EN ALGUNA época algún diseñador debió pensar que puesto que Catalunya trataba de reconstruir su razón de ser en los terrenos de la política y la cultura, no había ningún motivo para no hacerlo en el de la decoración, y urdió el plan de inventarse un supuesto estilo rural renacentista que reuniera la supuesta sobriedad del gusto de una raza y la ligereza práctica requerida por los muebles modernos. Surgió así un estilo de mobiliario renaixentista de una indudable gracia aunque con más traiciones genealógicas que un perrillo cuyo tatarabuelo fue cruce de avispa y perro lobo. Ya desde el recibidor, el piso de Alemany era una declaración de principios. Sobre una bandera catalana, las fotos enmarcadas de Maciá, Companys y Tarradellas, los tres presidentes de la Generalitat de Catalunya en el siglo XX. Muy cerca de la foto de Maciá, un marco convierte en reliquia y proclama una carta autógrafa de Companys dirigida al dueño de la casa: «Estimat Alemany, em fa dir el nostre amic Rodoreda que vosté esta malalt…».
Una carta cariñosa que responde a la manía de protocolarios afectos de nuestros mayores. La carta cobra vigencia actual cuando la señora Alemany, veinte años más joven que su marido octogenario, le habla en voz queda y le dice que Alemany está enfermo, muy enfermo. Delgado hasta la piel y el hueso, de una exagerada pulcritud en la piel blanca y el cabello canoso bien peinado a pesar del roce de las altas almohadas, respirando por la boca y con los ojos aguileños examinantes de Carvalho, Alemany le invita a sentarse junto a la cama. Mira a su mujer una sola vez y ella se marcha diríase que con precipitación. Luego el anciano mira a Carvalho exigiéndole urgencia y el detective le explica el motivo de su visita. ¿Jaumá recurrió recientemente a él en relación con la Petnay? ¿Por qué? ¿Era algo importante? No responde el anciano. Le repite Carvalho que viene de parte de la viuda Jaumá y la mirada de aguilucho se dulcifica, cierra los ojos como para ablandarla aún más, traga saliva moviendo una nuez casi ruidosa y un leve temblor indica que se pone en tensión para hablar, como las bombas hidráulicas tiemblan suavemente segundos antes de que el agua empiece a salir por el grifo.
—El señor Jaumá, yo le llamo señor Jaumá desde que murió su padre, con el que me unía una gran amistad, era de Vidreras, un pueblo de Gerona cercano al mío. Yo soy de Santa Cristina de Aro. El señor Jaumá, digo, se asustó cuando vio que los números del balance que yo había hecho no cuadraban y en cambio el balance oficial de la empresa sí.
—¿Qué diferencia había?
—Doscientos millones. Sí, sí. No se asombre. Doscientos millones.
—¿Era la primera vez?
—No. Déjeme hablar. Eso iba a decirle. No era la primera vez. Desde 1974 los balances que yo hacía y los que hacía la Petnay no coincidían. Pero la diferencia no era tan grave: cinco, seis, millones. Cada vez el señor Jaumá informó a la central para que se abriera una investigación. Los dos primeros años le respondieron que todo se había aclarado. Pero este año la cantidad era terrible. Yo aconsejé al señor Jaumá que se asesorase por más contables porque yo mismo estaba asustado de la responsabilidad que contraía. Me hizo repasar cinco veces mis cálculos. Siempre salían esos doscientos millones.
—¿Qué dijo la Petnay?
—Yo sólo sé lo que me dijo el señor Jaumá. Me llamó por teléfono y me dijo: «Alemany, no se preocupe. Todo está aclarado». Fue una semana antes de su muerte.
—¿Después de morir Jaumá no contó usted a nadie su descubrimiento?
—Era un secreto profesional y amistoso entre el señor Jaumá y yo.
—¿Tiene usted copia de su trabajo?
—Como si no la tuviera. Sólo la pondría en manos del hermano mayor del señor Jaumá y haciéndole jurar, entiéndalo bien, jurar, que nunca lo emplearía en contra de su hermano.
—Pero ese dinero no se lo quedaba Jaumá.
—Claro que no.
—¿No relacionó la muerte de Jaumá con la desaparición de ese dinero?
—Claro que lo pensé. Pero como en este país hay tanta basura, tanta basura acumulada bajo la dictadura de aquel… brétol!… de aquel pòtol!
Los insultos en catalán habían surgido de sus labios como disparos de obús y le habían prestado la energía suficiente para despegar la cabeza de la almohada con la ayuda de unos músculos delgados, blancos, quebradizos, que pronto cedieron y dejaron caer la cabeza, pero no la ira del anciano.
—Dejé pasar unos días y vi que se daba una explicación. Bueno. Aquello sí que no era cosa mía. Si hubiera aparecido por en medio cuestión de dinero, de la administración de la empresa, entonces sí que habría ido allí Oriol Alemany y les hubiera dicho cuatro cosas. Luego me puse enfermo. Tengo ochenta y seis años y aún llevo cuatro contabilidades. Mire. Allí están los libros.
