El 17 de julio de 1936, un grupo de militares provistos de un nada escaso respaldo civil se alzó en España contra el gobierno del Frente Popular. Dado que el alzamiento fracasó en las grandes ciudades y que los rebeldes se encontraron desprovistos de las industrias, la marina y las divisas españolas, la mayoría de los observadores auguró un final trágico y rápido para la intentona. Sin embargo, aquellos auspicios, formulados entre otros por el socialista Indalecio Prieto, no se cumplieron. De hecho, los focos de la sublevación se mantuvieron en poder de los alzados e incluso uno de ellos, el general Francisco Franco, al mando del ejército de África, logró pasar a la Península desde el Marruecos español y emprender un ininterrumpido avance por el sur de España. Fue así como se hizo con el control de buena parte de Andalucía, enlazó en Extremadura con las fuerzas del también insurrecto Mola y, apuntando al valle del Tajo, emprendió el camino hacia Madrid. El 23 de agosto, apenas un mes después del inicio de la guerra, las fuerzas de Yagüe, uno de los mandos más capaces a las órdenes de Franco, ocuparon Navalmoral, aunque el 25 y el 26 todavía hubo que combatir en la sierra de Guadalupe. El mismo 26, Franco llegó a Cáceres, donde instaló su cuartel general. Dos días después, sus fuerzas continuaron el avance. En el ala izquierda se encontraba situada la columna de Tella, que arrancó de Navalmoral por la carretera general de Oropesa y Talavera; en el centro, avanzó Asensio y, por la derecha, hizo lo mismo Castejón.

Aquel mismo día, Tella tuvo que librar algunos combates en Peraleda y El Gordo, pero consiguió abrirse paso hacia la provincia de Toledo. El 29, el ala izquierda de las fuerzas de Franco llegó a Calzada de Oropesa, y la derecha a Berrocalejo. El 30, Tella entró en Oropesa y Torralba de Oropesa, Castejón en Valdeverdeja y Asensio en el Puente del Arzobispo. Desde esta última localidad y desde Oropesa partirían las fuerzas encargadas de tomar Talavera.

Tras vencer alguna resistencia, tanto en Calera y Chozas (sector de Castejón) como en Gamonal y Casar de Talavera (sector de Asensio), las fuerzas de Franco pudieron lanzar a primeras horas del día 3 su ataque sobre Talavera. La mencionada localidad contaba con algunas posibilidades geográficas de defensa, ya que se apoyaba en la sierra de Gredos y en el río Tajo. Sin embargo, la misma se reveló imposible casi desde el principio. Las fuerzas atacantes, que llegaron en un movimiento oeste-este, rebasaron la población con su ala izquierda (Asensio), mientras que la derecha (Castejón) se afirmó sobre el río y avanzó sobre Talavera. En el centro, las unidades de Tella marcharon sobre el aeródromo. Antes de acabar la mañana, Asensio había cerrado la salida de la ciudad cortando las comunicaciones con Madrid, mientras que Tella había tomado el aeródromo gracias a un vigoroso asalto de la 1.a Bandera y del Tabor. Hacia las dos y veinte de la tarde, Talavera había caído en manos de los atacantes. Como en buen número de los enfrentamientos acaecidos durante las semanas anteriores, los rebeldes habían dejado de manifiesto que podían contar con un número inferior de efectivos pero que esa inferioridad material quedaba más que compensada por la pericia propia de mandos profesionales y la veteranía de una parte nada escasa de sus hombres.

