en parte, al temor a una expansión de los fascismos, pero, sobre todo, porque, según revela documentación recientemente exhumada en Rusia y que utilizó el autor de estas líneas para uno de sus estudios históricos, llegó a la conclusión de que podría cobrarse la intervención soviética con las reservas de oro del Banco de España. A partir de ese momento, Stalin pasó de proporcionar ayuda moral y moderadamente económica a enviar no sólo armas sino también combatientes internacionales. La decisión no partió así de un grupo de funcionarios comunistas sino, como bien sabía Thorez al viajar a Moscú para solicitarlo, de la decisión directa de Stalin. El momento en que aquélla se tomó no fue en julio, sino durante septiembre de 1936. Ese mismo mes se presentaron, bajo inspiración directa del PCF, los primeros voluntarios de las BI. Por tanto, el nacimiento de las BI se debió única y exclusivamente a la voluntad de Stalin, personaje histórico no caracterizado precisamente por su defensa de la libertad y de la democracia. En ese sentido, la creación de las BI no sólo no fue espontánea, sino que tampoco obedeció a motivos de defensa de la democracia. En realidad, en esa época el número de personas muertas o encarceladas por Stalin superaba con enorme amplitud el de las que habían sufrido la represión de Mussolini o incluso de Hitler. Tampoco fueron demócratas la inmensa mayoría de los combatientes de las BI, como deja de manifiesto tanto la composición de estas unidades como la manera en que fueron reclutadas. Lejos de tratarse de demócratas y defensores de la libertad —no digamos ya de una legalidad republicana que estaba totalmente pulverizada en julio de 1936—, los componentes de las BI estaban totalmente identificados con el comunismo soviético, a la sazón un sistema incluso más totalitario que el nazismo, que aún no había desencadenado una nueva guerra mundial ni alcanzado las terribles cuotas exterminadoras que se producirían durante la Solución Final.

Cuando finalmente Stalin autorizó la creación de brigadas internacionales que fueran a combatir a España hacía ya tiempo que en esta nación luchaban diversos combatientes extranjeros contra la sublevación militar. Aunque históricamente se insiste en asociarlos con las BI, lo cierto es que la mayoría de estos voluntarios no sólo no pertenecieron a estas unidades sino que incluso se resistieron, una vez creadas, a integrarse en ellas. En su mayoría, estos extranjeros no combatían para defender la República o la existencia de un sistema democrático, sino para oponerse al fascismo y llevar a cabo una revolución definida en términos marxistas o anarquistas. No eran tampoco escasos los que confiaban en que una derrota del fascismo en España podría ayudar a vencerlo en sus naciones de origen. Ése fue precisamente el caso de Carlo Rosselli, un italiano exiliado para eludir la represión fascista, el creador de la frase «Oggi in Spagna, domani in Italia» («Hoy en España, mañana en Italia») para referirse a sus esperanzas de combatiente.

Los primeros extranjeros en sumarse a la lucha contra la rebelión militar procedieron de los atletas que en julio de 1936 se habían dado cita en Barcelona para celebrar una olimpiada paralela a la que había tenido lugar en el Berlín nazi. Lejos de buscar encuadrarse en los restos del ejército leal a la República, no dudaron en encuadrarse en alguna de las múltiples milicias de partidos y sindicatos que se formaron en los primeros días de la guerra. En su mayor parte, los voluntarios se integraron en aquellas donde prevalecía una visión revolucionaria no exenta de un cierto elemento romántico. Esa circunstancia —y el hecho de que el PCE o el PSUC vigilaran cuidadosamente a los que se incorporaban a sus milicias— explica que, en general, terminaran formando parte de milicias anarquistas, socialistas o del POUM. En su mayoría eran franceses (por la cercanía geográfica) o alemanes e italianos (por la oposición a los regímenes fascistas de sus respectivas naciones).

Sin embargo, no faltaron los ingleses, como fue el caso de George Orwell o de John Cornford. Los comunistas fieles a los dictados de Moscú naturalmente se integraron en las milicias del PSUC, donde constituyeron la centuria Thaelmann, unidad que combatiría en Aragón desde agosto hasta octubre de 1936. Su personaje más relevante era Hans Beimler, un antiguo diputado comunista del Reichstag. La postura de estos extranjeros, salvo los comunistas, fue la de mantenerse al margen de las BI, a las que contemplaban simplemente como una especie de brazo militar de la Komintern. En diciembre de 1936, su número alcanzaba a algunos centenares y cuando en mayo de 1937 se produjo la purga comunista de miembros del POUM y anarquistas, no pocos pasaron a sufrir la condición de víctimas acusados injustamente de ser fascistas y agentes de la Gestapo.