Sobre la mesilla renaixença cuatro enormes libros Debe y Haber, un cuaderno de contabilidad de gruesas tapas de cartón lila, una pluma estilográfica Waterman de diseño anterior a la guerra civil, una goma de borrar tinta, lápices con la punta recién hecha.
—Por la tarde, cuando se me despeja la cabeza, mi mujer me pone la tabla de encarar de la costura y aún trabajo un ratito hasta que se me cansa el pulso. Me moriré cuando no tenga nada que hacer. Hace un momento ha llamado el señor Robert para preguntarme cómo tengo las cuentas. Me llama cada día. No es que me meta prisa. Es que sabe que me anima. Ya había llevado la contabilidad de su padre, un auténtico industrial de los de antes de la guerra. Era de la Lliga, pero no de los que se marcharon a Burgos. Yo le avalé varias veces durante la guerra y cuando ya vi que un día u otro por mucho aval que yo le hiciera le irían a buscar y harían una barbaridad, fui a verle y le dije: «Señor Robert, puedo conseguir un coche y le llevo hasta Camprodón. Luego ya sé cómo hacerle pasar la montaña». Siempre nos habíamos entendido a las mil maravillas porque los dos éramos catalanistas de verdad. Él de la Lliga y yo de la Unió Socialista de Comorera, pero catalanes los dos, catalanes de verdad. No se fio el señor Robert de que salieran bien las cosas y días después apareció muerto por ahí, en un descampado cerca de Horta. La viuda lo ha repetido siempre: ¡Ay, Alemanyl! ¡Si le hubiera hecho caso! ¿Me entiende? No ha sido cliente mío todo el que ha querido, sino los que he querido yo, y más que clientes han sido amigos, porque un contable si es solamente un mercenario, malo.
Se baja las ropas de la cama y sobre el pecho del pijama aparece un escudo de oro del Barcelona F. C. Con un ojo mira a Carvalho, con el otro el escudo.
—Si no fuera por los bandarres que se apoderaron del club después de la guerra civil. Yo fui un dirigente del Barca durante la República, cuando el Barca sí era más que un club. Porque ahora esos brétols, esos pótols… venga a decir que es más que un club. Claro que es más que un club. Es un apéndice del Valle de los Caídos hasta que no se saquen de encima la basura de la Federación Española de Fútbol. Yo lo dije en Madrid en los años treinta, a Hernández Coronado, un periodista que luego fue directivo del Atlético de Madrid, porque Dios los cría y ellos se juntan. Le dije: «Si por mí fuera, el Barca se retiraría de la Liga española y jugaría en cualquiera otra, en la de Francia o en la de Australia, me da igual». «Hombre, Alemany, no se ponga usted así». No se ponga usted así. No se ponga usted así. ¿Cómo había que ponerse si nos robaban un partido tras otro? En el centro sólo saben robar a todos los demás y después de la guerra querían convertirnos en un pueblo de pastores y agricultores, como Churchill con Alemania. Aunque yo con Alemania sí lo habría hecho. Ya volverán a las andadas, ya. Antes de cinco años. Los pótols y los brétols siempre se juntan y el capital extranjero ¿qué ha hecho si no apuntalar la dictadura que ha hundido a Catalunya?
—Oriol, no parlis de política que t’exaltes[4].
—Veste-n a fer punyetes![5] Que no hable de política, me dice. ¡Todo es política!
La mujer le tiende una bandejita sin otro bagaje que una pastilla y un vaso mediado de agua. Se concentra el anciano en una meticulosa deglución de la pastilla y luego con otra mirada expulsa a la mujer de la habitación.
—Que no hable de política. Todo es política. Ahora dicen que vamos hacia la democracia. ¿De la mano de quién? Pues de los mismos charnegos que hicieron el caldo gordo al franquismo. Primero la democracia y luego las autonomías; la mare que’ls va parir!
—Señor Alemany. Es posible que el asunto del dinero tenga importancia para la investigación que estoy haciendo. ¿Podría contar con su testimonio?
—Llegado el momento consultaría con el hermano mayor del señor Jaumá, él es ahora el cabeza de la rama Jaumá y él tiene la responsabilidad moral de la familia. Al menos yo así lo creo.
—Le deseo que se recupere, que el Barça gane la liga y que Catalunya tenga la autonomía.
—No viviré para verlo. ¿Usted es catalán?
—No lo sé. Yo más bien diría que soy charnego.
—En Catalunya los verdaderos charnegos son algunos catalanes. Como Samaranch, Porta y otros botiflers que han hecho el caldo gordo al franquismo. Ésos son los charnegos de primera.
Desde la puerta, Carvalho comprueba que el anciano medita con una cierta ira interna. En el recibidor la presunta viuda tiene lágrimas en los ojos.
—Se nos va. Està molt malaltet[6].
—Parece muy vigoroso.
El rostro de la mujer trata de imitar las expresiones de Alemany.
—¡Es el genio! ¡El nervio lo que le aguanta! Yo creo que ha vivido tantos años para conseguir que Franco se muriera antes que él.