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—No quiero volver a casa todavía —protestó Philip Durrant irritado.
—Philip, francamente, no tenemos por qué seguir aquí. Vinimos a ver a Mr. Marshall para discutir el asunto, y a entrevistarnos con la policía. Ahora nada nos impide volver a casa inmediatamente.
—Creo que a tu padre le gustará mucho que nos quedemos unos días. Le gusta tener a alguien con quien jugar al ajedrez por las noches. Es un jugador imponente, ¡palabra! Yo no me consideraba malo, pero nunca consigo ganarlo.
—Papá puede buscarse a otra persona con quien jugar al ajedrez —replicó Mary, cortante.
—¿Quieres que llame a alguien del instituto femenino para que venga a jugar con él?
—Y además tenemos que estar en casa. Mañana es el día en que Mrs. Carden pule los metales.
—¡Polly, el ama de casa perfecta! —exclamó Philip riendo—. Esa señora, llámese como se llame, puede limpiar los metales sin que estés tú, ¿no? Y si no puede, ponle un telegrama y dile que los deje enmohecerse una semana más.
—No entiendes nada, Philip, de las cosas de la casa y de lo difíciles que resultan.
—Yo no veo que sean nada difíciles, a no ser que tú misma las hagas difíciles. Y además, yo quiero quedarme.
—¡Philip, por Dios! —Mary habló con desesperación—. Odio este sitio.
—¿Por qué?
—Es tan sombrío, tan triste. Y todo lo que pasó aquí. El asesinato y todo eso.
—Vamos, Polly. No me digas que esas cosas te ponen nerviosa. Estoy seguro de que puedes resistir esto de los asesinatos sin inmutarte lo más mínimo. Quieres volver a casa para ver cómo pulen los metales, sacan el polvo y asegurarte de que las polillas no se comen tu abrigo de piel. Eso creo.
—Las polillas no atacan a los abrigos de piel en invierno.
—Ya sabes lo que quiero decir. Me refiero a la intención. A mi modo de ver, es mucho más interesante estar aquí.
—¿Más interesante que estar en tu propia casa? —Mary parecía escandalizada y dolida.
Philip la miró rápidamente.
—Lo siento, mi vida, no me he expresado bien. Nada puede ser tan agradable como nuestra casa y tú has hecho que sea verdaderamente estupenda. Confortable, limpia, atractiva. Hubiera sido completamente distinto si… si yo fuera el de antes. Quiero decir que tendría montones de cosas que hacer durante todo el día. Estaría metido hasta el cuello en mis proyectos. Sería maravilloso volver a tu lado, a nuestra casa, y hablar de todo lo que habría ocurrido durante el día. Pero ahora es distinto.
—Ya sé que es distinto en ese sentido. No creas que lo olvido nunca, Philip. Lo siento, lo siento terriblemente.
—Sí —masculló Philip—. Sí, lo sientes demasiado, Mary. Lo sientes tanto que algunas veces eso hace que lo sienta yo más. Lo que quiero es distraerme y —alzó una mano— no me digas que puedo distraerme con puzzles, con todos los chismes de la terapéutica ocupacional y con personas que vienen a hacerme la terapia o leyendo libros interminables. ¡Algunas veces deseo tanto meterme de lleno en algo bueno! Y aquí, en esta casa, hay algo bueno en que meterse de lleno.
—Philip —Mary contuvo la respiración—, ¿no seguirás dándole vueltas a aquella idea?
—¿A jugar a detective? Asesinato, asesinato, ¿quién cometió el asesinato? Sí, Polly, no andas muy desencaminada. Tengo unos deseos terribles de saber quién fue.
—¿Por qué? ¿Cómo lo conseguirás? Si alguien entró en casa por la fuerza o encontró abierta la puerta…
—¿Todavía con la teoría del intruso? No tiene la menor consistencia. El viejo Marshall hizo como que creía en ella, pero lo que quería en realidad era ayudarnos a nosotros a creer en ella. Nadie cree en esa hermosa teoría. Y nadie la cree porque no es cierta.
—Si no es cierta —replicó Mary—, si no es cierta, si fue, como dices, uno de nosotros, no quiero saber la verdad. ¿Para qué hemos de saber la verdad? ¿No es muchísimo mejor que no la sepamos?
Philip Durrant la miró interrogante.
—Te gusta esconder la cabeza debajo del ala, ¿verdad, Polly? ¿No sientes ninguna curiosidad?
—¡Te digo que no quiero saber la verdad! Me parece todo horrible. Quiero olvidarlo y no pensar más en ello.
—¿No querías a tu madre lo suficiente para querer saber quién la mató?
—¿De qué serviría saber quién la mató? Durante dos años hemos estado muy satisfechos pensando que Jacko la había matado.
—Sí —dijo Philip—, era precioso, lo satisfechos que estábamos todos.
Su esposa le miró desconcertada.
—No… no sé qué quieres decir, Philip.
