—CUANDO se descubre que se vive solamente una vez es cuando se ha alcanzado la madurez. Entonces, una de dos: o decides vivir materialmente lo mejor posible, o te drogas de trascendencia y te haces religioso como Núñez, Vilaseca, Biedma o Santa Teresa de Jesús. Cada vez que me angustio excesivamente cojo un avión y me voy al hotel Princess de Acapulco. ¿Lo conoce? De oídas. Bueno. Es el hotel más lujoso del mundo. Cuando era joven y no tenía dinero escribía versos y me compraba corbatas. Así superaba las depresiones. Núñez, Vilaseca o Biedma creen en la inmortalidad del alma, no en la inmortalidad del alma individual, sino en la inmortalidad del alma de las clases sociales ascendentes, ¡ascendentes! No lo olvide, porque la mía es descendente, según ellos. Muy bien. El alma de la burguesía merece morir con el estómago lleno de champán Krugg del 72 y los ojos velados por los vapores de los especiales Davidoff. Cada mañana desayuno tres suficientes canapés de caviar iraní y una copa de champán francés con zumo de naranja. Luego o nado en la piscina cubierta de casa o juego al tenis en mi pista o me voy a jugar al golf. Cuando llega el buen tiempo hago vela deportiva durante la semana y los fines de semana saco el yate para las amistades y disfruto del placer de ser impotentemente envidiado. Nunca como rutinariamente, Carvalho, ¡nunca! Ningún sentido merece ser tratado rutinariamente porque mediante los sentidos estamos vivos. En mi casa comemos a la carta. Al menos cinco posibilidades de elección cada día y en cada plato. Mi mujer y yo hacemos régimen para mantenemos en forma. Nada triste. Langosta a la parrilla con una ligera salsa de alcaparras o un solomillo a las hierbas o incluso un estofado de toro hecho casi sin grasa. Envié a mi cocinero a unos cursos especiales sobre cocina dietética que da el profesor Bricher Benner. ¿Sabe usted lo que me cuesta el cocinero? Ante todo pagarle suficientemente para que no se marche de motu proprio y luego costearle una malla que le impida marcharse ante tentaciones exteriores. Tengo a toda su familia colocada en mi empresa. Pero un cocinero es el amigo más fiel del hombre y si mi cocinero muriera, Carvalho, le lloraría desconsoladamente. Tengo cinco mil botellas en mi bodega del Ampurdan y unas dos mil en la de Barcelona. Muy seleccionado todo. Las mejores cosechas de vinos franceses. Poco español. Algunos blancos porque a veces me apetece un vino verde gallego muy frío, en verano o cuando tengo sed. Mañana me voy a París, a cenar en la Tour d’Argent, y al día siguiente voy por carretera a Lyon a comer en el Paul Baucus. Es un viaje de rearme moral gastronómico. ¿Lo ve? ¿Cree usted que me he equivocado de sistema de vida? Grotesco. Vivo de puta madre, ¡de puta madre! Ni siquiera tengo preocupaciones empresariales excesivas. No tengo competencia en el mercado interior. Exporto. Oiga bien: ¡exporto yogures! El procedimiento industrial es simplísimo y la red comercial también. En cuanto a mi vida afectiva, podría asegurarla en la Lloyds por diez mil millones de dólares. Una esposa equilibrada que sabe estar cerca y lejos, que sabe llevar trajes de noche y saltos de cama. Hijos tal vez no tan inteligentes como yo hubiera querido, pero satisfechos y sanos. Amistades complementarias: desde la dosis de placentera nostalgia que me suministran los compañeros de Universidad, hasta las cenas de matrimonios ricos y lustrosos. Amantes igualmente complementarias. La ex compañera de estudios con el cuerpo cuarentón, pero que me libera de las represiones adolescentes. Muchachas en flor cazadas con la cartera, con el descapotable o con este leve parecido a Onassis que se me insinúa a medida que envejezco. La mujer de alguno de mis subalternos, lo que me suministra