Los días 5 y 6 de septiembre se produjo un contraataque frentepopulista pero, finalmente, las fuerzas que lo lanzaron tuvieron que retirarse desordenadamente. Abierta la carretera hacia Madrid y desprovisto éste de fuerzas que pudieran defenderla, en teoría Franco podría haber avanzado en aquellos momentos sobre la capital de España, tomándola. Conseguido ese objetivo —que nunca sería tan fácil en los años siguientes de la guerra—, el conflicto podría haber terminado teóricamente con la victoria rebelde antes de que finalizara 1936. Sin embargo, Franco tomó en aquellos momentos una decisión notablemente distinta. En lugar de seguir avanzando hacia Madrid, optó por desviar a sus fuerzas hacia Toledo con la intención de liberar el alcázar, donde seguía resistiendo desde los primeros días de la guerra un contingente sublevado formado por militares y civiles acompañados de algunos familiares de los insurrectos. Aunque las fuerzas del Frente Popular se habían empeñado concienzudamente en la tarea de doblegar aquel foco rebelde y recurrieron para esa finalidad a todo tipo de medios —sin excluir los bombardeos ni la guerra psicológica—, lo cierto es que el reducido grupo de defensores se negó a capitular y siguió presentando una resistencia verdaderamente encarnizada. Esta circunstancia adquiría una relevancia especial dado el hecho de que las autoridades frentepopulistas habían anunciado repetidamente la caída del alcázar y así llegó a publicarse en la zona sometida a su gobierno.

En la semana y media posterior a la conquista de Talavera, ésta se convirtió en centro de operaciones de las fuerzas sublevadas que avanzaban sobre Madrid. Durante aquellos diez días, las unidades rebeldes se dedicaron a asegurar el flanco izquierdo de la sierra de San Vicente y del valle del Tiétar. El día 9 enlazaron en la Parra de Arenas la columna de Delgado Serrano con la de Monasterio, que procedía de Ávila. El 18, tras algunos combates en el Casar de Escalona, se llegó a la base de partida que servíría para continuar el avance hacia la capital de España. El 21, cayó Maqueda en poder de Yagüe, y el 23, Torrijos. Al día siguiente, Yagüe fue relevado por Franco del mando directo y sustituido por Varela. Los rumores sobre el porqué de aquella decisión seguirían circulando años después aunque, de manera oficial, se atribuyó el relevo a una afección cardíaca de Yagüe.

El día 24, las fuerzas del ejército de África ya ocupaban la línea Villamiel-Rielyes-Gerindote y desde ella se lanzaría el asalto sobre Toledo, donde un minúsculo grupo de hombres se había atrincherado en el alcázar, sumándose al alzamiento de julio. La misión de las fuerzas de Franco era liberarlo cuanto antes.

Así, el 25, Varela cruzó el río Guadarrama a unos ocho kilómetros de Toledo. El ataque sobre la ciudad sería llevado a cabo por dos grupos. El primero, a las órdenes del teniente coronel Barrón, avanzaría sobre el eje de la carretera de Ávila hasta el extremo derecho de la formación. El segundo, mandado por Asensio, progresaría a la izquierda por los campos que se orientan hacia Bargas y Olías del Rey. La tarde del día 26 cayó Bargas. La resistencia frentepopulista podía haber sido, sin duda, efectiva ya que contaba con no menos de doce mil hombres provistos de material militar más que suficiente para enfrentarse con éxito al enemigo. Sin embargo, la ausencia de un mando competente y, sobre todo, con voluntad de combate se hizo sentir casi desde el principio del ataque y se produjo una desbandada prácticamente generalizada por el puente de San Martín que, con evidente lógica, los asaltantes dejaron expedito para facilitar la fuga.

Al día siguiente, unos centenares de milicianos que no se habían sumado a la huida ante el avance de Franco se enfrentaron en el cementerio con las tropas rebeldes. Éstas los arrollaron en un violentísimo combate cuerpo a cuerpo y, a continuación, llegaron al cuartel y al hospital. Sólo tres milicianos sobrevivieron al choque y prefirieron suicidarse antes que caer prisioneros. Al terminar la mañana, las fuerzas de Asensio estaban desplegadas por el paseo de Madrid y el barrio de las Covachuelas. Mientras tanto Barrón, a su derecha, se lanzaba por la Vega en dirección a la Fábrica de Armas y la ermita del Cristo. A primeras horas de la tarde, la lucha se encarnizó en esta línea. Finalmente el Tabor de Regulares del comandante Del Oro y la 5.a Bandera de la Legión avanzaron por las cuestas de la ciudad hasta llegar al alcázar. Por la noche, las unidades atacantes consiguieron romper el cerco del alcázar. Concluía así un asedio de setenta días, pero no la batalla.

