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Calgary se había marchado hacía sólo unos minutos cuando el doctor MacMaster recibió otra visita. Conocía bien a este visitante y le saludó con afecto.
—Ah, Don, me alegro de verte. Entra y dime lo que te pasa. Sé que algo te preocupa. Siempre te lo noto cuando frunces el entrecejo de ese modo especial.
El doctor Donald Craig le sonrió tristemente. Era un joven apuesto y formal, que se tomaba a sí mismo y su trabajo muy en serio. El médico jubilado tenía mucho cariño a su joven sucesor, aunque había momentos en que deseaba que le costara menos trabajo comprender una broma.
Craig rechazó una copa y fue directamente al grano.
—Estoy muy preocupado, Mac.
—Espero que no se trate otra vez de falta de vitaminas.
A su modo de ver, la falta de vitaminas había sido algo muy divertido. Se había dado el caso de que un veterinario le tuvo que indicar al joven Craig que el gato de una niña paciente suya sufría de la muy contagiosa tiña.
—No tiene nada que ver con mis pacientes. Es un asunto mío particular.
La expresión de MacMaster cambió inmediatamente.
—Lo siento, muchacho. Lo siento mucho. ¿Has tenido malas noticias?
El joven meneó la cabeza.
—No es eso. Es que… Mire, Mac, necesito hablarlo con alguien y usted lleva años aquí, los conoce a todos y sabe todo lo que hay que saber sobre ellos. Y yo también tengo que saberlo. Tengo que saber por dónde ando, saber con qué tengo que enfrentarme.
MacMaster enarcó las pobladas cejas.
—Venga el problema.
—Se trata de los Argyle. Ya sabe usted… supongo que lo sabe todo el mundo, que Hester Argyle y yo…
El anciano médico asintió.
—Sí, que habéis llegado a un cierto entendimiento —manifestó en tono aprobatorio—. Ésta es la expresión que usaban los antiguos, y era realmente buena.
—Estoy enamoradísimo de ella, y creo… sí, estoy seguro, de que ella me quiere también. Y ahora ocurre todo esto.
A los ojos del doctor MacMaster asomó una mirada de comprensión.
—¡Ah, sí! La absolución de Jacko Argyle. Una absolución que ha llegado demasiado tarde para él.
—Sí. Eso es lo que me hace pensar… Ya sé que está muy mal el pensar semejante cosa, pero no puedo remediarlo, que hubiera sido mejor que no hubiera sido presentada esta nueva prueba.
—No parece que seas tú el único que piensa así. A mi modo de ver, lo piensan desde el jefe de policía, pasando por toda la familia Argyle, hasta el hombre que vino de la Antártida y proporcionó la nueva prueba. Ha estado aquí esta tarde.
Donald Craig pareció sorprendido.
—¿Sí? ¿Ha dicho algo?
—¿Qué esperabas que dijera?
—¿Tenía alguna idea sobre quien…?
El doctor MacMaster meneó la cabeza lentamente.
—No. No tiene ninguna idea. ¿Cómo iba a tenerla, surgiendo así de la nada y viéndolos ahora por primera vez? Parece que nadie tiene la menor idea.
—No. Ya me figuro que no.
—¿Qué es lo que te preocupa tanto, Don?
Donald Craig suspiró profundamente.
—Hester me telefoneó la noche en que ese Calgary estuvo allí. Ella y yo íbamos a ir a Drymouth, después de la consulta, a una conferencia sobre tipos criminales en la obra de Shakespeare.
—Parece un asunto muy apropiado.
—Y entonces me telefoneó. Dijo que no iría, que había recibido una noticia que la había afectado mucho.
—Ah. La noticia que trajo el doctor Calgary.
—Sí, sí, aunque no lo mencionó en aquel momento. Pero estaba muy afectada. Parecía… no sé explicarlo…
—Sangre irlandesa.