—¿No comprendes, Polly, que en cierto sentido esto es un desafío para mí? ¿Un desafío a mi inteligencia? No pretendo haber sentido de un modo especial la muerte de tu madre, ni haberle tenido gran cariño. No se lo tenía. Hizo todo lo que pudo por impedir que te casaras conmigo, pero no le guardé rencor por eso, porque te conseguí de todos modos. ¿No es verdad, guapa? No, no es un deseo de venganza, ni siquiera pasión por la justicia. Creo que es… sí, es curiosidad, más que nada, aunque puede que me mueva también alguna razón bastante más elevada.
—No debes mezclarte en esas cosas. Nada bueno va a resultar de eso. Por favor, Philip, no sigas. Vámonos a casa y olvidémonos de todo.
—Bueno, siempre me manejas a tu antojo, ¿no es verdad? Ahora quiero quedarme aquí. ¿No te gustaría que algunas veces hiciera lo que yo quiero hacer?
—Quiero que tengas todo lo que quieras.
—En el fondo no lo quieres, querida. Lo único qué quieres es cuidarme como si fuera un niño de pecho y decidir por ti misma, todos los días y en todos los sentidos, lo que más me conviene. —Se rió.
Mary le miraba sin comprender.
—Nunca sé cuando hablas en serio o en broma.
—Aparte de la curiosidad —insistió Philip—, alguien tiene que descubrir la verdad.
—¿Por qué? ¿De qué sirve? Enviar a una persona a la cárcel me parece una cosa horrible.
—No acabas de comprenderlo. Yo no he dicho que fuera a entregar el culpable a la policía si lo descubriera. No creo que lo hiciera. Depende de las circunstancias, claro. Probablemente no serviría de nada que lo entregara a la policía, porque sigo pensando que no hay pruebas suficientes.
—Si no hay pruebas suficientes, ¿cómo vas a descubrir nada?
—Hay muchas maneras de descubrir cosas, de tener la completa seguridad de que son ciertas. Y me parece que es necesario hacerlo. Las cosas no van muy bien en esta casa y muy pronto irán peor.
—¿Qué quieres decir?
—¿No has notado nada, Polly? ¿Qué me dices de tu padre y de Gwenda Vaughan?
—Bueno, ¿y qué? ¿Por qué no ha de querer mi padre casarse otra vez a su edad?
—Yo lo comprendo. Después de todo, su matrimonio no fue un gran éxito. Ahora tiene oportunidad de lograr la verdadera felicidad. Felicidad otoñal, si quieres, pero felicidad. Las cosas no van muy bien entre ellos ahora.
—Claro, con todo esto… —dijo Mary vagamente.
—Exacto. Este asunto los está distanciando rápidamente. Y esto puede ser debido a dos razones: sospechas o culpabilidad.
—¿Sospechas de qué?
—Digamos que sospechan uno del otro. O sospechas por una parte y culpabilidad por la otra y viceversa.
—No sigas, Philip, me estás armando un lío.
De pronto, el rostro de Mary se animó ligeramente.
—¿De modo que crees que fue Gwenda? Quizá tengas razón. ¡Sería estupendo!
—Pobre Gwenda. Porque no pertenece a la familia, ¿no es eso?
—Sí. Entonces no habría sido uno de nosotros.
—Eso es lo único que te preocupa, ¿verdad? En lo que nos afecta a nosotros.
—Claro.
—Claro, claro. Lo malo de ti, Polly, es que no tienes la menor imaginación. No puedes ponerte en el lugar de nadie.
—¿Por qué había de hacerlo?
—¿Por qué? Para ser sincero, supongo que debería decir que para pasar el tiempo. Pero puedo ponerme en el lugar de tu padre, o en el de Gwenda, y si son inocentes, me imagino lo que estarán pasando. Lo que estará pasando Gwenda, al verse tratada fríamente. Al presentir que no podrá casarse con el hombre que quiere. Y luego ponte en el lugar de tu padre. Sabe, tiene que saberlo, que la mujer de quien está enamorado tuvo oportunidad para cometer el asesinato y, además, motivo. Tiene esperanzas de que no lo haya cometido, cree que no lo ha cometido, pero no está seguro. Y lo que es peor, nunca estará seguro.
—A su edad… —empezó Mary.
—A su edad, a su edad —la interrumpió Philip—. ¿No te das cuenta de que a su edad es peor? Es el último amor de su vida. No es probable que tenga otro. Llega muy adentro. Y si lo consideramos desde el otro punto de vista, supongamos que Leo salió de las sombras del mundo en que vivió apartado durante tanto tiempo. Supongamos que fue él quien mató a su mujer. Casi le da a uno pena el pobre hombre, ¿verdad? No es que pueda imaginármelo exactamente. Bueno, Polly, vamos a oír tu opinión. ¿Quién crees que la mató?
—¿Cómo puedo saberlo?
—Es posible que no lo sepas, pero podrías aproximarte a la verdad si pensaras un poco.
—Me niego a pensar en ello.