En contra de la versión que aboga por una afluencia extraordinaria de extranjeros demócratas que vinieron a España a defender la República, lo cierto es que hasta octubre de 1936 la realidad no podía ser distinta. Para esas fechas, las motivaciones de los extranjeros que combatían en España contra los militares insurgentes distaban mucho de ser las de apuntalar la República. Ciertamente, su impulso era medularmente antifascista pero, en su práctica totalidad, perseguían o bien participar en un proceso revolucionario que ciertamente había estallado en España —ése era el caso de los anarquistas y los marxistas no estalinistas— o servir a la causa de la Komintern estalinista. Ese punto de partida determinó precisamente su localización en una u otra unidad y su destino posterior durante la guerra. Su escasa cuantía —en torno al millar— podría fácilmente haberse mantenido a lo largo de todo el conflicto. Si no fue así se debió no a un impulso espontáneo sino a una labor de reclutamiento extraordinaria desarrollada por la Komintern. Aquellos primeros extranjeros no sólo no iban a ser el núcleo de las BI —como se ha afirmado en repetidas ocasiones— sino que, comprensiblemente, quedaron excluidos en muchos casos por su negativa a someterse a la política comunista.

La decisión que Stalin había tomado en septiembre de 1936 de organizar un conjunto de unidades combatientes que fueran enviadas a España se tradujo a partir de ese mismo mes en una labor febril de la Internacional Comunista o Komintern para formar las BI. Aunque todos los partidos comunistas del globo pusieron manos a la obra, sería el PCF el que desempeñaría un papel fundamental. Hay varias razones que explican esa preponderancia del PCF. En primer lugar, se encontraba naturalmente su cercanía geográfica a España, pero de no menor relevancia era el hecho de que en Francia gobernaba también el Frente Popular y en la Cámara de Diputados había comunistas. André Marty, miembro de la Cámara de Diputados y del comité ejecutivo de la Komintern, iba a representar desde el principio un papel de enorme relevancia. A él se sumarían, entre otros, los italianos Luigi Longo (que adoptaría el seudónimo Gallo en España) y Giuseppe de Vittorio, el checoslovaco Klement Gottwald y el yugoslavo Josip Broz (conocido entonces como Tomanek y, posteriormente, como Tito).

La llegada de los reclutas a Francia fue organizada por el propio NKVD soviético —el antepasado exacto del KGB— y las sucursales de los distintos partidos comunistas sometidos a la Komintern y de los sindicatos con peso comunista se convirtieron en todo el mundo en banderines de enganche de los futuros interbrigadistas. Toda esta labor de la Komintern se centralizó en París. El centro director, el denominado Comité de París, se ubicó en la sede del Comité Central del PCF, en la calle La Fayette, número 128, mientras que el Comité de Coordinación se estableció en la calle Cháteaudun, número 38. En cuanto a la Oficina Central de Reclutamiento y Concentración quedó localizada en la Maison des Syndicats de la avenida Mathurin-Moreau, número 8. Se trataba de un lugar bien significativo en la medida en que era también la sede de la Maison de Moscou, de la delegación francesa del Comité para el Derecho de Asilo y del Comité Nacional de Defensa del Pueblo Español. No era, sin embargo, el único centro de reclutamiento. Había otro en el número 1 de la Cité de Paradis, oficialmente sede del centro de envío de paquetes para España conseguido por el Comité Internacional de Ayuda. Además existían puntos secundarios de captación de voluntarios en cafés como el Madrid o el Petit Lyon. Finalmente, los billetes de tren se entregaban en la calle Grange-aux-belles número 33 y las comidas se servían en un restaurante conocido como Famille Nouvelle. Aparte de las de París, había en Francia más de medio centenar de oficinas de reclutamiento generalmente instaladas en locales de la CGT y del que el más importante fue el de Toulouse. A la vez se establecieron puntos de concentración en Marsella para los que iban a ser enviados a España por vía marítima y en Perpiñán —adonde se llegaba en el famoso tren 77 o de los voluntarios— para los que tenían la intención de cruzar la frontera terrestre. A cargo de Longo corrió el establecimiento de un centro de acogida en Figueras, labor para la que contó con la ayuda del PSUC. En esta localidad, los voluntarios esperaban el traslado hasta Albacete. En algunos casos pasaban antes por Barcelona, donde se los alojaba en el hotel Colón y eran recibidos —significativamente— por el soviético Antónov-Ovseyenko, y tampoco fue excepcional que, antes de llegar a Albacete, se detuvieran en Valencia.