El 28, las compañías que habían dormido aquella noche en el alcázar iniciaron su salida por Toledo mientras daban el asalto definitivo, Barrón por la Puerta del Cambrón, y Asensio por la de Visagra. En unas horas, la batalla militar había concluido y la liberación de los defensores del alcázar entraba en la categoría del mito, ya que a su resistencia se sumaba en esos momentos una liberación victoriosa.

En términos militares, la liberación del alcázar era bien poco para compensar las bajas ocasionadas por el combate y mucho menos todavía para cambiarlo por una posible toma de Madrid. Sin embargo, aquella acción demostró ser extraordinariamente útil para Franco y resulta muy discutible que pueda colocarse en su debe como mando militar.

El 29 de septiembre, justo al día siguiente de la conquista de la ciudad, Franco visitó el alcázar de Toledo e impuso la cruz laureada de San Fernando al coronel Moscardó. El 30 tuvo lugar una reunión de enorme importancia para el futuro de la guerra. La muerte del general monárquico Sanjurjo en un accidente de aviación el 20 de julio había privado a los rebeldes de un indispensable mando único. Los militares sublevados debieron articular, el 24 de julio, un organismo que representara a los alzados, al que se otorgó el nombre de Junta de Defensa Nacional. Su sede estaba en Burgos y, en buena medida, indicaba el predominio, durante los primeros días de la guerra, de las tropas situadas en el norte de España. Aunque Mola era su verdadero dirigente por razones de antigüedad, se reservó su presidencia a Miguel Cabanellas. Formaban también parte de la misma los generales Saliquet, Ponte, Dávila y los coroneles de Estado Mayor Calderón y Moreno, pero no Franco ni Queipo de Llano.

Si Madrid hubiera caído en aquel otoño, la Junta podría haberse transformado en el directorio militar en el que había pensado Mola al preparar el golpe. Sin embargo, al desviar Franco su avance hacia Toledo y no continuar hacia Madrid, la guerra se prolongó y resultó obvio que había que establecer un mando unificado. El apoyo de las potencias fascistas, patente desde finales de julio, las indicaciones específicas de Alfonso XIII a algunos de los generales y una baza propagandística tan importante como la liberación del alcázar pesaron extraordinariamente en la decisión de los jefes rebeldes. Con la abstención de Cabanellas, que desconfiaba del futuro Caudillo, todos votaron a favor de entregar el mando único a Franco. La formulación jurídica de esta decisión se llevó a cabo de acuerdo con los términos de un decreto redactado por Nicolás Franco y Kindelán.

Este episodio, tan pródigo en consecuencias posteriores, tuvo todas las características de una conjura palaciega cuyo principal muñidor fue, presumiblemente, Nicolás Franco. La redacción inicial de Kindelán atribuía a Franco junto con la condición de «Generalísimo» la de «Jefe del Estado» pero matizaba claramente que la misma sólo estaría vigente «mientras dure la guerra». Sin embargo, el texto definitivo del decreto de 29 de septiembre no se correspondería con lo acordado el día 28. En virtud de una serie de modificaciones debidas al hermano de Franco, a éste se le atribuyó la condición de «Jefe del Gobierno del Estado», se añadió que «asumirá todos los poderes del Estado» y se eliminó la limitación de «mientras dure la guerra».

Vista en este contexto, la liberación del alcázar de Toledo había significado quizá que los rebeldes perdieran la oportunidad de ganar la guerra en aquel otoño de 1936. No obstante, proporcionó a su bando un mito de enormes dimensiones y, sobre todo, ayudó a Franco a obtener algo que, en términos personales, resultó mucho más importante para él y que tuvo enormes repercusiones sobre el futuro de España. Si el desvío hacia Toledo fue un error militar —y ésa es una cuestión ciertamente discutible—, quedó más que compensado por el acierto de la jugada política ejecutada en la carrera de Franco.