—Parecía completamente perturbada, aterrorizada. Bueno, no sé explicarlo.
—Bueno ¿y qué esperabas? Todavía no tiene veinte años, ¿verdad?
—Pero ¿por qué le afecta tanto? Le digo a usted, Mac, que está muerta de miedo por algo.
—Hum, sí, bueno, sí, es posible.
—¿Cree usted…? ¿Qué es lo que está pensando?
—Me parece que sería mejor saber lo que estás pensando tú.
—Me figuro que si no fuera médico ni siquiera se me pasaría por la imaginación semejante cosa —replicó el joven con amargura—. Hester es mi novia y mi novia no podría hacer nada malo. Pero siendo médico…
—Sí, vamos, será mejor que lo sueltes de una vez.
—Es que yo sé algo de lo que pasa en la mente de Hester. Es víctima de inseguridad precoz.
—Sí. Así es como lo llamamos ahora.
—No ha tenido tiempo todavía de formarse debidamente. Cuando se cometió el asesinato sufría un sentimiento muy natural en una adolescente, resentimiento contra la autoridad, deseo de escapar del amor asfixiante que tanto daño está haciendo en nuestros días. Quería rebelarse, huir. Todo eso me lo dijo ella misma. Se escapó y se incorporó a una compañía teatral de poca categoría. Creo que su madre se portó, dadas las circunstancias, muy bien. Propuso que Hester fuera a Londres a estudiar arte dramático, si ése era su deseo. Pero no era eso lo que Hester quería. Eso de escaparse para trabajar en el teatro fue sólo un gesto, en realidad. En el fondo, no quería prepararse para la escena y dedicarse en serio a la profesión. Sólo quería demostrar que era capaz de valerse por sí misma. De todos modos, los Argyle no trataron de coaccionarla. Le pasaron una cantidad muy generosa.
—Lo cual fue muy inteligente por su parte —opinó MacMaster.
—Y entonces tuvo aquel estúpido romance con un actor de la compañía, un hombre de mediana edad. Por fin, ella misma se convenció de que aquel hombre no le convenía. Mrs. Argyle intervino y Hester volvió a casa.
—Después de haber aprendido su lección, como decían en mi juventud. Claro que uno nunca aprende su lección. Hester no la aprendió.
—Seguía llena de un secreto resentimiento —continuó Donald Craig con ansiedad—, empeorado por la evidencia de que su madre tenía toda la razón, que no valía nada como actriz y que el hombre a quien había entregado su afecto no se lo merecía. Además, ni siquiera lo quería realmente. La idea de que «mamá tiene razón» siempre les resulta de lo más irritante a los jóvenes.
—Sí. Ése fue uno de los problemas de la pobre Mrs. Argyle, aunque ella nunca lo consideró de ese modo: el hecho de que casi siempre tenía razón. Si hubiera sido una de esas mujeres que contraen deudas, extravían las llaves, pierden los trenes, cometen tonterías y tienen que sacarlas del atolladero otras personas, su familia la hubiera querido mucho más. Es triste y cruel, pero así es la vida. Y no tuvo la astucia de salirse con la suya con disimulo. Estaba orgullosa de su poder y su buen juicio, y tenía mucha seguridad en sí misma. Es bastante molesto encontrarse con esto cuando se es muy joven.
—Ya lo sé —afirmó Craig—. Me doy cuenta de todo eso. Por eso precisamente, porque me doy perfecta cuenta, creo… me pregunto… —De pronto se calló.
—Será mejor que lo diga yo por ti, ¿no te parece, Don? Tienes miedo de que haya sido tu Hester la que oyó la pelea entre su madre y Jacko, que se excitó mucho al oírla y que, en un arranque de rebelión contra la autoridad y contra la arrogante pretensión de omnisciencia de su madre, fuera a la habitación, cogiera el atizador y la matara. De eso es de lo que tienes miedo, ¿verdad?
El joven meneó la cabeza tristemente.