La llegada de los voluntarios a Francia era, en la mayoría de los casos, precedida por una labor previa de reclutamiento en los lugares de origen nacional. Dado que la formación de las BI era una labor ideada, organizada y ejecutada por la Komintern siguiendo órdenes de Stalin, de los distintos partidos comunistas se esperaba que proporcionaran cuotas mínimas de voluntarios. Si éstas podían ser relativamente fáciles de cubrir en el caso de partidos como el francés o el alemán, se convirtieron en un reto casi inalcanzable para otros como el británico o el estadounidense. La comunista británica Charlotte Haldane llegó a calificar de «terroríficos» los esfuerzos destinados a cumplir con la cuota de voluntarios interbrigadistas. De hecho, dado que, según sus propias palabras, «la cuota tenía que cumplirse», se acabó recurriendo a adolescentes y a hombres casados y con hijos para conseguir cubrir el objetivo señalado por la Komintern. No fue una situación habitual pero tampoco resultó excepcional. El Comité de Actividades Antiamericanas recogería también después de la posguerra testimonios de que en Estados Unidos el partido comunista había tenido también problemas para alcanzar la cuota. Se trató, desde luego, de un problema cuya necesidad de resolución no escapó a los hombres de la Komintern, y se arbitraron medidas como las de prometer a los comunistas bajo sospecha o caídos en desgracia que su situación sería sometida a revisión si viajaban a España como voluntarios.

Pese al innegable papel director y organizador de la Komintern, las consignas oficiales eran las de negar el verdadero origen y composición de las BI e insistir en que se trataba de un movimiento surgido espontáneamente en todo el mundo. Esta auténtica versión oficial, pero no por oficial menos falaz, se perpetuaría en las historias y relatos sobre las BI redactados en los años siguientes por la mayoría de los interbrigadistas. Sólo quedaría desmentida por el testimonio de interbrigadistas decepcionados y por la aparición de documentos en algún caso tan recientes como los pertenecientes a la Komintern y a sus tratos con agentes en el extranjero. Las razones que la Komintern tenía para ocultar su papel en la creación de las BI no podían ser más obvias. En primer lugar, la versión oficial sobre los interbrigadistas constituía una aparente legitimación práctica de las tesis sobre el Frente Popular formuladas por la Komintern. En segundo lugar, las BI permitían a la URSS intervenir militarmente en la guerra civil española sin que esa acción comprometiera gravemente su prestigio. Cualquier error, cualquier derrota sufridos por las BI no podría achacarse a la URSS; cualquier victoria, cualquier triunfo podría ser capitalizado —como efectivamente sucedió— por la Komintern. Finalmente, la forma en que se estaba reclutando a los interbrigadistas insistiendo en el llamado antifascista y ocultando la inspiración comunista de las unidades permitía apelar a segmentos de la población más amplios a los que repugnaba la política agresiva de Alemania e Italia y que simpatizaban con la democracia republicana y las reformas emprendidas desde 1931 pero que habrían sentido horror ante la idea de colaborar con la terrible dictadura de Stalin. Éstos iban a ser manipulados con relativa facilidad por los agentes de la Komintern.

A estas razones se unían otras de no menor importancia pero que aún debían ser ocultadas con más rigor. En primer lugar, la Komintern tenía interés en crear y controlar las BI, pero no estaba dispuesta a desperdiciar sus mandos en una lucha que podría ser —y, de hecho, fue— extraordinariamente sangrienta. El reclutamiento de no comunistas, en realidad, proporcionaba, siquiera en parte, la suficiente carne de cañón que evitaría que los cuadros comunistas se vieran indebidamente reducidos. A lo largo de la guerra, los mandos interbrigadistas seguirían una política de relevos y reemplazos que confirmó este objetivo. Pero esa actitud quedó de manifiesto desde el inicio. En segundo lugar, las BI podían cumplir la función de organismos de reclutamiento y adoctrinamiento en la doctrina del comunismo estalinista. Finalmente, las BI iban a realizar desde los primeros días de su creación labores de apoyo para el NKVD, el antecedente directo del KGB soviético. Su existencia sería aprovechada para reclutar agentes secretos al servicio de la URSS e infiltrar los servicios de inteligencia y organismos gubernamentales de países como Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos. No deja de ser significativo al respecto que los pasaportes de los interbrigadistas fueran enviados por la NKVD a Moscú para ser utilizados ulteriormente en labores de espionaje. Resulta bien revelador que Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, utilizara precisamente uno de estos documentos para fingir una identidad falsa que le permitiera acercarse, primero, y matar después al adversario paradigmático de Stalin.

Sólo con el paso del tiempo, y a medida que el peso del PCE fue haciéndose mayor en la zona republicana, por razones propagandísticas se fue descorriendo en parte el velo que cubría el papel de la Komintern en las BI. La verdad histórica —sólidamente documentada— no deja, por tanto, lugar a dudas. La aplastante mayoría de los miembros de las BI fueron comunistas reclutados siguiendo las directrices de la Komintern y el NKVD. Distaban muchísimo en su fiel estalinismo de ser demócratas y ciertamente defendían una forma de totalitarismo que en aquellos días nada tenía que envidiar en su dureza y carácter despiadado a la de Hitler. Los resultados que hubiera tenido para España su victoria difícilmente pueden ser concebidos más que como escalofriantes.