esa dosis de ofensa y humillación que a veces requiere el acto sexual. La mujer o la hija de una de esas amistades de cenas de matrimonios. Podría decirse incluso que soy un coleccionista. Se lo cuento a usted porque a los detectives y a la policía hay que contárselo todo y porque usted sabe fumar un Davidoff. La semana pasada me gasté doscientas mil pesetas comprándome camisas en Londres. En setiembre volveré para reponer mi surtido de jerseys. Tengo cuanto deseo y gracias a Dios estoy libre de la necesidad de erotismo de poder político. Miro a mi alrededor y desde hace semanas descubro a muchos empresarios agobiados por la concupiscencia política. Quieren ser diputados o senadores. En parte por el temor de que los políticos no representen suficientemente sus intereses. En parte por el erotismo del poder. Porque saben que en los manuales de Historia gordos suelen reproducir los nombres de los gobiernos del país y en cambio no quedará constancia de que yo fui propietario de Aracata, S. A. Es otra forma de apetito trascendente para el que estoy vacunado. Tengo escritos excelentes libros de versos en catalán y pienso publicarlos cuando tenga casi sesenta años, por el simple placer de que pierdan el culo los de la Enciclopedia Catalana y me dediquen diez líneas en la edición contemporánea y sin duda treinta en una edición de dentro de cincuenta años. Mire. Aquí tengo escrita una aproximación a lo que será la nota biográfica que me dedicarán en las enciclopedias dentro de cincuenta años. Le hago una fotocopia, la conserva y si tiene paciencia o voluntad de vivir cincuenta años más comprueba si me he equivocado de mucho.
«Argemí Blanc, Jordi. Barcelona, 1932, Palausator (Gerona), 2005. Poeta catalán de vocación tardía. Su primer libro publicado en 1980 (Guardar fusta al molí) reveló la presencia de un ignorado eslabón entre la poesía de Salvat-Papasseit y Gabriel Ferrater, poesía de la experiencia personal a veces inserta en social (Salvat-Papasseit), a veces con el hermetismo de una poesía para dos (Ferrater). Pell de fruita (1985) renueva los temas tradicionales de la poesía amorosa en una voluntaria aproximación a los usos poéticos de Catulo en el marco de una escenografía de ópera-rock. Poeta sin biografía poética y sin vinculaciones con movimientos literarios coetáneos, Argemí siguió una constante superación de temas y tratamientos formales que culmina en su obra Yogur, intento laocontiano de convertir la poesía en una síntesis de distintos géneros literarios. Algunos especialistas en Argemí han creído encontrar en Yogur (1990) elementos simbólicos que exceden al propósito de reto formal y expresivo. Según Pedro Gimferrer, Yogur es: “…un intento de aprehensión poética de la esencialidad de un país, Catalunya, en el momento histórico en que se frustra por cuarta vez su voluntad de constituirse en Estado independiente. En este sentido, Yogur forma parte del gran tríptico de poesía esencial nacional de Catalunya con L’Atlántida de Verdaguer y Nabi de Josep Carner”. Entre 1990 y el 2002, año de su muerte, Argemí sólo publicó un curioso libro de “memorias sensoriales” titulado Los placeres capitales. Un año después de su muerte, en el 2003, apareció una obra menor que demostraba la decadencia creadora del poeta septuagenario, aunque conservaba la capacidad de replanteamiento lingüístico que siempre caracterizó su producción: El fum del Davidoff (2003). Bibliografía fundamental sobre su obra: Argemí más allá de su espejo, Pere Gim-ferrer, edit., La Coqueluche, 1995; Poesía última, Josep Mª Castellet, Edicions 62, 1983; Argemí seulement, Françoise Wagener, edit., Gallimard, 1990».
—Los tengo escritos todos, absolutamente todos.
Concluyó Argemí semioculto por la última bocanada de humo de Davidoff.