—Me extraña tu actitud. ¿Es porque te desagrada, simplemente? ¿O es porque… porque lo sabes? Puede que en tu cabeza fría y tranquila estés completamente segura. Tan segura que no quieres pensar en ello, que no quieres decírmelo. ¿Es en Hester en quien piensas?
—¿Qué motivo podía tener Hester para querer matar a mamá?
—No hay un verdadero motivo, ¿verdad? —comentó Philip pensativo—. Pero uno lee cosas así, ¿sabes? Un hijo o una hija bien atendidos, consentidos y, de pronto, un día ocurre una cosa sin importancia. El amoroso padre se niega a soltar el dinero para ir al cine o para comprar un par de zapatos, o le dice a la hija, cuando sale con su novio, que tiene que volver a las diez. Puede ser una cosa sin importancia, pero parece como si colmara la medida. Y de pronto, la joven en cuestión pierde la cabeza, coge un martillo o un hacha o un atizador, y ahí tienes. Siempre resulta difícil explicarse una cosa así, pero ocurre. Es la culminación de una rebeldía reprimida durante mucho tiempo. En ese molde encaja Hester. Lo malo de Hester es que uno no sabe nunca lo que pasa por su encantadora cabeza. Es débil y le duele serlo. Y tu madre era de esas personas que le hacían sentirse más consciente de su debilidad. Sí —añadió, echándose hacia delante con cierta animación—, creo que podría abrirle a Hester un buen expediente.
—¿Quieres callarte? —exclamó Mary.
—Me callaré. Hablar no me llevará a ninguna parte. ¿O sí? Después de todo, uno tiene que decir mentalmente de qué tipo es el asesinato y aplicarlo luego a cada una de las distintas personas implicadas. Y entonces, cuando tiene uno bien grabado cómo debe de haber sido, entonces empieza uno a colocar las trampitas, a ver si alguien cae en ellas.
—Sólo había cuatro personas en la casa. Hablas como si hubiera habido media docena por lo menos. Estoy de acuerdo contigo en que papá no pudo haberlo hecho y es absurdo pensar que Hester haya tenido un motivo poderoso para hacer semejante cosa. Quedan Kirsty y Gwenda.
—¿Cuál de las dos prefieres? —preguntó Philip en tono burlón.
—No puedo imaginar a Kirsty haciendo una cosa así. Siempre ha tenido tanta paciencia y tan buen carácter. Quería mucho a mamá. Claro que pudo volverse rara de pronto. Una oye hablar de casos así, pero nunca fue rara.
—No. Kirsty me parece una mujer muy normal, una mujer a la que le hubiera gustado vivir una vida de mujer normal. En cierto sentido es del mismo tipo de Gwenda, sólo que Gwenda es guapa y atractiva y la pobre Kirsty es vulgar como una patata. No creo que haya habido ningún hombre que la haya mirado a la cara dos veces. Pero puede que a ella le hubiera gustado enamorarse y casarse. Debe de ser bastante desagradable nacer mujer y nacer vulgar y sin atractivos, sobre todo si esta falta de atractivos no está compensada con una inteligencia o un talento especial. La verdad es que permaneció aquí demasiado tiempo. Debió haberse marchado después de la guerra y seguir con su profesión de masajista. Podía haber pescado a algún paciente rico de mediana edad.
—Eres como todos los hombres. Te crees que las mujeres no piensan más que en casarse.
Philip sonrió.
—Sigo pensando que es el ideal de toda mujer. Por cierto, ¿Tina no tiene amigos?
—Que yo sepa, no. Pero no habla mucho de sus cosas.
—No, es una ratita plácida, ¿verdad? No es precisamente guapa, pero es muy graciosa. ¿Qué sabrá sobre el asunto?
—No creo que sepa nada.
—¿No? Yo creo que sí.
—Imaginaciones tuyas.
—No, no son imaginaciones mías. ¿Sabes lo que dijo Tina? Dijo: «Quisiera no saber nada». Es un modo extraño de expresarse. Apuesto a que sí sabe alguna cosa.
—¿Qué clase de cosa?
—Quizás haya algo que encaje en algún sitio sin que ella misma sepa bien dónde. Espero poder sacárselo.
—¡Philip!
—No insistas, Polly. Tengo una misión en la vida. Me he convencido a mí mismo de que es de interés general que me entregue a ella. Ahora bien, ¿por dónde voy a empezar? Creo que empezaré sonsacando a Kirsty. En muchos sentidos, es un alma sencilla.
—¡Cómo desearía que dejaras esa idea descabellada y volviéramos a casa! ¡Éramos tan felices! Todo estaba saliendo tan bien. —La voz se quebró y dio media vuelta.
—¡Polly! —dijo Philip preocupado—. ¿Te importa tanto, de verdad? No me daba cuenta de que estuvieras tan disgustada.
Mary giró en redondo, mirándole esperanzada.
—Entonces, ¿nos vamos a casa y te olvidas de todo?
—No podría olvidarlo. Sólo serviría para que siguiera preocupándome, pensando, dándole vueltas al asunto. Vamos a quedarnos hasta que termine la semana, Mary, y luego… bueno, ya veremos.