—No exactamente. No lo creo realmente, pero pienso que pudo haber ocurrido. No creo que Hester tenga el equilibrio necesario para… Me parece que es más joven de lo que le corresponde por su edad, no tiene seguridad en sí misma, está predispuesta a tener problemas mentales. Me pongo a analizar a todos los de la casa y ninguno de ellos me parece capaz de hacer una cosa así, hasta que llego a Hester. Entonces no estoy seguro.
—Comprendo. Sí, comprendo.
—No la censuro realmente —se apresuró a decir el otro—. No creo que la pobrecilla supiera lo que hacía. No puedo considerarlo como un asesinato. Fue simplemente un acto de desafío emocional, de rebeldía, de ansia de libertad, convencida de que nunca sería libre hasta… hasta que su madre ya no estuviera allí.
—Y eso probablemente es muy cierto. Éste es el único motivo que existe y es algo peculiar. No vale mucho a los ojos de la ley. El deseo de ser libre, libre del sometimiento a una personalidad más fuerte. Como ninguno de ellos heredó una elevada suma de dinero a la muerte de Mrs. Argyle, la ley considerará que no tenían motivos. Pero incluso el control económico debía de estar en gran parte en manos de Mrs. Argyle, a través de su influencia sobre los administradores. Sí, su muerte fue una liberación para todos. No sólo para Hester, hijo mío. Dejó a Leo en libertad de casarse con otra mujer. Dejó a Mary en libertad de poder atender a su marido como ella quería. Dejó a Micky en libertad de vivir su propia vida del modo que le gustaba. Incluso Tina, sentada en su biblioteca, puede que haya deseado esa libertad.
—Tenía que venir a hablar con usted. Tenía que saber lo que usted pensaba, si cree que puede ser verdad.
—¿Lo de Hester?
—Sí.
—Creo que pudo ser verdad —manifestó MacMaster lentamente—, pero no sé si lo es.
—¿Cree usted que pudo haber ocurrido tal como he dicho?
—Sí. Creo que lo que has pensado no está muy traído por los pelos y que existe cierta posibilidad de que haya ocurrido así. Pero no es seguro ni mucho menos. Donald, medítalo mejor.
El joven suspiró.
—Tengo que estar seguro. Eso es lo que necesito de verdad. Tengo que saberlo. Si Hester me lo dice, si me lo dice ella misma, entonces… entonces todo se arreglará. Nos casaremos lo antes posible. Yo cuidaré de ella.
—Menos mal que el superintendente Huish no puede oírte —dijo MacMaster secamente.
—Por regla general, soy un ciudadano respetuoso con las leyes. Pero usted mismo sabe muy bien, Mac, cómo se trata a la psiquiatría en los tribunales. Según mi punto de vista, fue un accidente desgraciado, no un caso de asesinato a sangre fría, ni tampoco un asesinato cometido en un acaloramiento.
—Tú estás enamorado de la chica.
—Le estoy hablando a usted confidencialmente, recuerde.
—Eso tengo entendido.
—Lo único que digo es que si Hester me lo dice y yo sé la verdad, lo olvidaremos juntos. Pero tiene que decírmelo. No puedo vivir sin saber la verdad.
—¿Quieres decir que no estás dispuesto a casarte con ella con esa duda ensombreciendo su vida?
—¿Lo estaría usted en mi caso?
—No lo sé. En mis tiempos, si me ocurriera esto y estuviera enamorado de la chica, seguramente estaría convencido de que es inocente.
—No me importa gran cosa su culpabilidad o su inocencia, lo que necesito saber es la verdad.
—Y si hubiese matado a su madre, ¿estarías dispuesto a casarte con ella y ser muy feliz?
—Sí.
—No lo creas. Te preguntarías si el sabor amargo del café es sólo café y pensarías que el atizador de la chimenea es demasiado grande. Y ella adivinaría lo que estabas pensando. No resultaría.