PARECÍA haber dormido con el jersey y las puntas flotantes de la oculta camisa de siempre. Núñez le abrió la puerta con una bayeta húmeda en la mano. En el centro de la habitación que era recibidor, dormitorio, comedor, lugar de trabajo a juzgar por las estanterías llenas de libros y una mesa con papeles, un cubo mediado de agua sucia parecía meditar sobre su propia triste condición de cubo de agua sucia. Núñez escurrió bien la bayeta y la depositó en el suelo junto al cubo. De una estantería sacó una botella de colonia y se roció las manos, agitándolas después para que el alcohol se evaporara.
—Mi compañera ha salido a trabajar y yo estaba haciendo la limpieza.
Minutos de silencio y de mutuo estudio.
—Concha quiere echarse atrás y le está buscando. No he podido convencerla.
Con pereza, Carvalho contó su versión de los últimos hechos:
—Ese dinero debía destinarse a alguna finalidad extralegal. Si hubiera sido un desfalco personal, la Petnay no hubiera estado interesada en encubrir al autor. Era un dinero que desaparecía con el beneplácito de la empresa. Jaumá recelaba de algo, se sentía aislado, rodeado y recurrió a un hombre de su confianza. Se conformó con las explicaciones iniciales, pero este año o la cantidad era ya inaceptable o Jaumá descubrió algo que le hizo especialmente incómodo. El paso de asesinarle fue muy grave y por lo tanto debió dar motivos, es decir, se convirtió, en una amenaza. La conclusión es obvia. Deciden matarlo y movilizan toda su influencia política y económica para tapar el pastel. Lo que no entiendo es por qué Jaumá se confió tanto. Ya sabía con quién se jugaba los cuartos. O intentó sacar tajada extorsionando a la Petnay o se fue de la lengua con alguien de su confianza. La primera posibilidad es perfecta en su planteamiento, desarrollo y desenlace. La segunda complica las cosas. Jaumá confiesa a alguien lo que ha descubierto y se equivoca de interlocutor o bien va directamente al responsable y le aborda con franqueza. En uno u otro caso quiere decir que confía en cierto nivel de relación con esa persona: tanto si es para confesarse como si es para acusar, una u otra cosa sólo la puede hacer porque conoce bien a su interlocutor. Es traicionado. Asesinado. El responsable sólo puede ser uno de ustedes, uno de los mosqueteros de la fotografía promocional, uno de los que jugaban a ser reinas el día de mañana, ya me entiende. Lo lógico es que sea Fontanillas o Argemí. Ambos tienen relaciones propias con la Petnay, el primero como consejero de empresas filiales y el segundo como gerente propietario de una empresa muy dependiente del gran pulpo. Pero tampoco es descartable uno de ustedes, los rojos de toda la vida. A Rhomberg lo matan porque sabía algo y temían que yo hablara con él. Todo tiene demasiada envergadura, tal vez demasiada envergadura para mí. Puedo sacar mucho dinero de esto. La viuda me pagará espléndidamente para que no siga poniendo en peligro, la generosa pensión de la empresa. La propia Petnay quiere comprar mi abandono. Nunca he ganado tanto dinero en tan pocos días y eso me intranquiliza. ¿Qué puedo hacer? Vivimos casi en una democracia y puedo levantar a la opinión pública. Mañana cito a un puñado de periodistas y acuso a la Petnay. Gran revuelo. Una investigación. Resultado: un detective de mala muerte ha querido alzarse sobre los tacones postizos de un escándalo.
—Tal como lo cuenta rio hay salida.
—Hay una salida: que ustedes, el ala izquierda de las amistades de Jaumá, den al caso una dimensión política.
—Yo no soy nadie. No puedo complicar a mi partido en un período tan delicado como éste. ¿Se imagina el descalabro que representaría el tomar partido por un maniático sexual que se lleva las bragas de sus putas? Y ésa sería la conclusión de la encuesta. Salimos de muchos años de silencio, persecución. ¿Usted cree que íbamos a asumir un escándalo de este tipo?
—¿Y los otros? Vilaseca, Biedma.
—Vilaseca es un fuera de juego. De poca ayuda le serviría. Biedma seguirá, seguro, pero sería su peor aliado. El rojo furioso y el detective de mala muerte unidos para tirar una escandalosa piedra contra el Goliat de las multinacionales.
—¿Entonces? ¿Cobro y me voy a casa?
—Es su problema.
—¿Usted qué haría?
—Yo de usted no cobraría, me iría a casa y esperaría una situación más propicia, una correlación de fuerzas más favorable. Un día u otro la Petnay dará un traspiés y entonces puede resucitar el caso. Más adelante yo le ayudaría.
—Una tarde, cuando el caserón donde tengo mi despacho se vacía de sus profesionales residuales, dos o tres matones subirán por la escalera. Aprovecharán que Biscuter haya salido, probablemente a la compra. Cuando vuelva Biscuter me encontrará tan muerto como Jaumá y los periódicos dirán: El oscuro asunto del asesinato de un detective especialista en bajos fondos. Tengo una biografía impresentable. Ex rojo. Ex agente internacional. Amante de una puta selectiva más que selecta. O quizá me maten en Vallvidrera e incendien mi casa. Yo suelo encender la chimenea todo el año, hasta en verano. Me ayuda a pensar. Usted me metió en este lío.
—Sólo puedo prestarme a que me maten a su lado. Si eso le consuela iré a hacerle compañía todas las tardes a su despacho o todas las noches a su casa. También puedo comprender una moral individual, pero que empiece y acabe en mí mismo. A eso juego. Estoy dispuesto.
—No tengo ningún interés en morir acompañado.
—Me lo temía.
—Lo grave es que llegaré hasta el final.
—¿Tirará de la manta?
—Llegaré hasta el asesino y cobraré la minuta de la viuda. Estoy ahorrando para la vejez.
—Yo no ahorro para la vejez. Traduzco lo suficiente como para poder fumar sin contraer el cáncer. Ahora estoy trabajando en la Critica al programa de Gotha, de Marx.
—Regáleme un ejemplar. Suelo encender la chimenea con libros trascendentales. Cuanto más pretensión de trascendentalidad, más culpabilidad. Seguro que han conseguido engañar a alguien.
—¿Usted es de los que cuando oyen la palabra cultura sacan la pistola?
—No. Yo saco el mechero. La cultura es guisar con salsas o sin salsas, vivir como un mortal o como un inmortal, prestar a la mujer propia o conseguir la de los demás, es decir, cultura francesa o inglesa, española o americana, esquimal o italiana. Lo que usted llama cultura es ortopedia verbal o letrista.
—Tantos años intentando saber el alemán y ahora resulta que es una majadería.
—¿Le ha sacado partido sexual a la lengua?
—¿Se refiere a la lengua hablada o a la lengua como músculo?
—De momento a la lengua hablada.
—No me puedo quejar. A pesar de haber vivido en un país tan puritano como Alemania Oriental, conseguía una muchacha cada semana. Quizá la media exacta no sea semanal, pero se acerca. Bajo la aparente rigidez marxista vibraba el romanticismo del temple colectivo de un pueblo. Una de ellas se empeñó en cortarse un rizo de pelo del sexo y me lo regaló como un recuerdo eterno.
—¿Lo conserva?
—Lo dejé allí. Imagínese que me lo encuentran en el registro de la frontera.
—Ustedes los comunistas son la reserva puritana del mundo.
—Algún día se nos hará justicia.