La obra paradigmática sobre el episodio tratado en este capítulo continúa siendo La noche de los cuchillos largos, de Max Gallo. El libro de Gallo es bueno y coincide sustancialmente con los planteamientos mantenidos en este capítulo. A pesar de todo, pasa por alto aspectos como el verdadero origen de los campos de concentración nazis.
No faltan tampoco las monografías alemanas sobre el episodio como Die Röhm-affäre: Hintergründe, Zusammenhänge, Auswirkun-gen, de Kurt Gossweiler, Kalkül und Illusion: der Machtkampf zwischen Reichswehr und SA während der Röhm-Krise 1934, de Immo von Fallois, y Der Führer hat Sie zum Tode verurteilt: Hitlers «Röhm-Putsch»: Morde vor Gericht, de Otto Gritschneder. La obra de Gossweiler es, sin lugar a dudas, la más completa de las existentes y resulta de lectura obligatoria. Mucho más breves las otras dos citadas, debe señalarse que la de Von Fallois se centra fundamentalmente en el papel del ejército en todo el episodio.
Finalmente, he de hacer referencia al libro de L. Machtan El secreto de Hitler (Barcelona, 2001), que constituye desde diversos puntos de vista una obra de considerable interés. La psicología de Hitler fue objeto de estudios rigurosos incluso antes de que llegara al poder. Como puede suponerse, su triunfo político en Alemania y, posteriormente, el estallido de la segunda guerra mundial agudizaron todavía más el interés por la psique del dictador. En uno de esos análisis llevado a cabo por un equipo de psiquiatras norteamericanos antes de que concluyera el conflicto se llegó incluso a señalar la posibilidad de que se suicidara. En buena parte de estas aproximaciones se filtraba la idea de que, posiblemente, Hitler había sido un hombre de sexualidad patológica siquiera de manera reprimida. Sin embargo, cuando en 1949 Eugen Dollman publicó en Italia sus memorias e indicó que el Führer había sido homosexual, apenas se prestó atención a las revelaciones. Como mucho, se indicó que había sido un hombre inficcionado por el narcisismo y las tendencias sadomasoquistas. De hecho, Vallejo-Nágera en sus Locos egregios reprodujo los testimonios de algunas mujeres que habían mantenido relaciones íntimas con Hitler y que en él habían descubierto no a un amante masculino y viril, como habían esperado, sino a un ser que les pedía que le sometieran a humillaciones o incluso que le orinaran.
El libro de Machtan ha dado un paso en la dirección ya apuntada por Dollman de que Hitler había sido homosexual. Aunque alguno de sus argumentos puede resultar discutible, lo cierto es que tras la lectura de su libro no pueden quedar dudas de que Hitler era homosexual, de que tuvo diversos amantes, de que su conducta era conocida por buen número de contemporáneos y de que sobre todo a partir de su llegada al poder hizo todo lo que estuvo en sus manos para borrar las huellas de su vida íntima. Machtan aporta documentos extraordinariamente interesantes al respecto partiendo de los archivos militares o de la policía antivicio de Viena pero, sobre todo, sabe recrear un mundo de nacionalismo germánico y homosexual que tuvo un enorme predicamento durante las primeras décadas del siglo XX y que defendía paradigmas supuestamente tan masculinos que excluían totalmente a las mujeres y abogaban por la práctica homosexual. Partiendo de ese punto de vista, no resulta extraño que un porcentaje realmente elevado de las jerarquías del partido nazi fuera homosexual, y cobra verosimilitud la tesis de que la «noche de los cuchillos largos» de 1934 tuviera entre otras causas la de eliminar a homosexuales como Rohm que sabían demasiado de la identidad sexual de Hitler. Personalmente, creo, como señalo en el texto, que se trató de un capítulo más dentro de los ajustes de cuentas en el seno del NSDAP, pero eso no debe servir para obviar este aspecto.
El libro de Machtan no entra en la cuestión de hasta qué punto la homosexualidad pudo influir en la ideología de Hitler. Sin embargo, al final de la lectura de este magnífico trabajo de investigación, más de uno se preguntará si la aversión del Führer por los judíos y por el cristianismo no derivaría, siquiera en parte, de la manera tan clara en que ambas fes han rechazado históricamente la conducta homosexual.